Desorden Público habla con la verdad, y allá tú si te ofendes.
—Aquí hay gente acostumbrada a los shows gobierneros gratis — dice Caplís, el bajista—. Es muy difícil para un empresario invertir sin patrocinantes, y hacerlo además en preventa, que es más importante para la producción. Otro público aquí tiene sed de espectáculo. Las entradas de este show, originalmente para 200 personas, se agotaron, y terminó siendo para muchas más. El público que te encuentras afuera es gente que te canta tus canciones, que creció oyendo Desorden, que ahora tiene sus chamos, y quizá les quiere meter la venezolanidad a punta de la música de Desorden, o de Amigos Invisibles, o Guaco, Caramelos de Cianuro, de cantidad de artistas que están saliendo o están radicados afuera. En ese aspecto, tenemos un gran compromiso: sembrar nuestra música en venezolanos que no nacieron en Venezuela.
Cosas similares acababan de decir Caplís y sus compañeros a los medios el 27 de agosto, dos días antes de su show en Bajo el Árbol, un emprendimiento de eventos culturales. Horacio Blanco, Caplís, Danel Sarmiento y Oscar “Oscarello” Alcaino hablan viéndote a los ojos. Después de que la rueda termina, se mezclan con la gente para conversar como lo harías tú con tus panas tomándote unas birras en una parrillada.
—Yo no sé si aquí se ha paralizado todo por una mezcla de que no hay cómo hacer las cosas y hay gente que no quiere hacer las cosas —agrega Danel, el legendario baterista y uno de los creadores de Bajo el Árbol—, hay que ver qué está pasando ahí. Pero este evento que tú estás viendo, para el que se agotaron las entradas, está hecho con aliados. Es increíble, pero si tú ves la promoción que hemos hecho o el afiche que está ahí, todas esas personas han puesto de ellos mismos cosas muy necesarias para este evento. Todas estas personas se han dado la mano y así sí se pueden hacer las cosas. La gente del sonido, de la comida y la bebida. Este mismo local (0276, en el Club Táchira) es parte de esta producción. No es que “alquilamos esto, ahora alquilamos esto”, no. Todos pertenecemos a la producción, junto a Desorden Público.
—Lo que yo más quisiera —comenta Caplís—, es que se vuelva a activar Venezuela. Este es un mercado de 30 millones de habitantes y yo no creo que el país se quedó sin público para espectáculos. Yo lo que sí creo es que nosotros mismos los grupos, y los empresarios, han abandonado al país. Hay que pasarle por encima a esta plasta e’ mierda de gobierno y a tantas ratas que hay por ahí, adueñándose de un país que no les corresponde. Nuestra forma es ésta, trabajando aquí.
Y cuando este bajista toca ese tema, puedes ver que el resto de la banda para la oreja. Les cambia la cara, se inclinan al frente, asienten lentamente. Es la misma actitud que expresaron momentos antes, durante la rueda, y con insistencia, además. Para uno, que no es periodista de espectáculos sino un bicho que escribe y ya, la dinámica es surrealista: las preguntas eran propias de unos medios que deben caminar con mucho cuidado en el campo minado de la censura, pero la banda permanecía frontal. Gran Hermano te observa, pero Desorden no se va a callar.
—Todos hemos visto la bomba atómica que ha caído sobre nuestro país, y obviamente la cultura es uno de los primeros sectores que quedan devastados —decía Caplís ante los medios— Nosotros éramos una banda de 45, 50 y hasta 60 y pico de shows en Venezuela. Hoy en día van 4 shows en Venezuela, y son fiestas privadas. Tocar afuera representa un sacrificio, la gente lo ve como “guao, qué chévere, ahora sí son internacionales” y no sé qué. Esa no era nuestra meta. Nosotros nos quedamos, de la noche a la mañana, sin nuestro público local y tenemos que irlo a buscar afuera, es una de las grandes paradojas. Desorden sale internacionalmente, pero es a tocarle a la gente que dejó de vernos en Venezuela porque ahora están en cualquier ciudad de los Estados Unidos, de Europa, de Latinoamérica. Y son llenazos que si en Chile, en Buenos Aires, en Madrid.
—Como la gira que tenemos ahorita —dijo Oscarello.
—Ahorita vamos a una gira muy loca, vamos a Málaga, hemos estado en Estepona. Lugares que tienen comunidad venezolana y que nosotros ni sabíamos dónde quedan en el mapa.
Parte del desastre
Uno de los motivos del toque del 29 de Agosto fue la celebración de los 25 años de Canto popular de la vida y muerte, uno de varios discos de Desorden que se han vuelto obligatorios para entender nuestro zeitgeist.
La banda, que empezó hace más de 30 años con una miniteca llamada Aseo Urbano en Vista Alegre, en el suroeste de Caracas, es hoy una institución de la música nacional reconocida por una voz de protesta que no ha callado en tiempos de revolución —profesión peligrosa ante una esfera pública hipersensible, que interpreta pequeños gestos como profundas traiciones. Ellos están claros sobre estas críticas, y las comentan sin miedo.
