Aún recuerdo las catalanas asándose en el fogón, una para cada uno de la familia y otra de más para cualquier invitado inesperado. Su rojo se enardecía sobre el fuego y al abrirlas todavía humeantes el aroma del ají dulce era el anticipo del placer del paladar. La arepa caliente era el acompañante perfecto para ese manjar hecho por un margariteño sencillo sin aspiraciones de chef.
Hace muchos años que no tengo esa experiencia gastronómica. Hace muchos años que ni veo una catalana o un pargo hermoso y carnoso, ni hablar de un mero de carne delicada y jugosa, porque de lo que se pesca en Margarita a los margariteños nos toca la peor parte. Lo que sí se ve en el mercado son pescados pequeños cuyos nombres se saben los entendidos. Yo me sé los nombres de los pescados que comíamos en mi casa de la infancia, esos que hoy se promocionan en las cuentas de Instagram de las pescaderías boutique.
El alto costo que tiene para el pescador elaborar sus artes de pesca, como nasas y palangres, la caída del poder adquisitivo de los locales, la posibilidad de vender la pesca en alta mar en dólares, la relación de dependencia con los revendedores y la dificultad para surtirse de gasolina y aceite de motor, han propiciado que al llegar a la orilla la moneda extranjera sea el indicador principal: el mejor pescado es para el que tiene dólares, los margariteños deben conformarse con los pescados no tan apetecibles que caen en las redes o muerden el anzuelo.
El dólar decide
“La pesquería es una actividad económica que no escapa a la oferta y la demanda, ni siquiera para un pescador sencillo y humilde”, dice el profesor Walter González, docente en la Escuela de Ciencias Aplicadas del Mar en la Licenciatura de Biología Marina de la Universidad de Oriente, Núcleo Nueva Esparta. Según el catedrático, la variación de la presencia de las especies marinas de consumo se debe a la comercialización que se hace en alta mar. “Hay especies que son muy cotizadas, como el pargo, el mero o el mismo carite, que casi no se ven en Margarita porque los llevan a otras islas; tienen un mayor valor en Trinidad y Tobago y otras islas del Caribe. Acá hay una gran diversidad de peces de consumo, como los peces azules: atún, jurel, carite, sierra, sardina. Pero los de gran valor comercial ni siquiera llegan aquí”, indica González.
El investigador del Instituto de Investigaciones Científicas de la UDO-NE, de Boca del Río, afirma que en Los Testigos y en Los Frailes se fondean barcos con gran capacidad de carga, antes conocidos como hieleros.
Al terminar su faena, los pescadores de Margarita y Sucre van a esas aguas a ofrecer sus productos y de allí son sacados del país.
“Otro de los factores que propicia la selectividad de la pesca artesanal es el alto costo que representa para el pescador hacerse a la mar, desde la confección de las nasas y otras artes de pesca, la obtención de las carnadas y el aceite de motor, más los problemas para conseguir gasolina. Esta realidad lleva a que el pescador busque los peces más comerciales a la hora de hacer las capturas”, explica González.
El investigador considera que la producción pesquera se ha mantenido en Margarita, pero para el margariteño es difícil comprar el pescado que estaba acostumbrado a comer, unas veces porque no está disponible en el mercado, otras porque no lo puede costear. La gente prefiere comprar sardina o raya, mientras que pargo o mero son inalcanzables. Eso trae como consecuencia que la oferta y la demanda comiencen a desequilibrarse, afirma.
Actualmente se consigue carite porque está en temporada, con precios de 3 a 5 dólares por kilo. Cuando vuelva la veda los pescadores tendrán que ir más lejos para capturarlo y el kilo puede llegar a 8 dólares.
De pescador a comprador
Margarita es un punto estratégico para la pesca artesanal y de altura por la abundancia de especies que se reproducen en sus costas o por las ribazones que pasan cada temporada.
Durante su juventud, Pedro García se ganó la vida como pescador, pero hoy debe forcejear como muchos para obtener un buen pescado. Todas las semanas va para el puerto de El Tirano, que fue uno de los más importantes de la isla, a comprar pescado o canjearlo por harina, arroz o pasta. “Ahí ya no se ven los peñeros como antes, que llegaban llenos con pargo, carite, sierra, cuna, picúa, medregal, por nombrar algunos. En la playa, adquirir un kilo de un buen pescado es casi imposible si llevas bolívares. Las cavas (los camiones refrigerados o los cuartos acondicionados que se hallan en la playa) tienen la primera opción, porque son los que surten de aceite de motor a los pescadores, que deben sumar la gasolina en los motores dos tiempos para poder echar el bote al mar”, dice García.
