A muchos caraqueños puede no sonarles el nombre de Patricia Van Dalen (Maracaibo, 1955). Su obra, en cambio, está indeleble en la mente del urbanita por Jardín lumínico (2004-2005), un mural de grandes mosaicos de cerámicas que —entre quiebres de naranjas y amarillos y rojos contra largos espacios de azul y negro—, recubre el muro de la autopista Prados del Este, desde la altura del campo de golf de Valle Arriba hasta la entrada de Santa Rosa de Lima. “Las ráfagas de color están pensadas para quién va a una rápida velocidad —dice Van Dalen—, y los píxeles para quien va a una velocidad lenta porque lo agarró la cola”.
La fascinación de Van Dalen con el color —como muestran los múltiples tonos de azules, rojos, amarillos y hasta verdes, negros, blancos y naranjas que pululan por el mural— es de vieja data. En 1980, Van Dalen conoció en París al artista israelí Yaacov Agam (n. 1928) quien tres décadas antes se había establecido como uno de los pioneros del arte cinético junto a Jesús Soto. “Lo que me interesó de Agam —dice la artista—, es haber conseguido cientos de tonos de matices distintos. Como cien distintas etapas entre un magenta y un cian”. Aunque Van Dalen no llegó a la capital francesa con intenciones artísticas; recién graduada en diseño gráfico del Instituto de Diseño Neumann de Caracas, formaba parte de un proyecto educativo financiado por Corpozulia junto con otras dos venezolanas, una pedagoga y una psicóloga.
Aunque con largas interrupciones, Van Dalen y sus dos compañeras de equipo se dedicaron a desarrollar dibujos y manuales para un concepto de pedagogía ideado por Agam. Pero, a pesar de la influencia del maestro israelí, Van Dalen no se hizo cinética. “Mi trabajo nunca ha estado relacionado al cinetismo”, dice. En cambio, busca “reducir las posibilidades, restringir” y jugar con colores y tamaños sin permitirse “la libertad completa”: cerámicas y círculos monocromáticos que súbitamente chocan con otros colores, collages de colores marcados, fragmentación y elementos independientes puestos juntos para crear una forma mayor.
Por ello, su obra se aleja de las formas rítmicas y rígidamente organizadas del cinetismo y del abstraccionismo geométrico venezolano de los cincuenta y sesenta. Son capas de collage, cilindros de tamaños asimétricos, papel, grapas, formas de aluminio y cerámica.
Atrás ha quedado el espíritu desarrollista y petrolero del cinetismo; Van Dalen saca al frente el quiebre, la fragmentación, la fusión de lo informal con lo formal, la posmodernidad.
Una comparación entre From Birth to Eternity (1969-1972) de Agam y Jardin du Luxembourg (2008) de Van Dalen revelaría una similitud en la grandísima gama de distintos colores y un contraste entre el orden rígido de la obra de Agam y el caos formal de la obra de Van Dalen. “Desorden es lo último que está buscando el cinetismo”, dice.
Van Dalen, en cambio, apunta a la entropía: la medida del desorden de un sistema. Tal es el caso de su instalación Luminous Gardens (2003), en el Fairchild Tropical Garden de Miami, donde la artista posicionó cien mil banderas en rojos y rosas neón que se movían ante la brisa bajo los chaguaramos y formaban largas líneas sobre el verdor de la grama, reflejándose en el lago. Ahí Van Dalen no busca un efecto óptico, explica, sino “una relación entrópica de una paradoja: representar naturaleza con elementos artificiales”. Es la recreación, con “ensoñación poética”, de las florecitas que crecen en el campo y su “entropía que me interesa mucho”.
Una abstracción fragmentada
“La metodología del proyecto de Agam me enseñó a ver de una manera distinta el universo —dice Van Dalen—. Todo lo absorbo con la vista”. En París, en los ochenta, usaba nombres de la novela de ciencia ficción Dune (1965) de Frank Herbert para titular sus obras, fascinada con la melange: la especie extraterrestre que, en la novela, altera la consciencia de los humanos del futuro para facilitar los viajes espaciales. “Yo imaginaba los efectos que podía producir aumentar la percepción —dice Van Dalen—, era justamente en lo que yo andaba con el proyecto educativo de Agam”.
Por ello, la expresión geométrica de sus obras suele estar ligada al momento que percibe. “Si estoy migrando, puedo pasar años trabajando el tema de la trayectoria —explica—, entonces ya no uso planos sino líneas porque esta se desplaza, queda el punto A y el punto B”. Tal es el caso de su serie Estaciones (2019), compuesta de collages de fragmentos hechos con papel de algodón planchado, pintado con acrílica y engrapado: cada uno expresando las tonalidades policromas de lugares visitados por Van Dalen debido a relaciones afectuosas —sea Nuevo México, Nicea en Turquía o Marnay-sur-Seine en Francia— y sin pega alguna para representar la imposibilidad de la permanencia.
