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Hay pocas relaciones tan masoquistas como la del aficionado venezolano con la selección. A la Vinotinto la apoyan millones de personas. ¿Esos millones hinchan fin de semana tras fin de semana a equipos locales? La mayoría ve las principales ligas europeas. Y a partir de allí, construye sus expectativas.
Para colmo, el país es en sí mismo una olla de presión hirviendo. Los venezolanos buscan en el fútbol las satisfacciones que no consiguen en otros espacios. Son como un padre o madre harto de su vida –trabajo que odia, sueldo mediocre, pareja infiel, familia decepcionada, amigos traicioneros, cuentas por pagar– que condiciona sus posibilidades de alegría en que su hijo en silla de ruedas gane oro olímpico de atletismo. No en que sea exitoso, pleno, feliz, crezca, se desarrolle o se supere: sino en que sea el mejor corredor.
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La Vinotinto logró competir contra Paraguay. El partido fue aburrido, soso, pero a los futbolistas no les pagan por entretener (de esos se encargan los medios), les pagan por jugar. Esta vez le crearon pocas ocasiones de gol a Venezuela y, eventualmente, se logró llegar al arco rival. El plan de juego se cumplió: defenderse en campo propio y gestionar el marcador. Luego el resultado final a veces depende de situaciones fortuitas. El fútbol, como la vida, es un juego de probabilidades, no de certezas.
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En el análisis anterior comenté que para que centrales con las limitaciones de Wilker Ángel y de John Chancellor lograran competir en Eliminatoria, el equipo debía jugar para ellos. Eso ocurrió frente a Paraguay. La selección recordó ciertos momentos de la era de César Farías y de Rafael Dudamel. Bloque corto bajo; o sea, líneas muy juntas, el equipo separado por pocos metros y muy cerca de su arco. Un planteamiento defensivo, en el que disminuían las probabilidades de atacar. Un planteamiento acorde a las posibilidades reales de competir a cortísimo plazo, teniendo en cuenta la plantilla, las deficiencias estructurales y el contexto.
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Fue un acierto colocar tres volantes centrales. Tomás Rincón jugó más retrasado; a su izquierda estuvo Cristian Cásseres Jr; a su derecha, Yangel Herrera. Esto permitió una mejor cobertura de espacios en defensa. Los centrales estuvieron (casi) siempre bien acompañados, al igual que los laterales. Se mejoraron las deficiencias mostradas frente a Colombia.
Un poco más arriba jugaron Rómulo Otero y Darwin Machís, quienes realizaban constantes apoyos defensivos. Así, la Vinotinto se armó en un 4-5-1 para defender, en el que Cásseres, Yangel y Tomás eran el sostén de todo(s). En la medida en que el equipo se asentó y comenzó a ver caminos hacia el gol, Yangel –sobre todo durante el segundo tiempo– se animó a romper su línea hacia adelante para generar un 4-2-2 en defensa, con él y Córdova tapando las primeras líneas de pase del rival.
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Durante el primer tiempo, solo Otero generó algún peligro, debido a su instinto. Es uno de los pocos futbolistas nacidos en Venezuela, a lo largo de la historia, capaz por sí solo de complicarle el juego a cualquier rival de la Eliminatoria. Con cada gesto suyo, surge la pregunta: ¿cómo es que no ha disputado más minutos?
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Tanto Paraguay como Colombia hicieron el mismo diagnóstico: Venezuela no sabe salir jugando y es incapaz de tener posesiones de alto nivel. Colombia esperó, cedió unos metros y solo presionó a Yangel, sabían que más temprano que tarde iban a recuperar la pelota, podrían proponer duelos individuales y que ahí tenían más chances de imponerse. Su plantilla era muy superior. Paraguay decidió presionar todas las salidas, siendo conscientes de sus propias limitaciones en ataque: consideraron que tenían más oportunidades de anotar si producían el error en vez de esperarlo. Tanto Colombia como Paraguay diagnosticaron bien. Cada rival de Conmebol hará lo mismo. Venezuela al día de hoy es incapaz de solucionar sus limitaciones con balón, lo trataron de hacer en mayor o menor medida Farías, Chita, Dudamel y tratará de hacerlo Peseiro. Pero para eso hace falta una restructuración del fútbol venezolano, y un proyecto de selección absoluta a ocho años.
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Cuando Venezuela recuperaba la pelota, el arco rival le quedaba muy lejos. Las posibilidades de asociación eran pocas, casi todos estaban más pendientes de cuidar su arco. Otero, de vez en cuando, hizo movimientos hacia el medio, buscando desequilibrar. Cuando esto sucedía, Cásseres lo cubría, garantizando que el equipo se mantuviese organizado en caso de pérdida. Los jugadores recobraron la consciencia competitiva: orden, disciplina, concentración e intensidad. Peseiro acertó.
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Venezuela fue reconocida alguna vez por sus virtudes en la pelota parada, desde ahí era capaz de desafiar cualquier pronóstico. Eso se ha ido perdiendo, por el retiro de figuras como José Manuel Rey, Juan Arango, Oswaldo Vizcarrondo, Grenddy Perozo, Fernando Amorebieta, entre otros. En el minuto 57, Otero hizo una de las jugadas que se inventa solo y logró un córner a favor. El cobro del mismo acabó en las manos del portero paraguayo. No obstante, pronto llegarían vestigios de lo que puede (volver a) ser Venezuela en esa faceta. El propio Rómulo estrelló el balón contra el travesaño en un tiro libre, Yangel anotó de cabeza el gol que sería anulado, y sobre el final Córdova casi empata luego de que Soteldo y Machís se asociaran al cobrar un córner. En el fútbol contemporáneo, las acciones a balón parado son decisivas. Para los equipos chicos más. Es un rubro en el que conviene (volver a) fortalecerse.
