Lo vemos a diario: los árboles de las ciudades venezolanas desaparecen. En algunos lugares donde los hubo enormes, siembran ejemplares que no dan sombra ni refrescan. Otros los están podando y, aunque las podas son necesarias para el equilibrio de los árboles que en la ciudad pierden parte de sus procesos naturales, estas son indiscriminadas.
Joaquín Benítez, director de Sustentabilidad de la Universidad Católica Andrés Bello, explica:
—En muchos casos, sobre todo en Caracas, se ve como un trabajo de poco criterio y nada sistemático. Las podas y talas son necesarias en las ciudades por los riesgos asociados al árbol, pero me parece que está faltando experiencia técnica o una adecuada dirección y supervisión que justifique que ese árbol es necesario quitarlo y no por el criterio de quien tiene la motosierra.
Si ya en 2018, según el Estudio de Caracterización de los Espacios Públicos del Banco de Desarrollo de América Latina, se había eliminado de Caracas 1.076 árboles en 100 vías (y quedaban 7.066 de los 14.000 necesarios por cada 8-10 metros), en 2021, el déficit es más notorio. De acuerdo con el reciente conteo de Ciudad Laboratorio, más de 300 árboles han desaparecido en cuatro de los cinco municipios del Área Metropolitana. Esto solo en la ciudad capital; quién sabe cuántos árboles han talado en el interior, donde el uso de la madera como combustible para cocinar ya es costumbre de los pueblos y también de las ciudades.
La raíz del problema
Venezuela se ha urbanizado con algunos aciertos y demasiados errores. No siempre se hizo una arborización planificada con un mismo criterio técnico, que considerase los objetivos del arbolado urbano y las condiciones de sus áreas como vías, edificaciones y rutina de los ciudadanos que transitan o hacen vida en estos sectores. Es decir, no todas las ciudades consideraron sus áreas verdes y el mantenimiento o incorporación de elementos verdes en su planificación y reorganización. Comenta Benítez:
—Muchas veces predominó y sigue predominando el gusto, la moda entre los desarrolladores urbanos, porque los árboles se ponen de moda. Las caobas, por ejemplo, son un acierto en El Cafetal, pero por la caída de sus hojas, demandan muchísimos recursos para el aseo urbano. Un error, por ejemplo, la avenida Los Jabillos: estos árboles sombrearon la avenida y le dieron un carácter espectacular, pero resulta que es de las especies menos recomendadas para calles y avenidas porque rompen el mobiliario urbano. En los cincuenta y sesenta, se plantaron muchas acacias, pero crecen y se parten muy rápido y son susceptibles a enfermedades. Los ficus se pusieron de moda en los setenta-ochenta, pero estrangulan las tuberías y hasta se meten en los tanques porque buscan agresivamente el agua… Los problemas se vieron después y comenzaron a remediarse cuando las situaciones se fueron volviendo extremas.
Fuera de Caracas, los desaciertos también son evidentes: ramas gigantes de samanes atraviesan algunos puntos de la autopista regional del centro; los árboles en Choroní siguen fuera del pueblo; en 2011 Maracaibo ya tenía un déficit de tres millones de árboles. En Paraguaná siguen sin reforestar y en varias ciudades del oriente plantaron árboles de mangos, aunque la caída de sus frutos suponga un riesgo para los peatones.
Para el activista ambiental Cheo Carvajal, con la reorganización de las ciudades también se perdió el sentido de unidad. Al menos en Caracas, la visión metropolitana se convirtió en visiones municipales, muchas veces reducidas a una competencia de edificaciones, vías asfaltadas y ampliaciones de las autopistas, aunque coincidieron en que a la ciudad pareciera que le sobrara árboles que cortar. Carvajal recuerda:
—La ingeniería autopistera tuvo su máxima expresión con la ampliación de las autopistas Francisco Fajardo y Valle-Coche en el 2015, por Haiman El Troudi. Arrasaron centenares de árboles con el aval del Ministerio de Ecosocialismo. ¿Y qué pasó con todas las caobas que se talaron? Se llegó a hablar de setecientos. Algunos pocos ejemplares fueron mal trasplantados en La Carlota o en el borde de la avenida Río de Janeiro y la mayoría no pegó, porque no fue la manera adecuada para trasplantarlas ¿Y las demás? ¿Y qué pasó con esa madera? ¿Se usó para hacer pupitres de las escuelas públicas?
