Cuando estalló lo que podemos llamar un movimiento MeToo en Venezuela, en abril, y la veloz reproducción de testimonios en redes sociales se enturbió con el suicidio de Willy McKey, no todo el mundo se dio cuenta de que nada menos que El Sistema, esa organización tan respetada en Venezuela y tan elogiada en el resto del mundo por su labor social y educativa, estaba también siendo interpelado por mujeres que sufrieron acoso y abuso mientras eran estudiantes allí, menores de edad.
El 23 de abril, en Facebook, Angie Cantero dijo que había sido acosada en El Sistema desde los nueve años. Poco después, en Twitter y en un blog que creó para hablar de esto, una oboísta de Lara, que solo se identifica con el pseudónimo de “Lisa”, contó su historia de abusos de parte de dos profesores, uno de un Conservatorio y otro del Sistema. El segundo de ellos la sedujo a ella y, de alguna manera, a su familia, durante años. La apartó de los demás, destruyó su relación con la música y por tanto su futuro en ese arte, y tuvo relaciones sexuales con Lisa cuando era su alumna y menor de edad.
Escrito desde el anonimato, que vamos a mantener en esta crónica, el testimonio de Lisa provocó la respuesta de la Fundación Musical Simón Bolívar, la entidad que administra El Sistema, en forma de un comunicado y una denuncia ante el Ministerio Público. Mientras tanto, han salido a la luz otros testimonios; al menos dos organizaciones de enseñanza musical internacionales que reproducen el método del Sistema han manifestado su preocupación por las denuncias; y en la prensa internacional —tanto en medios generalistas como en revistas del mundo sinfónico— no dejan de aparecer artículos sobre este tema. La pianista Gabriela Montero opinó que las víctimas habían vivido en una “burbuja de miedo”. La experta humanitaria Susana Raffalli sugirió que la Unicef retire al Sistema el rango de embajador de buena voluntad.
La puerta cerrada
La relación de Lisa con la música empezó tarde, pero con ímpetu. Aunque la música es un arte cuya exigente educación suele comenzar desde muy temprano, solo descubrió que tenía condiciones cuando empezó a tocar flauta dulce en la escuela, dos años después de llegar a Barquisimeto desde San Cristóbal. Luego dio con el oboe, un instrumento complejo y peculiar, con el que tenía afinidad y se sentía única. Estudiaba en el Conservatorio de Barquisimeto y fue necesario que, para aprovechar el talento que no dejaba de manifestarse, entrara a una orquesta infantil. Desde allí podría ascender a una juvenil y convertirse en una músico profesional.
La orquesta la ayudó a terminar de integrarse a su nueva vida en Lara. “Me gustaba mucho”, cuenta Lisa a Cinco8. “El director podía ser muy estricto pero yo no lo veía como problemático. Yo estaba rodeada de muchos otros niños de distintas edades y sectores de la ciudad. Me llevaba bien con todos, salíamos, íbamos a la heladería cercana, nos quedábamos hablando en el jardín… era un espacio de encuentro y de socialización muy valioso que no tenía en otro sitio”. En esa etapa, su formación empieza a dividirse entre el Conservatorio, un espacio donde pasaba todas las tardes, y El Sistema, instituciones distintas que para los estudiantes, en la práctica diaria, eran casi lo mismo.
El primer abuso vino de parte de un docente de oboe que trabajaba entonces para el Conservatorio. Lisa tenía once años. El profesor estaba en los cuarenta.
“Las clases de oboe del Conservatorio eran a puerta cerrada”, cuenta Lisa. “Ya eso era un espacio en el que era posible realizar acercamientos inadecuados. Cuando uno da clases en un instrumento, es muy frecuente que uno toque al alumno para indicar cómo usar el diafragma. Ha sido super problemático y en Europa se ha ido prohibiendo. En Venezuela era muy frecuente”. Así ocurrió el primer evento de abuso. “Fue traumático. El profesor mandó a salir a un compañerito, cerró la puerta, y se puso tan cerca de mí que yo sentía el deseo de alejarme un poco, pero estaba helada, no sabía cómo reaccionar. Empezó a masajearme el cuello, a bajar por mi espalda, porque y que estaba tensa, debía relajarme. Fueron unos minutos en que la clase se detuvo”.
