A principios de 2016, el sable del general Rafael Urdaneta, que primero había pertenecido al Libertador, fue sustraído del Museo Urdaneta de Maracaibo, de cuya colección permanente forma parte, por el gobierno regional del Estado Zulia. La orden venía del Ministerio de Defensa y establecía que el sable, de hoja curva e influencia del Medio Oriente, debía ser trasladado a Caracas para servir de modelo a la fabricación de réplicas. En efecto, al año siguiente ya se estaban entregando copias a dignatarios extranjeros y oficiales de las fuerzas armadas. Pero casi seis años después, cuando no hay motivo para su ausencia de la vitrina que le corresponde ocupar en Las Veritas, el sable no ha regresado a Maracaibo.
Esta arma tiene una significación histórica importante. Su segundo propietario, el general Rafael Urdaneta, es un personaje icónico del siglo XIX venezolano. Urdaneta está junto a Bolívar, Miranda, Sucre, Páez y Ribas en el nivel más alto del panteón de las deidades de la religión patriótica cultivada por los distintos gobiernos venezolanos casi desde el inicio de la república. El reduccionismo histórico necesario para sostener esa religión lo caricaturiza: Urdaneta no es más que “el más leal de los leales”, y se le atribuye haber dicho a Bolívar: “si con dos hombres basta para emancipar la patria, presto estoy a seguir a usted”.
Ni siquiera en el Zulia, su patria, la vida de Urdaneta es mejor conocida. Todos saben cuándo es su natalicio porque es día festivo regional, y también que murió como consecuencia de un cálculo renal del tamaño de una pelota de tenis que todos los maracaiberos vimos cuando éramos niños en el mismo museo donde estuvo su sable.
La realidad es que la trayectoria del general Urdaneta está repleta de claroscuros: luchó en la guerra de independencia desde sus inicios y ascendió en el escalafón militar desde lo más bajo hasta su cúspide; fue un soldado excepcionalmente leal; dominó el arte de la diplomacia bélica, y logró orquestar, con igual medida de discreción y astucia, la independencia de la Provincia de Maracaibo, uno de los últimos bastiones realistas de Venezuela.
Pero también fue el juez que —tras un juicio sumario, diseñado para buscar chivos expiatorios y purgar enemigos— condenó a muerte al almirante José Prudencio Padilla, máximo héroe naval de Colombia y Venezuela, como uno de los supuestos responsables de la conspiración septembrina que atentó contra Bolívar en Bogotá. Urdaneta además se instauró como dictador de Colombia durante casi ocho meses durante el período de agonía de la república, en el que Venezuela, Ecuador y Casanare se separaban de ella. Y por si esto no fuera suficiente, era también un ludópata que llegó a perder una mansión en el corazón de Maracaibo durante un juego de azar.
Haber pertenecido a un hombre que hizo todas estas proezas y desmanes ya es razón suficiente para darle al sable un lugar en el único museo histórico de Maracaibo. Pero además el arma fue un regalo que el general zuliano recibió de manos del propio Simón Bolívar, y que el caraqueño había portado antes nada menos que en la batalla de Carabobo.
Ese sable es una de las más importantes reliquias patrimoniales de la historia militar venezolana.
Que fuese usada en Carabobo la diferencia además de otros tantos sables que tuvo Bolívar, ya que denota que era un arma de campaña y no meramente ornamental, como otras de sus espadas que eran más alhajas que herramientas de guerra.
Un sable empuñado por muchas manos
Años después de haberlo recibido de manos de Bolívar, el general Rafael Urdaneta regaló el sable a su primo hermano, el también general del ejército colombiano Francisco Urdaneta, en cuyo poder estuvo hasta su muerte. Luego fue legado a uno de sus hijos (también sobrinos del prócer Atanasio Girardot), aunque las fuentes discrepan sobre a cuál de ellos pasó. En una edición del Papel Periódico Ilustrado de 1883 se dice que lo obtuvo el coronel Manuel Urdaneta Girardot, en tanto que Carlos Arbeláez Urdaneta, en su biografía del general Rafael Urdaneta, afirma que fue legado a Adelaida Urdaneta Girardot. Sea como fuera, el sable pasó luego al general Carlos Urdaneta, hijo de Adelaida con su primo José María Urdaneta. Este militar obsequió la pieza, entre 1888 y 1889, al general Eleazar Urdaneta, hijo de Rafael Urdaneta, cerrándose así un ciclo de más de medio siglo en el que el sable fue circulando entre distintas ramas de la familia Urdaneta.
El arma fue de los descendientes directos de Rafael Urdaneta hasta bien entrado el siglo XX, cuando en algún punto la donaron al gobierno regional del Zulia, que la incorporó a la colección del Museo Histórico Rafael Urdaneta, donde permaneció por décadas, hasta que el chavismo decidió llevársela para sacar réditos políticos de la explotación mediática de un bien del patrimonio histórico nacional.
Desde que llevaron el sable a Caracas, y luego al extranjero para fabricar sus réplicas, no se ha vuelto a saber nada del original. Solo es noticia cada cierto tiempo, por la eventual entrega de una de sus réplicas a algún dictador extranjero o funcionario corrupto, o por la construcción de un despropósito monumental en el campo de Carabobo que se supone inspirado en la forma del sable en cuestión.
En las pasadas semanas traté de contactar al Ministerio de Cultura y al Centro Rafael Urdaneta (institución pública de gestión del patrimonio cultural del Estado Zulia), para inquirir sobre el paradero del sable de Urdaneta, sin recibir respuesta alguna. Este no es un caso aislado; tampoco se ha vuelto a saber, por ejemplo, de las pistolas de Bolívar que Wilmer Ruperti donó al Estado hace lustros, y que no son vistas desde la primera y única vez en que Hugo Chávez las mostró en cadena televisiva como si de un juguete personal se tratara.
El caso del sable de Urdaneta y otros como el de las pistolas de Bolívar denotan la fragilidad del patrimonio histórico y cultural de Venezuela, que entre la falta de una correcta catalogación y resguardo, su indebida manipulación, la opacidad con respecto a su ubicación y a los métodos usados para su conservación, lo hacen propenso a una acelerada degradación física y a su eventual pérdida definitiva. El sable de Urdaneta puede que esté a buen resguardo en las bóvedas del Banco Central o de algún ministerio, pero bien podría estar colgado en la pared de la sala de algún jerarca del gobierno o haber sido vendido ilegalmente a algún coleccionista extranjero. Esta es la forma en la que los países pierden su memoria.