Crecí junto al gabinete lleno de discos compactos de mis padres. Recuerdo vívidamente cómo me paraba frente a él para revisar sus títulos y escoger un álbum para escuchar gaitas zulianas, Franco de Vita, Beethoven o Simón Díaz. De hecho, una de las cosas más duras de irse de Venezuela para mí fue tener que dejar atrás esa colección. Esos discos eran artefactos culturales que me conectaban con un país del que solo había escuchado hablar como un relato de otros tiempos.
Lo mismo les pasa a muchos venezolanos que viven afuera, que también tuvieron que separarse de sus colecciones de discos. Todos sabemos que es poco lo que cabe en las maletas de la emigración. Pero con la aparición de los servicios de streaming como Spotify y Apple Music, se hizo más fácil escuchar esas viejas canciones y reavivar los recuerdos que asociamos a ellas.
Esto parecía ser desde el principio la gran solución para los consumidores. El problema es que trajo un costo inesperado para los artistas.
La enorme piratería que es consustancial al mundo digital hizo que muchos artistas venezolanos muy queridos se vieran despojados del control de sus canciones por quienes las subían ilegalmente a la Red.
Eso pasó cuando se desplomó la industria discográfica nacional, que había organizado la producción y propiedad intelectual de esa música. Y era muy poco, o nada, lo que los músicos podían hacer para impedir que los derechos sobre su obra quedaran en un limbo.
Pero ahora se ha hecho un esfuerzo para arreglar las cosas, para hacer un poco de justicia. Hace poco más de un año, José Luis “Cheo” Pardo, el guitarrista, cantante y productor que ganó un Grammy y es conocido tanto por sus años en Los Amigos Invisibles como por su carrera solista, emprendió la misión de regrabar la música de algunos artistas esenciales, de manera que ellos recuperasen la propiedad de esas canciones y volvieran a ganar regalías por ellas.
Para Cheo, es mucho más que restaurar un buen sonido: “Conozco a muchos de esos artistas y es muy frustrante —cuenta a Cinco8— que no obtengan reconocimiento por su trabajo y que haya una brecha generacional que divide a los artistas, según la cual lo viejo carece de valor y lo nuevo es lo único que cuenta. Creo que este es un esfuerzo importante para traer de regreso a estos artistas que han hecho tantas cosas, y que no solo tienen un conocimiento enorme sino que son parte esencial de la historia olvidada de nuestro país”.
El proceso de Cheo comienza con convocar a cantantes e instrumentistas para traer a los artistas de vuelta al estudio y grabar cada canción de nuevo, desde cero. Con el más reciente lanzamiento de la serie, “Apóyate en mí”, Frank Quintero se une a una lista que ya tiene a Mirla Castellanos, Guillermo Carrasco, Daiquirí, Mirtha Pérez, Pedro Castillo, Eddy y Delia, Aguilar, Kiara, María Teresa Chacín, Delia como solista, Pablo Dagnino sin Sentimiento Muerto, y Colina.
Algunos de estos temas regrabados se pueden escuchar en Spotify (aquí tienes una playlist) y en otras plataformas.
Cheo considera esto parte de su responsabilidad como artista: “Los agentes culturales, que asumimos la tarea de crear cultura para nuestro país, tenemos el trabajo de asegurar que esa cultura no se pierda. En el caso de Venezuela, es común que quien descubre la cultura que se hizo allá en los sesenta y los setenta, la que precedió a mi generación, se dé cuenta de lo sofisticada que era”.
Pero esa industria no podía estar a salvo de los sacudones que vivió el país en la segunda mitad del siglo XX, y ese negocio tan sofisticado que produjo a artistas como Alfredo Sadel o Mirtha Pérez terminó en una situación en la que algunas de sus figuras más renombradas ni siquiera poseían sus propias canciones. ¿Cómo pudo pasar esto?
Auge y caída del negocio musical de Venezuela
Según un artículo de Adriana Alfonzo Luis, durante las décadas de los sesenta y los setenta la industria discográfica en Venezuela estaba dividida en varios sellos de pequeña escala, como Velvet de Venezuela, Palacio de la Música o Discoteca. Entre ellos y algunos sellos internacionales con presencia en el país se repartían el mercado y conformaban un ecosistema que fue estable hasta los ochenta, cuando el negocio explotó. Una combinación de factores, que iba desde el decreto presidencial 598 de 1974 —con el que Carlos Andres Pérez ordenó que el cincuenta por ciento de la programación de las emisoras de radio debían ser de música hecha en Venezuela—, hasta la devaluación a partir de 1983, limitó la capacidad del país para pagar a los artistas extranjeros y favoreció la actividad de los locales, y por tanto la inversión en ellos. “Así surgió la escena en la que prosperaron superestrellas como Yordano, Franco de Vita y Ricardo Montaner. Todos ellos aparecen en esta era”, explica Cheo.
