En 2005, con el programa Sembrando Luz de la Fundación para el Desarrollo del Servicio Eléctrico (Fundaelec), comenzó la instalación de sistemas híbridos en Venezuela, una combinación de la energía de la red eléctrica nacional, la energía solar, la energía eólica y respaldo diésel.
Fue un proyecto para crear energía concentrada en las comunidades alejadas de la red, en las zonas protegidas y en los parques nacionales a partir de los recursos naturales disponibles y las necesidades de las comunidades. Así, viviendas, ambulatorios, escuelas, puestos de guardaparque contarían con servicio eléctrico.
Cinco años después, iniciaron dieciocho de los veintitrés proyectos en zonas de Alta Guajira, Zulia, Falcón y Mérida. Aprovechar la radiación solar en Venezuela demostró ser una alternativa sustentable, ecoamigable y más barata que instalar un tendido eléctrico.
Entonces, el país se preparó para más, pero Fundaelec se fue viniendo a menos: dejó de ser parte de Pdvsa para ser parte de Corpoelec y así, los proyectos de asistencia a las comunidades aisladas en el país se fueron abandonando.
En el primer trimestre del 2016, ya con bajones eléctricos, cortes de racionamiento y apagones en algunas zonas de Venezuela, el Instituto Científico Francisco de Miranda de Budapest publicó un informe sobre las posibilidades técnicas y los bajos costos de la energía fotovoltaica en el país.
El Instituto ―organismo binacional de universidades venezolanas y húngaras con el respaldo de la industria china― volvió a encender la esperanza planteando la construcción de paneles solares, la capacitación para implementar la tecnología renovable y la consolidación de líneas de producción en Venezuela. La meta: producir energía eléctrica ilimitada en el país. La promesa: Venezuela tendría la red eléctrica más moderna, ecológica y rentable de Latinoamérica.
El planteamiento fue otro sistema híbrido cuya energía resultante sería capaz de inyectarse al Sistema Eléctrico Nacional (SEN) para aliviar la carga del Guri y con un costo que se podría cubrir hasta con un barril de petróleo a quince dólares.
Se lograría con la producción de “planchas de vidrio común con una capa semiconductora fotovoltaica, capaz de generar energía eléctrica a base de gases industriales simples, de los cuales 95 por ciento de ellos son producidos en Venezuela, y el otro 5 por ciento restante son proveídos por naciones como Rusia y China”, según reseñó el portal Telesur el 11 de marzo de 2016.
Cuatro años después de aquel informe, la meta y la promesa también se apagaron.
Y en julio de 2019, luego de dos apagones nacionales, un grupo de ingenieros de Zulia presentaron un proyecto alternativo de paneles solares a la Comisión Permanente de Administración y Servicios de la Asamblea Nacional. Al principio se prendió el ánimo para un plan piloto en el Hogar Clínico San Rafael que luego se extendería a los hospitales marabinos, pero pronto se apagó.
Ahora, en el 2020 y en plena crisis eléctrica, cuando las plantas ya no arrancan por falta de gasolina o gasoil, seguimos dependiendo en un 80 por ciento de la energía hidroeléctrica del sistema Guri ―que opera con apenas el 30 por ciento de su capacidad― y en otro 30 por ciento de sistemas auxiliares, aun teniendo un nivel de radiación solar ideal (5.1 kw x m2) en el 20 por ciento del territorio venezolano.
Es decir, en un país que tiene las condiciones climatológicas para la instalación a gran escala de sistemas de producción de energía fotovoltaica, esto no ha sido posible.
De manera que el problema persiste y, ahora, un tramo de una de las tres líneas principales de 765 kW del sistema eléctrico venezolano está fuera de servicio, según denunció el ingeniero José Aguilar el 4 de octubre. Esto es: se limita la transmisión energética hacia todo el país en alrededor de 2.000 MW, el equivalente al consumo energético de Caracas.
Por suerte, hay iniciativas que tratan de iluminar.
Más radiación, más oscuridad
Al igual que en Barinas y en el Alto Apure, los cortes eléctricos y sin previo aviso en Táchira, Mérida y Trujillo pueden durar más de ocho horas. Pero la solución de las plantas ahora son un problema que pesa y estorba debido a la escasez de gasolina, su prioridad de distribución y su costo cuando se consigue ($2 a $3 por litro).
Dicho de otra manera: encender una planta de diésel todos los días durante ocho horas se lleva alrededor de ocho litros diarios de combustible (es decir, $14 a $21 diarios). Esto para un aparato que con un desgaste mínimo de sus partes tiene un promedio de vida útil de año y medio.
La instalación del sistema de paneles solares puede exceder los veinte años de funcionamiento con cuidados mínimos.
—Cuando la gente se dio cuenta de que tenía un cementerio de plantas diésel, vino la solución de almacenamiento de energía en batería, tomándola por medio de la red o por la energía solar. La gente comenzó a buscar este tipo de soluciones. Se puede decir que a partir del 2018 con su auge en el 2019. Es un negocio emergente por la crisis eléctrica, pero si nos queremos ir un poquito más allá, es una de las soluciones en vista de que tenemos una red eléctrica nacional que no es estable —explica Mahley Márquez, ingeniero electricista y CEO de Araf Energy, una empresa merideña.
