Cuando se habla de teatro venezolano, casi únicamente es sobre el que se hace en Caracas. Así es desde los anales históricos. Tendemos a ignorar el que se produce en la provincia, y en la actual crisis mucho más se considera improbable que algo artístico suceda en el interior, cuando en medio de tantas carencias la creación artística ha quedado de lado.
Pero contra todo pronóstico, el teatro venezolano sobrevive, en Caracas y fuera de ella.
Mérida acaba de celebrar un nuevo Festival de Teatro, del 12 al 21 de diciembre, en el que se presentaron 38 espectáculos de diferentes formatos en espacios teatrales y no convencionales, con 35 agrupaciones provenientes de Caracas, Los Teques, Guanare, Maracay, Valera, Barinas y la región andina. Este festival independiente fue organizado por Aforo Producciones y por la Fundación para el Desarrollo Cultural del Estado de Mérida (Fundecem).
Con la precariedad que hay en el interior del país: ¿cómo lo hicieron? ¿Cómo fue ese festival?
Bajo las candilejas de los celulares
Un sofá. Un café. Una conversación entre dos buenos amigos y socios, Juan Carlos Liendo y Gunther Blakenhorn. Así fue cómo surgió la idea del I Festival de Teatro para Mérida. En un principio era solo un maratón de obras del repertorio de Aforo Producciones, luego invitaron a agrupaciones de la Universidad de Los Andes (ULA) y finalmente, a inicios de septiembre del año pasado lanzaron una escueta convocatoria abierta, simplemente por no dejar, esperando que “solo respondieran los panas”, recuerda Liendo.
Como es de suponerse en un país en el que la única otra convocatoria abierta de esta magnitud es la del Festival Internacional de Teatro de Caracas (entre los grandes legados de la revolución está el haberse llevado por el medio el Festival de Teatro de Occidente y el Festival de Teatro de Oriente), hubo una avalancha inmediata de respuestas: 68 correos electrónicos en menos de 48 horas. El afán de mostrarse e ir a otros sitios con una obra mueve el fuero interno del teatrero.
Claro que este festival fue concebido según la realidad de la crisis: no prometió escenarios perfectos, ni pagos a las agrupaciones, ni siquiera transporte ni estadía. Nada. Los organizadores estaban conscientes de que el volumen de público estaba supeditado a la falta de gasolina que azota a la región. Algunas agrupaciones simplemente no aceptaron esas condiciones, pero otras se animaron a vivir la experiencia, ya fuera para bien o para mal. Uno se sobrepone a la crisis.
Cuando los organizadores hicieron la primera estructura de costos, para saber cuánto costaría un festival por todo lo alto, la cifra fue alarmante: 8.000 dólares. Hicieron una segunda con cortes presupuestarios: 4.500 dólares. Al final, el festival se hizo con un presupuesto de 700 dólares, que fueron recaudados mediante donaciones pequeñas de empresarios, de los propios organizadores y de la Gobernación de Mérida. La mayor colaboración recibida fue por intercambio en especias. Es decir, trueque. Ayuda o insumos a cambio de publicidad en los espacios y agradecimientos en las funciones.
En definitiva, la idea de hacer el I Festival de Teatro para Mérida era “darle teatro a la ciudad de Mérida, regalarle teatro a Mérida”, dice Liendo. Y realmente fue así. El festival se dio gracias a la colaboración de toda la ciudad: la producción se manejó con voluntarios; hubo gente que accedió a alojar a las agrupaciones de otros estados en sus casas, y un restaurante aceptó darles comida por dos días; también hubo personas que se ofrecieron a hacer los transportes internos de las agrupaciones y en las bombas de gasolina se les cedía el turno a los carros del festival. Hubo una gran red de apoyo.
No obstante, la gente no fue masivamente a las salas; el festival merideño tuvo en total 2.500 espectadores. Pero al menos ninguna función fue suspendida, algo cada vez más común en los teatros, porque con frecuencia no se vende ni una sola entrada en taquilla. Entre las varias anécdotas contadas por Juan Carlos Liendo está el apagón del día de la inauguración del festival: “la gente alumbró con sus teléfonos celulares y la función se hizo”. Esto también es algo que se ha normalizado en las tablas venezolanas.