La reorganización de una ciudad también supone preservar lo que ya crece. Dice Carlos Peláez, biólogo, ecólogo y miembro de Provita:
—Para eso es necesario un buen mantenimiento fitosanitario, pero aquí es espasmódico. Aunque la Ley de Bosques establece este servicio como responsabilidad del Estado, pareciera que no se ocupan de la vegetación en ninguna ciudad del país sino cuando hay elecciones, entonces ves las cuadrillas por ahí o en un evento de reforestación. La consecuencia de estos espasmos no solo son ciudades con déficit de árboles, sino ciudadanos que consideran que los árboles ensucian, esconden a los malandros, levantan las aceras, rompen las tuberías. Así que cuando finalmente se decide que el árbol se va a quitar, nadie dice que hay que poner otro en el mismo lugar.
Todos los hemos visto: vecinos que despejan fachadas de edificios, casas y comercios para que se vean los nombres, para construir estacionamientos o para evitar barrer hojas, flores y frutos. Así Caracas avanza hacia la desertificación por tramos.
En el 2021, ya con nuestras ciudades urbanizadas y reorganizadas, el problema sigue creciendo: en el país pocos comprenden hoy día los servicios ambientales que prestan los árboles, sobre todo el arbolado urbano.
Frutos amargos
Así hasta la identidad de las ciudades comienza a marchitarse. Basta con ver qué va quedando de “la ciudad de la eterna primavera” en las urbanizaciones Los Palos Grandes, Las Palmas, Las Acacias, El Cafetal y Los Naranjos. O cómo poco florece o da frutos en la “ciudad jardín” y “de las naranjas dulces”. En Boca del Río desaparecieron los guayacanes que guarecían la conversa de los pescadores tras la faena, los juegos infantiles en las tardes y permitían que los del pueblo se reunieran formando una comunidad.
Enilde Gotopo, investigadora del Centro de Investigación en Ecología de las Zonas Áridas de la Universidad Nacional Experimental Francisco de Miranda y miembro de Infalcosta, dice:
—Aquí en Falcón deforestaron una de las zonas verdes del parque Indio Manaure por un diseño de jardinería con palmas. Esa es la tendencia ahorita por aquí: quitar todo árbol nativo y plantar una palma, sin contar con que aquí la velocidad del viento es muy alta y las puede voltear o sacar. Están buscando especies ornamentales o de edades mayores para que las obras sean vistosas, aunque de tasa de sobrevivencia baja.
Gotopo cuenta además que los escasos arreglos de las avenidas en la ciudad comienzan cortando los árboles de la isla central y de las aceras para sembrar otras especies no aptas para el entorno de la alta radiación y el déficit hídrico. Dice la investigadora:
—Además, las siembran, le echan agua la primera semana y las dejan así. Las siguientes semanas, las maticas están muertas.
Carvajal insiste en el problema de fondo:
—Los contextos urbanos requieren siempre más árboles, nunca menos. Pero aquí no se ve el árbol como algo que se debe proteger por ser un activo vital de la ciudad, un patrimonio activo, sino como un problema que es mejor minimizar.
Minimizar el problema es maximizar la peor de las consecuencias: uno de los países más megadiversos del mundo con ciudades tropicales vegetadas se está quedando sin su biodiversidad.
Benitez explica:
—Los árboles se relacionan con otros seres vivos, de manera que hay biodiversidad urbana donde hay árboles y no prolifera la fauna nociva. Donde hay árboles, hay un balance de la fauna que convive en la ciudad. Esto no se puede perder.
