Ha pasado un mes desde nuestro primer reporte sobre la epidemia del “coronavirus de Wuhan” (para entonces conocido como 2019-nCov). Parece increíble lo mucho que ha cambiado la situación en tan poco tiempo. En primer lugar, el virus ahora ha sido oficialmente designado como SARS-Cov2 (de Severe Acute Respiratory Syndrome Coronavirus 2) y la enfermedad que causa ya tiene el oficial —y francamente poco imaginativo— nombre de COVID-19 (Coronavirus disease 2019).
Cada vez parece ser más evidente que aunque la mayor parte de los casos iniciales visitaron un mercado de pescado en la ciudad de Wuhan, la epidemia no se originó ahí. La alta similitud entre el genoma del nuevo virus y otros encontrados en murciélagos y pangolines sugiere que el SARS-Cov2 se originó en estos animales y en algún momento relativamente reciente adquirió la capacidad de infectar seres humanos. El mapa de la enfermedad también ha cambiado radicalmente: de 4.000 casos en 18 países hace un mes, hemos pasado a más de 85.000 en 60 países en los cinco continentes. América Latina (México, Brasil, República Dominicana y Ecuador) y África, se habían considerado zonas de bajo riesgo relativo, por los pocos vuelos directos que hay entre esas regiones y China y el resto de Asia, pero ya hay contagiados también allí.
A pesar de que la enfermedad ha matado a más de 2.900 personas en todo el mundo, el mayor número de casos ha reducido las estimaciones de la tasa de mortalidad, que pasó de casi un 15% a poco más de 2%. Esto se explica porque los casos asintomáticos, que ahora se sabe son bastante comunes, no habían sido considerados en los primeros análisis. Estas tasas, sin embargo, parecen variar de región a región y sobre todo entre los distintos grupos etarios. Al contrario de la mayoría de las infecciones respiratorias, la enfermedad es extremadamente rara en niños, quienes parece que ni siquiera son capaces de transmitir el virus a otras personas. La mayor parte de las muertes han ocurrido en pacientes mayores de 80 años, donde la tasa de mortalidad asciende hasta cerca del 14%.
¿Por qué tanta alarma?
El hecho de que la tasa de mortalidad sea relativamente baja no debe interpretarse como una prueba de que la enfermedad es benigna. La alta transmisibilidad y facilidad con la que se ha expandido por el mundo en poco tiempo son los aspectos realmente llamativos de la COVID-19, y que han llevado a la Organización Mundial de la Salud (OMS) a declarar una emergencia de salud pública global. Si bien el 80% de los pacientes con la enfermedad van a recuperarse sin complicaciones, la aparición de brotes epidémicos supone un problema serio para ancianos y pacientes con patologías de base.
Igualmente, si bien es perfectamente posible infectarse en espacios abiertos, la experiencia adquirida en Corea del Sur (donde el brote de más de 3.000 personas fue rastreado hasta un templo religioso) o en el crucero Diamond Princess (en cuarentena desde el 2 de febrero en la costa de Yokohama, con más de 700 casos y 6 muertes) ha demostrado que la transmisibilidad es mucho más alta en espacios cerrados o hacinados.
Un dato muy llamativo es que, a partir de la última semana, el número de casos nuevos registrados dentro de China ha pasado a ser menor que el de aquellos registrados en el resto del mundo, lo que sugiere que la primera ola epidémica de la enfermedad ha sido controlada exitosamente en ese país. Los casos en el resto del mundo siguen multiplicándose diariamente, y muy probablemente seguirán haciéndolo en los próximos días, a medida que más pacientes infectados desarrollen síntomas.
De forma similar, la transmisión comunitaria (entre pacientes que no han viajado a zonas epidémicas) ha sido descrita en varios países, y parece bastante evidente que incluso los pacientes que no presentan síntomas pueden transmitir el virus. Estos hallazgos son clave y obligan a repensar las estrategias de control actuales, que hasta el momento se han enfocado en el aislamiento y estudio de pacientes que han viajado a zonas consideradas de riesgo.
