492 años de la primera Maracaibo

El 8 de septiembre se conmemora la fundación de la capital zuliana. Pero la ciudad actual no nació en esa fecha, ni como dice la tradición en 1529. Pensar en el pasado como realmente fue sirve para mirar con franqueza el presente

“Descripción de la çiudad de Nueba Zamora de la Laguna de maracaiuo”, primer mapa conocido de Maracaibo, probablemente de 1582

Foto: Real Academia de la Historia

La ciudad que me vio nacer no fue asentada de forma definitiva un día como hoy hace 492 años, el 8 de septiembre de 1529, sino varias décadas después, en 1574. Lo que hoy conmemoramos no es la fundación de la población que se mantendría y crecería a través de los siglos, sino la del primer y efímero poblado europeo en el territorio de la actual ciudad. De hecho, ese poblado no guarda relación de filiación ni continuidad alguna con la actual Maracaibo. Fue fundado y habitado por personas y motivos distintos a los que dieron origen a la Maracaibo que sobrevive.

La única relación que ambas guardan es su localización relativa y su nombre, razón suficiente para que en 1965 la Academia de Historia del estado Zulia oficializara esta fecha como la del nacimiento de la ciudad. Su motivación, más que de rigor histórico, fue la de fijar la fecha fundacional más remota posible, dentro del marco de lo históricamente veraz, de modo que la ciudad fuera contada entre las primeras de Venezuela. 

Lo cierto es que Maracaibo rastrea su verdadera continuidad de población hasta la fundación de la Nueva Ciudad Rodrigo de la Provincia de Maracaibo en 1569, de entre cuyos vecinos surgieron los pobladores de la tercera y definitiva población, la Nueva Zamora de la Laguna de Maracaibo, de 1574.

No obstante, no puede negarse la primera fundación, a cargo de Ambrosio Alfinger, y conmemorarla tampoco es incorrecto; pero debe hacerse recordando lo que realmente fue. 

Una base de operaciones

La Maracaibo de Alfínger fue establecida sin propósito de permanencia, como mero campamento militar de paso para las exploraciones que el alemán y sus huestes harían hacia el oeste en busca de oro y de vías de comunicación fluviales entre el Lago de Maracaibo y el Nuevo Reino de Granada.

Era una pequeña ranchería de soldados levantada en una ubicación que le permitía aprovechar el puerto natural de la bahía de Maracaibo; con edificaciones de barro, mangle y enea. Se erigió cerca de un poblado indígena, del cual probablemente haya tomado su nombre, si no lo hizo de un poderoso cacique que habitó en la cercana barra del Lago. En cambio, no hay pruebas que nos comuniquen que este poblado hispano-germánico se llamase Nueva Núremberg, como algunos historiadores, folcloristas y medios de comunicación han dicho sin ningún tipo de fundamento. Alfinger se apropió del prestigio del cacique Maracaibo —si es que existió— o del nombre de la vecina aldea lacustre indígena para bautizar su ranchería europea, lo que demuestra una intención de continuidad con esa población que probablemente tuviera siglos allí.

Maracaibo se instituyó con la mayor de las informalidades, sin carta fundacional ni documentos oficiales de sus autoridades que hayan llegado hasta nuestros días, por lo que de esta Maracaibo solo nos hablan las crónicas de hombres como Castellanos y Oviedo y Baños, que contenían su buena parte de invención y dieron a esa villa un aire legendario. La única fuente primaria que de esta primera Maracaibo ha llegado hasta nuestros días es la relación de la campaña de Alfinger de 1529, hecha por su intérprete de lenguas indígenas Esteban Martín, testigo de la fundación de Maracaibo, quien se dedicó más a las hazañas y muerte del conquistador que a describir la ranchería y su organización.

Una villa venezolana

Esta primera Maracaibo, como la segunda y la tercera, está íntimamente ligada a la noción inicial de Venezuela. No basta con recordar que el propio vocablo Venezuela fue acuñado en el lago de Maracaibo —bien ideado por Amerigo Vespucci o prestado de alguna lengua nativa— y se usó inicialmente para denominar esa región; más importante resulta que los procesos de conquista y fundación de Maracaibo siempre partieron desde territorio venezolano y por orden de los gobernadores de Venezuela. 

