Un sexagenario líder se dirige ante casi cinco mil delegados reunidos el martes 30 de marzo de 1971 en el Palacio de Congresos del Kremlin en Moscú. Presentará el reporte oficial del XXIV Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética, del cual es su secretario general. Leonid Brézhnev ocupa un momento de su discurso para referirse a quienes, en su opinión, “toman el camino de la lucha contra los partidos comunistas en sus propios países”. A continuación, se encarga de mencionar a los “renegados” que han osado criticar la invasión soviética a Checoeslovaquia en 1968. Alude al filósofo francés Roger Garaudy, quien había abandonado el Partido Comunista, al periodista austriaco Ernest Fischer, partícipe en la Primavera de Praga, y, en la misma saga, menciona a un venezolano de apellidos centroeuropeos, Teodoro Petkoff Malek, dirigente político, economista, guerrillero, autor del ensayo Checoeslovaquia. El socialismo como problema (1969). A partir de aquel libro, algunos de sus antiguos aliados y compañeros le comenzaron a llamar no solo renegado, sino además “revisionista”, quizás la peor acusación para un ferviente discípulo de Marx y Lenin.
Teodoro era el mayor de tres hermanos. Era hijo de una médico polaca de ascendencia judía y de un ingeniero químico búlgaro, quienes trabajaban en un ingenio azucarero cercano a la población de El Batey, al sur del Lago de Maracaibo. En este lugar nació, en medio de las festividades de San Benito, el 3 de enero de 1932. Cuando Teodoro tenía ocho años, la familia decidió mudarse a Caracas. Su padre fundó una imprenta en lo que todavía era el pueblo de Chacao. Entre la lectura de clásicos de la narrativa universal y ensayos de actualidad, Teodoro formó además sus habilidades políticas, pues ingresó desde muy joven a las filas del Partido Comunista de Venezuela (PCV). Desde allí combatió, como dirigente estudiantil, la dictadura de Marcos Pérez Jiménez y luego, desde la calle y en la lucha armada, el sistema democrático nacido en 1958.
El libro sobre Checoeslovaquia nació de un largo memorándum que Teodoro escribía, desde la clandestinidad, a su partido. Era una crítica a la violencia ejercida por los soviéticos en Praga, al dogmatismo y a la falta del derecho a disentir dentro del mundo comunista.
Para ello hizo un recorrido por los autores fundamentales del marxismo-leninismo, enviando así un metamensaje a sus compañeros. En una entrevista con el periodista estadounidense Norman Gall, a principios de los años setenta, Teodoro relataba cómo fue su padre quien le hizo reparar, por primera vez, en la censura y en las purgas estalinistas. La política fue un tema de conversación entre ambos, tras enterarse el padre de que su hijo había entrado al Partido Comunista. Le reveló entonces que había sido un joven militante en Bulgaria, pero tendrían que pasar años efusivos y de lucha en todo tipo de terrenos, para que Teodoro lograra ir más allá de lo indiscutible e hiciera de la crítica a los autoritarismos la reflexión transversal de toda su trayectoria pública.
Razón y pasión de Teodoro
La vida de Teodoro Petkoff en la década de los sesenta parece sacada de una novela de aventuras. Sus fugas del Hospital Militar en 1963 y del Cuartel San Carlos cuatro años después crearon una leyenda que llegó a relatar al detalle. Pero su peripecia más grande no fue la vida guerrillera y clandestina, sino la de proponer una alternativa socialista para Venezuela desde un partido político dispuesto a acatar las reglas de la democracia representativa. En enero de 1971 nació el Movimiento al Socialismo (MAS) con Teodoro y Pompeyo Márquez como figuras principales. Desde temprano recibieron el apoyo de buena parte de la intelectualidad y el sector cultural de izquierdas, tanto venezolano como latinoamericano. En el contexto mundial, su alianza natural era con el llamado Eurocomunismo, que había abandonado la concepción soviética del Partido como elemento único de transformación social y daba paso a experimentos como los ocurridos en Italia y en España, donde los partidos comunistas fueron factores de importancia en la construcción de la democracia y en la transición a ella.
