Año tras año, desde el gobierno de Nicolás Maduro se insiste en embellecer Caracas. Nunca es una verdadera rehabilitación, aunque los brochazos, la siembra de plantas y las nuevas luminarias en las autopistas ayudan a dar otro aire. Nunca sabemos los ciudadanos cuál es el criterio, quién decide cómo se hacen estas cosas, cuál es la entidad rectora: distintos organismos le caen en cayapa a la ciudad, como quien barre rápido la casa ante la visita inminente de alguien con quien no quieres quedar mal.
El más reciente episodio de ornato público comenzó a la vez en muchas plazas, estaciones del Buscaracas, paseos, mercados municipales y vías. Lo que muchos no sabían es que detrás de ese “embellecimiento” se preparaba una resolución más, la N° 0007-2021, que va más allá de garantizar protección y preservación como lo establece la Ordenanza sobre Conservación de Fachadas de junio de 1994. De repente las alarmas de la ciudadanía se encendieron, cuando se dio cuenta de que no solo se trataba de obras de “envergadura” en el marco de un plan del Ejecutivo liderado por Carmen Meléndez, vicepresidenta de Seguridad Ciudadana, sino que aguas abajo también se desarrolla una intervención que toca los intereses particulares, sin resolver los verdaderos problemas de la ciudad.
Ahora, la Alcaldía de Caracas, según resolución del 11 de mayo de 2021, pretende regular las condiciones urbanas del ornato y estética a las que deberán someterse los entes públicos, las fachadas laterales o espacios visibles desde la vía pública de edificios de uso institucional o residencial y locales comerciales, “para conservar la estética ambiental, arquitectónica y urbana de los espacios de la ciudad”.
Esta resolución debe implementarse en el menor tiempo posible (30 días a partir de la publicación del decreto), y según la alcaldía de Caracas, fueron consultados el Instituto de Patrimonio Cultural y la Fundación para la Protección y Defensa del Patrimonio Cultural de Caracas, Fundapatrimonio.
Las rejas metálicas protectoras de los edificios deben ser pintadas de color gris claro 560-625, en escala cromática RGB, y deben tener el logo o un texto alusivo al bicentenario de la Batalla de Carabobo, con unas medidas específicas.
No sólo rejas de comercios y edificaciones que dan lateral a las vías principales están cambiando de tonalidad. El gris ya se impone en kioscos, postes y paredes de los mercados municipales. Los comerciantes están apartando dinero de su bolsillo antes de exponerse a una sanción municipal o a que les cierren el negocio. Otros esperan apoyo para comprar el esmalte y el logo en vinil que exige el ayuntamiento. “Yo pago mis impuestos municipales”, dice Norberto Cáceres, dueño de una tienda de repuestos para electrodomésticos. “Si ellos quieren cambiar mi fachada que me digan a qué oficina voy a retirar el galón de pintura y el sticker que tengo que poner en la reja”.
La ciudad como laboratorio político
Todo comerciante en Venezuela tiene que estar lidiando con continuas regulaciones y cubrir su negocio de letreros que tiene que pagar, sobre la prohibición de llevar armas, en un país lleno de ellas, o de fumar, o ahora la obligatoriedad de las mascarillas, que sabemos cuánto se cumple. Pero la capital, por su valor simbólico, tiene una historia particularmente intensa de renovaciones a juro.
En 2010, con el bicentenario de la declaración de Independencia, Jacqueline Farías, entonces impuesta como jefa del Distrito Capital, decía “Caracas se pone bonita, se pone sabrosa”. Cuando Jorge Rodríguez cuando fue alcalde de Caracas, mandó a cambiar todas las santamarías de locales y a remover los letreros que identifican las tiendas. También cambió aceras y expropió cuadras enteras de comercios. En 2016, Maduro lanzó un plan para la Caracas “bella y socialista”. Al año siguiente, el mismo Maduro habló de otro plan “por amor a Caracas” en el que incluso trabajaron cuadrillas de presos. En 2019 crea la Gran Misión Venezuela Bella para las 50 ciudades más pobladas, en la cual, por supuesto, incluyó a la capital, y menciona la inversión de mil millones de euros para tal fin.
En 2020 viene el plan Caracas Bella y el más reciente, en abril de 2021, se lanza con Plan Caracas Patriota, Bella y Segura, para “rememorar la historia del pueblo caraqueño y recordar ese momento único cuando el Libertador Simón Bolívar llegó a Caracas con su ejército victorioso desde Carabobo”, según Maduro.
