Hace más de 2.000 años inventamos las bibliotecas públicas para preservar decisiones, actuaciones, saberes y emociones. Esta gran invención solo llegó a Venezuela en 1833, con la fundación de la Biblioteca Nacional. Hoy 9 de junio, Día Internacional de los Archivos, hay poco que celebrar en Venezuela, pero conviene recordar que en ella hay alrededor de tres millones de volúmenes de libros y muchos otros bienes documentales que resisten el tiempo, las manos torpes y la peor de las guerras: el olvido y la indiferencia frente a unas criaturas frágiles que todavía en el siglo XXI son fuentes principalísimas de información.
Pedro, un trabajador del Centro de Conservación, cuenta: “Hace tiempo no se cumplen las normativas de preservación ni de conservación. Para la preservación en sitio no hay mascarillas, guantes, batas, brochas, las aspiradoras con cepillos de cerdas suaves no funcionan y no hay personal. Ya no tenemos materiales para conservación, en más de 15 años no se han comprado nada para hacer las debidas restauraciones y reparaciones, ni cola, ni cartones, nada, y así uno no puede. La preservación de colecciones, está prácticamente parada”.
Su nombre, como otros mencionados en esta crónica, es ficticio. Nos reservamos sus identidades y sus cargos para protegerlos de represalias.
En 1977, se creó la Ley del Instituto Autónomo de Biblioteca Nacional y de Servicio de Bibliotecas, y se inició la red de bibliotecas públicas en todo el país. Y ya en 1978, el Centro de Conservación de Biblioteca Nacional fue elegido como sede del Programa de Preservación para América Latina y El Caribe de la Federación Internacional de Asociaciones de Bibliotecarios y Bibliotecas (IFLA, por sus siglas en inglés). Aquella Ley vanguardista y aún vigente —aunque en septiembre de 2013 se discutió en mesas de trabajo para actualizarla tras aprobar la Ley Orgánica de Cultura en agosto del mismo año— velaba, entre otras cosas, porque se tomaran medidas para normar los procesos técnicos, dotar de equipos físicos y formar a los funcionarios del Instituto.
Pedro recuerda: “En Conservación cumplíamos normas internacionales y nos venían a dar cursos de otros países. También nosotros impartíamos cursos en Latinoamérica… Ahora salimos de la IFLA por la cuestión política. Lo que hoy todavía hacemos para cuidar el patrimonio es porque ya lo sabíamos o porque lo investigamos en internet”.
Lo más grave, según Pedro, es otra cosa: “Ya vamos para dos años con el aire acondicionado dañado. Todas las colecciones están en riesgo por eso. Los libros que más han sufrido son los libros raros y manuscritos, porque su papel es más frágil, y los afectan los cambios bruscos de temperatura y la falta de humedad relativa. Estos materiales necesitan un poco de humedad”.
Sufren los manuscritos de Cecilio Acosta, Antonio Guzmán Blanco, Teresa de la Parra, Andrés Eloy Blanco, Enrique Bernardo Núñez, Francisco Herrera Luque, Vicente Gerbasi, Alberto Arvelo Torrealba, Caupolicán Ovalles, así como la colección de libros viajeros de Francisco de Miranda, las cartas de Simón Bolívar, una de José Tomás Boves y, por supuesto, los cinco incunables.
Yelson Martínez, trabajador de la división Documental Antigua, me cuenta: “Tenemos un libro tan pequeño que caben tres en la uña del dedo gordo. También tenemos un libro de bronce. Si queremos abrir una de las páginas, tenemos que abrirlo entre dos, son como dos kilos y medio, tres, cada página. Tenemos un libro con once exorcismos, ese no lo limpian casi. Tenemos una tablilla del rey Shulgi”.
Todos estas publicaciones y objetos están en riesgo, y también la salud de los trabajadores, que no cuentan con equipos de protección personal para trabajar de forma segura. “A nosotros no nos pega eso ya. Yo no sé si es porque estamos muy enfermos o muy inmunizados”, dice Martínez.
La Biblioteca Nacional es la plataforma adscrita al Ministerio de la Cultura con mayor cantidad de funcionarios. Allí trabajan alrededor de 1.300 personas sin las condiciones básicas para hacer su trabajo ni para proteger su salud.
