Canta el pueblo su canción
nada la puede detener
esta es la música del pueblo
y no se deja someter
Si al latir tu corazón
oyes el eco del tambor
es que el futuro nacerá
cuando salga el sol.
Esta crónica es producto de una alianza de Cinco8 con Clas Producciones y NVIVO.
Volver a subir por las largas escaleras mecánicas del Teresa Carreño, hacia la entrada de la sala Ríos Reyna con la gran obra de Soto en el techo, suele ir acompañado por nostalgia de aquella Venezuela modernista de concreto armado, festivales internacionales de teatro, y El Cascanueces. A pesar de la débil luz de las lámparas que alumbran las zonas comunes y la oscuridad que emana de la boca del estacionamiento, los tradicionales suéteres rojos de los guías dan una sensación de familiaridad que reconforta.
La audiencia iba llegando como con pena, como quien entra a la casa de su infancia cuando otra gente ya vive ahí. Pidiendo permiso, yendo a ver si las paredes y las puertas no se han movido. Así iban, reencontrándose con ese espacio, quienes en octubre de 2019 fueron a ver la última función de Los Miserables en Caracas.
Antes de seguir con esta nota es importante dejar claro que no puede haber spoilers cuando se escribe sobre Los Miserables de Víctor Hugo. La novela sobre la redención de Jean Valjean es el gran modelo de la historia de redención moderna: un hombre que escapa de la cárcel para convertirse en un justo alcalde, un inspector que pasa décadas detrás de su pista, amor, desamor, perdón, todo envuelto en el contexto de una París post-pandemia encendida por protestas lideradas por estudiantes. Ha sido llevada a infinidad de formatos y se ha contado de todas las formas que se puede contar una historia. Y ya sea que se conozca a Valjean por la novela, o por las películas, o que lo veamos con la cara de Liam Neeson o Hugh Jackman, uno de los formatos más celebrados ha sido la adaptación musical del compositor y productor Claude-Michel Schonberg. Hay decenas de películas, series de TV, secuelas, cómics y manga, y ha sido inspiración de otras grandes historias que giran alrededor de la obra. Grandes historias como esta, que empieza, precisamente, con una flecha lanzada al aire.
La flecha
Claudia Salazar ya tenía experiencia produciendo musicales. Había trabajado en Jesucristo superestrella y había producido el musical de La novicia rebelde. Rayando los 30 años ya se había hecho un nombre en la escena teatral. Tanto así, que alguna vez la muy querida Carmen Victoria Pérez afirmó que tener a Claudia tras bastidores era un sello de calidad.
Venezuela tiene una sólida, pero tímida, tradición teatral. Buenos escritores y grandes actores. Piaff y Señora Ímber son dos buenos ejemplos recientes. Pero en general, y sobre todo en los últimos tiempos, se trata de teatro de bajo riesgo. Producciones que no requieren de demasiadas puntas, que no tengan muchos gastos, y que puedan resolverse sin mucha producción. Es lógico.
“Los Miserables era el sueño”, afirma Claudia Salazar, “pero yo me veía montando la obra a los 60 años, ya como el logro de una vida produciendo musicales. Y si hubiera sido así, consideraría que tuve una carrera exitosa y me retiraría feliz”.
Y hay que entenderlo: no es que un día uno va y se levanta y dice “vamos a montar Los Miserables”. Aparte de la dificultad de armar la producción, hay que superar una serie de obstáculos burocráticos que parecen casi imposibles.
El primer paso: pedir los derechos. A mediados de 2017 Claudia se entera que los derechos de la obra están disponibles y le escribe a Music Theater International (MTI) de Londres, la compañía que los administra. Se presentó, y les dijo lo que quería. Ellos, muy formalmente, le explicaron los pasos y requisitos. Ella tenía que mostrar sus credenciales como productora e ir checking the boxes. Y así empezó un lento intercambio de correos, que se extendió por varias semanas, durante el cual Claudia fue respondiendo lo que le pedían.
Y un día, llega un email inesperado. «Congratulations”, le aprobaron los derechos para hacer 10 funciones. Claudia leía y releía el correo y no lo podía creer. Pero poco a poco la alegría de la cercanía del sueño de su vida fue reemplazada por una terrible angustia: “¿y ahora qué?”
Pidió prestado y puso todo lo que tenía para pagar los derechos y mentalmente se permitió un colchón de tiempo mientras terminaba la producción de Piaf. Afortunadamente se encontraba en medio de la puesta en escena y pudo establecer ciertos límites para concentrar su atención en lo que debía.
Ya entrado el 2018 pudo sentarse a medir la magnitud de lo que tenía enfrente, y era un sueño que fácilmente podría tornarse en pesadilla. Empezó por lo básico. Consiguió un socio y cómplice necesario en FM Center. Luego, pasó a buscar la aprobación del teatro por parte de los ingleses, cosa que no fue muy difícil pues el Teresa Carreño, golpeado como está, cumple de sobra con las credenciales. Para la música, no había que mirar más allá que la Orquesta Sinfónica Gran Mariscal de Ayacucho que dirige Elisa Vegas. Además, Elisa y Claudia habían trabajado juntas en la Novicia y era un fit perfecto.