Aquella primera fundación fue emprendida desde Coro, entonces capital de la gobernación de Venezuela, y encabezada por el propio gobernador provincial, Alfinger, representante de la familia banquera Welser. La segunda y tercera fundaciones de la ciudad, las que terminaron consolidándola, se organizaron desde Trujillo, población también adscrita a la gobernación de Venezuela, y fueron ordenadas por gobernadores de Venezuela. Esto diferencia fundamentalmente a Maracaibo de otras poblaciones occidentales, como Mérida y San Cristóbal, cuyas empresas fundacionales partieron del oriente neogranadino, particularmente de Pamplona, por lo que hallan su génesis esencialmente ligada a Nueva Granada, en tanto que Maracaibo ve sus albores ligados a Venezuela.

Por cerca de 150 años Maracaibo y su jurisdicción estuvieron adscritas al gobierno de Venezuela, sucesivamente llevado desde Coro, El Tocuyo y Caracas, y la máxima autoridad política y militar de la región era el teniente de gobernador, es decir, un representante del gobernador de Venezuela. 

El vínculo de Maracaibo con Venezuela fue tan fuerte que cuando el rey de España ordenó su segregación del gobierno de Venezuela y de la Real Audiencia de Santo Domingo (cuerpo judicial al que pertenecía aquella provincia), para añadirla a la Real Audiencia de Santa Fe y al gobierno de Mérida —que nació separada de Venezuela y se constituyó en su propia provincia—, el cabildo de Maracaibo resistió lo más que pudo la medida, queriendo mantenerse como parte de Venezuela. Las autoridades maracaiberas llegaron al punto de apoyar un golpe de Estado orquestado por el entonces gobernador de Venezuela Francisco de Alberro, quien mandó a la ciudad a su hijo Cipriano como teniente de gobernador, a pesar de ya haberse ordenado la anexión de Maracaibo al gobierno de Mérida. Finalmente tuvieron que reconocer la autoridad del gobernador de Mérida, Jorge de Madureyra, mejor preparado para defender la ciudad de los inminentes ataques piratas que en más de una ocasión la devastaron. 

Maracaibo estuvo subordinada por un poco más de 100 años a Mérida, para formar la Provincia de Mérida, La Grita y ciudad de Maracaibo. Pero desde el principio los gobernadores y capitanes generales de esta provincia trasladaron su residencia, por razones estratégicas, a la ciudad lacustre, convirtiéndola poco a poco en la capital fáctica de la provincia y en el hegemon político, militar y comercial de la región andina y los llanos occidentales, al punto de que la unidad político-territorial pasó a ser conocida como Provincia de Maracaibo o Provincia de Mérida de Maracaibo.

El origen del regionalismo

El ascenso de Maracaibo le granjeó la antipatía merideña y cimentó una fuerte tradición autonómica en la élite y la población maracaibera, a la que se acostumbraron y que, eventualmente, les fue arrebatada. 

En 1777, las “reformas borbónicas” de Carlos III separaron la provincia de Maracaibo (junto con Guayana, Cumaná e islas de Margarita y Trinidad), del Virreinato de Nueva Granada y Real Audiencia de Santa Fe para agregarla a la Real Audiencia de Santo Domingo en materia judicial, y a la Capitanía General de Caracas o Venezuela (que se usaban indistintamente), en materia militar y, en cierta medida, política y aduanera.

Esta medida sentó las bases del perfil territorial de la Venezuela moderna, pero nunca fue asumida con total satisfacción por Maracaibo, que vio perder muchas prerrogativas. Por eso José Domingo Rus, diputado de Maracaibo a las Cortes Constituyentes de Cádiz de 1812, pidió disgregar Maracaibo de la entonces rebelde Caracas y constituirla en capitanía general independiente, y por eso el cabildo y el gobernador de Maracaibo se negaron a plegarse al movimiento independentista hasta las postrimerías de la guerra de independencia, en 1821, cuando Maracaibo decidió incorporarse a la República de Colombia en condición de igualdad con los demás pueblos que la constituían, incluido el venezolano.

Así Maracaibo se hizo departamento de la naciente y desafortunada república, y jugó un papel breve pero estratégico en las últimas fases del conflicto. Tras su efímera vida como parte integrante de Colombia, la municipalidad de Maracaibo decidió que el destino de la ciudad se ligara al de Venezuela, y así ha sido desde hace 191 años.

