Después de 30 años de arduo trabajo en la industria del vidrio, Luis Morales dejó atrás las fábricas y los años de carretera para tomar un retiro, en 2012. Con su liquidación compró un terreno, al cual llamó Hacienda San Cayetano, en Canoabo. No mucha gente sabe de la existencia de ese pueblito de 5.000 habitantes en los Valles Altos de Carabobo, una de las parroquias del municipio Bejuma, donde nació el poeta Vicente Gerbasi.
Luis no quería sembrar plátano, ni yuca, quería algo mejor. Luego de leer libros y libros, encontró la respuesta: el cacao. “¿Cacao en Carabobo?”, le preguntaban. Porque ese cultivo no se asocia mucho con este estado todavía industrial, aunque la crisis haya acabado con la manufactura en buena parte. Pero Morales siguió adelante. Entre 2004 y 2012 empezó a producir cacao en su hacienda, pero en poca cantidad. Entonces se unió su hijo Rodrigo, con ideas frescas. Luis terminó de desprenderse de la ingeniería e invirtió en la tierra, construyó dos casonas, compró maquinarias y empezó a sembrar más.
Entre 2012 hasta 2014 desarrollaron una fábrica artesanal de chocolate. La marca: Valle Canoabo. Como además involucra a la comunidad, genera un sentido de pertenencia: esa plantación es importante para el pueblo. “Yo a esto lo llamo chocoturismo”, dice Luis. “Aquí cultivamos cacao, hacemos chocolate y promovemos el turismo en torno al chocolate”. Porque el visitante puede venir a la hacienda y conocer el proceso de producción.
El bosque del chocolate
El tour turístico que idearon empieza en la entrada de la hacienda, justo al final de una calle ciega, en donde te recibe un inmenso portón anaranjado con frutos de cacao pintados sobre el metal. De inmediato te topas con una casona colonial y el olor a chocolate te golpea el rostro. Es agradable para cualquiera recibir aquella bienvenida, con la que se inicia un recorrido de aproximadamente una hora.
Incluye un paseo por los bosques de cacao, en donde hay alrededor de 3.000 árboles plantados en 20 hectáreas, aunque perfectamente caben 5.000. Estos cacaoteros están rodeados por enormes bucares, mijaos y samanes, que les dan sombra para que crezcan fuertes, sin ser aplastados por el fuerte sol de Canoabo.
Sin importar a donde se mire en aquel bosque, el cacao está presente en su forma de fruta o mazorca, como también se le llama. Se le ve en colores como amarillo, rojo o verde. Cada tono representa un momento del cacao. La fruta, de aspecto como la guanábana, pero más grande y de sabor entre cítrico y dulce, no sabe ni huele a chocolate. Eso viene después.
En el cuarto de fermentado, se alzan unas cajas grandes de donde brota un fuerte olor que endulza la garganta y las fosas nasales. Es caliente. “Se deja un día y al segundo se pasa a otro cajón y en el siguiente tres días y en total se dejan cinco días fermentando en sus envoltorios con hojas de plátano, y forman un mucílago que se fermenta y empieza a subir su temperatura casi hasta 50, perdiendo el líquido, secándose y así se vuelve infértil la semilla, pero el sabor de las semillas variará mucho según su tipo de fermentación incluso el tiempo de secado”, explica Morales.
Una vez listo ese proceso pasa al patio de secado, justo al frente, en donde colocan las semillas bajo el sol removiéndolas constantemente, llegando al proceso final antes de hacer chocolate. Según Luis y Rodrigo, un día bajo el sol puede hacer la diferencia en el sabor y el color.
Cuando consideran que las semillas han llevado mucho sol las guardan hasta que son procesadas en una sucesión de máquinas que de a poco comienzan a darle su forma, su sabor y color ideal. Esto ocurre en un cuarto bullicioso, de intenso olor a chocolate, donde hace mucho frío. Al final del proceso, dos personas que se mueven casi de forma automática recogen las tabletas, las envuelven en papel dorado y las empacan con un cintillo de cartulina con el logo de la empresa. Desde la casa se puede ver la iglesia de Canoabo, que vemos en el empaque de las tabletas.
El tour termina en una tienda con todos los productos. Ahí se hace una cata de chocolates en donde te enseñan a reconocer un buen producto de uno malo. “Si el chocolate suena al partirlo es de buena calidad, observen su color, cierren los ojos y huélanlo, déjenlo un rato en sus dedos y sientan cómo se derrite con el calor, miren su color, es marrón oscuro y luego llévenlo a la boca y paséenlo. Un buen chocolate tarda en deshacerse y cuando lo paseas sientes los sabores que se generan desde el momento en el que nace el fruto, hasta que se seca. Ahora pueden abrir los ojos”, comenta Rodrigo Morales, quien ha hecho el tour una incontable cantidad de veces.
El andino cacaotero
Cuando a Luis Morales le preguntan de qué parte de Venezuela es, él responde “soy andino” y se ríe. A la gente no le termina de cuadrar su respuesta, su acento no coincide con el gocho, tiene un cantado particular y un siseo característico. “Soy de los Andes pero a unos cuantos kilómetros hacia abajo, en Chile”.
