Gustavo Carrasquel Parra, director de la Fundación Azul Ambientalistas, recorre la costa norte de Venezuela con un equipo de buceo y surfistas. Se dedican a limpiar grandes extensiones de nuestros ecosistemas marinos y costeros. Desde 1968 preside esta ONG ecologista y conservacionista, oriunda de Maracaibo, que ha creado equipos ambientales en 38 escuelas de surf y diez brigadas ambientales —desde Adícora, en Falcón, hasta Macuro, en Sucre—, para limpiar playas, litorales y costas.
—Intentamos concientizar sobre los derrames de petróleo —dice Carrasquel— , enseñar la manera en la que debemos responder, de inmediato, y cuáles son las técnicas adecuadas para quitar el alquitrán.
Venezuela tiene doce grupos de islas de dependencias federales con reservas marinas, y aproximadamente 673.500 hectáreas de manglares, presentes en 33 por ciento de sus áreas costeras. Cerca de esos manglares, en los arrecifes, vive la orbicella, un tipo de coral esencial para el hábitat marino, ese bioma repleto de especies únicas que, debido a múltiples factores de riesgo, hoy están amenazadas.
Y no solo por el cambio climático. En mayo de 2019, la empresa Lake Blue, de la cadena Hesperia, empezó a construir un canal de navegación de 1,5 kilómetros de largo y 1,5 metros que cruzará los manglares de Cuare. Esos manglares son parte del Refugio de Fauna Silvestre de Cuare, primer Sitio Ramsar (determinado por la Convención Internacional para la Conservación de los Humedales) en Venezuela. Desde hace más de un año la Fundación Azul Ambientalista protesta contra ese proyecto que contamina con sedimentos y hace que se pierdan zonas de reproducción y cría de muchas especies. Entre ellas está un coral esencial: la orbicella.
Constructoras de arrecifes
La orbicella es un género de coral hermatípico que construye arrecifes con el carbonato cálcico de su esqueleto. Es decir, estas especies constituyen la estructura principal consolidada de los arrecifes, son las casas que albergan toda la biodiversidad que los caracteriza, como los árboles en los bosques.
En nuestro país tenemos las tres especies de este coral: la Orbicella annularis, la Orbicella faveolata y la Orbicella franksi. Habitan en el Parque Nacional Morrocoy, en el Refugio de Fauna Silvestre Cuare, en el Parque Nacional Archipiélago Los Roques, el archipiélago Las Aves, Los Frailes, Isla de Aves, bahía de Bergantín, el Parque Nacional San Esteban en Carabobo, las isletas de Píritu, Coche y Cubagua. La Orbicella annularis también está en Margarita, La Blanquilla, La Tortuga, La Orchila, el Parque Nacional Mochima y el golfo de Cariaco.
La presencia de la orbicella es fundamental para la continuidad de los ecosistemas. Sin ella, las formaciones que acogen la vida de diferentes especies marinas sería imposible. Ana Yranzo Duque, investigadora de la Facultad de Ciencias de la UCV y del Instituto de Zoología y Ecología Tropical, la estudia desde hace años. Yranzo dirige el Proyecto Orbicella Morrocoy (@PMorrocoy), iniciado en 2018, para estudiar estas especies en ese Parque Nacional y en Cuare. Con el protocolo de monitoreo AGRRA (Atlantic and Gulf Rapid Reef Assessment), su equipo logró recoger datos sobre la cobertura lineal, abundancia y tamaños de la orbicella en Venezuela, además de sobre los factores que la afectan.
La científica explica que la investigación no ha sido fácil, por los pocos recursos de que disponen, pero aún así recopilaron una extensa data con la colaboración de varios equipos que puede consultarse en el proyecto Survival Blueprint: Evolutionarily Distinct & Globally Endangered, de la Zoological Society of London, donde reportan la presencia y el estado de las orbicellas en Morrocoy y establecen un paneo de años anteriores en otras zonas del país.
Explica Yranzo que en su estudio de diez arrecifes en Morrocoy y dos en Cuare encontró el predominio de la Orbicella faveolata. En enero de 2020 eran 111 colonias vivas.
Dentro del Parque Nacional Morrocoy, Sombrero y Pescadores son los cayos que presentan una mejor condición en términos generales al tener mayor cobertura viva, al igual que el Refugio de Fauna Silvestre de Cuare, específicamente en el arrecife de Cayo Norte. Sin embargo, de la Orbicella annularis sólo se contabilizaron 17 colonias vivas.
Morrocoy está afectado por décadas por la descontrolada actividad humana: turismo indolente, descarga de aguas servidas, desechos de construcciones y mucho más. Pero el evento que marcó un antes y un después para la orbicella y para otros organismos marinos sucedió en 1996, cuando una anomalía climática y oceánica afectó al 98 por ciento de los corales en el arrecife de Bajo Caimán.
—La cobertura de coral vivo descendió de un 54.8 a 0.8 por ciento —dice Yranzo— y no se descarta que haya sido por una contaminación química.