El edificio concebido por José Tomás Sanabria no corre mejor suerte. Hasta el 13 de marzo la jornada laboral era de 9:00 am a 2:00 pm, y se atendía al público hasta la 1:00 pm. El motivo era el ahorro de energía. Pero Ana (nombre ficticio) dice: “Aquí en Biblioteca no es solo por ahorro energético que cerramos más temprano. Es que no hay agua, no hay cómo limpiar las oficinas, no hay cloro ni desinfectante. Los baños ya dieron lo que iban a dar. No hay suficiente iluminación para trabajar, porque es muy cara. Se está deteriorando toda la infraestructura de la Biblioteca. Ahorita los depósitos están muy calientes y hay material que se está dañando”.
Un gran acervo fotográfico… sin digitalizar
Por azares extraordinarios, en la División de Obras Planas al menos es posible cuidar las fotografías: “En este momento, no se cuenta con los recursos para sustituir las cajas que tienen picadura (manchas marrones que aparecen en el papel que se descompone), pero el trabajo preventivo se está haciendo con lo que se puede, para extender la vida útil de cada obra. La fotografía hay que limpiarla al seco siempre, es muy sensible. Ese trabajo yo lo hago. Pero si el material está muy deteriorado lo envío a Conservación”. Eso lo cuenta Ángela, de la Colección de Fotografía, quien también cuida las caricaturas de Zapata, planos, carteles, postales, estampillas, las fotos de la vieja Caracas y su fotografía preferida: la de Guzmán Blanco en su lecho de muerte, un original traído desde París.
Con un aproximado de 3,5 millones de fotografías, este archivo de la Biblioteca Nacional es la colección pública más grande de Venezuela y una de las mayores en Latinoamérica.
Alberga desde fotos de finales del siglo XIX hasta imágenes de toma digital, con diversas técnicas y temáticas. “Pero el porcentaje del material digitalizado es pequeño porque no tenemos equipos adecuados ni un servidor para tener todas estas imágenes”, explica Ángela, quien agrega que las fotografías del siglo XIX y principios del XX son las que más corren el riesgo de perderse, aunque se mantienen, pues están encapsuladas en estuches especiales, en cajas y en un área apartada.
“Tenemos la Colección de América Latina y el Caribe, Memoria de la Unesco, con fotografías de todos los países del continente. Esta colección es especial, no está en ningún otro país. Está en buenas condiciones y se está digitalizando para consulta, porque no está permitido manipularla por la antigüedad”, dice Ángela.
Ana explica cómo hacen ahora para montar una exposición, sea de imágenes o de material bibliográfico: “Biblioteca no tiene los recursos para comprar pintura, tirro, celoven, alcohol, tela, brocha. Entonces, montamos la exposición sobre la pared sucia, con huequitos. Los clavitos de acero pequeños los reciclamos. Y así vamos. Las vitrinas ya tienen más de 20 años con nosotros, hay que hacerles mantenimiento porque se pueden llenar de termitas, los acrílicos se han partido, están rayados, opacos”.
Un tesoro fílmico en peligro de arder
La suerte del Archivo Fílmico no es mejor. Comparten el mismo recinto 75.000 latas de películas que en realidad son de dos colecciones: una de la Biblioteca Nacional y otra de la Cinemateca Nacional de Venezuela.
Blanca Rey, presidenta de la Cinemateca Nacional en 2016 y 2017, recuerda las condiciones de conservación que encontró al comienzo de su gestión: “La temperatura estaba por encima de los 27°C y el control de humedad tenía más de cuatro años que no se encendía. El escáner que se compró en 2012, recomendado por la Federación Internacional de Archivos Fílmicos (FIAF), supuestamente nunca había funcionado y estaba desactualizado, cientos de rollos de películas nunca se habían clasificado”.
El primer criterio para conservación material fílmico es el control de clima. Como la descomposición de la celulosa produce calor, la temperatura estable para este tipo de archivo debe ser de 14°C y debe haber al menos un 40 % de humedad ambiental. De manera que el primer problema de este recinto es el recinto mismo, y si funcionara el aire acondicionado seguiría siendo un problema porque el sistema es central.