Luis llegó a Venezuela en 1977, contratado como profesor de la Universidad de Los Andes, en el núcleo de Trujillo. Tenía 28 años y ya era ingeniero industrial desde hacía un año y medio. “Habían pasado cinco años del golpe del 73 y las cosas no mejoraban, no encontrabas buenos trabajos y recuerdo que llegaban dos periódicos extranjeros, uno de Brasil y El Nacional de Venezuela. Recuerdo los avisos de trabajo para ingeniero y pagaban cinco mil dólares. Ya yo trabajaba como profesor en Chile y no me gustaba. Era un tema muy complicado por la política, mucha violencia. Entonces dejé todo y repetí la experiencia de ser profesor, pero en Venezuela”.
Luis se instaló en Valera con su esposa Doraliza, por dos años que se convirtieron en cinco. Quería algo más, pero los trabajos importantes no quedaban en Trujillo, ni en Mérida o Táchira, sino en Valencia, en la zona industrial. Por lo que se compró un carro para viajar, ida y vuelta y entregar currícula, pero no obtuvo suerte. En el 81 casi se regresa, pero la crisis chilena lo retenía. Pensó en abrir un abasto. Finalmente consiguió trabajo en una empresa de la Owens-Illinois de Venezuela, hoy expropiada, y trabajó 33 años en la industria del vidrio.
De vuelta a la tierra
Con la producción del cacao, Luis Morales ha revivido la historia colonial del pueblo. En Canoabo se producía cacao, que se exportaba desde Puerto Cabello hacia Europa. Hace unos 20 años el cacao dejó de ser prioridad para ese pueblo, en el cual hay un núcleo de la Universidad Experimental de los Llanos Ezequiel Zamora, con énfasis en carreras del sector agroalimentario. “Foncacacao y foncafé en los 80 dañaron la producción porque ellos tenían el monopolio. Les daban precios miserables a los productores y ahí pasaron a los cítricos pero la plaga del dragón amarillo arruinó todo”, cuenta Morales, quien asegura no querer ayuda de ningún organismo, porque siempre quieren algo a cambio.
Para el productor, las crisis son oportunidades y eso justifica el retorno de la gente a la tierra. “Sin ser demasiado modesto, diría que el nombre de Canoabo suena nacional e internacionalmente”. En varias oportunidades el chocolate Valle Canoabo ha ido a ferias internacionales como Chocoa en Holanda, Feria del Chocolate de París, la Convención de la ICO en República Dominicana, entre otros y suele quedar muy cerca del triunfo. Les gusta su sabor, valoran la calidad del cacao venezolano.
Luis tampoco miente cuando dice que quiere más oportunidades para la comunidad. Por eso se ha postulado para varios proyectos con organizaciones internacionales y lo ha logrado. El primer logro fue con la ONG Tierra Viva, con la que ganó un concurso del Programa de Pequeñas Donaciones de la ONU para reforestar una zona de Canoabo llamada Las Garcitas, y apoyo para un proyecto de cacao con el Banco Interamericano de Desarrollo, en el cual recibían asesorías para hacer de su negocio algo más sustentable, rentable y eficiente. Con el proyecto Acqua, en ejecución, busca aprender a manejar las cuencas del agua. Este cuenta con el auspicio de la Unión Europea.
Finalmente crearon la Asociación Única de Productores de Cacao, para crear una fábrica de bioinsumos que permitan trabajar la tierra y beneficiarse de ella sin el uso de químicos ni productos que dañen el medio ambiente. Ahora quiere comenzar a sacar aceites esenciales con capacidades medicinales. En sus tierras hay una gran variedad de plantas como anicillo, romero, tomillo, ruda, onoto, noni y yerbabuena. Ahí también ve un buen futuro, pero tiene que trabajar mucho más.
Cuando en la Hacienda San Cayetano iniciaron la producción de chocolate, tenía solo dos barras, de 70% y 60% de cacao. Con estas primeras dos barras se abrieron paso en el mercado y después dieron paso a las de 80% y 90%, un sabor mucho más intenso. A finales de 2020 incorporaron sabores de temporada como el de macadamia, sal marina, o cookies and cream.
A Luis le gusta particularmente el chocolate de 70% y es el que le da a los visitantes a probar. “Nosotros hablamos de pequeños volúmenes, 600 kg al mes. Escogemos las matas que vamos a sembrar, luego en el momento de la cosecha solo sembraremos las maduras y sanas, las dañadas las desechamos”.
Para los Morales es un orgullo trabajar de forma artesanal el chocolate, porque es algo que falta desarrollar en Venezuela. Ambos ansían la denominación de origen que tienen otros productos como el ron, mientras tanto siguen ampliando sus ventas. Las tabletas valen entre $1 y $2 en la hacienda. La idea de la exportación aún parece complicada, pero siempre está ahí, quieren crecer. Cada vez más tiendas abren sus stocks para sus chocolates. Eso los contenta, tanto como llevarse una tableta a la boca. Por eso los Morales siempre dicen que el cacao es esperanza.