Muchos venezolanos no sabrán que los Andes son, junto al Macizo Guayanés, la región natural que salvaguarda la mayor diversidad de especies endémicas en el país, es decir, plantas y animales autóctonos que no se encuentran en ningún otro ecosistema del planeta.
A diferencia de Guayana, los Andes tienen menor extensión territorial, por lo que su densidad poblacional es superior, haciéndolos más vulnerables. Pero todavía es posible dar con criaturas extraordinarias en las montañas más altas de Venezuela y sus bosques y páramos. En el cielo andino se puede observar al ave voladora más grande del continente, porque las sierras de Mérida y Perijá son uno de los tantos corredores de paso y reproducción del cóndor de los Andes. Y en el mismo ambiente convive la segunda especie aviar más pequeña de América: el ángel del sol o colibrí real de Mérida.
Su nombre viene de su denominación taxonómica, (Heliangelus spencei), y solo habita en una porción de la selva nublada de los Andes venezolanos, entre los 2.000 y 3.000 metros sobre el nivel del mar. Como toda especie endémica, tiene una distribución espacial muy restringida y perturbar el ecosistema donde habita lo hace propenso a la extinción.
Sin embargo, podemos tener contacto con el ángel del sol mediante la observación de aves, o birdwatching, una práctica ecoturística amable con el espacio geográfico. Acerca a las personas con intereses científicos o recreativos a las especies, sin necesidad de extraerlas del ecosistema, someterlas al cautiverio o mucho menos cazarlas. En Mérida hay un lugar en el que la observación de aves no se limita a lo tradicional: La Casa del Ángel del Sol, que dirigen los ecólogos Michelle Ataroff y Pascual Soriano. La profesora Ataroff me cuenta:
—Vivimos en uno de los puntos iniciales de la selva nublada del valle del Mucujún y, desde siempre, los corredores de nuestra casa fueron elegidos por este colibrí para anidar. Como los invasores somos nosotros, decidimos llamar al lugar La Casa del Ángel del Sol. Cualquier especie de colibrí basa su dieta en insectos y en néctar de flores, y como las plantas producen néctar en cantidades moderadas a cambio de los servicios de polinización que ofrece el colibrí, el número de individuos que habita en este ecosistema era bastante modesto, pero encontramos una forma de facilitarle el trabajo a las flores, proporcionándoles un sustituto del néctar a los colibríes, y logramos aumentar significativamente el número de individuos en la población del ángel del sol de Mérida.
Varios años antes de abrir su hogar al público, los profesores acondicionaron bebederos artificiales en los jardines e inmediaciones, donde vertían una emulsión azucarada que atrajo colibríes paulatinamente. La limitante natural de las poblaciones de colibríes es el néctar de las flores, recurso que —por ser tan escaso— lo convierte en una especie competitiva no solo con sus iguales, sino también contra otros animales como las abejas o los murciélagos, que también basan parte de sus metabolismos en el consumo de néctar y contribuyen con el proceso de polinización de las plantas. Los bebederos dieron mayor capacidad de carga a ese ecosistema, que se convirtió en una suerte de fortín de los colibríes. Entonces empezaron a reproducirse de forma exponencial, pues al no ser las flores la única fuente de alimentos, la competencia natural disminuyó.
Cerca del año 2016, cuando la crisis humanitaria desapareció de los anaqueles los alimentos más básicos, entre ellos el azúcar, Michelle y Pascual decidieron abrir el lugar al público en una dinámica de visitas guiadas, pues ganar dinero a partir de dichas visitas les permitiría adquirir las cada vez más grandes y costosas cantidades de azúcar necesarias para mantener vigoroso el nicho ecológico. El profesor Soriano me cuenta sus dudas:
—No sabíamos si serviríamos para echar a andar un proyecto como este, pues nunca habíamos trabajado ofreciendo un servicio turístico. Sin embargo, nos dimos cuenta que atender turistas no era muy diferente que atender estudiantes en un salón de clases. En poco menos de año y medio ya teníamos un público recurrente. Instagram y “radio bemba” nos ayudaron bastante.
