Daniela estudia para ser profesora de Geografía e Historia. Debe dividir muy bien su tiempo para rendir en el trabajo y la universidad. Todos los días atraviesa Caracas para llegar a la escuela donde labora. Entre sus principales propósitos de 2020 se encontraba graduarse… hasta que sus ambiciones se oscurecieron bajo la crisis que arropa al país y al Instituto Pedagógico de Caracas, la venerable institución donde ella estudia, fundada en 1936 durante la presidencia de Eleazar López Contreras.
“Cuando inicié la carrera nunca pensé que sucederían tantas cosas, tres paros de profesores que nos hicieron perder algún semestre y ahora una pandemia”, comenta Daniela mientras cierra los ojos y suspira desconcertada. La crisis global de salud tomó por sorpresa a las autoridades, profesores y alumnos del Pedagógico. Mientras en el resto del mundo muchas otras instituciones educativas organizaban planes de contingencia con clases y actividades online, en uno de los países con la peor conexión de internet del mundo a Daniela la agarró la pandemia estudiando en una universidad que ni siquiera tiene sitio web.
“Ni la universidad, ni el país están listos para la educación a distancia, ni siquiera tenemos un laboratorio de computación o wifi”, comentó Marbelys, cursante de postgrado, quien también estudió Geografía e Historia. Con el Pedagógico de Caracas cerrado por la cuarentena, Daniela pasa horas observando desde la ventana de su casa los bloques del 23 de Enero. A duras penas su conexión de internet le permite enviar las actividades que habían quedado pendientes en su curso de Geografía.
Universidades del siglo XX para alumnos del siglo XXI
Ni siquiera “la casa que vence las sombras” tiene los anticuerpos suficientes para sobreponerse ante las limitaciones tecnológicas y logísticas que ha dejado en evidencia el covid-19. Como el resto de las instituciones públicas, la Universidad Central de Venezuela básicamente debe esperar a que la marea baje para retomar las actividades. Claudia, ferviente vocera estudiantil de la UCV, se siente impotente y desilusionada: “La universidad no tiene una estructura en la que los profesores y estudiantes puedan apoyarse para trabajar bajo las actuales condiciones”.
El inicio del próximo semestre dependía del levantamiento de la cuarentena, que acaba de ser prorrogada por 30 días más. La situación afecta a todos los estudiantes, pero sobre todo a quienes estaban ya cerrando la carrera, como Daniela en el Pedagógico. Deberán esperar por ese tránsito a la siguiente etapa de sus vidas mientras el tiempo sigue corriendo. Todos los procesos administrativos se encuentran suspendidos hasta nuevo aviso, incluyendo los actos de grado y la entrega de títulos.
La pandemia es sólo un nuevo factor dentro de un contexto en el que las universidades prácticamente se debaten entre la vida y la muerte. Hoy sus pasillos son lúgubres por la falta de luz y de empleados, docentes, estudiantes. Muchas no tienen biblioteca, si hay comedor no suple las necesidades alimenticias de la población estudiantil, el acceso al agua es precario y en su mayoría no pueden ocultar el aspecto viejo y abandonado de sus edificios.
Son las condiciones de la Universidad Simón Bolívar, que por décadas fuera referente de excelencia en la educación superior pública de Venezuela, y que hoy se marchita como el Laberinto cromovegetal de Carlos Cruz Diez que adornaba sus jardines. Sus docentes difícilmente pueden hacer algo más innovador que enviar uno que otro trabajo por correo electrónico. Para José Alberto, Profesor Titular en la USB, “en otras circunstancias, esta y otras universidades de seguro pondrían todo su talento humano y recursos para ofrecer un conjunto de alternativas viables para superar los desafíos que implica esta emergencia en materia de enseñanza y aprendizaje”.
Pero hoy no es posible con esta debilidad presupuestaria y una lista de obstáculos que se han magnificado con la presencia del covid-19. “Los estragos de la diáspora”, agrega José Alberto, “la obsoleta capacidad tecnológica generada por la asfixia presupuestaria impuesta por el Estado, hace muy cuesta arriba el diseño de un plan de contingencia que permita sin improvisaciones, ni desmejora de la calidad, asegurar de manera efectiva la continuidad de los estudios de pregrado y postgrado” .
Ya en situaciones “normales” o por lo menos sin coronavirus, estudiar o enseñar en la Universidad Simón Bolívar suponía serias dificultades. Llegar al valle de Sartenejas a tiempo para una clase es toda una proeza sin vehículo propio o algún amigo que nos acerque. Los pocos autobuses de la universidad en funcionamiento son demasiado pocos para el número de estudiantes y las colas en sus paradas son interminables.
Aún así, algunas cosas se han adelantado. En postgrado existen cursos a distancia. El Doctorado en Ciencias Políticas contempla aulas virtuales; materias como “Modelos de Políticas Públicas” cuenta con una plataforma amigable y efectiva, donde el docente interactúa con sus estudiantes de la mejor forma. Con el trimestre aún por cerrar, la unidad de Edumática trabaja con pocas herramientas y condiciones no siempre a su favor, como las fallas eléctricas que impiden la disponibilidad 24/7 de su aula virtual Moodle. Naturalmente, estos recursos digitales siguen siendo insuficientes.
