Agua de Madrid para una cerveza artesana criolla

Dos venezolanos crearon en la capital española una micro brewery que ya empezó a ganar premios y exportar desde España. Esta es la historia de Cervecera Península

Venezolanos y españoles trabajan juntos en esta aventura de conocimiento, emprendimiento y experimentación

Foto: Cervecera Península

Este sábado 23 de octubre cumple cuatro años en España una pequeña empresa cuyo creador es venezolano y que centra varias actividades gastronómicas (y culturales, por tanto) en el municipio de Alcobendas, al norte de la comunidad de Madrid. Su nombre es  Cervecera Península, y su ramo es la cerveza artesanal.

El éxito de Península puede que se relacione con el crecimiento de lo que podríamos llamar la cultura hípster en la capital. Ese término, en resumen, describe una subcultura de jóvenes que se establecen en comunidades que viven procesos de crecimiento inteligente y gentrificación, que explora estilos de vida alternativos.

La vieja práctica de fabricar cerveza artesanal no puede reducirse a esto, sin duda, pero su preferencia entre los consumidores responde a la búsqueda de productos alejados de lo masificado y estándar que se rebela contra un mundo cada vez más Made in China. Una cerveza artesanal no tiene aditivos ni conservantes y no está pasteurizada. Se hace mediante procesos naturales y se dice que está “viva”, porque es un producto que cambia cada día ya que contiene levadura viva. Además, el resultado de cada receta, y las recetas mismas, por así decir, pueden variar tanto como en el caso de los vinos o las hallacas.

Ya en Caracas yo había probado algunas de estas bebidas. Su calidad era muy irregular y yo no les tenía paciencia, así que no les encontré mucha gracia frente al vino o a las confiables y económicas cervezas estándar de toda la vida. Pero durante la pandemia en Madrid, el amigo que me habló de Cervecera Península como un emprendimiento que valía la pena dar a conocer, se obsesionó con fabricar el preciado líquido en su cocina, así que por varios meses perdió su tiempo explicándome qué es un brew house, un calado, un priming, un olor clorofenólico y un montón de cosas que yo comprendía aún menos que los conflictos de Star Wars.

Callaba yo paciente ante sus entusiasmos craft, hasta que con la nueva normalidad me hizo probar una  Hazy Vibes: Citra & Mosaic de Península. Entonces me percaté de que mi ofuscación se debía a que explicarle a alguien cómo sabe algo que no ha probado es tan inútil como explicarle un color a un ciego.

La cara que puse después del primer trago de mi Hazy Vibes (que significa algo así como “vibras de bruma”, mientras que citra y mosaic son dos tipos de lúpulo) hizo que mi amigo me viera alzando las cejas, con un gesto que descifré como entre “te lo dije” y “bienvenida a mi mundo”.

Cuando terminé de tomarla pensé que la diferencia entre una cerveza artesanal exquisita —como estas que se producen en la fábrica de Península en Alcobendas, Madrid— y una estándar, puede que sea tan profunda como la que hay entre el vino de tetrabrik del supermercado y las botellas que descorchan en  Entre copas, la película de 2004 que protagonizan Paul Giamatti y Sandra Oh jovencísimos (y que fue, por cierto, una manifestación de cine independiente contra la estandarización de la industria).

Hazy Vibes: DDH IPA al 6% con dos lúpulos neozelandeses

Foto: Cervecera Península

Experimentada esta revelación, visité la fábrica de la Cervecera Península el mes pasado (con el amigo de marras) para escribir esta nota. Tras como cuarenta minutos en la línea 10 del metro, porque vivo en el borde sur de Madrid, —oyendo yo más sobre lúpulos, maltas, diaceteres y acetaldehídos— nos bajamos en la estación de La Granja. Caminamos como nos indicaba Google Maps una media cuadra y al otro lado de la calle vimos la fábrica de Península.

Apenas entramos, descubrimos que la antecede un taproom que abre de miércoles a domingo, para degustar las cervezas y ver la fábrica desde cerca por un gran ventanal. Muy conveniente la ubicación, casi que frente al metro —comentamos—, porque uno puede llegar en transporte público y dedicarse a probar sin las angustias de toparse con un agente de tránsito provisto de alcoholímetro al conducir de regreso a casa.