Lo que es inminente es que Venezuela se está quedando sin ciudades funcionales.
La rama torcida
Agrega Peláez algo que debería saberse por sentido común:
—En las ciudades tropicales necesitas frescor y la diferencia de temperatura bajo los árboles hace que la gente salga para la calle, busque un trabajo cercano a la casa para poder ir caminando, que tenga vida social y que no tenga que depender de un aire acondicionado para muchas actividades. Es decir, el frescor de los árboles contribuye a que la gente tenga una mejor calidad de vida en la ciudad, a que haya vida en sociedad y seguridad en las zonas porque la gente se conoce.
Por ejemplo, la Plaza y Monumento a la Chinita en Maracaibo, inaugurados en el 2004, los cubrieron con búcaros y así se ganó ese espacio para los ratos de ocio de zulianos y turistas, pues debajo de un árbol hay un cincuenta por ciento menos de radiación y hasta diez grados menos de temperatura.
Pero la sabia concepción urbanística de estos espacios marabinos es poco común en todo el país, pese a lo que advierte Peláez:
—En ciudades como Caracas, en la Cordillera de la Costa y en todas las zonas con pendientes, los árboles son imprescindibles para manejar los caudales de agua. En las zonas tórridas, cuando cae el aguacero, los árboles hacen que caiga menor cantidad de agua en el suelo, que se reduzca la velocidad y las crecidas de las corrientes. Así evitan deslaves, fallas de borde e inundaciones. Ayudan a bombear cuando el volumen de agua es demasiado grande.
En Catuche hay un gran ejemplo: el biomuro construido plantando bambúes en la ribera de la quebrada tras el aguacero de 1999, ha funcionado para impedir lo más posible que esta se desborde.
Sí, un árbol es un servicio ambiental importante para la ciudadanía. La Organización Mundial de la Salud establece que todo lugar del planeta requiere un árbol por cada tres habitantes, porque un árbol es mucho más que un ornamento verde que, en la ciudad, regula el microclima y el ruido, y restituye el equilibrio ambiental del entorno.
Un árbol de follaje denso es un controlador biológico que disminuye las partículas contaminantes y por tanto, los riesgos de enfermedades respiratorias. Basta ver las calles de las ciudades para saber que están en déficit.
En términos de sostenibilidad y sustentabilidad, no es menos importante la discusión. Insiste Benítez:
—La alfabetización ambiental, la promoción de la arborización, la recuperación de la cobertura vegetal y la protección de áreas verdes no es un sueño de los países ricos nada más. Lo podemos hacer acá y hacerlo bien, un ejemplo es el techo verde de la UCAB… Llevemos esto a la ciudad, porque una ciudad no se puede considerar que está orientada hacia la sustentabilidad si no tiene una buena proporción y un buen manejo de sus áreas verdes, porque está comprobado que lo verde es fundamental no solo por su relación con el relajamiento, sino porque nosotros, como especie, en nuestra historia evolutiva, tenemos muchos siglos conviviendo y dependiendo de plantas y animales.
Claro que llevar estos principios a las ciudades venezolanas supondrá el reto de arborizar los sectores populares, sea con platabandas verdes o microparques, como los que empezaron a proliferar en el municipio Sucre de Caracas hasta el 2017, como una forma de disminuir los espacios de violencia.
Quizás ayude imaginar el escenario que plantea Peláez:
—Piensa en la era pospetrolera, ¿de qué va a vivir Venezuela? ¿Del turismo? Puede ser. Pero, por ejemplo, ¿qué va a ver un turista en Caracas? Calles peladas y calientes, palos cortados y Macarao inundado. Entonces, sería bueno pensar en que los árboles le dan un atractivo a Caracas que monetariamente se puede aprovechar, y esto también es un servicio ambiental. Así que hay que cuidarlos, como nos enseñaron en la escuela.