De esa forma, Van Dalen ha explorado la abstracción a través de medios tan distintos como los engrapados, las costuras o los ensamblajes de madera en colores sólido: enfocándose en la relación de la estructura con el color, sea por la variación del material o su forma, hasta llegar a formas más planas. “He pasado casi todos los aspectos del campo de la abstracción —dice—, lírica, expresiva, geométrica, constructiva, informal”.
¿Cómo definiría Patricia Van Dalen a su abstracción del desorden controlado y las posibilidades restringidas? “Abstracción fragmentada —dice, pensando en el término por primera vez—, una intención de no ir a la perfección. Me fascina desarticular la perfección”.
Similar a su viaje a brincos por las diversas abstracciones, su obra también se expresa en diversas formas: viviendas privadas, vitrales, elementos decorativos, obras incorporadas a la arquitectura, campos de color en jardines botánicos o un campo de golf debido al “gran interés” de la artista “en desarrollar el color en el espacio”. Así, Van Dalen no es tan sólo pintura o collage o engrapados, sino también efímeras instalaciones y obras aplicadas a la arquitectura: desde sus murales en Caracas, pasando por la pared del Miller Learning Center de la Universidad de Georgia —dónde pegó líneas de tirro de colores para hacer la obra Fragmented Light (2011)—, hasta su geométrica alfombra de lana Jardines fragmentados (2011) manufacturada por la tapicería francesa Ateliers Pinton para una quinta privada en Caracas. “Esto me resulta más inclusivo —dice sobre la diversidad de formas de producción en su obra—, define más mi trabajo que un movimiento en particular”.
Caracas desarticulada
“Tomo mucho de la naturaleza, del cosmos”, dice Van Dalen de lo que es quizás su mayor inspiración. Por ello, palabras como “universo” y “jardín” salpican sus obras. “La luz me lleva también a lo espiritual”, dice de otro de sus leitmotiv. Una Santísima Trinidad lumínica incluso es la protagonista de una de sus pinturas más expresionistas, La Trinidad V (1994), que hoy se encuentra en una colección privada holandesa. Por ello, la luz y los jardines convertidos en fragmentos o colores planos es la forma en la que la artista tiende a representar a Caracas, que afectuosamente llama “la ciudad luminosa”.
Aunque nació en Maracaibo, de un padre holandés y una madre venezolana unidos por la magia del petróleo, Van Dalen –que ahora reside en Miami– ha pasado la mayor parte de su vida en Caracas, adonde se mudó con ocho años. “Siempre digo que cuando se inauguró el mural de la autopista yo me hice caraqueña”, resalta entre risas. “El paisaje urbano de Caracas está en mi obra. Me parece fascinante la cantidad de variedad de texturas que tienen los edificios, los balcones, las pieles de las fachadas… Una riqueza tan grande. Yo soy una persona que todo el tiempo estoy tragándome todo con la vista, decodificando todo lo que veo”.
Su obra Parque del Este (2016) es uno de estos acercamientos decodificados al paisaje caraqueño: 171 tubos de aluminio —manufacturados por ingenieros venezolanos en Miami— orientados de manera de crear “esa sensación de los bosques del lado norte del Parque del Este, cerca del lago”, dice. Pero, vistos desde arriba, los tubos también replican la forma del parque y recrean las siluetas de Burle Marx con sus colores. Así —en diferentes tonos de rojo, rosados, naranjas y verde— la forma del parque se alza sobre piedras negras dentro de una casa de venezolanos en el sur de la Florida: una oda a la nostalgia del país dejado atrás.
“Continuamente estoy representando la memoria de las jacarandas del Parque del Este, los araguaneyes, los apamates, la Alta Florida con esos cachitos del jabillo que caen, las distintas colinas de Caracas, esa luz que a uno le pega en los ojos cuando agarra la curva de cualquiera de esas colinas o vienes subiendo y ves esa bruma de color cálido que baña todo, la casa en los cerros, la informalidad de esas casas que tienen una textura muy particular —dice—. Todo lo que Caracas ofrece visualmente es apoteósico”.
Van Dalen: ícono caraqueño
La decodificación de Caracas también figura en su mural de la autopista. “Yo tomo los reflejos del Ávila, de la conversación con el campo de golf, de Caracas —dice—, eso pasa a ser una banda cinematográfica del universo y el gran sol amarillo aparece en la rampa de acceso”, refiriéndose al astro cuadrado de baldosas amarillas y rojas en medio de un mar de cerámicas azules.
Van Dalen concluyó la primera etapa del mural Jardín lumínico en 2004 y la segunda en 2005, reemplazando lo que hasta entonces era una pared gris salpicada de graffitis. Respondía a los planes de renovación urbana de la alcaldía de Baruta, a cargo entonces de Henrique Capriles, que en 2001 había lanzado una convocatoria para una obra de arte que cubriese ese espacio, una vez que BAK Estudio de Arquitectura diseñase una nueva vía peatonal para la autopista. Así, compitiendo contra otros diez artistas de diferentes ciudades, la propuesta de Van Dalen fue seleccionada por un jurado que incluía a figuras como Sofía Ímber, Pedro León Zapata, Jimmy Alcock, Henrique Capriles y María Luz Cárdenas.