No fue la única vez. Los acercamientos inapropiados continuaron. Ya en ese momento recibía comentarios sobre su apariencia. “Eres una niña muy linda”, le decían otros compañeros mayores que ella y hasta su profesor. “Me sentí incómoda. ¿Por qué un adulto tiene que notarlo?” Y una y otra vez le decían que debía aprovechar su talento. “Para mí el talento significó algo muy distinto que para otros compañeros. Desde el momento cero escuchaba que yo era muy talentosa. Para mí era una verdad que confirmaban otros espacios, otras personas, así que no lo veía entonces como un recurso de ese profesor para acercarse a mí. Pero sí era una estrategia de seducción”.
A medida que se sentía más incómoda con ese profesor de oboe, fue perdiendo interés en el instrumento. Llegaba sin haber estudiado, le rehuía a las clases. Entonces apareció en escena el otro profesor de oboe, que no era del Conservatorio pero tenía acceso a un salón en su sede. Era tallerista de vientos del Sistema y trabajaba en varias partes del país. Tenía tanto prestigio que elegía a los alumnos de su cátedra “experimental”, como la llamaba. La manejaba como una entidad aparte, los sábados. También tenía más de cuarenta años. Pero la puerta del aula estaba abierta. Hasta los padres podían presenciar la lección, decía el profesor. Lisa empezó a asomarse y lo que vio le gustó. Había varios niños y se hablaba de muchas cosas, no solo de música. No estaría sola, también estaban ahí dos de sus compañeros más cercanos.
“Hubo grandes esfuerzos de este otro profesor por atraerme a la cátedra”, recuerda Lisa. Todavía no era alumna de su cátedra y la invitaba a salidas con el grupo, a comer, al bowling. La convenció de que solo él podría sacar todo su potencial. “En efecto, los tres mejores oboístas adolescentes de Lara eran sus alumnos. Era la vía para superar el nivel de la cátedra del Conservatorio”. Ella se unió al grupo, entusiasmada. Ya había cumplido los trece.
La trama de manipulación
Con este segundo profesor de oboe del Sistema vino lo que Lisa llama “una trama de manipulaciones”. Este se dedicó a acercarse a su familia para establecer la idea de que la realización de Lisa debía venir por una formación integral como artista, no solo como intérprete del oboe. Cuando adquirió las condiciones para acceder a la orquesta juvenil según los estándares del Sistema, argumentó que no estaba lista y que debía seguir con él. Los compañeros de su nivel, que podían tocar un repertorio que también tocaba Lisa, siguieron su curso y entraron a la orquesta, y ella quedó separada de ellos, en la cátedra con su profesor, en la que la puerta seguía abierta, pero para llevar a un mundo que este controlaba. “Para mí no tenía lógica y era injusto. Pero también significaba que seguía siendo principal en mi vieja orquesta”.
Un día, cuando Lisa tenía catorce, el instructor cerró la puerta de la clase y la besó en la boca. Le dijo que eso era normal entre gente de temperamento artístico.
Después de este acercamiento, la presencia del profesor se intensificó en la vida de Lisa. La iba a buscar a su casa. Como no cobraba por sus clases la familia de ella se sentía agradecida. Le dijo a los padres que Lisa era una adolescente problemática pero que lo podía remediar. Solo “porque yo iba a fiestas con mis amigos y me tomaba una cerveza, lo normal. Como buena hija de andinos, yo no andaba inventando”, dice Lisa.