El néctar de las flores se compone en su mayor parte de sacarosa y fructosa, de manera que el émulo que se distribuye en los bebederos de La Casa del Ángel del Sol de Mérida puede prepararse con relativa facilidad, pues el azúcar refinada es su ingrediente principal.
Aunque el sustituto del néctar es fundamental para garantizar la presencia del ángel del sol en este espacio, son los factores geográficos —como la altitud, la vegetación, el clima y la orientación del valle con respecto al sol— los que dotan al ecosistema de las condiciones necesarias para que esta especie endémica permanezca allí.
Ataroff me lo explica:
—El ángel del sol de Mérida está adaptado para sobrevivir a ambientes superiores a los 2.000 metros sobre el nivel del mar. Todo lo que esté por debajo de esa altitud es infranqueable para ellos. Esa barrera geográfica natural impide su reproducción con otras especies de colibríes, dándole cierta exclusividad genética, y de allí su endemismo.
El avance de la frontera agrícola, la deforestación y el crecimiento de la mancha urbana son agentes que históricamente han atentado contra vertientes, fondos de valle y cuerpos de agua en los Andes venezolanos. El cambio climático, además, nos dejó sin glaciares, e instituciones como Inparques, Inpradem o la misma Universidad de Los Andes atraviesan crisis simultáneas que les impiden ponerse a la vanguardia de la coyuntura ambiental. Así que La Casa del Ángel del Sol de Mérida se alza como una de las tantas iniciativas privadas que buscan contrarrestar, in situ, el deterioro de las reservas ecológicas en nuestro país. Lo logra con una combinación de turismo y ciencia, cuyo valor muy bien explica Soriano:
—Los colibríes solo existen en América, no los hay en ningún otro continente y hay aproximadamente 350 especies. En Venezuela tenemos entre 100 y 105, y en los Andes, que representa apenas el cuatro por ciento del territorio nacional, tenemos 52. Es decir, Venezuela es un país megadiverso en aves y los Andes es uno de sus hotspots. Cuando tú le explicas eso a los visitantes, los haces sentir orgullosos de lo que tenemos, pero también los sensibilizas y los conviertes en custodios de una riqueza natural que debe ser preservada.
Con el pasar de los años, y a pesar de la crisis humanitaria en Venezuela, los profesores Ataroff y Soriano han diversificado las actividades turísticas y científicas de La Casa del Ángel del Sol de Mérida.
En sus inicios fue un jardín contemplativo lleno de colibríes y ahora es también un laboratorio ecológico acondicionado con pequeñas cámaras para la grabación minuciosa de esta especie y de aves migratorias —como las reinitas, el gavilán tijereta o el águila pescadora—, que visitan el área durante algunas temporadas. También se monitorean ejemplares por brazalete, es decir, se seleccionan al azar individuos de la población de colibríes y se les fija una pequeña cinta codificada en una de sus patas, que permite hacerles seguimiento y evaluar periódicamente sus procesos de evolución, especiación y adaptación. Con estas técnicas, los profesores han mantenido activa la investigación sobre esta especie y su hábitat, publicando y compartiendo sus resultados con su gremio científico, pero también con un público cada vez mayor.
La administración de los parques nacionales, monumentos naturales y reservas forestales en Venezuela corresponde a las instituciones públicas, pero la torpeza con la cual estas han gestionado el medio ambiente en las últimas décadas nos ha dejado tragedias como la pérdida patrimonial de Canaima, la destrucción del Ávila o la deforestación de Caparo y San Camilo.
El nuevo paradigma ambiental debe incluir iniciativas de la sociedad civil, pues en esa conciencia —y en el muchas veces ignorado talento científico— hay la disposición y las capacidades necesarias para detener la minería ilegal, la deforestación indiscriminada y hasta para proteger a los colibríes en peligro de extinción.