Para Sara su día inicia a las 6.00 am y termina a las 7.00 pm. El resto de las 11 horas del día son “un calvario”. En su sector, en el municipio San Francisco, la Corporación Eléctrica Nacional (Corpoelec) raciona la energía eléctrica sin horarios fijos durante la noche y la madrugada. Desde el apagón general del 7 de marzo de 2019, los apagones repuntaron en la región. En los sectores donde se racionó el servicio eléctrico al menos 12 horas al día, la gente ha pasado 4.248 horas sin luz, unos 177 días.
En al menos tres ocasiones desde 2019 Omar Prieto, gobernador impuesto por el régimen, y Willy Casanova, alcalde de Maracaibo, dijeron que el racionamiento disminuiría. Pero la población continúa sufriendo las consecuencias de la corrupción, la desprofesionalización del sector y la indolencia. Y si protestan, solo reciben represión, como en Ciudad Ojeda el 1 de agosto de 2019: ese día, funcionarios de la Policía Municipal de Lagunillas y la Guardia Nacional detuvieron a cinco personas porque reclamaban servicio eléctrico. Todos fueron liberados, pero a cuatro de ellos se les imputaron los delitos de obstrucción de vías públicas y resistencia a la autoridad, y quedaron bajo régimen de presentación.
La vida de Sara y la de decenas de miles de personas en el Zulia se reduce a su mínima expresión. Sin electricidad, se derrumban las posibilidades reales de leer, informarse, comunicarse, dormir, entretenerse, acceder a internet y trabajar. Hasta la inseguridad alimentaria se agrava debido a que algunas familias solo tienen en sus hogares cocinas eléctricas. Al no poder utilizarlas se ven obligadas a cocinar en leña o se acuestan sin comer. En algunos sectores el racionamiento se redujo a la mitad, pero sus consecuencias siguen pasando factura. “Los niños lloran porque sienten mucho calor. Es difícil decirles que no tenemos agua fría. No sabemos si se trata del racionamiento o de un apagón. Cada vez que llega la luz todos gritamos”.
El derecho humano a la higiene y saneamiento también se vulnera al no poder encender las bombas para abastecerse de agua. “Vemos cómo se pierde el agua por todos los botes que hay en la calle y no podemos prender las bombas porque no tenemos luz. Sentimos impotencia porque a veces ni tenemos con qué bañar a los niños”, relata José Sánchez, residente de una barriada al norte de Maracaibo.
La privación del servicio que impone el Estado venezolano incide en todos los ámbitos de la cotidianidad. En ocasiones es más fácil comunicarse con familiares, parejas o amigos en el exterior, que con personas que están en Venezuela. Tareas cotidianas como enviar un correo electrónico, hacer una transferencia bancaria o llamar a un familiar que migró forzosamente, pueden demandar horas y hasta obligar a movilizarse a sectores donde los teléfonos tengan señal y se conecten a internet. Esta realidad obliga a caminar metros y hasta kilómetros o a trasladarse en vehículos, lo cual los expone a la inseguridad. En el caso particular de las mujeres, también las hace más vulnerables a sufrir ataques físicos, psicológicos y sexuales.
Mientras tanto, un grupo reducido de la población en el Zulia no sufre con rigurosidad los racionamientos porque su sector es privilegiado, tienen plantas eléctricas o cuentan con ingresos en dólares para pagar por la energía que el Estado es incapaz de proveer.
Los racionamientos de electricidad y los apagones, la escasez de combustible y el incumplimiento de los horarios ordenados para las estaciones de servicio en el estado (hasta medianoche), condenan a quienes no pagan con dólares o pesos colombianos (fila VIP), o compran gasolina fuera del país, a permanecer en largas colas en los alrededores de las estaciones de servicio, por lapsos que van de tres horas a tres días, dependiendo de la coyuntura, el sector y el municipio.