El sueño incumplido

Durante los últimos dos tercios del siglo XIX, Maracaibo no vio gran desarrollo como ciudad. Encabezaba un circuito comercial que exportaba desde su puerto los productos agrícolas de los Andes venezolanos, sobre todo café, lo que le permitió consolidar una próspera élite local y entablar lazos mercantiles con muchas naciones, lo que trajo ventajas que de otro modo no hubiese tenido: la fundación de una universidad; el cultivo de la poesía, la fotografía, el periodismo y la medicina; la llegada de la energía eléctrica y el cine antes que a cualquier otra población de Venezuela.

Estas fuerzas de desarrollo, sin embargo, no impulsaron un crecimiento demográfico significativo.

Maracaibo creció poco y desordenadamente, sin infraestructura de magnitud, con condiciones sanitarias precarias en un clima insalubre, calles sin pavimentar, insuficiencia de agua potable y frecuentes epidemias. 

Recién entrado el siglo XX, el descubrimiento de grandes yacimientos de petróleo en su hinterland cambiara todo. El oro negro trajo un crecimiento exponencial en términos urbanos y demográficos. La ciudad fue expandiendo sus límites y absorbiendo caseríos, hatos y colonias petroleras de sus alrededores. Cientos de miles de inmigrantes extranjeros y nacionales llegaron atraídos por la promesa de la prosperidad, constituyendo la columna vertebral de su clase media. La llegada en masa de los wayuu de la Guajira y de los refugiados del conflicto interno de Colombia, todos en precarísimas condiciones, creó los barrios periféricos donde el grueso de la población de Maracaibo todavía se concentra, y moldeó la identidad local. Muchos maracaiberos de hoy pueden contar entre sus antepasados recientes a personas de nacionalidad colombiana o de la etnia wayuu, o ambas.

El petróleo trajo prosperidad y estabilidad a buena parte de la población, pero en esta urbe naciente y con estructuras institucionales y sociales frágiles, el desorden urbano fue deteriorándose con las crisis económicas que Venezuela comenzó a sufrir cada vez con mayor intensidad. El colapso chavista terminó por llevar la ciudad a la deriva. 

Por poco menos de una década muchas personas y medios propagaron el supuesto ambiente de progreso y orden que Maracaibo experimentaba, consecuencia de la competencia entre el gobernador opositor y el alcalde oficialista. Lo cierto es que estas supuestas mejoras fueron mera cosmética y populismo. No hubo un proyecto meditado para traer cambios estructurales a Maracaibo.

Cuando esos gobiernos pasaron y el país colapsó, Maracaibo fue básicamente abandonada a su suerte por el sector público. El capital privado, por su parte, es el único que siempre ha tratado de mantener iniciativas de mejoramiento y dinamización de la ciudad, pero, además de carecer de un sentido de planificación, la misma crisis ha hecho menguar sus capacidades.

La esperanza

Hoy Maracaibo ha perdido un porcentaje importante de su población, sus servicios públicos están al borde de la desaparición y la mayoría vive en la más abyecta pobreza. Irónicamente, son los negocios de una nueva élite que se nutre de tratos corruptos con el gobierno los que en buena parte mantienen viva pero moribunda a la ciudad, sometida a sus intereses. Las organizaciones criminales han permeado profundamente las estructuras de poder y controlan el territorio mediante extorsiones. Maracaibo es hoy tierra de inmorales, de resignados y de desesperanzados.

Fue cabecera de una región inmensamente rica. Tuvo una privilegiada posición para las comunicaciones marítimas con el Caribe y una pujante sociedad. Pudo ser un referente latinoamericano, un portento. Pero Maracaibo gradualmente regresa a aquel estatus inicial y efímero de la ranchería de Alfinger, en la que sobrevivir era lo único importante, que estaba gobernada por personajes crueles, y cuya función era la de ser una base para continuar hacia otros lares, no más que un punto en el camino.

¿Es ese el destino de Maracaibo? 

Yo prefiero mantener una pequeña gota de esperanza. Algún día Maracaibo estará donde siempre ha merecido estar: un lugar de grandeza como ciudad, de dignidad para su gente, de recuperación de su alegría, de regreso de quienes la extrañamos.

Parafraseando a los siempre recordados Udón Pérez y Rafael María Baralt, feliz cumpleaños Maracaibo mía, cuna de mis padres y mis abuelos, bajo cuyos cipreses duermen en calma mis muertos queridos, y a la que si un día me vuelve compasivo el cielo, me dé, digno sepulcro en su sagrado suelo.