Alexandra López describió el estudio a distancia en la cuarentena como una “locura total”. Es mamá soltera de cuatro —dos niñas y dos adolescentes— que desde mediados de marzo hasta mediados de julio se vieron obligados a sustituir el salón de clases por el aula virtual debido la pandemia de covid-19. Sin embargo, tener a sus hijos en su casa en Caracas no facilitó la dinámica familiar.
—Hannah, cinco minutos para tu clase. Helen, levántate, ya te toca a ti. Denle el teléfono a Helen —decía mientras intentaba organizar a sus hijos.
—El teléfono no tiene pila —se percataba una de sus niñas mientras López señalaba un tomacorriente.
—Tienen que recibir la clase aquí, no se desconecten. ¡Juan Andrés, levántate! ¡Faltan cinco minutos para la clase!
Estos diálogos se repetían al inicio de cada día que comenzaba a las 8:00 de la mañana y terminaba a las 4:00 de la tarde. Luego las tareas.
Los cuatro contaban con dos teléfonos para administrar su tiempo de conexión en las actividades, y “era agobiante cuando tenían todos clases”, dice Alexandra.
El rally comenzó un viernes 13 de marzo, cuando el gobierno de Nicolás Maduro confirmó los dos primeros casos de pacientes infectados en Venezuela y anunció que se suspendían las clases presenciales en todos los niveles educativos.
El colegio privado al que asisten los cuatro hijos de Alexandra activó rápidamente las plataformas digitales para poder darle continuidad al año escolar “hasta nuevo aviso”. Pero el tercer lapso culminó sin que los estudiantes venezolanos pudieran regresar a sus planteles.
Entre el miedo a contagiarse del virus, la adaptación al confinamiento y la incertidumbre relacionada con la emergencia humanitaria compleja de Venezuela, la salud mental de los venezolanos se ha visto afectada. También la de los niños.
Demasiados cambios
—La modalidad a distancia fue una sorpresa. Nadie pensó que se iba a extender tanto —admite Jannina Orta, psicóloga clínica investigadora en Centro Comunitario de Aprendizaje (Cecodap).
Agrega que las instituciones no pudieron garantizar que la modalidad se pareciera lo más posible a la clase presencial para los niños y adolescentes, quienes, a su vez, quedaron expuestos a muchas cosas que pueden atentar contra nuestra salud mental.
El lidiar con las fallas de electricidad o de conectividad y el sentirse aislados de los maestros y amigos son factores que pueden detonar el estrés tanto en niños como en adolescentes. Esto se manifiesta en alteraciones en el estado de ánimo, sentimientos de frustración, ansiedad, agotamiento o insomnio y pérdida o incremento de apetito, explica Orta.
Los cuatro hijos de Alexandra experimentaron todos estos síntomas a lo largo de la cuarentena.
—Los hábitos de sueño y de comida han sido muy afectados. Se acostaban muy tarde y en la mañana no tenían apetito así que se perdían del desayuno —relató Alexandra—. Los primeros meses de cuarentena tenían demasiada ansiedad y comían muchas chucherías todo el día.
Los cuatro han ido regulando estos malos hábitos a partir de la semana pasada, ya que el viernes 10 de julio todos culminaron el año escolar.
Aunque López admiró la diligencia del colegio de sus hijos, la densidad de las asignaciones y la desorganización en el bachillerato sobrepasó a sus adolescentes. Su hijo de 13 aplazó cuatro materias y el de 15, una. Ambos aprobaron las materias en reparación, cuando tuvieron más tiempo para concentrarse en menos materias.
Jannia Orta, que además de trabajar en la ONG atiende consultas privadas, dio una explicación emocional: en el confinamiento “entran en juego un montón de variables que hacen difícil el entendimiento” para los adolescentes, como la “pérdida de referentes importantes para su evolución”, en particular los amigos.
Con su hija de 10 años sucedió que “hasta que no quedara otra opción” evitaba asistir a la clase de la maestra con quien tenía más afinidad, que durante los dos primeros lapsos había ofrecido clases particulares a la familia.
Esto puede ser una demostración de rabia por la pérdida del contacto físico ya que “los niños necesitan una cercanía importante y generar vínculos con el docente”, explicó Orta. Advirtió que el desbalance pudo ser mayor para los niños que no podían ver a sus maestros ni siquiera virtualmente.
Un grito por conseguir ayuda
Abel Saraiba, quien también es psicólogo clínico en Cecodap, insistió en que para el niño el no ver a los docentes genera la carencia de un adulto significativo, sobre todo en hogares donde los padres están ausentes o donde existe la violencia intrafamiliar.