A partir de ese momento el contacto físico escaló. El pretexto siempre fue que Lisa necesitaba experimentar esas cosas, “para tener contacto con mi mundo interno y tener un mejor sonido como oboísta”. Empezó a tocarla más, a frotarse contra ella mientras le leía poesía en su habitación. Dice Lisa en su blog: “Se adueñó del inicio de mi sexualidad”.
Ella no sabía qué hacer, no tenía referencias para evaluar la situación. Veía que otros progresaban y ella no. Trataba de escapar, de resistir, y con eso solo lograba que insistiera más.
María y Claudia
María (nombre que le damos para proteger su identidad) abandonó su carrera por el acoso constante del mismo instructor. “Hoy en día me duele haber dejado la música, como alguien que se divorcia enamorado. Me fui con 20 años, y ya mi situación en El Sistema estaba en declive, yo iba por inercia”. Fue amiga de Lisa en los primeros años de su formación; como Lisa tocaba el oboe y María el fagot, se sentaban juntas en la orquesta. María se empezó a interesar también por esa extraña clase de los sábados. El profesor le empezó a decir que tenía muchísimo potencial y la convenció de que estudiara con él. María empezó a ir a sus talleres y se alejó de su grupo original de fagot. Su mamá, como los padres de Lisa, se sentían afortunados porque hubiera entrado a esa cátedra.
María describe al profesor como cizañero, controlador, intenso, escurridizo y amigable. Cuando la relación de enseñanza avanzó, vinieron los acercamientos personales. La llamaba por su cumpleaños, pero hablaba primero con su mamá. Luego empezó a llamar a María de noche. “Decía que estaba manejando solo y que quería que lo acompañara en el teléfono. O me llamaba para leerme un poema”. Ella tenía diecisiete años cuando su profesor intentó que le dijera que lo amaba. Poco después le ofreció ayudarla para que estudiara la licenciatura en La Sorbona. “Mi mamá y yo nos reunimos con él para discutir esta posibilidad. Estábamos entusiasmadas. Claramente nunca existió ese cupo en La Sorbona”. Cuando el profesor fue trasladado desde Barquisimeto, le dijo que se fuera a vivir a un apartamento con él y con Lisa, como tres músicos que enseñaban a los más jóvenes, como iguales. “La idea sonaba genial. Íbamos a vivir en Caracas, trabajando en lo que nos apasionaba. Según él, El Sistema iba a pagar el apartamento”.
Entre tanto, la amistad entre María y Lisa cambió drásticamente. “Lisa y yo éramos muy cercanas, pasábamos mucho tiempo juntas, hasta hicimos viajes juntas con su familia. De pronto Lisa estaba muy alejada de todos”. Igual que María, Claudia recuerda ese cambio abrupto de Lisa. Cuando conoció a Lisa le dio la impresión de que era una chica llena de vida. “Pero ella entró a la cátedra de los sábados, y en los pasillos se decía mucho que ella y el profesor estaban juntos. Para evitar escuchar estos comentarios, Lisa simplemente empezó a esquivar a las personas. De repente se convirtió en una persona muy cerrada”.
Lisa recuerda que su profesor de oboe “hablaba de una alumna mayor que nosotros como de alguien que nunca sería una buena oboísta porque no se soltaba. A raíz de la publicación en mi blog la contacté, pero a ella no le ocurrieron estas situaciones de abuso. Sí recuerda que en una clase en su casa él la tocó y ella sintió mucho miedo. La respuesta de él fue hacerla sentir mal, decirle que algo estaba mal con ella porque no se dejaba llevar y por ende no tocaría bien”. Esa alumna fue Claudia (pseudónimo que usamos para mantener su nombre en reserva, como ella pidió), quien también se vio acorralada en El Sistema y decidió continuar su carrera musical en otras instituciones.