Viaje hacia la realidad
Para quienes tuvieron que viajar desde Caracas, fue toda una travesía, como cuentan Estefany Polo, actriz y productora de la Agrupación Teatral Amaranto que presentó su espectáculo Sí, les ha pasado a todas; y el director y dramaturgo Daniel Dannery, ganador de la XX edición del premio Marco Antonio Ettedgui y del premio Isaac Chocrón en dramaturgia (2018), quien llevó al festival dos unipersonales, uno de su autoría, Las Trenzas (2017), en el que actúa Abilio Torres, y Kassandra (2008), de Sergio Blanco, interpretada por Sara Valero Zelwer.
Daniel, Sara y Abilio partieron de Caracas el martes 17 de diciembre. Pero para conseguir los pasajes de autobús, Abilio tuvo que apostarse desde temprano en el terminal de La Bandera, porque viajar hacia el interior no es sencillo: la flota de transportes es reducida y el costo del pasaje es un misterio que solo se revela pocas horas antes de abordar. Transitaron desde la capital hasta El Vigía en la parte trasera de un Encava sin ninguna comodidad, al son del vallenato que al conductor le provocara. En la parada de Sabaneta, en Barinas, se les indicó a los pasajeros que “por seguridad” debían subir sus equipajes al pasillo interno de la camionetica, ya que en esa parada desde hace un tiempo la delincuencia hace de las suyas retirando la escotilla de la bodega para robarse los equipajes. Fueron 14 horas de viaje de Caracas a El Vigía, donde tomaron otro autobús que los llevó al Terminal de Mérida. 18 horas en total.
Esta agrupación caraqueña llegó a un hotel de la ciudad por decisión propia, pero luego, por un malentendido de carácter político, fueron expulsados antes de lo esperado. Ante la falta de solución por parte del festival, resolvieron por sí mismos alojarse en casa de una conocida de la familia de Sara. Dannery descubrió que todo lo que se dice que pasa en la provincia es una gran verdad. A diferencia de Caracas, Mérida no está dolarizada, pero sí se maneja mucho efectivo, porque con los cortes eléctricos suele suceder que los puntos de venta dejan de funcionar.
Un caso distinto fue el del Grupo Cultural Fénix, de Los Teques, como relata uno de sus miembros, Gabriel Yanez. Llevaron dos propuestas teatrales e hicieron una recolecta de fondos para poder asistir al I Festival de Teatro para Mérida, pero como eran siete personas en el equipo, la cuestión del transporte era un poco más complicada. Sin embargo, consiguieron apoyo del Ministerio de Educación Universitaria, que les facilitó un autobús de la OPSU y un chofer, que hizo el viaje ida y vuelta con ellos. Para el retorno fueron capaces de ayudar a las otras dos agrupaciones de Caracas para que no tuvieran que enfrentarse al caótico terminal de autobuses.
Daniel, Estefany y Gabriel coinciden en que el motivo por el cual aceptaron ir al I Festival de Teatro para Mérida, a pesar de todos los atenuantes, es que ofrecía una oportunidad perfecta para ver cómo funcionaban sus proyectos con otro público. La recepción fue lo que hizo que el trajín valiera la pena. Hubo muchas fallas a nivel de comunicación y de organización, y como suele ocurrir en Venezuela, mucho más fuera de Caracas, el festival trabajó con una reducida cantidad de equipo técnico. Estefany dice que fue “un festival todo terreno, todo era un esfuerzo y sentí mucha solidaridad”.
Liendo asume los errores de esta primera edición del festival con gracia. Sostiene que es algo que debía hacerse, crear el festival y lanzarse una primera edición con lo que viniera. Ya se preparan para la segunda, en noviembre de 2020, pues vieron que diciembre es muy complicado para el teatro y para la movilidad en general, por las festividades navideñas.
Liendo habla con orgullo del I Festival de Teatro para Mérida, está seguro de que todo lo conseguido fue un logro, pero también está consciente de que no es lo mismo un festival de la provincia que uno de la capital, donde siempre tendrá mucha más visibilidad y notoriedad. Liendo suspira y dice: “Todos soñamos con llegar a Caracas algún día”.
No obstante, la verdad es que todo el teatro está en crisis, siempre lo ha estado, aunque Caracas siga siendo El Dorado entre la precariedad, el Broadway anhelado por los teatreros venezolanos. Eso a pesar que la ciudad y sus escenarios están tan en ruinas como en el interior.