Esta personas que no pueden comprar gasolina fácilmente, pierden clases o no generan ingresos para su familia, consumen poca agua y alimentos, tienen condiciones mínimas de higiene y saneamiento y se exponen a contaminantes (por pernoctar junto a las estaciones de servicio).
La crisis de sentido
El sociólogo zuliano Manuel Vivas señala que “la desigualdad se expande y tiene nuevas expresiones: los que viven en zonas con menos apagones y los que no, los que pueden tener una planta eléctrica y los que no… Lo cierto es que después de marzo de 2019, Venezuela y en especial el Zulia, consiguieron otra forma de hacer vida para sortear todo lo que conlleva no tener electricidad en pleno siglo XXI. Se presentan formas de desigualdad propias de otros tiempos”.
La hecatombe del sistema eléctrico nacional cambia las dinámicas diarias de la ciudadanía: dependiendo de la hora en la que quitan la energía eléctrica cambia completamente el día. Con luz las horas “vuelan” y tanto la presión como el estrés y hacen mella. “Cada minuto vale oro porque lo que hacíamos antes durante el transcurso del día ahora debemos hacerlo en solo unas horas porque no sabemos qué pueda pasar”, asegura Inés López, una pensionada que prepara la cena apurada antes de “la ración de patria”.
“Es una crisis de sentido, se afecta toda cotidianidad”, comenta Vivas. El racionamiento no es uniforme y su distribución es un misterio total para la ciudadanía. Mientras que en algunos sectores se extienden de seis a doce horas, en los que están al lado no, salvo que se registre un apagón. Aunque la solidaridad se impone con frecuencia, en ocasiones afloran deseos contra sus pares. “No niego que a veces quiero que también le quiten la luz a ellos (vecinos de un sectores donde no hay racionamiento), porque es muy injusto que aquí sí y allá no”, comenta un joven ingeniero.
“Hay zonas que son prioridad para las autoridades”, agrega Vivas. “Creo que hay intereses evidentes de por medio, pero el hecho es que todo se maneja de una forma irresponsable y los ciudadanos solo responden a la frustración de no tener algo que por derecho les corresponde. Ese conflicto entre vecinos es también una forma de control social. La élite política lo sabe. En medio de la oscuridad, las personas se enojan con el vecino cuando ninguno tiene la responsabilidad de lo que ocurre”.
Las familias que sufren con mayor frecuencia racionamientos eléctricos y apagones son más propensas al conflicto dentro de sus hogares. Muchos habitantes se han ido del estado. Pese a que muchos vecinos salen a compartir con el resto durante las horas que no tienen energía eléctrica, en otros casos las interacciones nocturnas han disminuido por el cansancio, la fatiga y la frustración. Todo se acumula, se retrasa. Esta crisis eléctrica cambió el Zulia.
“En la noche es casi imposible dormir. Abrimos las ventanas y sentimos que los zancudos y jejenes nos van a llevar en peso. Sudamos la gota gorda y todas las sábanas se pegan”, remata. Raúl Puche, psicólogo y director de la Fundación Rehabilitarte, señala que en medio de los racionamientos y apagones reina la ansiedad, la frustración y el cansancio físico y mental. “Han influenciado significativamente en el ánimo y humor de las personas, especialmente cuando son de noche. No dormir bien tiene consecuencias en el bienestar físico y mental de quienes los padecen”. Los apagones causan en algunas personas depresión, episodios de ansiedad y ataques de pánico. “Es el no saber qué hacer en esa situación. La mayoría no tenía los medios para poder sobrellevarla de una manera efectiva”, detalla el psicólogo. “Pese a que continúa el deterioro en medio de los racionamientos, las personas han creado cierta resiliencia ante esta situación. Tratan en la medida de lo posible de no dejarse afectar. Más que desearles mal a sus vecinos, quizás las personas lo que desean es que los racionamientos desaparezcan o sean equitativos. Que todos podamos tener energía eléctrica. Eso es parte de la frustración, del deterioro que conlleva sufrir el sobrevivir tanto tiempo sin luz”.