“Ahí se puede encontrar el pescado de segunda, que es el que compra el margariteño de a pie, especies pequeñas cuyo valor se transa en bolívares o por trueque: bocón, corocoro, gallo, toro, cojinúo, guatacara, cataco, cachúa, cachama, guaquinillo, arara”, afirma. “En los islotes de Los Frailes hay otro escenario, allí pernoctan las lanchas de altura que compran las mejores especies para llevarlas a las islas menores: Trinidad, Martinica, Santa Lucía, Guadalupe, St Vincent, todo pagado en dólares”.
“En otro puerto de gran importancia como es Manzanillo, la pesca es por calada (con redes) y abunda el atún cojinúo, jurel, carachana pintada, bagre, corocoro, sardina. Estamos hablando de una pesca de 20 a 70 toneladas por calada. Ahí pasa lo mismo, las mejores especies se van fuera de la isla, mientras que los dueños de trenes y máquinas le regalan a los pobladores algo de lo que capturaron; esa nobleza, como le decimos aquí, ha ayudado a mitigar la hambruna por lo menos en los últimos 5 años”, relata García.
María Tineo es docente y pertenece a una familia de pescadores. Dice que la pesca artesanal se ha convertido en una amenaza, como lo fue en una época la pesca de arrastre, porque los barcos y las cavas compran todos los peces, incluyendo los pequeños que no han terminado de desarrollarse, poniendo en peligro la reproducción de esas especies.
Los pescadores también tienen una amenaza: la inseguridad. Los que pasan la noche en Los Frailes para ahorrar el combustible asumen el riesgo, porque son propensos a ser asaltados. Les pueden robar los motores y hasta la comida que tienen en su despensa. Muchos pescadores que han pasado por eso dejan el oficio o renuncian a aventurarse a alta mar, donde se puede conseguir la mejor pesca.
Lesly Indriago es una joven pescadora. Empezó en este arte a los 14 años, dejando sus estudios por un trabajo con el que ganaba lo suficiente. Junto a su pareja e hijos pequeños también pernoctaba en Los Frailes.
El mes pasado un grupo de encapuchados llegó con armas de fuego a la ranchería familiar, les robaron cuatro motores y el bastimento de comida.
“Mis hijos no paraban de gritar. Ya no podemos quedarnos allá”. Pero Lesly ahora tiene otro problema: no tiene bote ni motor, por lo tanto la sacaron del censo que le permite comprar gasolina. “Tengo quien me los preste, pero de qué me sirve si no tengo gasolina. Y de paso estoy corriendo el peligro de que me roben el tren de pesca (es una red de grandes dimensiones), porque eso está solo en la playa”, dice con los ojos llorosos.
Aunque son muchos los obstáculos, la pesca artesanal se ha vuelto un oficio lucrativo para hombres y mujeres de mar, por la posibilidad de ganar en dólares.
El 1 de julio comenzó la temporada de pulpo; aunque algunos pescadores se habían adelantado porque es una pesca que les da buenas ganancias, pero se corre el riesgo de que la Guardia Nacional la incaute. Los revendedores lo ofrecen a 2,1 dólares. Pero cuando inicie la captura en regla, también comenzará la refriega entre los caveros para establecer el precio. Los dueños de los botes venden el pulpo por sacos a las cavas cuartos que lo guardan y acumulan hasta que vuelva la veda y puedan vender a mejor precio. Los pescadores regalan algunos ejemplares a las personas que ayudan a sacar el bote hasta la orilla, estas los venden a los compradores al detal y es una forma de acceder al producto antes de que los caveros lo monopolicen.
La temporada de pulpo es una época de relativa bonanza porque atrae mucha gente a la playa, los pobladores aprovechan y se acercan a vender tortas y otros dulces, incluso collares y pulseras.
Si no corriste con la suerte de comprar un buen pescado en los puertos, puedes ir al Mercado de Los Cocos en Porlamar. Allí se consigue de todo, porque los caveros le venden a los revendedores de ahí.
