“Demasiado fácil”, dice uno de los vecinos del barrio Santa Eduviges, en Catia La Mar, La Guaira. Pasan unos segundos y vuelve a repetirlo: “Demasiado fácil”. A su alrededor, otros vecinos observan en una pantalla los Juegos Olímpicos de Tokio 2021. Se escucha por tercera vez un “demasiado fácil” y Julio Mayora aparece en pantalla para levantar 150 kilogramos. Cuando la transmisión internacional anuncia que ese es el peso, lo normal es pensar que no será demasiado fácil. Antes de que el atleta comience su rutina —el agarre de la barra, el posicionamiento de los pies, el alineamiento de la cadera— la comentarista mexicana dice: “Este es nuestro gallo”. Latinoamérica es un puño apretado.
Julio Mayora levanta todo ese peso y en el barrio de la zona donde creció solo se escuchan “vaaaaaaaaamos” sostenidos y aplausos. Julio Mayora aún no ha ganado la Medalla de Plata, le faltaran algunos intentos más para cerrar su participación, y esa gente ya tiene una alegría.
Para llevarse la medalla, la primera para Venezuela durante estas competencias, Julio Mayora deberá levantar 190 kilos más. Luego de unos minutos lo hace en el tercer intento, sumando un total de 346 kilogramos. Parece demasiado para un hombre que pesa menos de 73 kilogramos. Sin embargo, la naturalidad con la que Julio Mayora lo hace transmite la sensación de que, en efecto, es “demasiado fácil”. La periodista Mari Riquelme rescató en un tuit la hoja de anotación de la primera participación del deportista en un torneo internacional. Fue en 2014. El venezolano ya era parte de la selección adulta del país. Tenía sólo 17 años.
El dato por sí solo es relevante. Sin embargo, hay que aclararlo: para formar parte de una selección de mayores cuando se es un adolescente hay que tener algo más que suerte. Riquelme también recuerda otro dato: con 16 años, Julio Mayora llegó a levantar 231 kilogramos. Eso es algo más que talento. Cuando como espectadores pensamos, más allá de la euforia del momento, que eso es “demasiado fácil”, restamos peso a una serie de intentos que resumen una carrera deportiva; durante un lance, una brazada o un envío, hay un esfuerzo de tres, cuatro, cinco años de preparación o toda una vida.
Los fuegos artificiales, las banderas y los registros no permiten documentar la tensión particular que generan este tipo de momentos. De Julio Mayora no estaba solo pendiente Catia La Mar. Todo atleta tiene mucha atención sobre sí. A veces es demasiado.
Simone Biles, quizá la figura más importante de la delegación estadounidense, se retiró de una competencia desbordada por la presión, inquieta por su salud mental. «We hope America still loves us», dijo. «Espero que Estados Unidos nos siga queriendo». La declaración dice más sobre el momento histórico que acerca de ella.
El libro La pequeña comunista que no sonreía nunca, sobre la gimnasta rumana Nadia Comaneci que hace 45 años deslumbró al mundo en las olimpiadas de Montreal, ya describe bastante sobre la relación entre el Estado y sus atletas, las manipulaciones y el rol que pasan a ocupar cuando ya no sirven como herramienta propagandística. La historia de presión que los regímenes socialistas como la Rumania de Ceaucescu y la Cuba de Fidel Castro ejercen sobre sus delegaciones olímpicas es larga y abundante en historias de abuso.
Venezuela también tiene sus propios casos: ¿Qué pasó con Francisco «Morochito» Rodríguez? ¿Adriana Carmona, dos veces medallista olímpica, por fin recibió la casa prometida? ¿Por qué Stefany Hernández no está compitiendo este año, luego de su bronce en Río 2016? ¿Cuál es el rol del Estado venezolano en la asistencia emocional de los atletas?