En Cervecera Península nos atendió Adrián Márquez, el maestro cervecero (head brewer) a cargo de la producción, quien nos hizo una visita guiada por la fábrica y nos explicó todo el proceso de hacer cerveza artesanal, embotellarla o meterla en latas y, en algunos casos, almacenarla en barricas de viejos licores españoles para dotarla de sus aromas a medida que envejecen.

Fue Márquez quien nos atendió porque Román Jove, el venezolano creador de Península, estaba en Bélgica, donde hay comercios interesados en adquirir parte de su producción. Sé que algunos creerán que llevar cerveza a Bélgica es como llevar chivo a Coro, pero estimen la calidad del chivo que habría que llevar a la capital de Falcón para que se destaque.

Lo primero que me gustó, una vez que entré a la propia fábrica, fue su aspecto. A medias me pareció un quirófano acabado de esterilizar y a medias una manifestación de arquitectura high-tech por sus estructuras vistas, los pisos de cemento pulido, los tanques de acero inoxidable de diferentes tamaños con pantallas electrónicas, las escaleras minimalistas para subirse a las bóvedas de acero de los tanques más altos y las bolsas de cereales o las barricas de madera cuidadosamente almacenados.

El maestro cervecero nos explicó que eso se debe a que buena parte del tiempo en una fábrica de cerveza se va en el orden y en la limpieza, pues contaminar un caldo es fácil y la gran torta. Pero para mí que también es porque tienen buen gusto, porque la estética del lugar es similar a los empaques de sus productos, que son parte de su atractivo. Igual desde que Adrián dijo “contaminar”, nos cuidamos mucho de movernos sin apoyar las manos en ninguna parte y evitando que nuestros cuerpos tocarán nada, en particular las barricas de madera donde se envejecen algunas cervezas especiales, que son muy sensibles, según nos explicó, porque son de material orgánico.

Lo segundo que aprecié fue la buena onda en el trabajo. En Península trabajan diez personas y es evidente el conocimiento de cada una sobre los procesos de producción y el cuidado con que se abocan al producto que fabrican, del que se muestran orgullosos.

Península usa barriles retornables de acero inoxidable, que como todo en la fábrica se someten a una escrupulosa limpieza

Foto: Cervecera Península

Más tarde, ya en el taproom, Adrián nos contó que llegó a trabajar a la Cervecera Península porque nació y vive en Alcobendas, se formó como head brewer y se volvió aficionado a ir a probar las cervezas del lugar. Allí conoció a Román Jove, motor de este emprendimiento, y cuando supo que buscaban un capitán para la fábrica se postuló y lo contrataron. Junto a Márquez nos atendió Armando Sotillo, coordinador de operaciones de la cervecería, un venezolano formado en la Universidad Católica Andrés Bello que parece un pez en el agua en este ambiente multicultural que se respira en la Cervecera. Sotillo nos explicó las virtudes y las diferencias de los productos de Península frente a una gran nevera de puertas de vidrio que parece para exposición de museo. Nos habló de las ediciones de cerveza que han hecho, de sus diferencias (esto con un vocabulario tan críptico como el de los catadores de vino) y de sus favoritas. Luego nos seleccionó seis latas distintas para que nos lleváramos (que yo me despaché en seis días, sin compartirlas con nadie, una cada noche). 

