Es como un Arca de Noé encallada en los montes merideños. Ubicada frente a la Plaza Bolívar de la ciudad de Mérida, la Biblioteca Febres Cordero es el repositorio de un tesoro histórico: tiene la colección más completa de prensa regional venezolana del siglo XIX y principios del siglo XX, una colección fotográfica de la Sierra Nevada y el registro familiar de los Febres Cordero, varios de los proyectos propuestos a Marcos Pérez Jiménez para el teleférico de la ciudad y una colección de manuscritos tan rica que contiene hasta actas del cabildo merideño desde 1578. Pero, sin ningún mantenimiento, su infraestructura parece venirse abajo.
En la Biblioteca Febres Cordero, —la única dependencia directa de la Biblioteca Nacional ubicada fuera de Caracas, de acuerdo con la condición de la familia Febres Cordero al donar la colección—, la humedad permea parte del techo, sobre todo con las lluvias que están golpeando al estado. Tampoco hay aire acondicionado ni control de las temperaturas, explica José Luis Vásquez, expresidente copeyano del Concejo Municipal Libertador de Mérida, y no existe un presupuesto asignado para mantenimiento, pues la Biblioteca Nacional se encarga solo de pagar los sueldos “irrisorios” de los empleados.
“A partir del 2012, más o menos, fue disminuyendo la ayuda (de la Biblioteca Nacional) para seguir con la preservación de la colección”, dice Alfonzo Peña, quien trabajó en la Biblioteca Febres Cordero de 1978 a 2018. “El Ministerio de Cultura ha prohibido cualquier apoyo de parte de entes privados o públicos en la ciudad”, dice Josué (no es su nombre real), empleado del Instituto Autónomo Biblioteca Nacional.
Es por los empleados que no ha habido más daños, dice Vásquez; ellos movieron la colección adonde hay menos humedad, la limpiaron durante la cuarentena por iniciativa propia, y a diario chequean que no haya goteras y los deshumidificadores estén funcionando.
“Los empleados vigilan un área donde están los periódicos y que actualmente no tiene iluminación —dice Josué—, y para revisar la prensa usan las luces de los celulares”.
La Biblioteca Febres Cordero nació el 4 de noviembre de 1978, con el nombre de Sala Febres Cordero, en una antigua casona de 1868 en el Parque La Isla en Mérida. La familia Febres Cordero donó sus bibliotecas familiares al Instituto Autónomo Biblioteca Nacional y de Servicios de Biblioteca. Esta donación incluía la colección de José Rafael Febres Cordero, político y escritor merideño, y su padre Tulio Febres Cordero, uno de los intelectuales más importantes de Mérida.
En 1995, varias donaciones y adquisiciones después, la Sala se mudaría a un edificio cedido por el Municipio Libertador de Mérida frente a la Plaza Bolívar y sería renombrada con su actual nombre. Para ese entonces, la Biblioteca había adquirido la colección de periódicos larenses de la familia Reinoso Colmenares, parte del archivo particular del lingüista y etnólogo Julio César Salas y el archivo —de finales del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX— de la Casa Burguera, una casa de comercio que se especializó en la exportación de café, del pueblo merideño de Tovar. “Es considerada una Biblioteca especializada en materiales venezolanos y especialmente merideños, que abarca un período histórico de cuatro siglos —explica Belis Araque, quien fue directora de la Biblioteca por más de una década—. Ha develado importante información a investigadores”.
Parte de la colección es una suerte de gabinete de curiosidades literarias, muchas veces únicas en el mundo.
Incluye el primer libro litografiado de Mérida (Elemento de canto llano y figurado, de 1844) y el primer libro impreso allí, un año después de la introducción de la imprenta al Estado (Historia completa de todos los concilios ecuménicos de la cristiandad, de 1846). También tiene los libros más pequeños del siglo XIX venezolano, de apenas unos pocos centímetros, y el libro decimonónico venezolano con mayor número de ilustraciones: Foliografía de las plantas venezolanas en el siglo XIX, de 1896. La foliografía es un invento tipográfico del merideño Juan de Dios Picón Grillet que consistía en la impresión en tinta de hojas botánicas, similar a “fotocopiar” plantas. “De esta obra magistral del arte gráfico en Venezuela existe un sólo ejemplar que reposa en la Biblioteca”, precisa Araque.
Del limbo al infierno
La mudanza de la biblioteca en 1995 creó una laguna legal que agravó los problemas de mantenimiento de la infraestructura en las décadas siguientes. El edificio actual nació como un convenio entre un empresario local y el primer gobierno del recién creado Municipio Libertador, con Fortunato González como alcalde. Según el acuerdo, el Municipio cedería tierras al empresario para construir una edificación de dos pisos: en el primero, negocios privados. En el segundo, la Biblioteca Febres Cordero. El Municipio Libertador tan sólo tendría que construir el techo. Pero, llegada la hora, el gobierno municipal se vio corto de recursos. El empresario asumió la construcción del techo, pero con las obras que ejecutó terminó la Biblioteca con menos espacio del que tenía.