En efecto, es una solución exitosa que ha sido probada: el sistema híbrido y autónomo instalado por Márquez en el páramo Los Conejos en el 2014. Los veinticuatro sistemas unifamiliares instalados cuando la ingeniera fue líder del proyecto de Fundaelec aún se encuentran en funcionamiento ininterrumpido y con mantenimiento tan solo una vez al año. Los paneles instalados siguen aprovechando todo el espectro solar, desde el ultravioleta hasta el infrarrojo.
Una solución probada, exitosa y que no fue la única: la aldea El Quinó cuenta con 34 sistemas unifamiliares en funcionamiento. Pero pese a los beneficios de estos sistemas, no se instalaron más. La zona occidental sigue siendo la que padece las mayores fallas eléctricas.
Por ejemplo, para una casa que requiera un tiempo de respaldo de alrededor de seis horas (para mantener iluminación, módem, router, conexión de laptop o PC, un tomacorriente para algún dispositivo electrónico de bajo consumo y uso puntual), un sistema fotovoltaico de la empresa holandesa Victron Energy o de la estadounidense Morningstar (marcas cuya única distribución en Venezuela la tiene Márquez) cuesta alrededor de $3.700. Si tendrían además que alimentar una nevera, el costo aumentaría a unos $6.100.
La ingeniera aclara la diferencia: los sistemas holandeses, por la versatilidad y practicidad de sus equipos, son los más adecuados para los problemas hogareños, mientras que los estadounidenses, más robustos, son los más aptos para los requerimientos del campo, las plataformas petroleras y las zonas con riesgos de explosión.
De manera que estos últimos podrían dar una solución al problema circular de la crisis termoeléctrica, es decir, reactivar la industria petrolera que se apaga por falta de diésel, porque si no se extrae crudo, no se refina y si no se refina, no se obtiene el diésel que todo lo enciende, hasta la industria que lo produce, y la economía.
Aunque grandes proyectos y masificación reduzcan los costos, para lograrlo es necesaria la inversión del Estado. Señala Márquez:
—Se necesita que haya créditos, financiamientos para invertir en energía, incentivos de qué son energías verdes para mejorar la circunstancia eléctrica en el país. En todo el planeta, los grandes, medianos y hasta cortos proyectos en energía solar fotovoltaica, por su costo, son inversión del Estado. Financiamientos de la banca privada ahora son imposibles en este país pero, tanto para empresas como para el consumidor, deben existir créditos para aplicar a la energía solar.
Es decir: Araf Energy, como otros emprendimientos, podría masificar sus soluciones inmediatas y duraderas ante los problemas de la crisis eléctrica venezolana pero, sin capital para adquirir un stock, ¿cómo hacerlo?
Para el ingeniero electricista Manuel Ponte, la falta de asistencia técnica es otro de los factores que impiden la instalación de sistemas energéticos alternativos:
—Es importante tener una buena asistencia para elaborar un proyecto que cumpla con las necesidades y que ayude a tomar la decisión de cuál es el equipo que más conviene ajustándose a la capacidad de inversión. Las personas se informan sobre el funcionamiento de los sistemas alternativos, pero no toman en cuenta los cálculos y el diseño para que, con un costo mínimo, se tenga un sistema de energía de última generación.
Pero aun logrando diseñar, pagar e importar los equipos más adecuados, una dificultad compite: la piratería. Advierte Márquez:
—En Venezuela no hay un control de protección al consumidor. Ahora hay una aduana libre y traen equipos muy deficientes. Ya hay mucha gente fregada por ahí. Debería haber los controles normales de antes: para vender un equipo o un proyecto, se pasaba por alguien como el Colegio de Ingenieros, la alcaldía, la empresa eléctrica, que revisaban el proyecto y le daban el visto bueno. El cliente sabía que compró con seguridad porque fue aprobado por una persona que sí sabe.
Los controles normales de los que habla Márquez es esa legislación que se está quedando en la penumbra, o lo que es igual, la ausencia de garantía de que tanto los equipos como los ingenieros o comerciantes son de calidad y cumplen las normas del código eléctrico nacional.
En Maturín, Anderson Da Silva, presidente de EKOV Energía y Comunicaciones, coincide con Márquez:
“Realmente creo que es momento para invertir en este tipo de energía en Venezuela. Ya las personas están concientizando que es muy confiable”.
Sobre todo, es buen momento porque el aumento paulatino de fabricantes aumenta la presencia de precios competitivos en el mundo, así como la creación de políticas de Estado para implementar su uso. Ponte señala algunos ejemplos relevantes: España no solo creó un estímulo de inversión, sino que reduce los impuestos y costos por consumo a quienes emplean sistemas energéticos alternativos. Chile cuenta con una planta termosolar que produce 1.000 MW y que abastece a 450.000 viviendas.