Venezuela, EEUU, Reino Unido… España

¿Cómo llega esta cervecera a Madrid? La historia supone un lazo hidrográfico con la ciudad. Román Jove se aficionó a la fabricación de cerveza en California, con su padre: “Mi padre comienza a hacer cerveza en Colorado en el año 1994, con un grupo de vecinos que lo invitan”. Tanto le gustó el asunto que, tras estudiar Ingeniería Industrial y una maestría en Finanzas, obtuvo el título de Brewer en la universidad de California en Davis y obtuvo allí una certificación en Ciencia y Tecnología de Fabricación de Cerveza del Institute of Brewing & Distilling de Reino Unido. Ya de regreso a Venezuela, Román monta una nanofábrica con su padre en el garaje de su casa, pero cuando quiso dedicarse a su oficio de un modo más profesional, ya el país no era una opción para abrir una empresa. Entonces, como a muchos de nosotros, la nacionalidad de sus abuelos lo hizo moverse a España, pero lo que lo lleva a decantarse por la capital es un don que celebran muchos sus habitantes: “Madrid nos dio la oportunidad de desarrollar nuestra actividad, nos recibió con los brazos abiertos ¡y con un agua increíble para elaborar cerveza!”.

En los procesos artesanales, son básicos estos azares que le dan su nota distintiva a un producto. Es sabido, por ejemplo, que en los whiskies escoceses de malta los arroyos medio salados de la región son la causa de sus distintos aromas de fondo, que a mí me recuerdan al Povidine (y me fascinan). 

Pues a estos vínculos con la ciudad se ha sumado, en la primavera pasada, el de la solidaridad. Por iniciativa de Román, el 8 de abril se reunieron en su fábrica 27 cerveceras artesanas madrileñas para, aunando fuerzas y conocimiento, elaborar 7 Estrellas, una Indian Pale Ale (IPA) muy particular (la IPA es el estilo más popular de las crafts y su origen se remonta al siglo XVIII). El objetivo fue elaborar cinco mil litros de cerveza que donaron a diferentes establecimientos hosteleros de la región que han apoyado a los cerveceros artesanos durante estos meses de la pandemia. Una forma entonces de colaborar y retribuir.

En solo cuatro años, dice un reportaje de la revista Fuera de Serie, Jove ha convertido a la Cervecera Península en “una de las fábricas artesanas de más proyección”. La puso en el mapa de los “amantes del amargor” el dúo de la serie Galactic, las dos primeras cervezas que envasaron en lata. En 2016 enviaron Zorro Viejo, una cerveza envejecida en barricas de brandy y un homenaje a su padre, al Barcelona Beer Challenge, uno de los certámenes cerveceros más prestigiosos de Europa, y esta resultó premiada con una medalla de oro. Tres años después, en 2019, en ese mismo evento Península fue reconocida como  Mejor Cervecera Novel.

“Creo que comenzar cualquier negocio en cualquier lugar del mundo es difícil —me dice Román—, sin embargo si haces lo que te apasiona buscas esa energía interior que te permite sacar las cosas hacia adelante”. Y en su fábrica este entusiasmo es evidente.

Todo ello ha hecho crecer este pequeño negocio, lo cual se evidencia en el tamaño de los tanques de la fábrica, como nos explicó Adrián Márquez con satisfacción: a los más pequeños que todavía conservan, se han agregado otros mucho más grandes para cubrir la demanda. De ellos han salido ya más de cien cervezas distintas que se han distribuido en España y también se exportan al norte de Europa y a Australia. Hoy Península produce 350.000 litros al año.

El complemento son sus empaques, diseñados por Sergio Caballero, aficionado también a las craft y a Península, y un gran creador de imagen de este tipo de productos que —descubrí mientras escribía esto—, es toda una categoría en el diseño gráfico que se llama  hopwear (diseño de derivados de lúpulo). Caballero ha logrado una unidad de marca distintiva y audaz para las cervezas de Península, que cuadra perfectamente con ellas. “Las etiquetas de Península son parte del camino —me explica Román—. Representan momentos, situaciones, ciudades que nos inspiran a hacer algunas de las cervezas que elaboramos. Son aventuras y recuerdos”. 

Zorro Viejo: una premiada Old Ale envejecida por 18 meses

El próximo sábado, Cervecera Península celebra su cuarto aniversario con un evento en su taproom en el que lanzarán un nuevo producto, la Super Hop On: una versión “súper”, —dice la publicidad— de una de sus pale ale más apreciadas. Los que estén en Madrid, y se hayan aficionado a esta nueva forma de disfrute y consumo, a lo mejor quieren acercarse a acompañarlos en Alcobendas.