Claudia también recuerda aproximaciones inapropiadas de parte del mismo profesor. En una clase, le puso las manos en el cuello para enseñarle a manejar su diafragma. Pero su madre estaba presente. Había intentado sacarla de la clase, pero la madre no se confiaba. “Estaba sentada en una esquina”, cuenta Claudia, “y cuando vio que me tocaba se levantó y le dijo que eso no era necesario. Él se molestó, le dijo que por eso no la quería en su clase. Mamá es médico y le explicó que no hay nada acerca del funcionamiento del diafragma que requiera tacto externo para aprender a controlarlo. Le dijo además que ninguna clase, bajo ninguna circunstancia, realmente amerita contacto físico”.
La segunda vez fue en casa del profesor. Su esposa estaba ahí. Pero en un momento en que la esposa fue a la cocina, el profesor se aproximó a Claudia como si la fuera a besar. “Inmediatamente me separé y su reacción fue decirme que yo no sabía controlarme, que tenía que aprender a sentir cosas que me llevaran a la música”. Claudia llamó a su madre para que la fuera a buscar de inmediato. “La esposa se lo llevó a una habitación y yo esperé en la sala a que mi mamá llegara”.
Después de eso su carrera en El Sistema se estancó. Claudia dice que ese profesor actuó para que no tuviera acceso a seminarios con maestros importantes y a giras internacionales. “Que yo dejara de avanzar en El Sistema no tuvo nada que ver con mi talento y mi capacidad de formarme”, asegura Claudia.
Lisa también logró zafarse. Dice que llegó un punto en que El Sistema sospechó lo que estaba pasando con Lisa y enviaron al tallerista de vientos a Vargas. “Yo seguía en Barquisimeto, pero usó otra estrategia para no perder el vínculo conmigo: legarme la cátedra. Eso es típico del Sistema, los más grandes tienen la responsabilidad de enseñarle a los más pequeños”. Entonces llegó el momento de ir a la universidad y Lisa se fue a Caracas. Puso tierra de por medio. Intentó tocar en el núcleo del Sistema en Chacao, pero el profesor se enteró y empezó a dar talleres ahí. Pensó que si quería seguir haciendo música, iba a tener que irse del país.
“Llegué a pararme en una baranda y amenazar con lanzarme si él no me dejaba en paz”, cuenta Lisa. “Él había conseguido a otra víctima. Finalmente entendió que era muy costoso seguir abusando conmigo”.
La respuesta del Sistema
“Jurídicamente hablando, hemos hecho lo que se nos ha permitido”, dijo a Cinco8 Cleopatra Montoya, la consultora jurídica de la Fundación Musical Simón Bolívar, respecto al caso de Lisa. Dice la abogada que la Fundación se enteró del testimonio el 18 de mayo y se dirigió al Ministerio Público para formular una denuncia bajo la figura de notitia criminis. El caso fue asignado al fiscal con competencia nacional en familia Ronney Osorio, el mismo a cargo de las investigaciones por otros casos muy públicos de abuso sexual que han sido denunciados este año en el #MeToo venezolano. “Pusimos a disposición toda la estructura del Sistema para que esta investigación llegue al fin esperado”, asegura Montoya. Esa denuncia como notitia criminis no menciona un delito específico. “Dimos a conocer la noticia como interesados, la determinación del hecho penal le corresponde al Ministerio Público a partir de las entrevistas con la víctima”.
La organización, dice Montoya, ignora quién es la víctima y quién el victimario en el caso de Lisa. Partiendo de la información que contiene el testimonio de Lisa sobre las fechas de la historia de abuso y los detalles de la alumna y del profesor, hicieron con el gerente del Sistema en Lara una lista de personas entre las que podrían estar Lisa y el perpetrador. “Le dimos los indicios suficientes al fiscal, y entendemos que la semana pasada se libraron las boletas de notificación para entrevistar a varias exalumnas que pueden haber sido ellas y a varios posibles perpetradores”.
Porque no es el primer caso de abuso dentro del Sistema del que la organización tiene conocimiento. Es el décimo segundo.
Entre 2002 y 2019 la Consultoría Jurídica ha sabido de once casos de abuso, dice Cleopatra Montoya, “la mayoría por actos penales de acoso y actos lascivos, casi todos realizados por formadores académicos integrales”.