Cecodap se había trazado como meta para 2020 atender a mil personas, para reforzar sus habilidades de crianza o ayudar directamente a los niños, pero cumplieron esa cuota antes de la cuarentena. Tan solo entre marzo y julio Cecodap atendió 300 solicitudes en 13 estados del país. El 30 % de las denuncias estaban relacionadas con cambios abruptos en el estado de ánimo.
Aun cuando en Venezuela “el tema de la salud mental está bañado en muchos prejuicios… imaginemos cuán afectada se ve la población para que acudan a estos servicios”, puntualizó Saraiba. Incluso los servicios pagos de atención psicológica “se encuentran abarrotados”.
—Nos dicen que no paran de llorar, tienen ataques, manifiestan querer morir o acabar con sus propias vidas —dijo Saraiba sobre las llamadas que ha recibido el centro de atención de Cecodap. Los casos de intentos de suicidio en adolescentes se incrementaron, según evidenció la ONG en defensa del derecho a la niñez.
Además de los estresores ya mencionados, la situación se vuelve aún más dramática cuando los menores de edad se exponen a ver situaciones de violencia de género en su casa, o son agredidos directamente.
Estos casos también han aumentado en la cuarentena por la agudización de la emergencia humanitaria, hasta el punto en que padres que en ocasiones han sido los mismos victimarios han acudido a Cecodap para autodenunciarse y buscar una solución.
Como respuesta, Cecodap ha formado a más de mil padres en estrategias para la crianza sin violencia y ha ofrecido atención terapéutica especializada a ellos.
—Si los padres están protegidos, los niños también lo estarán —sintetizó Saraiba.
Pero a veces esos padres ni siquiera están presentes. Otro grupo particularmente vulnerable a los efectos emocionales de la pandemia son los niños cuyos progenitores emigraron. Hasta noviembre de 2019 Cecodap contabilizaba 930.000 menores de edad “dejados atrás” por la migración forzosa.
Ahora estos chamos no pueden tampoco ver al “referente” o “adulto significativo” sustituto a sus padres, que muchas veces es el docente. Y su situación puede estar en muchos casos empeorando por el derrumbe en las remesas, a causa de la pérdida de empleo que el confinamiento causa en los destinos de nuestra migración. La responsabilidad económica sobre los niños recae en sus cuidadores, que deben salir en medio de la pandemia a buscar un oficio. Según Cecodap, en la mitad de los casos los cuidadores son los abuelos de los niños y adolescentes. Al ser adultos mayores, se encuentran más expuestos a contraer el virus. Mientras tanto, los menores absorben todos estos estresores de los adultos de su entorno.
Por eso, los psicólogos entrevistados para este reportaje coincidieron en la importancia de acudir a un profesional de la salud mental en caso de necesitarlo.
Ser empáticos
Para la psicóloga clínica Monyerla Freintas la causa de que la escuela fuera otro estresor en lugar de un refugio radicó en que las instituciones educativas no modificaron el pensum considerando los estudios a distancia. Esto fue una sobrecarga “para la mamá y para el niño”.
—En mi experiencia profesional, el bienestar emocional del niño a veces no es tomado en cuenta en el aspecto educativo. A veces ves al niño sobreexigido porque tiene un nivel de aprendizaje un poco más lento que el resto —reconoció Freintas.
La especialista considera que esto sucedió en la cuarentena, ya que según explicó “un niño puede funcionar por debajo del promedio y no haber diagnostico relacionado con su neurodesarrollo sino una afección emocional como un conflicto intrafamiliar”.
Antes que exigir por exigir, la licenciada sugirió “ser empáticos” con los niños en esta pandemia en la cual “la angustia es general”:
—Puntualmente un día el niño te dice que no quiere hacer la tarea, no se puede concentrar y está disperso. Si uno como adulto puede darse momento para decir: voy a posponer esto para mañana, ¿por qué el niño no puede?
Todavía son inestimables los efectos que la experiencia del confinamiento tendrá a posteriori en el desarrollo del niño.
De acuerdo con la psicóloga “la cuarentena abrió oportunidades de investigar”.
—El niño perdió espacios sociales, de deporte, de aprendizaje, de estimulación cultural. Eso no se va a recuperar. Se puede compensar, pero la continuidad (del proceso educativo) no se va a recuperar. ¿Cómo va a afectar a largo plazo? Creo que nadie lo sabe. Hay que preguntarles a los niños más adelante —concluyó.
Por el lado positivo, Freintas mencionó que, a pesar de los estresores, sus pacientes en consulta privada manifestaron estar felices de pasar más tiempo con sus padres.