A Mariana Luego Scotto, venezolana, le tocó pasar más de 30 horas varada en el Aeropuerto Internacional Comodoro Arturo Merino Benítez. Venía de París. Apresuró la fecha de su vuelo para intentar llegar el martes 17, pero no lo logró. Una de sus conexiones se atrasó y ella y su madre llegaron el miércoles 18. El gobierno de Piñera había cerrado las fronteras para los no nacionales a partir de ese día.
Su madre, ciudadana chilena, sí podía entrar. Ella no. Su vuelo de Estelar, la única aerolínea que vuela Santiago – Caracas, había sido cancelado. Maduro había cerrado el espacio aéreo para casi todas las aerolíneas. La Policía de Investigaciones, el cuerpo chileno que controla las fronteras, solo le dijo que si no podía seguir a Caracas, debía regresar a Europa.
Madre e hija —la mamá con permiso especial de mantenerse en el aeropuerto mientras la hija estaba en tránsito— movieron cielo y tierra para conseguir una solución. El esposo de la mamá, de nacionalidad chilena, solicitó ayuda a la presidencia. La mamá, a la delegación venezolana en Chile, encabezada por la representante del gobierno de Juan Guaidó, Guarequena Gutiérrez.
Finalmente encontraron una rendija entre las normas de Maduro: los vuelos desde y hacia La Habana y Managua no fueron cancelados. Conviasa podía volar. Mariana, entonces, arrancó el jueves a mediodía con planes de llegar a Caracas el domingo en la noche: haría escala en Panamá, luego iría a La Habana y de ahí a Maiquetía.
El vuelo desde La Habana, según reportan pasajeros, no fue un vuelo humanitario: cada pasaje costaba entre 600 y 1.000 dólares americanos.
A eso hay que sumarle el desorden del Aeropuerto Internacional José Martí, lleno de gente buscando desesperadamente una salida, y el de Maiquetía al llegar, que los mantuvo más de dos horas parados en un avión apagado, porque no había autobús para trasladarlos a la puerta y donde les hicieron la prueba de la temperatura, insuficiente para saber si son portadores del virus.
Mariana llegó a casa, pero ese no es ni de cerca el panorama de la mayoría. En Estados Unidos hay más de 200 venezolanos varados. En Bogotá, 250. En sentido contrario también pasa: soy una de los más de 150 venezolanos residentes en Chile, ahora varados en Venezuela. Vine al país por primera vez en tres años y ahora no tengo manera de salir.
De nuevo en (mi otra) casa
Estoy mejor que la mayoría de los casos: estoy en casa de mi padres y jugando con mi perro. Tengo donde vivir por la indefinida cantidad de días necesaria hasta mi regreso. Puedo trabajar por internet, con todo y las extremas limitaciones de las conexiones en Venezuela y los constantes apagones. Puedo quedarme acá el tiempo que sea necesario.
En cambio, a Melvin González, que está de visita en Colombia con su esposa y sus dos hijos, la renta del apartamento donde está se le acaba el martes 24 de marzo. Los vuelos en el territorio colombiano están suspendidos hasta el 23 de abril. Quedarse más días implicaría un gasto no presupuestado para ellos y su familia en Bogotá, que no está en condiciones de hacerse cargo.
Como Mariana, Melvin cambió todos los planes para intentar volver a tiempo. Su fecha de regreso original a Valencia era el martes 17. El jueves 12 se enteraron de que los vuelos empezaban a cancelarse y compraron pasajes nuevos para el sábado 14, dado que la medida del Gobierno de Maduro no era clara, no especificó desde cuándo entraba en vigencia. Cuando llegaron el aeropuerto, listos para volver, se encontraron con que el vuelo no saldría. Intentaron volver vía La Habana, pero ya todos los pasajes estaban agotados.
Otra preocupación es la situación migratoria.
Nadie ha explicado qué pasará con los venezolanos varados luego de que su permiso como turista se venza.