La tropa
Más difícil que el teatro y la música sería encontrar a un director que cumpliera con los requisitos, y que estuviera dispuesto a anotarse en la odisea de armar uno de los musicales más importantes de Broadway en el país con la economía más deprimida del mundo. Los nombres que Claudia enviaba a Londres rebotaban uno tras otro. Venezolanos, españoles, de distintas nacionalidades y distintas experiencias. Nada. Hasta que la misma compañía le habló de un director argentino que vivía en Londres, que ya había dirigido la obra, y con quien habían tenido muy buen resultado: Mariano Detry.
Mariano vio aquello como un gran reto y, bueno, como lo que era: una aventura. Aceptó y se subió al proyecto.
La logística para armar todas las piezas de esta empresa, sin que se cayeran en el camino, no era fácil. Pero con un director en el equipo ya podían empezar a trabajar buscando el reparto. Hicieron la convocatoria por redes sociales y con un par de spots en la radio. La respuesta fue masiva. Miles de personas respondieron.
Gente de toda Venezuela aplicó. Y luego de un arduo proceso filtrando las aplicaciones, dieron con el primer grupo para las audiciones. Vieron a 700 personas, tal cual si se tratara de The Voice, en algo que distaba mucho de una audición tradicional en Venezuela. Claudia logró que El Sistema les cediera el espacio del Centro de Acción Social por la Música para las audiciones.
Cuando los candidatos entraban a ese espacio, con las sillas con diseño de Cruz Diez y la arquitectura de Tomás Lugo, quedaban deslumbrados. El proceso era como ninguno que esos actores había visto antes. Cuando les tocaba su turno subían al escenario y los saludaban por su nombre. Luego se les daba la oportunidad de que interpretaran la parte de la obra que habían preparado. Todo muy formal y ordenado, hasta que Mariano les cambiaba la seña.
El director quería que improvisaran algo que todos se supieran, una canción que tuviera arraigo y algo de épica. Y cuando oyó el himno nacional por primera vez, dijo “esta es”.
Pero para entender del todo lo que pasaría a continuación hay que recordar el contexto bajo el cual esto ocurría. Estamos hablando de Venezuela a finales de 2018: la desembocadura de años de protestas estudiantiles que se batieron en las calles. El grupo, en su mayoría, eran jóvenes en sus veintes. Y ahí estaba Mariano, pidiéndoles que sintieran el himno, que lo cantaran desafiantemente, como si de eso dependiera su futuro.
Claudia cuenta que ese momento fue uno de los más conmovedores de todo el proceso de selección. “Claro, Mariano no sabía lo que le estaba pidiendo a esos chamos, para la mayoría de ellos era algo muy personal”.
Mariano quedó deslumbrado al entrar al teatro. Conmovido por estos jóvenes, terminó irremediablemente enamorado de Caracas.
El elenco escogido era una mezcla de acentos y talentos muy sabrosos. El rol de Jean Valjean cayó en manos de Humberto Baralt, un joven de 26 años con un vozarrón y una gran capacidad para transformarse —habilidad clave pues es fundamental para lograr todas las metamorfosis del mismo Valjean.
Hicieron la obra suya, se apropiaron de la causa de aquellos estudiantes franceses con la que tanto se identificaban, tanto así que hubo muchas lágrimas y pasión durante los ensayos, y se agarraron de este proyecto como si su vida dependiera de ello.
Se va la luz
Te unirás a nuestra fe
ven y lucha junto a mí
tras esta barricada
hay un mañana que vivir
Si somos esclavos o libres
depende de ti
Empezaron los ensayos en enero, había que correr pues la fecha planteada para el estreno era el 23 de mayo de 2019. La situación en Venezuela no es fácil, pero el proyecto va agarrando tracción. Se suman distintos patrocinantes privados que se van enamorando de la obra y un aliado clave, el embajador de Francia en Venezuela.
La obra iba por su propio carril a pesar de lo que estaba pasando en el país. Juan Guaidó, el presidente de la Asamblea Nacional, se juramentaba como presidente encargado y la atención pública se fijaba en la frontera de Venezuela con Colombia y un evento que se organizaba para llevar ayuda humanitaria al país. En medio de este ambiente políticamente cargado el equipo avanzaba con gríngolas, sin ver a los lados.
Y entonces, llega marzo de 2019 y se va la luz. Caracas quedó sumida en la oscuridad por casi tres semanas, y otras regiones del país por meses. Intentaron manejarlo los primeros días, pero a medida que pasaba el tiempo, en Londres se preguntaban qué carrizo pasaba en Venezuela.
Claudia logra establecer un flujo de comunicación con ellos y llegan a la conclusión de que hay que mover la fecha de estreno. Nueva fecha: 31 de octubre de 2019. Esto les daría tiempo de organizarse y dejar que corriera el tiempo para tener una idea de si la situación en Venezuela podría estabilizarse lo suficiente como para efectivamente montar la obra.
