“Estamos preparados, saldremos de ésta”. De todo lo que dijo Nicolás Maduro el jueves 12 de marzo, en su alocución nacional, esa frase dejaba en el aire la existencia del coronavirus. Horas después su vicepresidenta, Delcy Rodríguez, daba cuenta de dos casos positivos al Covid-19. Del subregistro nadie se atreve a hablar.
El coronavirus se convirtió hasta en memes, videos y audios que se regaron por los chats y las redes sociales. Hay un caso sospechoso en el hospital Vargas, en el Clínico Universitario —donde no hay agua— hay otro, al Algodonal (de referencia nacional para las enfermedades respiratorias) llegó una señora que casi se muere en la puerta. Más de 30 sospechas, decía el mismo Maduro.
Mientras tanto, en la calle, se hablaba a medias tintas de la pandemia decretada por la OMS el 11 de marzo. A finales de enero cuando ya los números explotaban en China, hasta médicos expertos en epidemiología, comentaban que como no había vuelo directo hacia Venezuela las probabilidades eran mínimas para el país. El virus tocaba las fronteras de Brasil y Colombia y las calles de Caracas fingían demencia. Tal vez la gente, acostumbraba a la crisis, a que no exista un sistema de salud, a tener que comprar las medicinas en el mercado negro, o a no tener nada, no puso su barba en remojo, como dice el dicho. “Aquí no va a llegar, porque no resiste el calor”, decía una señora en la cola de la parada del transporte público.
No había sorpresa en la población caraqueña, capital de Venezuela, país sumergido en una crisis humanitaria compleja y con más del 80 % de sus 306 hospitales públicos sin insumos, sin equipos médicos y sin suficiente personal de salud, de acuerdo con los datos recientes que levantó la asociación civil Médicos Unidos por Venezuela.
“Estamos en las condiciones, en la tormenta perfecta para tener un problema de gran magnitud”, decía hace un par de días el doctor José Félix Oletta, ex ministro de Sanidad. En los centros hospitalarios públicos no funcionan el 35 % de las unidades de terapia intensiva; en el 46,6 % no funciona el servicio de Rayos X; en el 94,2 % están dañados los equipos de tomografía o resonancia y en el 51 % no tienen insumos como guantes, tapabocas, jabón, lentes de seguridad, batas descartables.
En un 43,2 % el agua es deficiente y en un 31,8 % no hay. Las plantas eléctricas, en el 31,4 % de los centros funcionan con deficiencia, dicen la encuesta que hizo Médicos Unidos por Venezuela.
Eso ya lo sabe el común de los caraqueños y es una historia que se repite con agonía en el interior del país, donde limpian los quirófanos solo con agua porque no hay cloro, ni desinfectantes.
Otra cosa que quedó de la alocución de Maduro es que tienen 45 centros centinelas. Ya los ciudadanos saben, por experiencia propia, que si van con un dolor o con una fiebre tienen que llevar hasta las medicinas.
“Imagínate todos nos iremos a morir. Aquí no hay nada, que Dios se apiade de nosotros”, era la respuesta que le daba Rosa Aponte a su esposo cuando escuchó sobre los dos casos positivos. ¿Usted cree que estamos preparados? “No, qué va, si ya daba miedo viajar en el Metro”, dijo angustiada.
El Metro de Caracas, el sistema de transporte masivo inaugurado hace 35 años, es una bomba de tiempo. Ahí viajan pasajeros con tuberculosis, deambulan personas con VIH-Sida pidiendo colaboraciones, hay hacinamiento: eso que dicen espalda con espalda, cara con cara, pelo con pelo, barriga con barriga, se cumple a cabalidad. “En un vagón no hay espacio para el suspiro y si alguien estornuda es el acabose”, completó Aponte.
La OMS dice que las mascarillas deben usarlas quienes tienen síntomas de gripe y los pacientes con patologías crónicas, aparte del personal de salud, pero Delcy Rodríguez recomendaba en cadena nacional a todos a usar los tapabocas, sin dar explicaciones de por qué había que hacerlo ni de dónde se conseguirían. Se hicieron colas para comprar tapabocas. Entre cinco y seis dólares se vendían en las redes de farmacia más grandes. Y este viernes, con la confirmación de los dos casos, ya se hablaba de desabastecimiento.
Lo mismo ocurrió con los geles alcoholados y con el alcohol medicinal. Se empezaron a ver por las calles personas con los rostros tapados con trapos, a los vendedores ambulantes usando protección y ya en el transporte público los colectores evitaban tener contacto físico con las personas. No se desató una paranoia colectiva, pues rápido llegó el anuncio de suspensión de reuniones masivas, foros, talleres, conciertos, de graduaciones académicas y de las clases.
Por cierto, no dio tiempo que en las aulas se dieran charlas sobre el coronavirus. Todavía no hay un plan claro de cómo se va a garantizar la escolaridad. Dijo Maduro que por Internet enviarán las tareas, en el país con la peor conexión en la región, y con zonas urbanizadas que tienen hasta más de un año sin señal porque dependen de Cantv.
Ese anuncio de Maduro, de evitar las conglomeraciones, tal vez influyó en que haya habido menos cantidad de personas en la calles, para ser un viernes en el que pagan salarios.
Por su lado, los trabajadores de la salud continúan alzando su voz de protesta. Mauro Zambrano, dirigente sindical, exigió guantes y mascarillas para el personal. “Tienen miedo ir a los hospitales si no se les garantiza su seguridad”, repetía en rueda de prensa a pocos minutos de darse la noticia de los dos casos confirmados.
Por ahora, “a lavarse las manos”, es la campaña que más se repite, en los voceros del gobierno, cuando en realidad el caraqueño recibe en promedio 44 horas de agua a la semana, según la organización Monitor Ciudad.
Por un mes los vuelos hacia y desde Europa y Colombia estarán suspendidos y se estudian medidas para las fronteras terrestres. Ya Colombia cerró la frontera con Venezuela. Maduro habló de pedirle a China que envíe a los expertos y hasta ahora no ha escuchado a las sociedades científicas locales.
Todavía hay mucho que aclarar a la opinión pública, pues hay una declaratoria de emergencia nacional de salud, nombrada así por un régimen que siempre ha tenido pruritos con la palabra “emergencia”, pero en estos momentos la usa para pedir que se levanten las sanciones impuestas por el gobierno de Estados Unidos.