Imagínate tener que cavar un aljibe en la sala de tu casa para tener agua, como hace dos siglos. Imagina tener que hacer eso en 2020, en la capital de un país tropical con el lago más extenso de América del Sur y ríos tan grandes como para producir hidroelectricidad.
Pues eso es lo que pasa en este momento en Petare, donde más de medio millón de personas viven entre la administración municipal del chavista José Vicente Rangel Ávalos y el régimen del pran “el Wilexis”, uno de los protagonistas de la célebre batalla de seis noches de mayo de 2020.
En este junio, llega más rápido el agua de las lluvias que la de tuberías. Desde hace 45 días no sale ni una gota de los grifos, y antes de ese período, los petareños sólo recibieron cuatro horas de servicio, luego de pasar otros 35 días secos como camellos. Si sumamos, en 80 días han tenido por los chorros cuatro horas de agua y un poco que les cayó del cielo el 26 de mayo. El resto del tiempo deben aprovisionarse de ella en los manantiales del Ávila, o comprarla en dólares a los choferes de los camiones cisternas y a quienes se han convertido en una especie de mineros del agua.
Un vecino de Petare, Marco Villalba, explica que hay vecinos que están haciendo pozos en sus casas, para extraer agua de los suelos: “Gracias a Dios, José Félix Ribas está bendecido por la naturaleza y tiene sectores donde hay manantiales. Hay muchos vecinos desempleados que han hecho huecos en las salas e incluso en los cuartos. De ahí sacan la que sirve para bañarse y lavar la ropa, pero no para el consumo. Por ejemplo, a mí por una pimpina de 30 litros me cobran 20.000 bolívares y puedo pagar 10 pimpinas para una semana, 200.000 bolívares”.
Cuando su esposa e hijas tienen la menstruación, Villalba se ve obligado a comprar más agua. Un pipote de 200 litros sale en dos dólares. Quienes no pueden pagar eso deben caminar desde José Félix Ribas hasta la urbanización Terrazas del Ávila, unos tres kilómetros, para llenar un par de tobos. Y no es que van por línea recta, tienen que subir y bajar el cerro de La Bombilla de ida y de vuelta cada vez que van a abastecerse, pues tampoco hay transporte público. Esa agua hay que hervirla, pero como tampoco hay gas para cocinar, hay que buscar palos por ahí para usarlos como leña.
Para calmar la sed y cocinar, el mercado tiene opciones como el botellón de 18 a 20 litros, que cuesta 200.000 bolívares, la mitad del sueldo mínimo. Se puede recargar en ciertas casas, por 120.000, pero hay que hacer dos o tres horas de cola.
La escasez los lanza a la calle
El Observatorio Venezolano de Conflictividad Social registró solo en abril de este año que de las 716 protestas que se hicieron en Venezuela, 464 fueron provocadas por fallas en la prestación de los servicios públicos, y de esas 158 fueron para reclamar agua potable: un 22 % del total. Ni siquiera la cuarentena inhibe a la gente de manifestar. El 27 de mayo, en la urbanización Manuel González Carvajal en Caucagüita, al este de Petare, tomaron a la fuerza una cisterna como medida de presión y lograron que les enviaran agua por unas horas.
Las distintas comunidades de Petare y sus alrededores —José Félix Ribas, La Dolorita, Mariche, Terrazas de Guaico, El Llanito, donde está el hospital Domingo Luciani, La Urbina y El Marqués— manifiestan su descontento a diario. Casi un millón de habitantes del municipio Sucre carecen de servicio de agua hoy, dijo el ex prefecto Juan Carlos Vidal.
Pero el racionamiento es severo en toda la gran Caracas. La Pastora, La Candelaria, El Valle, San José, Santa Rosalía, El Recreo, Altagracia, Santa Teresa (a pocas cuadras del Palacio de Miraflores), El Paraíso, La Vega… no se salva ninguna de las 22 parroquias del municipio Libertador, a cargo de la chavista Érika Farías. El sector con menos cortes tiene agua tres días a la semana; en zonas como El Junquito pasan sin nada de agua hasta mes y medio.
Baruta, Chacao y El Hatillo no la pasan mucho mejor.
Según Monitor Ciudad, que promedió las horas de racionamiento en cada parroquia, Caracas recibió unas 41 horas de servicio de agua… en todo el mes de abril.
¿Por qué no hay agua suficiente?
Luego de que se incendiara una sala de bombeo en el Tuy II, hace 20 días, se acentuó el racionamiento. Para ese momento bombeaban el equivalente a 30.000 camiones en un día, 7.000 litros de agua por segundo. Al momento, no pasan de 3.000 litros por segundo.
El ingeniero Norberto Bausson, expresidente de Hidrocapital, dice que ya no hay suficiente personal para atender las emergencias del acueducto metropolitano, que a causa del relieve del área metropolitana es un sistema de gran complejidad, que debía ser capaz de hacer subir el agua hasta las cotas de 1.700 metros sobre el nivel del mar de comunidades como El Junquito. Se dejaron perder la mayoría de las instalaciones de los cuatro embalses, la toma del río Tuy, las 86 estaciones de bombeo y los sistemas interconectados para pasar el líquido de una red a otra del Sistema Tuy. “Los tres embalses de seguridad dentro de la ciudad, que son La Mariposa, La Pereza y Macarao, están absolutamente secos. Estos señores se dieron el lujo de no cuidarlos. Por eso, dependemos del Sistema Tuy”.
Nunca se hizo la segunda etapa para ir al paso del crecimiento de la ciudad, y lo que hay ahora es la capacidad que había hace 20 años, que de paso funciona al 50 %. “Hay que ser mago para darle un poquito a todo el mundo —dice Bausson—, y en estos momentos estos magos no existen”.
La respuesta al clamor ciudadano fue la compra de camiones cisterna. Ya llegaron 252 de los 1.000 que negociaron con China. Bausson dice que ese plan significa que en vez de favorecer a 300 personas benefician a una, usando un dinero que hubiese servido para mejorar la red. El agua que necesita Caracas a diario equivale a la carga de 80.000 camiones cisterna. Esas 252 unidades tendrían que hacer unos 500 viajes al día para cubrir medianamente las necesidades.
Con estas cuentas, solo cabe esperar más angustia y por tanto más protestas. Para no mencionar los riesgos de salud para un país en emergencia humanitaria compleja y con una pandemia que significa extraer agua del subsuelo de una montaña con fábricas y medio millón de personas encima.