Ante las posibilidades de no iniciar el próximo trimestre hasta tanto la cuarentena se levante, la Federación de Centros Universitarios de la USB hizo una encuesta para conocer las posibilidad de mantener las actividades de forma remota. Los resultados demostraron contradicciones y al mismo tiempo la realidad de esa universidad: el 71,7 % desea inscribirse e iniciar clases de forma online, sin embargo, sólo un 29,5 % ha tenido experiencia con herramientas o plataformas web en el plano educativo, lo que significa que muy pocas materias en algún momento emplearon el recurso de la educación a distancia. La encuesta, que logró recopilar la opinión de 1.276 estudiantes (un 85,1 % de la sede Sartenejas) demostró que un 30 % de ellos carece de conexión a internet en casa. Por lo pronto, el Oidor Académico recopila y comparte la opinión de docentes y alumnos, con un próximo trimestre es cada vez más lejano.
Un panorama similar vive la Universidad del Zulia, en uno de los estados con peor servicio eléctrico, donde realmente parece inviable la educación a distancia. No obstante, contra viento y marea, la universidad avanza con la implementación de una Sala Virtual, coordinado por el Sistema de Educación a Distancia (Sedluz). La plataforma ayudaría a iniciar un hipotético semestre, y aunque contarían con ese apoyo tecnológico el mismo posee debilidades, no es posible colgar videos muy largos, los archivos de gran peso no podrían ser alojados en la plataforma, y si todo ello funciona aún es necesario cruzar los dedos para que los apagones no dejen el conocimiento en medio de la oscuridad.
En las privadas, algo es mejor que nada
En algunas universidades privadas la historia es un poco diferente. Ciertas estructuras tecnológicas ya venían ofreciendo alguna comodidad a sus estudiantes mucho antes de esta coyuntura. Ya es posible hacer la defensa de una tesis doctoral en la Universidad Católica Andrés Bello, sin la presencia física de algún miembro del jurado o el mismo tutor, gracias a una logística bastante engranada que cuenta con un espacio destinado para ese tipo de circunstancia.
Aquellos artilugios de los cuales carece la universidad pública les permiten a instituciones como la Universidad Católica Andrés Bello y la Universidad Metropolitana ofrecer la continuidad de estudios a su población académica en medio de la cuarentena. Danny, estudiante de postgrado en la UCAB, considera que hasta los momentos la experiencia ha sido satisfactoria: “Hemos utilizado diversas aplicaciones y formas para mantenernos comunicados y participar en las distintas clases, desde Zoom, pasando por grupos de WhatsApp e incluso llamadas telefónicas”. Por supuesto, no todo es coser y cantar, pero el estar dotados de tecnología o en todo caso emplearlas bajo una efectiva coordinación ya es un paso adelante.
“No todos nos podemos conectar siempre, eso depende de las circunstancias de cada estudiante, algunos no cuentan con internet estable o sencillamente no tienen el servicio”, comenta Danny, quien ya tiene cerca de un mes viendo a distancia un curso de Historia de Colombia. El salón de clase está en su teléfono y la biblioteca es una red de distintas direcciones web.
Los estudiantes de pregrado de la UCAB también comenzaron su semestre este abril. “La UCAB decidió asumir el reto”, dijo el rector Francisco José Virtuoso, s.j., cuando anunciaba el plan para el desarrollo de las actividades del semestre abril-agosto 2020. “Juntos podemos”. La universidad cuenta con Módulo 7, una plataforma virtual donde estudiantes y docentes pueden encontrar recursos de apoyo a las clases presenciales y ahora a distancia. Al mismo tiempo han ido incorporando el uso de Blackboard, Blue Botton y el polémico Zoom.
La Universidad Metropolitana no se queda atrás. Lleva más de cinco años ofreciendo cursos en la plataforma Unimet en Línea, así que la pandemia la toma con las herramientas suficientes para enfrentar la tormenta del covid-19. Al conocer la suspensión de actividades por parte del Ejecutivo Nacional, la Unidad de Innovación y Tecnología Educativa inició un proceso de actualización de los recursos web que podían ofrecerle al equipo docente que labora en la Unimet. Entre el Espacio Virtual Unimet, GoogleMeet, Zoom, WhatsApp y Edmodo, pudieron conectarse poco más de 4.000 estudiantes para iniciar el 4 de mayo un nuevo trimestre, esta vez lejos de las aulas físicas. “Aunque ahora pueda escuchar mis clases en pijama el compromiso es el mismo, utilizo el internet cuando no falla y cuando lo hace los datos de mi celular son mi mejor aliado”, comenta muy risueña Carolina, quien a pesar de las dificultades sabe que continuar con sus estudios en este momento tan complejo es una ventaja que pocos pueden tener en un país como Venezuela.
De todos modos, la mayoría de los estudiantes universitarios venezolanos asisten a instituciones públicas. Esas aulas hoy vacías no pueden ofrecerles la continuidad de sus estudios a miles de jóvenes a los que el tiempo se les escapa. Del otro lado de la acera, las universidades privadas se reinventan, pero continúan viviendo los mismos traumas que aquejan a todo un país, precaria conexión de internet, lentitud del sistema de navegación y un sinfín de situaciones que hacen muy difícil innovar en medio de la crisis.