Fueron once perpetradores diferentes y en distintas regiones, incluyendo Caracas. Ninguno tuvo lugar en Lara. Todos los docentes acusados fueron separados de sus cargos de inmediato. En todos esos casos la Fundación acudió al Ministerio Público y a los Consejos de Protección del lugar, e involucró a las familias de las víctimas. “Tres de los once casos fueron procesados legalmente y fueron a prisión, con sentencia, por abuso sexual, en 2010, 2013 y 2014”.
“El Sistema es una institución dinámica que no se puede quedar en el tiempo”, dice la consultora jurídica, quien sostiene que la organización viene fortaleciendo sus “estructuras internas para identificar y tratar estas situaciones” desde 2004, mediante alianzas con organizaciones especializadas en la protección de niños y adolescentes, como Avesa y Unicef. Han hecho campañas y talleres sobre abuso, acoso, violencia de género y ciberviolencia, un problema creciente. “Son campañas informativas para concientizar a trabajadores y alumnos sobre sus derechos y sus deberes. Desde hace ocho años tenemos un código de conducta de los trabajadores, y desde 2005 manuales de convivencia en los núcleos, aprobados por los Consejos de Protección en cada lugar, dirigidos a los chamos, que les dicen que deben manifestar situaciones irregulares”. Marbelys Rodríguez, una especialista en protección de niños y adolescentes, maneja la Oficina Nacional de Atención Niñas, Niños y Adolescentes en Caracas, y en las regiones hay oficinas de atención a los menores integradas por un estudiante, un consejero de la comunidad con conocimiento de derechos humanos, un representante elegido por la asamblea de representantes y alguien del área administrativa. “En las coordinaciones estatales tenemos un trabajador social, psicólogo y abogado adscrito generalmente a la Consultoría Jurídica. Un estudiante que se sienta atacado puede encontrar especialistas y acudir a una instancia superior dentro de la organización”, dice Cleopatra Montoya.
“Nosotros no podemos pasar esto por alto”, dice la consultora jurídica del Sistema. “Sabemos que esto puede ocurrir pero no es nuestra naturaleza, y nuestra trayectoria de 46 años es intachable. Nosotros también hicimos público esto para que sepan en qué estamos. El Sistema nunca va a apoyar una conducta que viole la integridad del niño. A lo interno estamos reforzando nuestras estructuras, para ir un paso por delante de lo que pueda ocurrir. Desde la consultoría se está sumando personal interno y aliados de organizaciones que sí son especialistas en esto, para cubrir de manera eficaz esta situación. Se han creado líneas telefónicas de ayuda, plataformas digitales, los códigos y las políticas se están refrescando para que se entiendan más, así como los filtros para reclutar personal, para que quienes estemos contratando tengan el conocimiento suficiente sobre cómo comportarse con los chamos, y tengan las condiciones psicológicas para tratar con niños”.
El balance pendiente
Una fuente con conocimiento directo de la situación organizacional del Sistema explica que las líneas telefónicas de ayuda y las plataformas no han sido creadas todavía en la institución, sino que la atención inicial a las denuncias se terceriza mediante las líneas de atención de las ONG aliadas. Estas ONG también están apoyando con volantes, afiches e información, pero ni esas organizaciones ni El Sistema tienen recursos como para que la campaña alcance todas las sedes y oficinas de la red.
Según la abogada especializada en género Selene Soto, “la discusión se ha centrado solamente en el ámbito penal, pero una investigación interna es clave. Este tipo de estrategias relega los protocolos de acción de la investigación a un ente externo al Sistema, sin asumir ninguna responsabilidad institucional, lo que se aleja mucho de ser una respuesta adecuada. Que los hechos sean delitos no significa que no deban impulsar ellos mismos una investigación interna que dé lugar, como mínimo, a sanciones disciplinarias o administrativas, y lo que seguro no tienen es un protocolo para atender estas denuncias”.
