Al caer el sol sobre los llanos inundables del Orinoco, las aves regresan a sus dormideros convirtiendo el humedal en un espectáculo. Íbices y garzas vistosas se agrupan cerca de los árboles; las corocoras negras, rojas y blancas sobrevuelan el río cerca de una bandada de patos y los minuciosos gabanes caminan lentamente picando de cuando en cuando el agua, en busca de algún crustáceo o serpiente. A lo lejos, unos puntos luminosos avisan de la presencia de caimanes que acechan a las desconfiadas familias de picures y chigüires, agrupadas en la orilla para calmar la sed. Estos impresionantes biomas de Apure conforman el tercer humedal más grande de Sudamérica luego del pantanal brasileño y del sistema Paraguay-Paraná. Están dentro de una vasta región que incluye siete estados más, de oriente a occidente, y componen el corazón de la Venezuela profunda.
Con casi trescientos mil kilómetros cuadrados, el llano soporta más biomasa que una selva tropical o un bosque nublado, dice Alberto Blanco, quien tiene unos veinticinco años trabajando con el ecoturismo en la región: “Trabajé muchísimo con observadores de aves que venían de todo el mundo, ya que Venezuela es perfecta para esa actividad. Imagínate poder avistar más de trescientas especies de aves en una temporada —algunas que migran desde Alaska o Canadá— y poder observar otra fauna espectacular al mismo tiempo como gran variedad de felinos, toninas o perros de agua. Lamentablemente eso hoy parece un sueño y aunque el ecoturismo se hace cada vez más popular en el resto del mundo, el lugar que ocupábamos nosotros ahora lo tienen nuestros países vecinos”.
Por el paisaje del llano, realmente es muy sencillo poder observar su fauna. En otros hábitats, como la selva o la montaña, los especímenes suelen estar camuflados o ubicados en zonas impenetrables, además de que más de la mitad de los animales son nocturnos. En los llanos ocurre todo lo contrario: nos encontramos con planicies de vegetación baja, con parches de bosques de galería, moteados de espejos de agua donde todos los animales llegan a beber en verano. Pero este paisaje idílico se ha visto amenazado con los años, ya que la crisis humanitaria ha acentuado dos patrones súper destructivos de quienes los habitan: la caza por subsistencia y el tráfico ilegal de especies.
Caza ilegal o aprovechamiento supervisado
A lo largo de las carreteras y las autopistas que atraviesan los llanos venezolanos, es común observar pequeños puestos muy rudimentarios de venta de carne. Junto a peces de río, como la cachama o el bagre, ofrecen danta, caimán, jaguar o nutria. Cerca de estos puestos, otras personas —algunos muy jóvenes o infantes— se acercan a los autos con crías de perezosos, galápagos, pericos o loros enjaulados y monitos encadenados. Pues, aunque hay leyes que prohíben la caza de especies protegidas, como la mayoría de actividades ilegales en el país, esta sucede con cruel impunidad. Esas leyes dicen no solo cuáles especies pueden cazarse y cuáles no, como en toda regulación de cacería, también determinan las temporadas y las condiciones específicas que deben evaluarse antes de que ocurra lo que se llama la cosecha.
María Josefina Gonzales, ingeniera en Recursos Naturales Renovables egresada de la Universidad Nacional Experimental de los Llanos (Unellez), en Guanare, estuvo en la década de los noventa trabajando en el programa de aprovechamiento de chiguires. En el año 62 se había creado una veda que prohibía su caza por cinco años y durante esa época se hicieron varias investigaciones que incluyeron a especialistas como el doctor Juhani Ojasti. “El programa fue la base de los que aún se implementan y la verdad es que no ha cambiado mucho desde entonces. Se hace un censo de población en los hatos que solicitan licencia de aprovechamiento. Este censo es a través de conteo directo y con base a eso se establece su población inicial. En el primer conteo, el setenta por ciento de los chiguires es el plantel de cría, el Hato no puede bajar de esa cifra más nunca porque al bajar, no va a obtener más licencias. El otro veinte por ciento es lo que puede conservar el hato”.
Hay una resolución que rige el programa de aprovechamiento para los estados Apure, Barinas y Portuguesa. El hato que quiera formar parte de ese programa debe solicitarlo, enviar los documentos al Ministerio del Poder Popular para el Ecosocialismo —en este caso a la Oficina de Diversidad Biológica— y seguir el procedimiento indicado. De acuerdo con la normativa del Ministerio, la institución se ocupa de los censos y es su personal quien debe determinar si se puede aprovechar la cosecha o no. Las solicitudes suelen enviarse en diciembre, mucho antes de Semana Santa, que es cuando las personas más consumen carne de chigüire. Hoy gran parte de los hatos están en manos del gobierno y los que no, trabajan a la par del Estado.