La responsabilidad de los comerciantes resulta crucial en este momento. Da Silva enfatiza en que “las empresas de este ramo deberían aumentar la promoción y educación sobre las ventajas del uso de las energías alternativas en Venezuela y no solo verlo como una actividad comercial. La masificación depende mucho de esto”.
La región oriental es una de las que cuenta con mayor incidencia de radiación solar, pero ante la ausencia de tecnología para su aprovechamiento, Da Silva ofrece un kit compuesto por panel solar, batería, controlador de carga e inversor con respaldo de 48 horas para alimentar cinco lámparas, un televisor con decodificador y cargadores de celulares. El costo: $1.300.
Se trata de otra solución que, aunque mitiga las angustias de los apagones orientales, no deja de ser doméstica y temporal, y no puede hacer frente a la realidad que parece definitiva: los apagones en Monagas son de dos hasta ocho horas al menos tres días a la semana y sin previo aviso.
¿Futuro en la penumbra?
El apagón general del 6 de septiembre no solo afectó a Zulia, que desde el 2017 padece los racionamientos de hasta doce horas, distribuidas a lo largo del día que hoy afectan al 92 por ciento de los residentes. Mérida, Falcón, Portuguesa, Lara, Carabobo y la Gran Caracas también registraron bajones eléctricos.
Además, el 23 de agosto y el 6 de septiembre dejaron de funcionar las plantas TG2 y TG13 de la Termoeléctrica Juan Bautista Arismendi, en Nueva Esparta. Ahora el racionamiento eléctrico en la isla es de hasta ocho horas diarias, aunque antes se ha registrado de hasta diez días. La solución: las autoridades han solicitado a empresas, comercios y comunidad la “autogeneración de energía en la medida de las posibilidades”, pero ¿quiénes pueden lograrlo y por cuánto tiempo? ¿Cuál equipo de energía alternativa disponible en el mercado venezolano puede cubrir esta y tantas fallas? ¿Y cuánto cuesta?
Las mismas preguntas se hacen en el resto de Venezuela y las respuestas también son las mismas: casi nadie puede lograrlo y quien puede, no lo hará por mucho tiempo.
La radiación solar es gratis, pero usarla, tiene un alto costo.
Encender la luz se ha vuelto el desafío para el gobierno. La capacidad termoeléctrica nacional activa es de apenas 10 por ciento, es decir, 1.500 MW a 2.000 MW cuando la capacidad instalada es de 15.000 MW, según explicó para EFE Víctor Poleo, ingeniero eléctrico y viceministro de Energía y Minas 1999-2001.
Dicho de otra manera: el 12 de octubre, por ejemplo, tal y como fue hace más de quinientos años, zonas de Miranda, Vargas, Aragua, Carabobo, Yaracuy, Lara, Zulia, Mérida y hasta el Área Metropolitana de Caracas reportaron estar sin electricidad. La capital de Venezuela tiene al menos veinte apagones al mes que pueden durar hasta ocho y sesenta horas.
Ya en esta crisis, como explica Ponte, no tiene sentido instalar sistemas de respaldo de energía eléctrica cuando no hay electricidad para alimentar dichos respaldos. Es tiempo de naturalizar la instalación y el uso de celdas o módulos fotovoltaicos, así como los que sirven a relojes de muñeca, linternas, cargadores portátiles y hasta calculadoras. El ingeniero afirma:
—Es increíble, pero en Venezuela, en la zona industrial de Paraguaná, tenemos una fábrica de paneles solares, pero no cuenta con personal. Hay material en depósitos para producir por tres años y dotar a todo el país de sistemas alternativos. Además, tenemos la licencia para ensamblar aerogeneradores Bornay y los derechos para la venta en América, esta fábrica también está en la zona industrial de Paraguaná.
Hay que intentarlo porque es posible. El Valle de Kamarata a las faldas del Auyantepui en la Gran Sabana lo está haciendo.
Tras las constantes fallas del sistema hidroeléctrico instalado en 1960, Eposak y Grupo Otegi, con el apoyo de la Embajada Británica en Venezuela, instalaron celdas fotovoltaicas con respaldo de energía eléctrica capaces de cubrir la demanda del ambulatorio, liceo y actividades del turismo sostenible. Los equipos han pasado a ser propiedad de los habitantes de la región, quienes han recibido capacitación para el mantenimiento de la tecnología que ahora usan.
Es un modelo replicable y urgente. Han pasado diez años desde que se decretó la emergencia eléctrica, planes de ahorro energético e inversiones en energía termoeléctrica que lo que han generado es que Venezuela produzca 64 por ciento menos de energía que desde el decreto de la emergencia. Ya estamos en crisis y sin electricidad no hay cómo vislumbrar una reactivación económica. Bien dice Márquez: “Un país tiene desarrollo si tiene energía”. Nosotros, justo ahora, ni lo uno, ni lo otro y si seguimos como vamos, ni siquiera tendremos país.