Desde entonces, la Biblioteca quedó en una suerte de limbo administrativo: en un edificio privado construido sobre terrenos municipales y sin que la Biblioteca Nacional en Caracas tenga un comodato de uso de estos espacios. Y el limbo, cuando llegaron las filtraciones y la evaporación del presupuesto, se volvió infierno.
“Hace más de ocho años se hizo la solicitud a la Biblioteca Nacional para los trabajos de mantenimiento correspondientes”, cuenta Josué. Pero no hubo respuesta.
Vásquez explica: “La Biblioteca Nacional alegaba que al no tener el comodato de uso, ellos no podían hacer una inversión en el edificio”. Buscando solucionar el problema por medio de un compromiso, el alcalde Carlos García Odón —del partido Primero Justicia— firmó un comodato de veinte años con la Red de la Biblioteca Nacional en 2017. Pero el acuerdo no dio frutos. “A esta fecha no se ha invertido un solo bolívar para la recuperación de la filtración e impermeabilización del techo de la Biblioteca Febres Cordero”, dice Vásquez, quién alega que el Gobierno nacional “ha incumplido con el compromiso que asumió”, cuando se firmó el comodato.
Cuando el ministro de Cultura Ernesto Villegas visitó la Biblioteca Febres Cordero en mayo, y los empleados explicaron sus problemas, este respondió: “¿Y aquí no hay unos bancos expropiados o algo para mudar la colección a uno de esos espacios?”. “Como si mover estas piezas fuera mover un objeto y más nada”, comenta Josué.
Después del encuentro, el Ministerio de Cultura sugirió mudar la Biblioteca Febres Cordero a la sede de Corpoandes —una empresa pública adscrita a la vicepresidencia y fundada en 1964 con la intención de desarrollar los Andes venezolanos— junto al Parque La Isla, donde estaba la Sala Febres Cordero original, un área boscosa flanqueada por dos ríos. De hecho, la humedad hizo que se desmantelara una hemeroteca hasta que Belkis Álvarez, una empleada de Corpoandes, recuperó parte de la colección y restableció una biblioteca en el mismo edificio.
Para Vásquez, esa mudanza representaría “un retroceso” y perder uno de los “centros históricos que le dan vida a la ciudad”. Además, traicionaría el significado de su actual sede: a tres cuadras de la casa de don Tulio Febres Cordero, en un punto donde con rigurosísima precisión pasaba todas las mañanas a las ocho, para dirigirse al rectorado de la Universidad de Los Andes. “Lo veían pasar por la ventana —dice Vásquez— y sabían con precisión la hora porque don Tulio pasaba religiosamente a esa hora para incorporarse a sus labores”. Igualito que Kant en Koenigsberg.
Una mudanza además, supondría un esfuerzo logístico y una inversión de recursos mayor que los necesarios para impermeabilizar el techo de la sede actual de la Biblioteca, que esta institución no puede afrontar.
Mover una colección con estas características requiere cumplir con los estándares internacionales para la conservación de documentos tan importantes para la memoria de Mérida.
Según Alfonso Peña, mudarla sería una hazaña inversa al traslado que se hizo a mediados de los noventa, cuando la Biblioteca Nacional donó cartón libre de ácido para resguardar los más de tres mil empastados de la colección de Tulio Febres Cordero, cajas de polietileno para los periódicos y material para preservar la colección fotográfica. La mudanza de la colección a la sede actual de la Biblioteca Febres Cordero fue coordinada por el personal de conservación de la Biblioteca Nacional. “En los noventa, la Biblioteca Nacional siempre estuvo pendiente de la Febres Cordero”, dice Peña, quien fue uno de los varios empleados de la Febres Cordero que recibieron cursos de conservación en la Biblioteca Nacional en Caracas, entonces dirigida por Virginia Betancourt.
De todos modos, aunque permanece como una opción, la iniciativa de la mudanza por el momento ha sido descartada por el Ministerio. En su lugar, se anunció la impermeabilización del techo en junio. “Pero hasta ahora no han hecho nada”, dice Josué. Mientras tanto, bajo lluvias que desataron deslaves que han cobrado vidas, las goteras se multiplican sobre la biblioteca a pesar del esfuerzo abnegado del personal. “Es nuestro deber conservar este legado —dice Araque— para que las nuevas generaciones conozcan nuestro pasado, entiendan nuestro presente y puedan proyectar el futuro de esta tierra serrana”.