El jefe se molestó durante la reunión de la mañana. Al final, exigió a todo el personal del laboratorio del hospital, tanto bioanalistas como auxiliares, que debían ir a las salas donde están los pacientes con covid-19 y tomarles las muestras para exámenes médicos. Pero no les garantizó equipos de bioseguridad para protegerlos de un contagio.
Carolina venía de terminar una guardia nocturna. No había podido bañarse ni cambiar su uniforme. No había más agua que la que se acumulaba en unos tambores, para bajar las pocetas. Tampoco había podido tomar sus horas de descanso porque las colchonetas del cuarto destinado para que el personal pudiera dormir estaban en mal estado.
Además tenía que irse a su casa caminando: no había suficiente transporte como para irse en bus. Con el calor de Cumaná.
Medio sueldo en tapabocas artesanales
Carolina es bioanalista y trabaja desde hace nueve años en el Hospital Universitario Antonio Patricio de Alcalá, el principal centro sanitario del estado Sucre. Desde hace unos tres meses este es también el centro centinela principal de Cumaná, uno de los 18 en la entidad donde albergan a los pacientes contagiados de coronavirus.
Ella pidió que la identificaran como Carolina para protegerse de represalias por parte de la directiva del hospital, un lugar en el que desde algunos años la militancia política a favor de la administración oficialista puede determinar tanto el ingreso como la permanencia laboral.
Ella sigue en ese hospital por vocación. Solo por eso puede hacer guardias de hasta diez horas en condiciones hostiles.
La falta de un equipo de bioseguridad que resguarde al personal sanitario es grave, pero no es el único ni el mayor de los problemas que enfrentan día a día Carolina y todos los que laboran en el hospital de Cumaná. No solo no hay agua potable, tampoco tienen suministros constantes para desinfección. Ni hablar de alimentos o baños en buen estado.
A mediados de marzo, cuando empezó la cuarentena social obligatoria impuesta por la administración de Nicolás Maduro, el Director Único de Salud de la Gobernación, Pablo Terán, afirmó que no faltarían suministros para proteger al personal sanitario, que llegarían cantidades indeterminadas de guantes, mascarillas y batas. También recibirían trajes de bioseguridad «para el personal más expuesto», aseguró Terán en esa ocasión.
—La única vez que hubo batas clínicas —dice Carolina— no fueron muchas y se las dieron a los auxiliares de laboratorio, porque ellos estaban en contacto con los pacientes. Pero ellos son los que nos entregan las muestras para que las procesemos, entonces nos pueden contagiar. Eso es igual a no hacer nada para protegernos.
Carolina usó los 700.000 bolívares de su quincena para comprar retazos de tela y mandar a hacer tapabocas y gorros. También adquirió gel antibacterial y jabón. Fue su medida para seguir trabajando y tratar de proteger a quienes viven con ella: su hija, su madre y su hermano.
Cada vez que debe cumplir una guardia, ella siente que va a una guerra: en su morral lleva termos con agua filtrada para poder hidratarse y cepillarse, sus implementos de aseo y algo de comida:
—Siempre llevo una arepa o un pan relleno con algo, una fruta o algún almuerzo que prepare mi mamá. Todo lo que llevo, poco o mucho, lo compartimos entre los compañeros de guardia porque hay colegas que no tienen dinero para comprar comida y no podemos dejar que nadie se quede sin comer algo.
Pero comida e implementos de higiene no es lo único que lleva Carolina al hospital. Antes de cada guardia se encarga de buscar hojas de papel que se pueda reutilizar para poder anotar los resultados de los exámenes clínicos de los pacientes. Lo hace porque no hay papel para imprimir. Los resultados son entregados en una hoja en la que estampan sellos húmedos para que sean válidos.
Cómo hacer para ayudar
Al inicio de la cuarentena, el gobernador Edwin Rojas destinó algunas unidades de TranSucre, la línea de buses de la administración chavista, para trasladar al personal del hospital a cumplir sus horarios de trabajo. Eso fue un alivio para Carolina, por un tiempo no tuvo que sufrir para subirse en un autobús en ninguna parada, ni ir aglomerada con otros pasajeros.
Pero, cuando llegó al país la gasolina de Irán, desde el poder decidieron flexibilizar la cuarentena y el gobernador Rojas eliminó las rutas especiales de transporte del personal sanitario que no tenía vehículo propio, y volvió el martirio para Carolina. Ahora debe lidiar con la escasez de gasolina y competir con otros usuarios por espacio en el transporte público. Esto es estar expuesta a contagiarse de covid-19, por la cantidad de personas que se aglomeran en un bus y que hasta van guindados de las puertas. Todo para ir a trabajar al piso 8 del hospital, la sala destinada para los pacientes de coronavirus.
—Nosotros debemos trabajar para garantizar la salud —dice convencida— pero ¿quién nos cuida a nosotros?
En la primera semana de julio, la Gobernación registraba unos 116 casos de covid-19 en Sucre, 81 de ellos en Cumaná. En el hospital atienden a 17, entre el piso 8 y la sala de emergencias. Edwin Rojas anunció que hay un brote de contagios en el Mercado Municipal de la ciudad, como en Maracaibo; extremó las medidas de confinamiento y suprimió toda posibilidad de que propietarios de vehículos y transportistas pudieran surtirse de combustible.
—Si no tengo transporte ¿cómo hago para cumplir con mi trabajo y mi responsabilidad? —dice la bioanalista—. Yo me pregunto siempre, pero siempre, ¿por qué sigo acá? Quisiera irme, descansar del maltrato, pero pienso en los pacientes y su desespero, también creo que quien estudia carreras para ejercer en salud pública debe tener ética y vocación de servir. Y yo me formé para ayudar.