Al libro de Checoeslovaquia le siguieron ¿Socialismo para Venezuela? (1970); Razón y pasión del socialismo (1973) y Proceso a la izquierda (1976). En estos textos, Teodoro sigue aplicando su erudición al momento político y deja de lado la prédica “esencialista” de censurar cualquier avance democrático. Dirige reclamos al sistema social y económico imperante en el país, pero asume que se debe dar chance a reformas graduales que sean fundamentales. Orienta la acción del MAS a convocar a diversos sectores de la sociedad que se debieran integrar mediante un pensamiento crítico. La gran lucha es vencer la desigualdad y seguir avanzando por la soberanía. Sobre el funcionamiento interno del partido, afirma en Proceso a la Izquierda: “el movimiento debe estar en condiciones de ofrecer un contenido y una imagen democráticos que, en cierto modo, prefiguren el modelo de sociedad que proponemos”, y continúa: “No se pueden separar, como tradicionalmente se hace, fines y medios; tampoco postergar la construcción revolucionaria hasta la toma del poder”.
Teodoro fue candidato presidencial en las elecciones de 1983 y 1988. En ninguna de las dos llegó a obtener el apoyo de un cinco por ciento del electorado.
Entre una izquierda dividida y la consolidación del bipartidismo, nunca las masas le profesaron fervor. Pero sí recibió atención constante por parte de escritores, intelectuales, periodistas e historiadores.
El relato de su vida, opiniones y análisis, quedaron en libros de entrevistas como el de Ramón Hernández, Teodoro Petkoff: viaje al fondo de sí mismo (1983); el de conversaciones con Elías Pino Iturrieta e Ibsen Martínez, La Venezuela de Chávez. Una segunda opinión (2000); y el de Alonso Moleiro, Solo los estúpidos no cambian de opinión (2006). Es todavía una labor pendiente escribir una biografía minuciosa, así como documentales, películas y material pedagógico que den a conocer un apasionado periplo vital.
Del poder, la resistencia y la integridad
Habré visto a Teodoro en mi vida como cinco veces, y conversado con él tan solo dos. La primera fue en el funeral del historiador Manuel Caballero, la segunda cuando gentilmente me dedicó en su oficina mi ejemplar de la primera edición de Checoeslovaquia. De niño había observado su imagen en la televisión, un catire de bigote robusto y con lentes, algo rabioso, ministro de Cordiplan en el segundo gobierno de Rafael Caldera. En ese cargo popularizó la frase: “Estamos mal, pero vamos bien”. Después de una carrera legislativa como diputado, ahora llegaba al ejecutivo en un momento crítico de la economía y del sistema democrático. Fue la cara visible de la Agenda Venezuela, y allí buscó proyectar “utopías concretas”, como aseveró en un documental hecho por aquellos años. También publicó un libro de sugerente título: Por qué hago lo que hago (1997). Al mote de “revisionista” se le sumó en ese entonces el de “neoliberal”.
En 1998 abandonó el MAS después de que el partido decidió apoyar la candidatura presidencial de Hugo Chávez. Esta separación generó nuevos rencores en parte de sus antiguos simpatizantes. Recuerdo que, en Venezolana de Televisión, en el programa de Roberto Malaver y Roberto Hernández Montoya, año tras año, celebraban el cumpleaños de Teodoro como una burla al ídolo caído. Acaso los que cayeron fueron ellos.
El siglo XXI encontró a Teodoro haciendo periodismo, primero desde El Mundo, luego con Tal Cual, del que fue fundador y director. Sus editoriales fueron un punto de reflexión y altura en medio de un debate político que se consumía entre la deriva autoritaria y los radicalismos. También fue uno de los analistas principales de la nueva etapa en la que entraba el país. De sus dos últimas décadas de vida quedan títulos como: Dos izquierdas (2005); El socialismo irreal (2007) y El chavismo como problema (2010). Como un Rafael Arévalo González de nuestro tiempo, debió enfrentar la ira y el acoso del poder. Primero hacia su periódico, luego directamente contra su persona. Este esfuerzo de resistencia sería reconocido en el exterior con los premios María Moors Cabot (Universidad de Columbia, 2012) y el Ortega y Gasset (El País, 2015).
Teodoro falleció el 31 de octubre de 2018, cuando se cumplían sesenta años del Pacto de Puntofijo, génesis del sistema que primero combatió y luego, de una u otra manera, terminó por valorar y defender. Se fue ese día un apasionado de la ópera, los Tiburones de La Guaira, la poesía y la lectura. No “un lector cualquiera, sino uno que ha hecho la proeza de leer dos veces La montaña mágica, de Thomas Mann, lo cual es casi un dato decisivo de la personalidad”, aseguró Gabriel García Márquez en un artículo que le dedicó en 1983. Nos dijo adiós un personaje inolvidable. Más allá de las críticas a su personalidad o a sus ideas, Teodoro Petkoff demostró con su vida integridad y que el intelecto puede servir para construir una mejor sociedad. Además, nos legó una inmensa enseñanza: que rectificar es de sabios.