El equipo de Londres, incluyendo a Mariano, planifica un viaje a Caracas para trabajar con el elenco y la orquesta. Ya con la nueva fecha planteada podrían trabajar con calma. Así que aterrizan en Venezuela el 29 de abril. Todo perfecto.
Durante la madrugada del 30 de abril aparece un video de Juan Guaidó, junto a Leopoldo López y un pequeño grupo de militares venezolanos declarándose en rebeldía. No se entendía si se trataba de un levantamiento militar o qué. Volaron por las autopistas desiertas a llevar al grupo de Londres hasta el aeropuerto, los montaron en un avión y los despidieron.
“¿Vas a seguir?”, le preguntó Claude-Michel Schonberg, el compositor de la música original de la obra, a Claudia en un email. “Sí, seguimos”.
La invitaron a Londres y en el viaje pudo reunirse con Thomas Schonberg, hijo de Claude-Michel, y con Cameron Mackintosh, el legendario productor de Broadway y héroe personal de Claudia. Eso fue el 27 de mayo. Después de toda la tensión de esas semanas, el viaje le inyectó una necesaria dosis de ánimo. Fue recibida como una igual, Mackintosh le dio un abrazo, se pusieron realmente a la orden y le dieron toda su atención para avanzar.
Mientras tanto, del lado venezolano Claudia tenía muchos problemas que resolver. El aire acondicionado del Teresa Carreño no servía y tenían que encontrar una solución. La obra dura casi tres horas y no podían tener al público ahí, asándose. Pero reparar el aire del teatro superaba el millón de dólares. ¿La solución? Alquilaron 33 unidades pequeñas de climatización para que la temperatura de la Ríos Reyna fuera tolerable.
Durante el primer ensayo en el Teresa Carreño cayó un palo de agua y la fosa de los músicos se inundó y terminó convertida en una piscina. Iban resolviendo problemas sobre la marcha al tiempo que trabajaban a toda marcha con el elenco.
Pero así como el lugar planteaba muchos retos, también trajo grandes sorpresas. La escenografía fue fabricada en el taller del teatro. Hicieron un gran trabajo con la barricada que construyen los estudiantes franceses, que es una pieza muy importante durante la obra.
Todos somos Los miserables
A medida que pasaban los meses el elenco se afilaba cada vez más. Ya no se deshacían durante las escenas. Lograban controlar las emociones, aunque estaban ahí, a flor de piel. Se sentía que esto no sería cualquier cosa. Los Miserables iba a toda máquina.
Y así fue como hasta el mismo Claude-Michel Schonberg terminó en Venezuela ayudando a preparar a los músicos, sin cobrar. Tenía curiosidad por lo que le reportaban desde Caracas y se fue contagiando de entusiasmo por el proyecto. Además, había estado en Venezuela en los setenta y la recordaba con mucho afecto.
Cuando llegaron las partituras, la caja se les había quedado pequeña. Solo había 16 partituras y ellos tenían a la orquesta Gran Mariscal de Ayacucho completa a su disposición. Pero cuando escribieron para pedir el resto, de Londres les contestaron que no, que eso era. “La obra está escrita para 16 músicos”. Y claro, la música ha sido interpretada por orquestas completas infinidad de veces, pero la obra se hace con 16.
El equipo no se quedó con esa. Propusieron la posibilidad de hacerlo doble, preguntaron si no se podía hacer una excepción. La respuesta obvia y lógica era un rotundo “no”. Sin embargo, al cabo de unas semanas Mariano llama a Claudia: “no lo vas a creer”. Habían reconsiderado, y estaban componiendo las partituras para el resto de la orquesta. Los Miserables en Venezuela se estrenaría con 32 músicos por primera vez en la historia del musical.
MTI había dado permiso, además, de que se cantara la Canción del Pueblo. Los musicales se ciñen por unas reglas muy estrictas. Cuando la partitura termina, la música se detiene. Pero en este caso, el mismo Schonberg dio permiso de que luego de las reverencias, el elenco cantara la canción en tarima, con la intención de que el público los acompañara. “Esta gente lo necesita”.
Esta combinación de concesiones mezclada con el talento y la conexión de los intérpretes —e incluso el público— con la obra hizo que aquello fuera un antes y un después para Los Miserables y para el teatro en Venezuela.
Rodrigo, un artesano cubano que tiene más de 35 años en el taller del TTC, lo resumió mejor que nadie: “lo que pasó con Los Miserables es que volvió la luz al Teresa Carreño”.
El regreso
Esta entrevista inédita se hizo en diciembre de 2019 después de que Claudia terminó de cerrar la producción de Los Miserables. Se había puesto su propia barra muy alta y logró una hazaña casi imposible. “Quiero ser cómplice del desarrollo de musicales en Venezuela”, dijo Claudia como cierre de aquella conversación. Y lo ha sido.
Ahora, Los Miserables vuelve al Teresa Carreño, cuyas instalaciones han sido renovadas, con un impulso contagioso y un equipo experimentado. Al elenco original se le suma una cohorte de talentosísimos jóvenes y regresa Mariano Detry como director. Las nuevas funciones comienzan a partir del 30 de marzo y pueden conseguir los tickets aquí.