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Tomás tuvo un bajo nivel entre ambos partidos. Todo lo contrario ocurrió con Yangel, uno de los más destacados. Llama la atención el respeto que infunde: Colombia lo atosigó, sabiendo que era peligroso darle espacio; Paraguay basó su ataque por la banda contraria a la que estaba él y evitó pasarle por al lado con balón controlado. A sus 22 años ya tiene el porte de los jugadores importantes. Fue el encargado de cobrar el penalti en el momento decisivo. Lo falló, es verdad, pero asumió la responsabilidad. Hoy día hasta podría parecer más indispensable que Tomás. Bravo por él, pero eso también dice mucho de la selección. Soteldo es el jugador más desequilibrante junto a Otero, Yangel ejerce un liderazgo significativo, Faríñez es dueño de la portería. Los tres tienen 22 años, aún están en etapa formativa. Como ha sido una costumbre histórica, Venezuela le da muy pronto muchas responsabilidades a jóvenes a falta de talento maduro acorde a las exigencias.
La suplencia de Soteldo, me parece, responde a un dilema que existe desde la última etapa de Páez hasta el presente: si me arropo los pies, me descubro la cabeza. Y viceversa. Puedo comprender que el seleccionador juzgara riesgoso alinear a Otero y Soteldo en este planteamiento, luego de haber perdido 3-0 con Colombia y cuando la única prioridad era cuidar el arco propio. Otero, al principio de su carrera, era muy desorganizado: tenía problemas en facetas defensivas. Esas cosas fueron superadas. Soteldo sí tiene detalles que mejorar en ese rubro. ¿Que si yo quisiera verlos a ambos de titulares? Lo que yo quiera es irrelevante, lo importante es si el seleccionador acertó en su decisión. Y me parece que sí.
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Los cambios ofensivos llegaron en los últimos 15 minutos. ¿Acaso el técnico no quiere ganar?, se preguntará algún aficionado. Revisemos el gol de Paraguay. Cambio de frente hacia la banda izquierda de Venezuela, le ganan las espaldas al lateral, hacen el pase rastrero hacia el punto de penalti, donde otro paraguayo define con comodidad, a las espaldas de los volantes de primera línea. ¿Resulta doloroso por la hora, el momento, el contexto? No: resulta doloroso porque esa jugada la han ensayado todos los equipos de Conmebol frente a Venezuela en los últimos cincos años, así le han creado la mayoría de las ocasiones de peligro. En este partido, ese fue el único descuido que hubo por el estilo (por ejemplo, aunque Soteldo llegó a la cobertura, falló en la intercepción del pase que devino gol). Peseiro en una semana y tras una derrota bochornosa, corrigió un mal arraigado. Tampoco es para tirar cohetes, le pagan por eso. El punto es que la Vinotinto tiene debilidades que ni Pep Guardiola ni Jurgen Klopp van a solucionar en cuatro entrenamientos o alineando a uno u otro jugador.
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En los días previos al partido, se habló más de la falta de energía eléctrica en Mérida que de la posible formación. El contexto es desafiante. A las carencias estructurales, a los conceptos que históricamente la selección no logra asir, hay que sumar la crisis del país. Y una presión desmedida hacia unos futbolistas que son solo eso: futbolistas. La población transfiere a ellos sus malestares. Y eso, aunado a hoteles en los que falla el aire acondicionado, será cada vez más difícil de llevar.
En cualquier conversación de esquina se escucha a venezolanos hacer comentarios como que Gerard Piqué es un jugador cualquiera, que Gareth Bale está sobrevalorado. Cristiano solo marca goles de penal y Messi, bueno, ese ni siquiera gana una Copa del Mundo. No son conscientes de que día a día son testigos de un concierto de Mozart, Beethoven y Vivaldi, mientras Picasso y Dalí pintan el estadio, a la vez que Shakespeare narra las acciones. Han normalizado la genialidad, lo top, al humano rompiendo sus barreras. Esas exigencias las trasladan a la Vinotinto, en la que hay jugadores de mucho nivel pero que están lejos de los genios que hacen delirar al mundo. No está de más repetirlo: Venezuela nunca ha tenido la estructura para ir a un Mundial. Necesita reorganizar su fútbol y eso no depende de un entrenador. Al mismo tiempo, la selección tiene deficiencias que no logra corregir y sin las cuales le es difícil competir. Da la sensación de que vive en una dicotomía, el proceso de aprendizaje necesario implicaría quizá perder muchos partidos, olvidarse frontalmente, e incluso desde el discurso, de pelear un cupo al Mundial y hacer una planificación de al menos ocho años. Pero en el cortoplacismo que reina en el país, cualquier DT que pierda demasiado será despedido, por lo que –como hicieron Farías y Dudamel– deben aferrarse a planteamientos defensivos para arañar puntos y apelar al milagro. Que en el fútbol existen, pero son escasos y garantizan pan para hoy y hambre para mañana. Los jugadores harán todo para lograr lo que es casi imposible, como lo han hecho en los últimos 20 años. El aficionado juzgará si el esfuerzo y los progresos que se evidencien son suficientes, o si sigue castigando al niño en silla de ruedas porque no se parece a Aquileo.