Esta fue también la era de los dos conglomerados mediáticos en Venezuela: la Organización Diego Cisneros (ODC), que tenía Venevisión, el circuito radial FM Center y el sello SonoRodVen, y Empresas 1BC, dueño de RCTV, Radio Caracas Radio y el sello Sonográfica. “Todo el motor de distribución estaba controlado por estas dos compañías —dice Cheo—, y los otros sellos no podían entrar fácilmente a las radios y las televisoras, con lo que empezaron a perder terreno frente a Sonográfica y SonoRodVen”.
Pero ni siquiera estos colosos pudieron defenderse de la llegada de la piratería en los CD y en los formatos digitales, mientras hacer negocios en Venezuela se volvía más complicado con el ascenso del chavismo. Ambos comenzaron a tropezar y SonoRodVen fue adquirida por la transnacional Polygram, que a su vez se unió a Universal. Sonográfica opera todavía, pero su influencia no es para nada lo que fue.
Cuando había pasado la marejada que transformó la industria discográfica, muchos catálogos construidos por las disqueras venezolanas terminaron regados entre varias trasnacionales.
Cheo dice que eso fue fatal para los artistas: “Antes estaban siempre en deuda con las disqueras y nunca recibían royalties. Bueno, esa deuda fue comprada por alguien más, y ellos quedaron por fuera. Un artista que no hablaba inglés no podía sentarse a tratar con Universal, BMG o Sony. O ni siquiera sabía a quién escribirle para preguntar por la propiedad de sus canciones”.
Luchando contra los piratas y las plataformas
Así surgió ese limbo de la propiedad intelectual que suspendió la vida económica de la música venezolana hecha en aquellos años. Con el arribo de las plataformas de streaming, gente que no tenía vínculo alguno con los artistas podía subir versiones de baja calidad de sus canciones y cobrar royalties por ellas. Spotify está lleno de esas cosas, advierte Cheo: “Hay una compilación de Karina en la que ella no tuvo nada que ver, que hasta tiene una foto de ella tomada de Sábado Sensacional. Eso es piratería, muy similar a la de los discos quemados que te venden en la calle, pero digital”.
Cheo ha contactado a abogados y a la misma Spotify, pero la solución al problema sigue por un camino demasiado largo y demasiado costoso para un artista venezolano.
Cuando el cantautor Guillermo Carrasco mencionó que él también había sido afectado por este problema, y que ni siquiera sabía dónde estaban las grabaciones originales de sus canciones, Cheo decidió ocuparse del asunto y le propuso regrabar su música.
Comenzaron con una canción y tuvieron que detenerse por razones financieras: “El proyecto se trancó cuando nos dimos cuenta de que teníamos que contratar pianistas y una sección de metales y, bueno, no teníamos plata. Así que publiqué la canción sin terminar en Instagram y conté la historia de lo que estábamos tratando de hacer”.
La reacción fue inmediata: mucha gente se emocionó con el proyecto y se ofreció a ayudar. “Nos pidieron que creáramos una cuenta en GoFundMe para que la pudiéramos terminar, pero entonces dije ‘mejor montemos un Patreon y subamos una pieza cada mes y ahí vamos’”. Desde entonces no ha dejado de crecer el apoyo a la comunidad en Patreon y Cheo ha regrabado más de quince canciones.
Esto no es solo un ejercicio de reclamo de la propiedad intelectual. También es una oportunidad para vencer la brecha generacional. Cheo es muy enfático en cuanto a involucrar a artistas jóvenes en el proceso de grabación. “Tenemos que crear estas asociaciones, que no ocurren con frecuencia. Alguien tiene que hacerlo. Por mi parte, yo siento que estoy a medio camino entre los clásicos y gente como Rawayana”.
De hecho, Beto Montenegro, miembro de esa banda que Cheo ha producido, se involucró en el proyecto durante la regrabación de una canción de Daiquirí, cuando descubrió el trabajo de Alberto Slezynger: “Beto dijo: ‘wow, yo nunca había escuchado esto’, y yo le dije: ‘bueno, pero conoce a Alberto, aquí tienes su Whatsapp, habla con él’. Cuando escuchamos a artistas que nos precedieron, es fácil creer que su tiempo ya pasó, pero ellos también fueron los hipsters en su momento”.
Cheo dice que este proyecto va más allá de unas canciones. Se trata de proteger parte de nuestra herencia cultural: “Tenemos que traer esta música de vuelta a la conversación para que no se olvide”.
Y no piensa detenerse. Ya va a sacar otro tema de Frank Quintero y está trabajando en grabar música con Tania de Venezuela, cuya discografía desapareció hace tiempo de internet. Hasta se han iniciado conversaciones sobre editar un álbum en vinilo.
Hay mucho que hacer, claro está, para salvar la herencia cultural venezolana en su conjunto. Pero que existan iniciativas como las de Cheo Pardo muestra que podemos honrar a los artistas que comenzaron hace décadas y que podemos resguardar su obra para las próximas generaciones. Es emocionante pensar lo que puede pasar a continuación.