“En Venezuela no hay personal formado en preservación fílmica. No es para hablar mal del Gobierno, sino para hablar de la importancia de la formación y de las políticas públicas. Conseguimos 27 rollos de películas de nitrato de plata, de Amábilis Cordero, tiradas en el piso. Al lado había un cenicero con cigarritos y, además, en la mesa más cercana, había etanol, ácido sulfúrico. El nitrato de plata es un material muy inflamable que, además, no se apaga ni con tierra ni con agua, sino solo cuando se consume. Ese es el nivel de falta de normativas que encontramos nosotros allá”, explica Rey.
Así como la Biblioteca Nacional fue una de las primeras bibliotecas latinoamericanas en pertenecer a la IFLA, el Archivo Fílmico de la Cinemateca perteneció a la FIAF hasta 2012, cuando Venezuela lo retiró de la Federación, en el congreso anual de la institución, aduciendo que los protocolos técnicos y de catalogación internacionales entorpecían el avance de la preservación fílmica en el país. En marzo de 2017, la Cinemateca fue readmitida en la FIAF tras las gestiones lideradas por Margot Benacerraf, pero se canceló su membresía porque no presentó a tiempo informes ni hizo los pagos correspondientes. En marzo de 2017 también se logró reincorporar a la Cinemateca en la Coordinadora Latinoamericana de Archivos de Imágenes en Movimiento (Claim) y la institución venezolana pasó a estar en el comité ejecutivo de la Coordinadora, pero hoy esa relación es inexistente.
“La principal función de una cinemateca es la preservación fílmica, y la exhibición de películas es una consecuencia de la preservación, pues la proyección de las películas es una estrategia para preservar la memoria audiovisual, porque una memoria que nadie recuerda, evidentemente, no existe”, sostiene Rey. Antes de su salida, se recuperaron El pez que fuma de Román Chalbaud, Señora Bolero de Marilda Vera, Río Negro de Atahualpa Lichy y películas de Diego Rísquez, que fueron enviadas a Los Ángeles para su digitalización por solicitud del cineasta.
La Biblioteca Nacional es el acervo de nuestra memoria
A pocos días de la quema de uno de los archivos universitarios más relevantes del Oriente de Venezuela, para prevenir desastres semejantes, es oportuno recordar que en los ochenta la Biblioteca Nacional fue una referencia para el desarrollo de bibliotecas y archivos en Latinoamérica, en especial tras la publicación del documento Declaración de Caracas (1982), que estableció las normas mínimas y funciones para una biblioteca pública latinoamericana.
Argentina, Brasil, Colombia y Chile siguieron entonces las recomendaciones fundamentales del modelo venezolano para formar y consolidar sus bibliotecas y Venezuela participó en la creación de la Asociación de Bibliotecas Nacionales de Iberoamérica (Abinia, 1989). En mejores tiempos, más de seis millones de venezolanos se beneficiaban de los servicios de esta Institución, y de sus programas informativos y culturales.
Años más tarde, es triste ver que el movimiento bibliotecario venezolano se detuvo, no continuó su modernización con equipamientos, convenios, servicios, personal bien formado y un esfuerzo permanente. “Tú entras y esto no es lo que era. Aquí se compraban colecciones todos los años. Por donde pasaras, todo iluminado, todo bello, todo limpio, todo agradable…”, dice Ana.
Es necesario enseñar a valorar las bibliotecas y cultivar el amor de los ciudadanos por ellas. Es necesario también recordar que es deber del Estado conservar el acervo bibliográfico vinculado a la memoria nacional y facilitar el acceso de la población a este acervo, como garantía del ejercicio de los derechos humanos a la cultura, la educación y la información humanística, científica y tecnológica. Así de claro lo dice la Ley.
Un registro documental eficiente resguarda evidencias insustituibles de la memoria individual, administrativa y colectiva necesarias para impulsar el desarrollo de los países. Es tiempo de aprender que cuidar nuestros archivos es proteger el derecho de la gente a conocer su historia y su cultura para propiciar un desarrollo auténtico.