Todo parece indicar que el virus puede establecerse con facilidad en las comunidades en las que se lo introduce, por lo que es muy probable que al menos mientras se desarrollan una vacuna o un tratamiento específico, la epidemia nos acompañe por todo el resto del año, o incluso que se establezca indefinidamente, con un patrón estacional similar al que presentan los virus de la influenza, en el que los casos típicamente aumentan todos los años con la llegada del invierno.
¿Y Venezuela?
Lo más probable en este punto es que la razón por la que algunos países aún no han reportado casos es porque sencillamente no han hecho suficientes pruebas. Esto explicaría que por ejemplo Indonesia, un país con más de 400 millones de habitantes y localizado en medio del foco inicial de la epidemia, aún no haya reportado ni un solo caso de la enfermedad.
Hasta el día de hoy Venezuela tampoco ha reportado ningún caso. Sin embargo, las medidas tomadas por el Ministerio de Salud, centradas exclusivamente en el cribado de los pacientes que llegan al Aeropuerto Internacional Simón Bolívar y la dotación de kits diagnósticos para el Instituto Nacional de Higiene (el único laboratorio acreditado para el diagnóstico de la enfermedad en el país), probablemente sean insuficientes para prevenir la llegada del virus al país o incluso detectarlo después.
Venezuela carece de la infraestructura necesaria para examinar sistemáticamente a pacientes asintomáticos o establecer cadenas de contacto epidemiológico, necesarias para contener el avance de la enfermedad. En el país tampoco existen unidades adecuadas para aislar a los pacientes que deban ser hospitalizados, de hecho, incluso las medidas higiénicas más simples como el lavado regular de las manos, son un reto enorme en un país donde el 30% de los hospitales no tienen servicio continuo de agua corriente.
Nicolás Maduro mientras tanto, se ha referido a la enfermedad como un “arma de guerra biológica contra China”, haciéndose eco de reportes que carecen del más mínimo basamento científico y que han sido difundidos irresponsablemente por algunos diputados del PSUV en la Asamblea Nacional Constituyente (ANC) a través de sus redes sociales. Maduro también puso a la vicepresidenta Delcy Rodríguez, una abogada sin ningún tipo de entrenamiento en salud pública o higiene, al mando de la campaña sanitaria para mitigar el impacto de la infección en el país.
Lo que sí es cierto es que el gobierno chino clausuró el laboratorio en Shangai que secuenció el genoma del virus durante los primeros días de la epidemia, haciendo posible el desarrollo de una prueba diagnóstica. Las razones de la decisión se ignoran pero según sus trabajadores pudiese tener que ver con el hecho de que el laboratorio hizo pública la secuencia antes de recibir autorización de las autoridades chinas. Igualmente, Li Wenliang, uno de los primeros médicos en reportar el comienzo de la epidemia, falleció en Wuhan víctima de la enfermedad, el 7 de febrero, después de ser acusado por las autoridades locales de “esparcir miedo y rumores entre la población”. Otros gobiernos, como el de Irán, el cuarto país con más casos en el mundo, han sido acusados de ocultar el número real de muertes.
Volviendo a Venezuela, ante la evidente falta de una respuesta gubernamental efectiva ante la enfermedad, lo más sensato es asumir que el virus llegará al país más temprano que tarde. Si bien es poco lo que la población en general puede hacer en este tipo de situaciones, es necesario recordar que solo un porcentaje relativamente pequeño de los casos requiere hospitalización y que ciertas medidas de higiene fundamentales como lavarse las manos con frecuencia (con gel antibacterial o agua y jabón), estornudar en los codos, evitar saludarse con besos y sobre todo, evitar tocarse la cara y los ojos regularmente, pueden contribuir enormemente a reducir el riesgo de contraer la enfermedad.
En caso de presentar síntomas respiratorios como tos, fiebre o dificultad respiratoria, lo más recomendable es acudir al centro de atención médica más cercano. Hay que tener en cuenta que muchas otras enfermedades aparte de la COVID-19 pueden provocar todos esos síntomas y que, como quiera que sea, contraer la enfermedad no representa una sentencia de muerte.