Paria es una gran plantación de cacao dividida en pequeñas hectáreas, dice el chocolatero Jesús Méndez, “Churri”. Si le viéramos las raíces a los cacaotales de la península, estarían enredadas con las del resto de Venezuela. “No hay un solo pedazo de este territorio que no esté bendecido por el cacao”, dice por su lado la chocolatera María Fernanda Di Giacobbe. Pero esa bendición está siendo desaprovechada.
Alrededor del año 1800, Venezuela fue el mayor productor de cacao del mundo, con casi 20.000 toneladas anuales. A mediados del siglo XX la producción descendió a 10.000 y 11.000 toneladas. Ahora es totalmente distinto. En 2021, entre los diez mayores productores en el primer lugar está Costa de Marfil, con 2.200.000 toneladas anuales, y República Dominicana cerrando el top ten con 77.681 toneladas. Ecuador ocupó el quinto lugar (327.903 toneladas); Brasil el séptimo (269.731 toneladas); y Perú el noveno (160.289 toneladas).
Venezuela no aparece en el listado, porque no tiene cifras oficiales de su mercado interno ni de su exportación. Pero si las tuviera, la producción anual podría estar entre 15.000 y 20.000 toneladas anuales, según lo que estiman los conocedores a partir de la cantidad de cacao procesado que se comercializa entre las mayores empresas en el país.
Como explica el empresario Douglas Dager, “Venezuela produce el 0,04 por ciento del cacao del mundo. Da vergüenza, es mejor no decirlo. Es mejor decir que tenemos el mejor potencial genético nada más”.
Es decir, el primer bien agrícola venezolano exportable, el que impulsó por un largo tiempo la actividad económica y que en tiempos de Gómez sirvió para pagar deuda externa, hoy es un mito cada vez más lejano.
La profesora Iraima Chacón recuerda cuando Corpozulia recibía a chocolateros del mundo, que al aterrizar en el aeropuerto de El Vigía pensaban que debajo de las plataneras que veían a su alrededor abundaba el cacao porcelana, que en realidad estaba en tres, cuatro fincas y en patios de casa. “Es que ―sostiene el chocolatero Naudys González― la mentalidad del productor de cacao en Venezuela muchas veces pareciera que todavía fuese de conuco. La mayoría todavía no lo ve como una empresa, como rentabilidad”. En Sucre, Calixto López admite que “el productor no puede ser cosechero nada más, tiene que tener los conocimientos de qué variedades de cacao tiene. Somos muy poquitos los que hacemos el trabajo como debe ser”.
El que la producción sea tan baja hace que comercializar el cacao venezolano fuera del país sea casi imposible. Di Giacobbe asoma dos de las mayores dificultades. La primera es la escasez de producción: “Hay un cacao excelente en Macuare (en Miranda) y no hay quien lo saque, porque entiendo que cuando se es exportador, se requieren toneladas para llenar el contenedor. Entonces, si el productor tiene seis sacos maravillosos nada más, no se montan en el contenedor. Así es muy difícil que este cacao llegue afuera”.
La segunda es la escasez de información: “Si tú mandas un correo a Ingemann Fine Cocoa en Nicaragua, antes de las veinticuatro horas tienes todas las respuestas: rueda aromática, precio, cuánto cuesta el envío, cuánto se tarda el barco en llegar, los permisos. Tú mandas el correo a una empresa que exporte cacao venezolano desde Venezuela, cuando lo consigues, y responde días después diciendo: Ya va, no tengo tanto, no tengo todos los permisos, no sé si te pueda mandar en barco, no sé cuándo te llegue”.
Dicen que se ha sacado cacao venezolano a Europa y que se tuvo que incinerar porque llegó podrido. Que un exportador mandó una prueba excelente de dos kilos y que, concretada la venta, mandó tres toneladas de las que se botaron alrededor de novecientos kilos. Que hay cacao que ha llegado tarde y mojado. Que Japón ha hecho dos devoluciones. Que hay más “cacao de Chuao” en Europa de lo que Chuao produce…
Nada de esto pudo ser corroborado por Cinco8 de manera independiente. Pero sí sabemos que esa exportación desde Venezuela, aunque sea tan baja, es clave para el mercado interno, que se mueve más o menos así: cuando comienza la cosecha, los exportadores compran primero y la industria nacional espera. El exportador tiene un contrato o, lo que es igual, una cantidad de cacao que debe entregar como sea para evitar multas, así que está dispuesto a pagar más al productor. Una vez que se concretan estas ventas, el precio del cacao baja, y ahí es cuando compra la industria nacional, según su oferta y demanda.
El cacao también es una commodity, como el petróleo o el hierro, sujeta al impacto de factores globales. Rodrigo Morales, desde Carabobo, cuenta que cuando la pandemia y luego con la guerra en Ucrania redujeron la demanda de fabricantes europeos de chocolate y por tanto las compras en los países productores de cacao fermentado, los compradores de cacao venezolano se hicieron más escasos y el precio internacional del cacao descendió. “En este momento, hacer chocolate no es prioridad en Europa”.
Demasiado riesgo
Dentro de nuestras fronteras no son menos las complicaciones. Nunca lo han sido, ni siquiera en la historia económica más reciente: el Fondo Nacional del Café y del Cacao, creado en 1959 y que en 1975 pasó a ser el Fondo Nacional del Cacao, más que para promover los cultivos sirvió para consolidar el monopolio del Estado en la compra, distribución y exportación. Al establecer un precio referencial que, en la práctica, fue un mismo precio para cualquier cacao —fuese en baba (en pulpa fresca) o fermentado—, redujo los incentivos para producir cacao en mayor cantidad y manteniendo los procesos que garantizan su calidad.