Si se hiciera de manera correcta, este programa permitiría contar con un buen censo de población de este emblemático animal y también velaría para que esta población no mermara.
El papel de los hatos
En los llanos, los hatos privados, que se extienden como un rompecabezas de miles de hectáreas por el territorio, juegan un papel determinante no solo en la preservación de la fauna sino en el cambio de conciencia del llanero.
Como la cacería no está permitida en la mayoría de los hatos, y algunos cumplen con las pautas establecidas por la Ley, esos suelen convertirse en refugios para cientos de especies que en sus territorios encuentran agua y alimento.
La rústica filosofía de la tradicional finca llanera, reflejada en nuestra música y en nuestra literatura, vira poco a poco a la cría de ganado, a la agricultura y también al turismo sustentable.
Ricardo Freites ha pasado toda su vida en el llano. Administra y dirige el hato Las Caretas en el estado Guárico, una finca que ha pasado de generación en generación desde hace unos 150 años. Es una propiedad de 1.800 hectáreas, donde además de una producción de lácteos hay una posada y un pequeño museo.
“Dentro del hato está prohibida la caza. La idea es preservar la fauna para poder contemplarla y admirarla eventualmente. Es un oasis para la observación de aves —venezuela está en los primeros lugares con mayor diversidad de aves en el mundo— y si vamos llano adentro te puedes encontrar osos palmeros (Myrmecophaga tridactyla), báquiros (Dicotyles tajacu), cunaguaros (Leopardus pardalis), todos en su ambiente natural”.
Las Caretas, además de trabajar como cualquier finca, ha incluido en su proyecto convertir su territorio en una pequeña base para investigaciones científicas.
El hato recibe a los biólogos al menos por seis meses al año y les brinda apoyo logístico, hospedaje y alimentación. Entre las iniciativas de las que han formado parte está el Proyecto Forpus, que estudia el periquito mastrantero (Forpus passerinus), y algunas investigaciones que siguen el rastro de las toninas del Orinoco en el río La Portuguesa, ubicado a treinta kilómetros del hato.
Las Caretas no es el único que ha fungido como base para estudios científicos, también el Hato Piñero ha colaborado con el programa de conservación del jaguar, coordinado por el doctor Włodzimierz Jędrzejewski, investigador del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas.
Cuando le pregunto a Ricardo qué ha visto cambiar en la conducta del llanero en los últimos años, me responde: “La crisis ha modificado los patrones de caza y consumo en el llano, mientras especies como los venados han aumentado debido a que las municiones son muy costosas, otros animales como los caimanes son muy perseguidos. Eso es un riesgo porque si se amenaza a un eslabón importante la cadena cambia. Nosotros tratamos de enseñar a los trabajadores del hato que existe una oportunidad para ellos con el turismo, pero con el turismo ecosostenible, donde navegamos el río, vemos los animales y los cuidamos. Que entiendan que las especies tienen muchísimo más valor vivas que muertas”.
Cocodrilos amenazados
A lo largo de todos los llanos orientales, en los estados Anzoátegui y Guárico, y por todo el delta del Arauca en la frontera con Colombia, el cocodrilo del Orinoco (Crocodylus intermedius) es el rey del río. Este animal puede llegar a medir unos seis metros y sus hábitos reproductivos dependen de las estaciones; las hembras ponen un promedio de 42 huevos en sequía y el nacimiento va a la par de la llegada de las precipitaciones. Pero como su carne es muy requerida por los pobladores, los reptiles están cerca de su extinción.
Con la intención de cambiar esta situación, la Asociación Civil Grupo Especialista de Cocodrilos de Venezuela hace un censo nacional de cocodrilos y desarrolla un proyecto financiado por el Programa de Pequeñas Donaciones del PNUD. Quieren diseñar una ruta turística para observar el Caimán del Orinoco en el río Capanaparo. Alvaro Velasco, biólogo egresado de la Universidad Central de Venezuela con postgrado en el manejo de fauna silvestre, lidera esta iniciativa y ha trabajado con cocodrilos durante treinta años.
“Una de las actividades de mayor éxito que tenemos —dice Velasco— es la reintroducción en su hábitat natural de animales criados en cautiverio durante un año. Ahorita tenemos un proyecto donde estamos involucrando a las comunidades en el río Capanaparo”. El programa de preservación de cocodrilos se concentra principalmente en el Parque Nacional Santos Luzardo o en el Capanaparo Cinaruco. Hay hatos como El Cedral y El Frío, donde se crían los animales para luego liberarlos.