—En estos días nos preguntaban en una entrevista —me cuenta el frontman Horacio Blanco—, “¿Y cómo hacen ustedes en un país tan polarizado como Venezuela?” Y Caplís decía “¡¿Polarizado?! ¿Cuáles polos?” Y es verdad, aquí todo el mundo está en contra de esta basura. Que tú digas que hay un bando que está enfrentado a otro, eso no es verdad: esto es un país que es víctima de un desastre y está sobreviviendo. Nosotros somos parte de eso, y la pregunta de “¿En qué bando está Desorden?” está anticuada. El que tenga dudas sobre nuestra posición, que vea nuestra carrera. ¿Qué estaba diciendo Desorden en el año 99? Ahí está el disco Diablo, con canciones como “Combate” y “Engañados”. ¿Qué estaba pasando aquí en el 2001, 2002, 2003? Desorden estaba sacando Gorilón, con una metáfora que el que no la entienda es porque no la quiere entender. ¿Qué estaba pasando aquí en el 2006? ¿Qué estaba pasando en la política, ahí en Miraflores, a minutos de aquí? Desorden estaba grabando Estrellas del caos, y cantando canciones como “Política criminal”: “Malandro e’ paltó y corbata, tu deuda tendrás que pagar. Criminal, bandido, forajido, bien cara saldrá tu estafa”. Hace ocho años, en el 2011, grabamos Los contrarios y el sencillo “El poder emborracha”, y tuvimos amigos en la radio, que siguen siendo nuestros amigos, que nos decían “Panas, nos encanta el tema, pero no me atrevo a sonar eso aquí. No me quiero meter en problemas”. En el Suena Caracas, nos vimos en medio de la controversia y la gente queriendo apedrearnos. ¿Y qué hicimos? Lo que siempre hemos hecho.
Esto último es una referencia a un incidente notorio, donde la banda aceptó tocar en un Suena Caracas, un festival organizado por la alcaldía de Libertador en tiempos de Jorge Rodríguez, exponiéndose a feroces detractores… para terminar cantándole la crítica al chavismo en su cara.
Para cuando regresen los demás
—Cuando mis panas que están afuera me preguntan “¿Y dónde están ahorita?” y les digo que en Caracas, responden casi que con reverencia —dice Horacio—. Hay un valor que se le está dando a esta tierra, producto también de lo que nos duele.
—La gente nos dice, “¿Y por qué siguen allá, por qué no se van?” —dice Oscarello— ¿Por qué nos vamos a ir? Esta es nuestra tierra y queremos trabajar por Venezuela, manteniendo lo que hay, para que cuando regresen los demás, encuentren algo, que no todo está destruido.
Y qué manera de hacerlo. Dos días después de esa conversación, Desorden Público demostró cómo se ven treinta años de carrera, de experiencia artística y técnica, sobre tarima. En un show donde las luces van de la mano con el sonido, con un escenario que la música vuelve jardín, los cuatro centrales (más la sección de metales y el teclado) aparecieron casualmente, uno por uno ante la tensa calma pre-concierto. Pronto nos tenían a todos desordenados. Horacio —elocuente, histriónico— es un maestro de ceremonias que ahorita te está hablando de cómo compusieron tal tema, y de inmediato está dándole a la guitarra en un arrebatón eléctrico hacia las esquinas del escenario. Caplís es más conservador en su arista y Oscarello está itinerante en la percusión, a veces al fondo y a veces al frente, junto al nuevo guitarrista, Harold Quevedo. Danel fue el que se adueñó del público en el segmento más reggae del set, dejando la batería para cantar, entre flow y saltos, covers clásicos (incluyendo temas de Bob Marley). Fueron dos horas y media donde tú esperabas un concierto más pasivo y ellos indujeron una rumba; allá están, tocando ska, reggae y hasta joropo, y nosotros tripeamos acá, bailando, con las manos al aire, cantando a voz en cuello. Canto popular de la vida y muerte recibió su merecido homenaje, pero también lo hizo Pastor López, con la banda convertida en un inesperado conjunto de cumbia, en un medley de cinco temas. Ya por el final del show, Horacio hace una pausa para presentar a “Los que se quedan, los que se van”, y la vaina te pega como 5 mil voltios directo al corazón.
—Hace un tiempo, estábamos en Canadá y un lugareño nos saca conversación —dice Horacio desde tarima—. Nos cuenta que viene de un pueblo al norte, pero por allá por lejos, una cosa que se llama Yellowknife. Y nos pregunta de dónde somos. Le decimos que de Venezuela, y él sonríe, “¡Venezuela! ¡Me gustan los venezolanos!” Resulta que en su pueblo tienen una arepera. Nosotros quedamos locos, “coño, ¿qué comen, arepa e’ foca?”
Y un público que momentos antes estaba empujándose y bailando en plena olla, ahora mira con los ojos húmedos y cantando sin voz.
—Afuera —dice Horacio— siempre que tocamos esta canción se ponen todos a llorar