La tripa ‘e perla y el mejillón, cada vez más escasos
La tripa ‘e perla, que la vendían las mujeres de casa en casa a precios muy económicos, ahora es una rareza.
Los bancos de diversas especies de bivalvos están entre la isla de Cubagua y Punta de Piedras: ahí, entre otras especies, se extraen pata ‘e cabra, tripa ‘e perla o pepitona, arrechón, madre perla y mejillón. De allí los llevan a Punta de Piedras donde está el mayor asentamiento de “esjuyadores” (los que sancochan y sacan de la concha los moluscos).
Pedro García dice que este fenómeno tiene dos causas posibles, la primera es que se están agotando los bancos de moluscos por sobreexplotación, porque cada día son más los pescadores que ven en estos productos un medio de sustento, aunado a la alta demanda que hay; la segunda causa es la escasez de aceite de motor, y gasolina repuestos para los fuera de borda. Todas estas dificultades también propician que el pescador prefiera buscar tajalí, por ejemplo, que es mejor remunerado, o las macroalgas, muy demandadas por coreanos que las exportan desde la isla.
Walter González agrega que el arte de pesca utilizada para sacar las pepitonas y similares, la rastra, es muy agresivo y destruye los bancos naturales de estos recursos.
Incluso en el puerto donde arriban los botes, lo que se consigue va a un mercado preferencial que se cotiza mucho más alto de lo que puede pagar el ñero. En Manzanillo, donde se saca el mejillón, el pasapalo preferido en las fiestas y reuniones, entre julio y octubre se podía comprar por sacos. Esta especie que no es muy abundante en su ambiente natural, también ha mermado su disponibilidad por la depredación humana y porque casi nadie puede pagarlo ya. En esta bahía, después de las once te puedes conseguir con los buzos, que llegan con medio saco o menos a ofrecerlos a 4 dólares el kilo “esjuyao” o a 1,50 dólares con concha. Cada vez es más lejana la experiencia de tomarse un consomé de mejillones con ajíes margariteños, o deleitarse con su aroma penetrante, cuando los asaban a leña sobre una plancha de zinc.
El caso del tajalí
En 2017 el Ministerio del Poder Popular de Pesca y Acuicultura limitó la emisión de permisos de exportación del tajalí, con el fin de normalizar los precios y proteger el recurso hidrobiológico de la sobreexplotación. La alta demanda de esta especie, que antes le regalaban a los que ayudaban a halar el tren, hizo que llegara a ser más cara que el carite.
Según el profesor Walter González, en Margarita funcionan empresas chinas que le ponen el precio en dólares al tajalí y luego lo exportan.
Las cavas lo llevan hasta Porlamar, donde lo limpian y empaquetan. Pero también se llevan el pulpo, el calamar, el pargo, el mero.
Para el docente e investigador de la Universidad de Oriente Núcleo Nueva Esparta, China y Japón han acabado con el tajalí en el mundo. Lo han depredado con una pesca excesiva, porque en esos países este recurso es muy cotizado en sus tradiciones culinarias.
El reconocido chef Rubén Santiago, el creador del pastel de chucho, investigador de la cocina oriental y escritor, expresa su estupor por los precios que ha alcanzado no solo el tajalí, sino otros como la catalana, un pescado al cual le da muchos usos. “El tajalí era un pescado que casi no se comía y llegó a alcanzar precios exorbitantes; al pueblo se le olvidó lo que es comer tajalí. El mondeque o futre, que al pescador le molestaba cuando lo capturaba porque se come el anzuelo, hoy en día ni se encuentra, porque es una carne muy particular. Lo mismo pasa con el medregal, pargo, mero, camarón, calamar”, dice Santiago.
Santiago reconoce que a pesar de los altos precios de las especies, en su restaurante siguen haciendo el mismo trabajo. “Hoy en día un kilo de carite cuesta entre 4 y 5 dólares, igualmente el pargo, pero nosotros pagamos lo que sea porque la gente nos pide esos platillos”.
Rubén comenta que “en Caracas hay pescaderías que parecen de Cartier”, en referencia a los precios. Es muy probable que estén abastecidas por esas sabrosas especies que los pescadores de Margarita escogen para venderle a los camiones cava que los sacan de la isla.