“Utilizo muchísimo lo digital, Photoshop”, dice Van Dalen. Para el mural de la autopista procesó fotografías que tomó de sus pinturas para crear bandas en AutoCAD hasta crear los pixeles que se convirtieron en baldosas: 70.000 piezas, producidas por Cerámica Carabobo, para los 1.200 metros cuadrados del mural. De hecho, en la planta de la compañía, Van Dalen decidiría los colores finales del mural basándose en las posibilidades que le daba Cerámica Carabobo: “Tuve que restringir todo mi anteproyecto a cuadrados en 14 colores —me cuenta—. Eso fue un muy buen ejercicio de reducción”.
Aunque el mural está hecho con cerámica por ser un material duradero y de fácil mantenimiento, en años recientes ha sufrido el desgaste que caracteriza el paisaje urbano caraqueño. Además de baldosas que se han caído o presentan grietas, a finales del 2015 pintaron “PSUV” repetidas veces con aerosol sobre las baldosas y pegaron múltiples afiches del político chavista Haiman El Troudi. Aunque la alcaldía de Baruta usó diluyentes para remover las consignas políticas, todavía se aprecian manchas difusas y oscuras sobre las baldosas amarillas.
Posteriormente, en febrero del 2016, Van Dalen reparó un segmento de aproximadamente dos metros, dañado por choques y por grandes orificios y abultamientos causados por el empuje de los manantiales, a pesar de los drenajes que tiene el muro de contención. “Tuve que cambiar el diseño original porque se había acabado el color azul más profundo”, explica.
De hecho, es posible que futuras restauraciones de los nuevos daños requieran un cambio de colores en las baldosas dañadas. “Debe ser hecho con mi coordinación pues tiene mi autoría. Pido amablemente que la Alcaldía recuerde que cualquier modificación debe hacerse con mi autorización”. Aunque hace un poco más de un año, Van Dalen tuvo conversaciones con la alcaldía sobre nuevas restauraciones, que quedaron en el aire. Pero, pocas horas después de terminar el primer borrador de esta nota, el alcalde Darwin González le escribió a Van Dalen con el interés de hacerle un trabajo de mantenimiento a la obra. “Es el mural que tiene entidad propia”, dice Van Dalen sobre la simultaneidad coincidente entre el mensaje del alcalde y la publicación de esta nota.
Jardín lumínico no es la única obra icónica de Patricia Van Dalen en Caracas. En 2003, la artista Diana López —entonces directora de Cultura Chacao— la contactó para que hiciera un muro en el barrio Pajaritos del municipio Chacao. “No haré una obra abstracta porque la zona se llama Pajaritos —se dijo Van Dalen—, aquí trabajaré para la comunidad”. El resultado fue un enorme mural de cerámica multicolor con aves tropicales que se perchan sobre formas abstractas y flotantes que parecen invocar tanto a las grandes hojas de la ciudad como a las nubes de Calder. Las aves representan especies que sobrevuelan el norte de Caracas, que Van Dalen tomó de un libro de la Alcaldía: dos azulejos, un querrequerre, un cristofué, un turpial, un pico de frasco, un carpintero oliva, una guacamaya y un loro real basado en Roberto Antonio, la mascota del electroauto próximo al muro.
De 16 metros de largo y 2 de altura, Mural Pajaritos (2003) buscó crear aves en escalas inmensas que fascinaran a los niños del área.
De hecho, López —encantada por el diseño y su envergadura—, decidió mover la ubicación original a una pared más notoria, en la entrada del barrio. Allí, trabajó un grupo de artesanos que participaron en la construcción de los murales de la Ciudad Universitaria, como Antonio Foghin, un inmigrante del Friuli, al noreste de Italia. Una vez completado el mural, Patricia —siempre sobresaliente por su característico pelo rojo y sus ojos azules— se tomó una foto rodeada de los niños por quienes hizo el diseño de aves. Casi veinte años después, el mural y sus grandes pajaritos siguen intactos: cuidado por una comunidad que lo aprecia y valora.
“Mi obra es muy vasta, pero no es muy conocida —dice Van Dalen—, es poco lo que se ha difundido mi trabajo. No hay libros sobre mi trabajo y hay pocas publicaciones”. Quizás, en el papel o el ciberespacio, Van Dalen pasa desapercibida. Pero no sucede lo mismo en el imaginario caraqueño, tan marcado por las aves inmensas y los universos solares pixelados que recubren los murales de la ciudad. O incluso, más al oriente: en Río Caribe, donde la obra de mosaicos Jardín de calas (2006) cubre una plaza colonial de inmensos chaguaramos. Van Dalen no es realmente desconocida, es más bien un fragmento de mil colores del collage que es Caracas.