El sistema de José Urriola

Desde que Libros del Fuego publicó Santiago se va en 2015, se convirtió en una novela de culto. Ahora Fisuras revela que esa historia forma parte de un complejo narrativo que seguirá evolucionando

José Urriola se escapó de la zona de dolor que suele absorber nuestra narrativa

Foto: José Chirino

Santiago se va, de José Urriola, no es un best seller. No tiene una joven y sexy investigadora resolviendo un caso cuya respuesta está en una conspiración religiosa forjada varios siglos atrás. No está protagonizado por narcotraficantes, adictos al sexo ni gente real, célebre por las peores razones. Pero se ha leído mucho dentro del mundo en el cual circula, el mundo donde reciben atención los libros como este: el de la edición independiente. Y se ha leído, , intensamente, sobre todo porque quienes leen Santiago se va en su mayoría la recomiendan con ardor a espíritus afines.

Como en los best sellers, y como en muchos libros que amamos, la trama de Santiago se va (2015) es un misterio: Santiago desaparece. Lo hace a propósito; esto no es un policial ni una novela política. Santiago tiene un plan, y para cumplirlo pone a un amigo a hacer una película, compuesta de dos rondas de entrevistas a las grandes mujeres de su vida: madre, hermana, prima, pareja y ex parejas. La primera ronda es contemporánea con la desaparición; la segunda se hace diez años después, con las mismas preguntas. ¿Para qué hace todo esto Santiago? Hay que leer la novela para saberlo.

Sin embargo, aún leyéndola quedan preguntas por responder. No es un error: como su personaje, su creador nos está involucrando en su juego. 

Algunas de las respuestas pendientes surgieron en 2020 con Fisuras, en la que aparece otra voz, la de Pablo, el hermano de Santiago, un personaje oculto tras las voces femeninas en la novela anterior. Sabemos desde el comienzo que Pablo siempre supo dónde estaba su hermano, y que también tenía asignado un papel en el gran juego. Pero Pablo tiene también su propio proyecto: componer un álbum de música con su hermano escondido. Así que durante años le mandará canciones que Santiago deberá completar. Lo bueno es que con cada canción, viene una carta con una historia. Siempre sobre una mujer: todas diferentes, todas encarnando alguna de las muchas formas de dos cosas que a veces se confunden, la infatuación y el amor. Cada una de ellas ha dejado una historia y una reliquia. Repasarlas levanta la novela ante los ojos y desencadena una increíble respuesta de Santiago.

Fisuras no es la continuación de Santiago se va; es una historia paralela. Los lectores de Urriola sabemos que viene otra más. Lo que se está acumulando aquí no es una serie, sino, como dicen sus editores, “un sistema”, compuesto de novelas que forman parte del mismo mundo de personajes, acontecimientos y obsesiones; con soundtracks que Urriola ha curado para que los escuchemos mientras leemos sus novelas, ya que él es muy bueno recomendando música (y nosotros aún mejores ignorándolo). 

Ya eso del sistema hace que Santiago se va y Fisuras sean una rareza en la literatura venezolana. Pero no es lo único por lo que estas dos novelas son tan peculiares. Destacan no solo por lo entretenidas y lo bien escritas que están, sino por sus estructuras, cada una diseñada específicamente para esa historia, de modo que la historia nunca podría alcanzar su realización sin la estructura que su autor le dio. Resaltan también por su sentido del humor, que es escaso en nuestra narrativa, tan rabiosa, tan decepcionada, aunque entre los contemporáneos de Urriola como Fedosy Santaella y Camilo Pino es mucho más común. Y finalmente, estas dos novelas tienen como gran rasgo distinto que se adentran en un género que su autor conoce muy bien: la ciencia ficción.

La ciencia ficción no es un género que abunde en un país que no pasó por la revolución industrial, como Venezuela. Hay mucho de ese género en las literaturas de las naciones industriales que han producido mucha tecnología y han tenido que confrontarse con el conflicto prometeico de los riesgos de ese conocimiento: en la literatura británica, la soviética, la estadounidense, la canadiense. Pero entre muchas otras literaturas por lo demás muy ricas, como la mexicana, la española o la venezolana, casi no se ha hecho. Urriola, sin embargo, no usa la ciencia ficción para sepultarte en notas al pie o darte clases, sino como una fuente de poderosas metáforas. Porque Santiago es un inventor, pero el hecho de que invente tiene menos que ver con la técnica que con la ética. O con esa interrogante que es la ética.

Con Fisuras, empecé a preguntarme si este sistema que está entregando Urriola por partes no es como la trilogía de los antepasados de Italo Calvino, en la que El caballero inexistente es una fábula sobre la identidad, El barón rampante una sobre la libertad y El vizconde demediado sobre la ética, sobre cuánto hay de bueno y de malo en uno. Fisuras es una novela sobre el amor como material de construcción de la memoria, y Santiago se va sobre la redención, sobre la fantasía de poder inventar algo que te ayude a producir una versión mejor de ti mismo.

Sin embargo, ambas novelas son más que eso. 

Urriola no es un novato, y se nota. Viene del periodismo, hoy escribe guiones, y lleva años haciendo con Fedosy Santaella ese extraño y entrañable proyecto narrativo —mitad revista, mitad gabinete de curiosidades— que es Los Hermanos Chang. En el camino han ido apareciendo el cómic Chupetes de luna (Thule, 2012), la novela Experimento a un perfecto extraño (Sudaquia, 2012) y los relatos de Cuentos a patadas (Ekaré, 2014). Ha logrado algo importante con Santiago se va y con Fisuras, y también con Libros del Fuego, la exquisita editorial de Rodnei Casares, Alberto Sáez y Juan Mercerón, nacida en Caracas, hoy regada por el continente.

¿Qué vendrá ahora?