Álvaro afirma que aunque el Estado tiene un programa de asignación para el aprovechamiento de babas y chigüires, con la crisis la oferta de carne ilegal muy grande.
“Lo que hacemos nosotros es decirle a las personas mira, en vez de por ejemplo, comerte el huevo del animal, mejor por favor incúbame la cría y cuando me nazca el caimancito yo te pago cada uno. Entonces tú vas a tener dinero para más tiempo para conseguir alimento que comiéndote los huevos en un día.”
Hoy, gracias a la liberación de caimanes, hay una población nueva reproductiva en el caño Guaritico en el hato El Frío y en Hato El Cedral, además de una población nueva producida en el estero de Camaguán en el estado Guárico.
El ecoturismo como alternativa para las comunidades
Juan Díasparra es un explorador, naturalista y fotógrafo venezolano, muy familiarizado con la protección de áreas naturales y especies amenazadas. Desde el 2013 ha trabajado en los llanos y en la Amazonia, eventualmente en el Delta y Canaima. “El trabajo en el llano fue maravilloso y me conectó con la esencia de la región. Trabajé específicamente en Apure (Río Matiyure y Caño Guaritico), y en mi tiempo libre visitaba el Hato El Cedral, hasta que conocí al biólogo y gran amigo Saúl Gutierrez, quien me invitó a trabajar en el Terrario de Caracas y a colaborar en sus proyectos de conservación”. Hoy trabaja acompañando a turistas, fotógrafos y amantes de la naturaleza a estas y otras localidades para que conecten con la esencia de la región.
Juan considera que una de las principales tareas para el futuro debería ser enfocarnos en una mejor educación ambiental, pues es muy difícil proteger lo que no se conoce. Insiste en que los llanos venezolanos son una de las bioregiones más afectadas por las presiones de la actividad humana. “Con estos procesos antrópicos, las especies no tienen cómo trasladarse a otras localidades, entonces se reduce el número de ejemplares sobrevivientes alterando así la genética de las poblaciones; los encuentros entre el humano y la fauna silvestre siempre terminan en la pérdida de biodiversidad”.
Esta tesis es apoyada por Alberto Blanco: “Lo primero que hay que hacer es educar desde la niñez para que las cosas no empeoren. No le podemos decir a un llanero adulto que no nos mate una danta, porque le puede entrar por un oído y salir por el otro, tienes que formar a los niños y darles otra alternativa económica, segura y que perdure en el tiempo. Decir: no me mates un solo jaguar o un venado más, pero a cambio yo te voy a dar trabajo, porque va a venir muchísimo turismo. Y a ese jaguar al que tú matas, nada más le sacarás dinero una vez, pero con el turismo, el jaguar te va a dar dinero todo el año, todo lo que dure vivo”.
El llano puede brindarnos experiencias increíbles y trabajando en el desarrollo de proyectos junto a las comunidades locales se pueden hacer grandes cosas.
“Por ejemplo —dice Álvaro Velasco—, podemos mezclar el turismo con la exposición de caimanes. Acá en el Capanaparo, junto a dos consejos comunales, les ofrecemos que desarrollen (amparados dentro del Programa Caimán del Orinoco) una guía turística para ver fauna y que sean ellos quienes gestionen sus ganancias de una manera sostenible. Creemos que en la medida que se demuestre que puede haber un beneficio económico del turismo, las personas comienzan a proteger más la fauna”.
Díasparra concluye: “Poder observar a una madre caimán defender su nido de las garzas o presenciar cómo unas toninas nadan sincronizadas para aturdir a su presa son cosas que se quedan contigo para siempre”.
Debemos aprovechar esta época de inflexión sociocultural para tomar conciencia de que proteger y conservar la naturaleza es fundamental para un cambio de paradigma que ayude a nuestro país a tomar otro rumbo. Dejar de consumir nuestros recursos como si fueran infinitos, con mentalidad rentista, y comprender que el turismo debe ser mucho más que una imagen de postal, a cuya lujosa realidad solo puede acceder un pocos. El turismo especializado que une a las comunidades locales, a los especialistas y a los científicos, a los historiadores y a los folcloristas, a los artistas y a los divulgadores, cimentado sobre una conciencia ecologista y sostenible, hoy no es raro ni utópico, sino una gran oportunidad para cambiar nuestro destino.