En una zona residencial de Caracas un muchacho saca su telescopio al estacionamiento para darle una mirada al cielo despejado. Mientras se turna con sus padres para mirar al firmamento, les explica con calma lo que están viendo. Algunos vecinos que van pasando por allí se acercan a curiosear y el muchacho los invita a observar por el telescopio también. A pesar de que ahora trabaja como cocinero en un restaurante, Altair Hernandez (nombre de estrella y 25 años) nunca ha dejado de ser un divulgador de las ciencias astrofísicas. Uno que, como muchos niños y jóvenes de su generación, asistieron devotamente a las charlas y eventos del Planetario Humboldt en Caracas, y que formó parte de las numerosas sociedades de entusiastas de las estrellas y el cielo, donde se agrupaban aspirantes a científicos, ingenieros, químicos, biólogos, matemáticos y estudiantes de diversas carreras universitarias para aprender sobre astronomía y astrofísica asesorados por científicos.
La mayoría de estos divulgadores se encargaban luego de llevar con mucho entusiasmo las ciencias a las comunidades y escuelas del país, o trabajaban en los eventos que organizaban en el planetario. “Yo comencé a trabajar en el planetario Humboldt en el 2011 con 16 años”, cuenta Altair. “Trabajé para el IVIC en el 2014 con el proyecto del planetario móvil. Viajé por toda Venezuela y llevé la astronomía a muchos lugares. En el Humboldt di algunos talleres y cursos sobre la identificación de estrellas y de orientación estelar. Me tocó hacerlo para diferentes públicos, desde niños en edad escolar hasta para oficiales en formación en la Marina mercante y en la Armada”.
El Planetario está en el parque Francisco de Miranda (el Parque del Este de Caracas) y está adscrito al Servicio de Hidrografía y Navegación de la Armada Bolivariana. Se dedica al estudio y enseñanza de la astronomía, astronáutica y ciencias afines.
El planetario fue inaugurado el 23 de julio de 1961 y sus equipos principales fueron traídos a Venezuela por el ilustre Eduardo Rohl desde Alemania, junto con los equipos para el desarrollo del Centro de Investigaciones de Astronomía (CIDA) en Mérida.
Su intención era que el planetario sirviera para la promoción y divulgación de las ciencias, y se lo bautizó con el nombre de uno de los sabios a los que más admiraba en su vida: el barón Alexander von Humboldt, que en 1799 y 1800 viajó por Venezuela para, entre otras muchas cosas, determinar la altura de la montaña que el Planetario tiene enfrente.
Dentro de la cúpula caraqueña hay un proyector Zeiss Mark III que en teoría permite simular unas nueve mil estrellas, además del Sol, la Luna y los planetas visibles a simple vista como Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno. La cúpula del planetario está constituida por placas de aluminio perforado, están unidas al techo por medio de un andamiaje de acero. Todo el edificio cuenta con claros toques de Art Deco, ya que fue diseñado por Carlos Guinand Sandoz, un intelectual que perteneció a la generación de arquitectos encargados de “modernizar Venezuela”, junto a figuras como Carlos Raúl Villanueva o Manuel Mujica Millán.
Altair nos cuenta que tuvo que abandonar su trabajo como colaborador el año pasado ya que, debido a la crisis, este le resultaba insostenible: “Aunque actualmente el planetario funciona, realmente te das cuenta que los equipos están muy dañados y que está vivo a punta de electroshock. Los equipos no sirven; sí, prenden algunas estrellas, pero no como lo hacían antes. No puedes hacer los efectos visuales. Ni para hacer más real nada. Los movimientos de la Tierra no son iguales, a cada rato se mueven las estrellas en el cielo y no cuadran. Los planetas titilan. Pero sigue allí, funcionando a duras penas”.
En 2013 se buscó instalar un sistema combinado de un proyector digital con un sistema optomecánico, pero requería una inversión mayor. Al igual se habló de la instalación de un Universarium cuyo costo rondaba para la fecha los 3 millones de dólares. El proyector se ha reparado varias veces y al día de hoy la mayoría de los equipos presentan fallas.
Pero una de las cosas que más ha perdido el planetario son sus divulgadores científicos, un recurso humano fundamental para fomentar el desarrollo y espíritu de la institución.
Los entusiastas de las estrellas
Aunque justo ahora parezca difícil de recordar, en Venezuela también hubo una especie de “fiebre espacial” a principios de siglo XXI que agrupaba a cientos de asistentes en el Planetario Humboldt cuando se organizaban eventos grandes alrededor de fenómenos estelares importantes.
“Una vez, cuando yo era niño, dijeron que el planeta de Marte iba a verse en Caracas tan grande como la Luna”, recuerda Altair. “Esa vez todos fueron al planetario para presenciar el evento y muchos de los conferencistas tuvieron que estar hasta las cuatro de la mañana conversando con la gente, fue muy emocionante”.
Sebastián J. Cruz, un ingeniero que ha colaborado con la Sociedad Venezolana de Aficionados a la Astronomía (Sovafa) —una de los grupos de aficionados más antiguos en el país— también recuerda esa noche: “Fue todo un acontecimiento. El 26 de agosto de 2005 se produjo la mayor aproximación entre el planeta Marte y la Tierra, el mayor acercamiento en los últimos 60.000 años. Esa vez tuvimos un récord de asistencia de visitantes, el planetario estaba lleno”. Otros eventos similares fueron las noches de observación de la oposición del planeta Saturno (en 2003) o el tránsito de Venus (en 2004) organizadas con mucha antelación y preparación técnica.