Por donde pasa el dictador
Para José Gregorio Ochoa, ambientalista y líder comunitario, es un gesto totalitario: quieren uniformar las plazas, avenidas y bulevares por donde pasarán el jefe supremo y sus invitados especiales durante los actos conmemorativos de la Batalla de Carabobo.
“Hemos visto como todos los años cambian las losas o pintura de los túneles de la urbanización El Silencio”, dice por su parte José Gregorio Cáribas, exconcejal metropolitano por Caracas. “Vimos el dineral que gastaron en las fachadas de esos edificios y no hemos visto un diseño que rescate lo arquitectónico. Están pintando lo que está a la vista. Sin embargo, las parroquias están abandonadas, con los servicios públicos destrozados, hay sectores donde no llega el agua desde hace dos años. Esto se hace sin planificación, no hay contraloría social, no se sabe cuáles son los montos de las obras, no se hacen licitaciones, no se hace un concurso. ¿Por qué pintar de gris, eso se llevó a consulta popular?”.
“Berlín del Este era toda gris y triste, llena de monumentos a héroes comunistas”, alertó Guillermo Durand, cronista de la ciudad. ”A lo mejor están preparando a Caracas como la ciudad comunal”. Durand advierte que la vieja Caracas solía tener paredes blancas, porque se pintaba con cal, bajo esos famosos tejados por los que Enrique Bernardo Núñez la llamó la ciudad de los techos rojos. Pero esto de ahora, dice Durand, “forma parte de un plan que consiste en que para el 24 de junio, cuando se cumplen doscientos años de la Batalla de Carabobo, esté aprobada la ley de las Ciudades Comunales y que Caracas sea el modelo. Ese es el propósito y las intenciones de estar frisando paredes con un enjambre improvisado de albañiles”.
Cáribas recordó además que, así como estos planes no son nada nuevo, tampoco lo es la obsesión chavista por cambiar el significado de las cosas. “Pintar de gris unas rejas puede verse superficial, pero el fondo es la pérdida de los referentes, como los nombres de vías que fueron modificados, los monumentos removidos o pintados como el indio en la entrada de la parroquia Caricuao, que fue teñido de rosado. Toda esta transformación va modificando el sentido de pertenencia de los habitantes”.
Un uniforme gris que tienes que pagar tú
“Quitarle los colores a las fachadas y uniformarlas con un gris no debe ser más que otro guiso rojo”, agrega Kadary Rondón, exconcejal del municipio Libertador. “Algunos podrán decir que es parte del control propio de los regímenes comunistas. Yo lo veo más como un raspar la olla”.
Zulma Bolívar, quien fue directora de Urbanismo de la extinta Alcaldía Metropolitana, ve la resolución, ante todo, como invasiva, y segundo, cree que en los tiempos que vivimos hay otras prioridades de inversión en el espacio público: “Ahora resulta imprescindible no perder la imagen histórico-cultural de la ciudad, pero también hay que invertir, con el precario presupuesto que hay, en calidad del espacio público ciudadano no politizado”.
La arquitecta Vilma Obadía considera que es una resolución antiurbana. “Después de que pintas todo de un mismo color, sin importar si es institucional, comercial o residencial, no logras uniformizar todo el nivel peatonal de la ciudad, lo que en verdad logras es uniformar la ciudad”, dice Obadía. “Y en la ciudad uniformada ya no importa más nada, solo es importante que tengas el uniforme limpio y planchadito y que no olvides tus insignias: el logo de vinil que exige la Alcaldía”.
Para ella es un triste homenaje a una batalla en la que se obtuvo la libertad para Venezuela.
Uniformar la ciudad es un contrasentido de dimensiones descomunales en el cual, además, se busca obtener indulgencia con escapulario ajeno: que lo pague el afectado es como cuando en una violación la victima es la culpable.
Como siempre, hay preguntas sin respuesta, y de mucha índole.
¿Habrá suficiente pintura gris en Caracas, o en Venezuela, para que varias miles de edificaciones en 433 kilómetros cuadrados puedan cumplir con la ordenanza?
Si esto se relaciona con el proyecto de las ciudades comunales, que acaban con la figura del alcalde, ¿por qué el régimen convoca a unas megaelecciones de alcaldes y gobernadores para finales de año?
¿Cuántas fachadas en Caracas terminarán siendo grises, y qué pasará con quienes no alcancen a cumplir con la orden?
El tiempo resolverá esas preguntas, o no. Mientras tanto, en la ciudad de las guacamayas tricolores, las montañas verdes y los cielos azules, la gente gana una preocupación más mientras ve cómo vive con el dólar negro rumbo a los 4.000 bolívares.