La capacidad de cada institución de generar protocolos de investigación internos es discrecional, dice Selene Soto, pero es fundamental hacerlo para cumplir con la obligación legal de garantizar un ambiente seguro y libre de violencia.
Además, según Soto “es muy preocupante que se esté citando a las víctimas a declarar por parte de la fiscalía, porque sabemos todos los problemas que hay en el sistema de justicia”.
Lisa sabe que El Sistema introdujo una denuncia contra su antiguo profesor de oboe cuando se publicó su blog. “Yo hice mi denuncia también. No conviene hablar de eso aún. Como no he dado mi nombre, no se han acercado a mí. No tienen por qué hacerlo porque soy anónima”. Para ella, que El Sistema haya dicho que investigará esto con un comité interno es el paso correcto. “Pero me pregunto por qué llegó tan tarde. Esto no es nuevo. Yo acabo de presentar mi testimonio, pero en 2014 Geoff Baker publicó un libro en el que resaltó las estructuras del Sistema que permitían situaciones de abuso, casos concretos que recogió en sus entrevistas. El libro de Baker se leyó, en Venezuela y afuera, como un ataque al Sistema. En ese momento yo era víctima de abuso en la institución. Si entonces hubieran tomado medidas, me hubieran protegido, a mí y a otras personas. Estas cosas no ocurren en el vacío. ¿Cuáles estructuras dan lugar a que esto suceda con una población de niños y adolescentes?”
Claudia dice que ella y su familia nunca denunciaron “porque todos ahí hablan de los profesores que tienen otras intenciones con los alumnos. Nadie le presta atención. Hoy en día siento que El Sistema funciona como la iglesia católica: todo se sabe y no se hace nada al respecto. Sabíamos que no nos iban a escuchar”.
Lisa dijo a Cinco8 sobre su experiencia: “Sentía vergüenza, culpa, no sabía con quién hablar de eso. Estos abusos eran un secreto a voces pero no había un protocolo para uno poder pasar del rumor. Yo me sentía expuesta, vulnerable, un montón de gente hablaba de lo que pasaba conmigo y este profesor, y nadie podía hacer nada al respecto. Incluso hoy encuentro gente que me dice: yo escuché los rumores y lamento no haber entendido la gravedad del asunto, pero yo creía que eras mayor de edad, no menor de quince años. El ambiente se prestaba mucho para que quien escuchara los rumores creyera eso, o que era algo consensuado, incluso si yo era simplemente una niña”.
Lisa dice que su abusador, formado desde cero por El Sistema, era el único profesor de oboe en Lara. “Lo importante aquí es que hay dos caras”, concluye Lisa. “Hay que reconocer el bien que ha hecho El Sistema. Pero también el daño que se ha hecho. Creo que es momento de mirar hacia adentro, reflexionar, auditarse. Debe haber un reconocimiento público de que ha habido víctimas de abuso en el marco del Sistema, y hay que preguntarse cuál ha sido el costo de los muchos logros de la institución. Claro que para muchas personas significó muchas cosas buenas, pero para mí significó mucho dolor y un daño que tuvo lugar como consecuencia de mi deseo de ser una gran artista. Todavía espero llegar al momento de reconciliarme con la música”.
Por su parte, Claudia siguió estudiando fuera del Sistema y se graduó de licenciada en ejecución musical de oboe y en otra carrera. “No soy lo que soy como músico gracias al Sistema”. Hoy es oboísta en una orquesta en su país de acogida. “El ambiente es totalmente diferente”, cuenta a Cinco8 desde allá. “Hay una estructura para prevenir y denunciar acoso; las estructuras de toma de decisión y poder son distintas y no recaen tanto en individuos. El plantel de maestros es también mucho más equitativo, hay tantas mujeres como hombres. Es un ambiente en el que es casi imposible que se dé pie a casos de acoso o de comportamientos inapropiados. Todos nos sentimos muy seguros”.