Esa política estatal que actúa en contra de la calidad del cacao se une a todas las amenazas sobre la actividad económica formal que ha habido en Venezuela por dos décadas. De acuerdo con Dager, “hay inversionistas extranjeros a quienes les encantaría comprar un pedazo de tierra aquí para desarrollar el cacao para sus marcas, pero no compran, porque saben que pueden ser expropiados sin explicación”.
Y está la violencia en las zonas productoras. En 2013, Barlovento fue declarada Zona de Paz para desmovilizar a las bandas criminales que competían por terrenos y ganancias derivadas del cacao. En 2020 Diego Gil, dueño de Cacaos Caracas, y Germán González, director de operaciones de dicha empresa, desaparecieron cuando iban desde Curiepe hacia El Clavo. Cuenta Germán González Monagas: “Diego y mi papá salieron y no volvieron. Nadie nunca se contactó con nosotros. Jamás pidieron rescate. Fue como si se los hubiese tragado la tierra… No hubo mayor despliegue de policías o acciones de rescate. La investigación sigue en curso, pero la búsqueda se paró y nada cambió”.
González Monagas dice que persiste en Miranda la inseguridad en el comercio del cacao: en la carretera Troncal 9 lanzan piedras a carros y autobuses para obligarlos a detenerse y atracar a sus pasajeros.
Un evento reciente en torno al cacao de Miranda está cargado de una trágica ironía. En estos días, luego de participar en la Expoferia Cacao y Ron Miranda 2022, la reconocida chocolatera Amanda García regresó a Barlovento y encontró que habían robado su casa y su chocolatería completa durante su ausencia. Se llevaron sus máquinas, su materia prima y sus productos terminados. Y no es la primera vez que le sucede.
Son normales los robos de cacao de los cultivos, que venden los “toberos” en los pueblos de Miranda, Sucre, Carabobo, y hasta en el mercado de Naguanagua, en Valencia. Hay extorsiones, invasiones y secuestros en Sucre y fuga del cacao por el Sur del Lago hacia Colombia, mediante bachaqueros que compran cacao en los pueblos de la región y lo transportan por trochas al otro lado de la frontera para revenderlo allá. El contrabando del cacao no acabó en el siglo XVIII. Todavía hay buen cacao venezolano que sale sin trazabilidad y se termina negociando con cualquier identidad. «El de Caicara ―explica el productor Albe Gorrín― lo sacan por el Orinoco. Llega a Maracay y le ponen que es de Ocumare. O peor: lo mezclan con el cacao que tienen allá y ahí se pierden las identidades de toditos esos cacaos”.
Las invasiones de tierras, entre tanto, no respetan ni las reservas forestales, mucho menos los terrenos donde hay o podría haber cacao. En las carreteras, los productores deben lidiar con las alcabalas de las bandas o las de las fuerzas de seguridad. En Bolívar, la minería ha ocupado tierras en las que antes se producían alimentos y cacao, y cualquier productor que esté trasladando equipos para su finca se expone a que en una alcabala le cobren soborno como si fuera un minero. Y eso que, según Gorrín, Bolívar es la tierra de esperanza: “Tenemos más de 5.500.000 hectáreas libres de metales pesados y aptas para la agricultura, para expandir la frontera agrícola. A los agricultores no nos interesa conseguir oro ni ningún metal en nuestras tierras, porque entonces llegan los mineros y olvídate de que va a quedar una mata de cacao”.
Demasiado difícil
Lo que en otros países productores de cacao son cálculos y procedimientos rutinarios, en el centro de Venezuela es un desafío. En Carabobo, por ejemplo, por el costo del flete terrestre un comprador prefiere enviar un camión a una finca solo cuando el productor ha acopiado dos o tres mil kilos, para que valga la pena hacer el viaje. “Mientras tanto”, dice Morales, “vas teniendo el cacao ahí y va perdiendo valor”.
Los mitos que muchas veces ha escuchado Chacón —como que el cacao es demasiado delicado y tarda mucho en producir—, también atentan contra la apuesta de los agricultores por el cacao criollo. “Por estos mitos —asegura la profesora— siguen siendo pocos los cultivos o no existen”. Mientras tanto, ya entraron en Venezuela semillas y plántulas de cacao clonado CCN-51, desarrollado en Ecuador en 1965, de alta productividad pero poco aroma y sabor, y astringencia elevada. Catalina Ramis, jefa del Programa de Cacao del Instituto de Genética de la UCV, dice que el CNN-51 es muy susceptible a un hongo que produce grandes pérdidas de cosechas, y amenaza la diversidad genética del cacao venezolano.
Según una fuente que prefiere mantenerse anónima, ese cacao clonado llegó en 2018 desde Colombia, traído por productores de Apure completamente abandonados por las instituciones venezolanas. Puede que se haya extendido desde ahí, aunque producirlo y distribuirlo está prohibido desde enero de 2022. Ya hay una mesa técnica para proteger el patrimonio genético nacional.
Para Rodrigo Morales, quien sigue produciendo en el valle de Canoabo, todo esto tiene que ver con otro valle mucho más profundo y amplio: la diferencia que hay entre lo que le importa el cacao venezolano a los chocolateros del mundo, y lo que le importa a los propios venezolanos.
Esta es la primera entrega de una serie de crónicas sobre el cacao en Venezuela. Lee y comparte la versión en inglés en Caracas Chronicles. Ya tienes la segunda entrega, sobre la calidad del cacao venezolano, en Cinco8.