Por ejemplo, en Bogotá, la embajada de Venezuela es poco más que un terreno baldío. El consulado está cerrado; Melvin intentó pasar y no lo dejaron subir a la torre de edificios donde se encuentra. La funcionaria de migración con la que habló no le resolvió la duda, y ya, con el país en cuarentena, no puede volver a alguna oficina a hacer averiguaciones. En EE.UU., donde la embajada está en manos del gobierno de Guaidó, los venezolanos varados pueden extender su visado en el sitio www.uscis.gov/194/home, pero el trámite tiene un costo de 455 dólares.
Estado de indefensión
Sin trabajo, sin un lugar dónde dormir y con cada día menos dinero, la situación es compleja. Un aeropuerto mermado, con pocos vuelos, y un gobierno de malas con el resto de la región hacen más difícil cualquier gestión. Conviasa, la aerolínea del Estado, en circunstancias normales ofrece vuelos a solo 10 destinos. Muchos de los pasajeros que vienen a Venezuela pasan por la escala de Panamá o República Dominicana, los primeros vuelos que se suspendieron.
El pasado miércoles 18 llegó un vuelo a Maiquetía procedente de República Dominicana, de la aerolínea Laser. El Pitazo reportó que también llegarían uno de Buenos Aires (de Estelar) y uno de Estambul (de Turkish Airlines). El de Buenos Aires jamás llegó al aeropuerto: presentó un desperfecto y tuvo que aterrizar de emergencia en el aeropuerto nacional Cacique Aramare, en Puerto Ayacucho.
Otro vuelo llegó el 23 de marzo desde México. Una nota de Runrunes cuenta que los pasajes oscilaron entre los 580 y los 866 dólares, dependiendo del lugar de salida. El avión salió con un retraso de cinco horas.
Hay un cuarto en «gestiones», es decir, Maduro habló sobre él en cadena. “Pido al canciller que prepare un avión de Conviasa y que vaya a buscar a los 200 venezolanos que están en los Estados Unidos varados. El gobierno de Estados Unidos no puede impedir que este avión vaya por medidas humanitarias”, dijo. Tarek William Saab tuiteó del vuelo, dándolo como un hecho —hasta dijo que eran «decenas de dichos vuelos». Pero no cuándo serían ni a cuántos pasajeros trasladarían.
Maduro usó la posibilidad de un vuelo para amenazar a Trump. “Le digo al Gobierno de EE.UU. que no puede impedir que por razones humanitarias vayamos. Tiene que levantar las sanciones con una licencia especial que dure no sé, 48 horas”, dijo. Trump no ha respondido.
Arreaza tuiteó este lunes 23, diciendo que habilitaron un portal para que la gente varada en EEUU deje sus datos. Lo llaman el Plan Vuelta a la Patria Contingencia Covid-19.
El contraste con los vecinos de la región es duro y deprimente: Argentina programó 35 vuelos especiales para repatriar a 12.000 ciudadanos —ya van por 10.000. También habilitaron un canal de atención digital 24 horas para los pasajeros. Brasil habilitó un formulario para lo mismo, a través de la Agência Nacional de Aviação Civil, y su Ministério das Relações Exteriores habilitó un teléfono de emergencia. En las redes y sitios de la Cancillería venezolana y de Conviasa no hay casi nada de información: solo un retuit hecho por la Cancillería sobre el vuelo para los mexicanos varados en Venezuela y uno para los venezolanos varados en México, pero que no dice ni fechas ni cantidades de pasajeros. De resto, solo hay información de los médicos y medicamentos cubanos que han aterrizado en territorio venezolanos.
Perú repatrió a peruanos varados en Brasil gestionando vuelos con Latam, Gol y Avianca; ninguna de esas aerolíneas trabaja en Venezuela. El presidente incluso pidió a los hoteles brindar alojamiento a los que llegan, mientras que no se sabe qué ha pasado con los pocos pasajeros que han regresado a Venezuela. Colombia, nuestro vecino, ya gestionó el retorno de 3.017 colombianos y más vuelos seguirán llegando, mientras que los venezolanos varados en Colombia ni siquiera pueden pasar por la frontera terrestre, como hicieron los 36 costarricenses varados en Honduras a los que el gobierno ayudó a volver a sus hogares. Los venezolanos que nos quedamos en un sitio distinto a nuestro lugar de residencia no solo estamos varados, estamos solos.