Teniendo en cuenta el contexto de crisis humanitaria que atraviesa el país desde hace años, quizá las preguntas parezcan poco pertinentes. Sin embargo, lo son, porque trascienden el chavismo y la gestión deportiva. También hablan de la sociedad, esa que se apropia de los triunfos de los atletas y los ignora durante sus fracasos.
No hay ninguna otra competencia que reúna más talento que los Juegos Olímpicos. Estos, quizá, sean los más complejos de la historia contemporánea debido a la pandemia por covid-19. Competiciones suspendidas. Contagios propiciando lesiones o influyendo a largo plazo en la salud de los atletas. Ritmos de entrenamientos condicionados o parados durante meses —como el caso de Delfina Pignatiello, en Argentina, y tantos más. Personas expuestas a los efectos del aislamiento sobre su salud mental. Esas gradas vacías son una anomalía en el paisaje competitivo.
Hay que imaginar todas las condiciones anteriores en el caso de los atletas venezolanos, pero también sumarlas a los años recientes de crisis en el país. Las principales opciones de medallas olímpicas para Venezuela pasan por Yulimar Rojas y Daniel Dhers. Los dos entrenan fuera de Venezuela desde hace años y gozan de una estabilidad ajena a esta competencia. Ambos, en sus deportes, ya son reconocidos y, en el caso de Daniel, se trata de una figura histórica del BMX Freestyle, quizá de época. Su preparación no depende de los recursos del Estado ni está sujeta a la infraestructura deportiva de Venezuela, precaria en la mayoría de los casos. Si bien, como cuentan los periodistas especializados, varios atletas de la delegación venezolana han podido prepararse fuera del país, hay que recordar que los deportistas en Venezuela se hacen a sí mismos, y que tienen que atar sus metas deportivas a las necesidades que son capaces de cubrir.
¿Qué sabemos sobre la preparación de Julio Mayora? ¿Por qué tuvo que salir a prepararse en República Dominicana antes de viajar a las Olimpiadas? ¿Dónde estábamos cuando ganó medallas en los Juegos Bolivarianos Santa Marta-2017, en los Sudamericanos Cochabamba-2018, en los Centroamericanos y del Caribe Barranquilla-2018 y durante los Juegos Panamericanos de Lima-2019? Quizá eso explica parte de la felicitación de Yulimar Rojas, quien le dedicó un tuit:
Solo Dios sabe el sacrificio que significa esto. Solo él sabe cómo son nuestros días, nuestras horas y cuáles son nuestros sueños.
Estamos muy orgullosos de ti Julio, felicidades. pic.twitter.com/RyP6JN12qs
— Yulimar Rojas (@TeamRojas45) July 28, 2021
Cuando Julio Mayora apareció dedicando su triunfo a Hugo Chávez, durante un momento carente de mayor naturalidad o euforia, muchos usuarios que horas antes lo celebraban empezaron a cuestionarlo de inmediato. Para ese entonces, ya se había visto cómo sus vecinos estaban viviendo el momento, a través del periodista Juan José Sayago. Empezaron a circular las fotos sobre su actuación. Los estados de WhatsApp y las historias de Instagram sacaban a Julio Mayora del desconocimiento. Sabíamos todo y nada sobre él. En el punto medio entre esos polos, una necesidad y un sueño más importante que la medalla: para Julio Mayora ese metal es solo una oportunidad para, apoyado en su visibilidad, poder reclamar una casa para su mamá.
"Yo le dije: 'mamá, déjame que gane para de nuevo hablar para que le den una casa digna. Ella siempre estuvo en las malas conmigo (…) Esta medalla la vamos a cambiar por una casa". Julio Mayora. Por si les costaba entenderlo. #JuegosOlimpicos #Tokyo2020 https://t.co/Y0UbqBYwfd
— Raúl A. Castillo (@RAlonsog_) July 28, 2021
La rabia digital por las declaraciones en relación con el gobierno de Venezuela permite una conclusión: el chavismo triunfa demasiado fácil cuando no somos capaces de preferir una medalla olímpica por sobre una declaración coaccionada.