De fondo a todo esto, estaba la gran expectativa del segundo periodo de gobierno de Hugo Chavez con su promesa de llevar la revolución al espacio exterior. Promesa que de alguna manera se consolidó un par de años después con el lanzamiento del satélite de telecomunicaciones Simón Bolívar (Venesat-1), en octubre de 2008 desde Xi-Chang, al suroeste de China. A partir de allí, el chavismo negoció varios convenios educativos avanzados con Beijing, formando así a un grupo de profesionales que consolidarían la Agencia Bolivariana para Actividades Espaciales (ABAE) y que luego pondrían en órbita dos satélites más: el Satélite Miranda (VRSS-1) en 2012 y el Satélite Sucre (VRSS-2) en 2017.
Sin embargo, ese empuje inicial se fue desvaneciendo con el tiempo. El físico Nelson Falcón Veloz, quien preside la Sociedad Venezolana de Ciencias Espaciales, nos cuenta que actualmente no hay ninguna clase de financiamiento para los programas de investigación.
“Antes había un programa de incentivo que era el PEI (programa de estímulo del investigador) y luego el PPI (programa de promoción al investigador) pero ya no hay nada de eso. También teníamos el Fonacyt, Fondo Nacional de Ciencia y Tecnología, que funcionó hasta el año 2012. No tenemos forma de investigar desde hace ocho años”.
La politización del cielo
Otra cosa que ocurrió fue que conforme las instituciones públicas se politizaron progresivamente, el planetario se volvió mucho más cerrado a nuevas propuestas. Bryant González, de 30 años, también fue divulgador científico: “Entre 2014 y 2016 las cosas se dificultaron muchísimo, no había unidad en la dinámica de trabajo y sentíamos que nos vigilaban. Ya no éramos un equipo sino que cada quien trabajaba por su lado”.
Antonio J. Padrón, magíster en astrofísica extragaláctica, también recuerda: “El planetario tuvo una época de oro y daban cursos con un perfil de orientación hacia el público. Incluso había un taller de mecánica celeste el cual era muy profundo. Yo hice más de 20 cursos allí. Actualmente ni la página web da información de lo que trabajan y la divulgación es bastante limitada”.
Uno de los veteranos del planetario y quien impartía una de las clases a las que se refiere Antonio, es el profesor Ivan Machín (65), un científico que colaboró con la institución desde principios de los noventa y fue parte de Sovafa casi desde su fundación. PhD en química y con patente industrial, ha colaborado con empresas como Sidor o Pdvsa, y de manera autodidacta se acercó al estudio de asteroides y cometas. Muchos lo recuerdan como parte esencial del planetario, pero lamentablemente tuvo que dejar de dar sus clases sobre mecánica celeste: “Actualmente solo doy clases de mi carrera. Dejé de impartir talleres en el campo de la astronomía, algo que me encantaba y me hacía ilusión. Lo dejé ya que a mi edad y con la situación, debo trabajar en otras cosas para comer. Si nos apoyaran a todos los que aún queremos hacer ciencia en el país y tenemos estudios para ello, quizás las cosas serían diferentes”.
La falta de recursos para desarrollar nuevas investigaciones, la poca cohesión en los pequeños grupos de trabajo que aún surfean la ola de la crisis económica y una diáspora en donde es más posible encontrar estudiosos venezolanos fuera del país que dentro de él, pone al desarrollo científico y tecnológico nacional en un riesgo sin precedentes. “Yo entiendo que no se puede pensar en astronomía o en problemas académicos cuando debes estar luchando en conseguir la Harina Pan, en poner gasolina, en conseguir el gas”, reconoce Falcón, “pero se está sumiendo el país en un atraso y eso hay que decirlo con claridad, sin sesgo político”.
A pesar de todas las dificultades cotidianas todavía hay jóvenes que desean trabajar en el área de divulgación.
Rosmina Suárez, de 24 años, es una estudiante de comunicación social que trabaja como locutora en Radio Fe y Alegría y este año formó parte de un programa social de la NASA para cubrir el lanzamiento de la misión estadounidense Demo-2. ”Yo decidí postularme aunque sinceramente me preocupaba mucho todo el asunto de la luz y el internet ese día”, dice. “Fue una experiencia muy bonita porque conocí mucha gente interesada en el ámbito aeroespacial. Por supuesto que pasé las penurias con los bajones, pero lo más interesante fue darme cuenta que hay muchísimas personas en Venezuela interesadas en las ciencias”.
Quizás a las próximas generaciones de astrónomos y astrofísicos les toque la parte más dura de la reconstrucción: enfrentarse contra las adversidades que produce una pandemia como lo hizo Isaac Newton, o contra los obstáculos del poder como lo hicieron Galileo Galilei o Giordano Bruno. Quién sabe si entre nosotros estará el próximo Serguéi Koroliov, que a pesar de la dureza y mezquindades de la era más cruda del periodo soviético, sobrevivió al Gulag y el aislamiento de un país empobrecido, para convertirse luego en uno de los padres de la astronáutica moderna.