De hecho, estudios de calidad del agua del Parque Nacional Morrocoy que se hicieron entre 2000 y 2001 registraron altas concentraciones de metales pesados. Entre ese archipiélago falconiano y Puerto Cabello hay numerosas fuentes de contaminación: la termoeléctrica Planta Centro, la planta petroquímica de Pequiven en Morón y la refinería de El Palito. Todas del Estado, por cierto. Lo que viertan al mar, será empujado por las corrientes hasta el Golfo Triste y Morrocoy, y generará efectos crónicos sobre la vida marina. Hay presencia de metales en el esqueleto de corales como las orbicella y las aguas negras estimulan a organismos que roen los corales como las esponjas del género Cliona. Y ya la situación era grave, cuando los derrames de la refinería El Palito, que tendrán efectos a corto, mediano y largo plazo, empezaron a ser recurrentes.
El daño de los microplásticos
En las jornadas que este año ha organizado la Fundación Azul Ambientalista, y varias organizaciones ambientales y escuelas de buceo, para retirar basura en el lecho submarino y orillas de la Bahía de Cata en la costa de Aragua, trabajaron 15 buzos y más de 30 personas:
—No hemos ido a una playa donde no encontremos más de trescientos, cuatrocientos y hasta quinientos palitos de chupeta en dos horas —dice Gustavo Carrasquel—. Enseñamos técnicas para recoger el plástico por muy pequeño que sea. En Venezuela hay un grave problema con el plástico fragmentado y el microplástico que va a nuestras arenas.
Los microplásticos afectan directamente los arrecifes coralinos que dependen de las relaciones simbióticas: de las algas que viven ahí y realizan la fotosíntesis de compuestos energéticos y nutricionales que las orbicellas y los peces necesitan consumir. Las algas además reciben los nutrientes de los desechos metabólicos de los corales. Es un sistema que se retroalimenta. De acuerdo a una investigación del Instituto de Ciencias Marinas de Andalucía y las universidades de Cádiz y Siena, los microplásticos y nanoplásticos alteran hasta el ADN de las microalgas básicas, las diatomeas, microorganismos que con su fotosíntesis son responsables en gran parte del oxígeno en el planeta.
Los plásticos contaminantes se dividen en varios tipos, pero en las costas y fondo marino venezolano predominan dos: los mesoplásticos (material mayor a cinco milímetros) y los microplásticos (partículas de 0,1 a 5000 micrómetros). La bióloga Fabiola López Monroy trabaja en los laboratorios de Ciencias Aplicadas al Mar en la Universidad de Oriente, núcleo Nueva Esparta, donde también es profesora en el área de Química Marina. López Monroy está particularmente interesada en estudiar la contaminación marina y los procesos de eutrofización (es decir, la super abundancia de nutrientes en las aguas costeras) que alteran el equilibrio de los ecosistemas.
—Los microplásticos representan un grupo de contaminantes emergentes con variedad de formas, colores y composición química —explica—. El impacto de la contaminación por microplásticos en nuestros ambientes marinos es diverso. Primero, mata organismos y transporta especies invasoras. Cuando se dispersan esos contaminantes, esa toxicidad, cae el valor turístico de las playas y ocasiona pérdidas económicas. Además es un riesgo para la salud humana.
Los microplásticos son parte de las principales investigaciones mundiales en el área marina. Un estudio del Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales estima que aproximadamente de 4.8 a 12.7 millones de toneladas de plástico entran al medio marino cada año, pero solo un uno por ciento de esos desechos se recuperan en la superficie del océano. El otro 99 por ciento se hunde o los consumen los organismos.
Luis Medina Faull y Adriana Gamboa también han trabajado durante estos años para definir un protocolo de estudio de microplásticos en las costas del Caribe. Su estudio cuenta con el apoyo de la National Geographic Society. Medina es biólogo marino, magíster en Oceanografía en la Universidad de Oriente y cursa un doctorado en Ciencias Marinas en SoMAS, Stony Brook University. Hoy trabaja en el Laboratorio de Ecología Microbiana Marina de esa universidad. En 2019, lideró una investigación sobre microplásticos en el Caribe Suroriental y, por su tesis doctoral, formó parte de un equipo venezolano que ensayó nuevas técnicas para estudiar microplásticos en playas de Sucre como El Turpialito y El Peñón.
Con su proyecto “Sources and Dynamics of Microplastics in the South Caribbean Sea” los investigadores venezolanos propusieron protocolos de análisis del contenido microplástico y mesoplástico en sedimentos de playa, determinaron su existencia y sentaron bases para poder estudiarlos. En el último avance, publicado por la Asociación de Ciencias de Oceanografía y Limnología en abril de 2021, Medina Faull, junto a sus colegas de la Universidad de Stony Brook en Nueva York, explican que desarrollaron una metodología automatizable para detectar, identificar y cuantificar los microplásticos retenidos en filtros de muestras de agua discretas. Lo que propone esta investigación son técnicas que permitirían determinar si las partículas plásticas son producto de la industria del reciclaje de plástico o de ciertas empresas contaminantes, según dice su composición, y saber cuáles pigmentos y aditivos utilizados durante la fabricación de plásticos están teniendo impacto ambiental.
Adriana Gamboa, por su parte, es especialista en Ciencias Geoquímicas, profesora titular de la Universidad Politécnica Territorial del Oeste de Sucre e investigadora de la presencia de contaminación por partículas sedimentables en aguas dulces y marinas. Cuenta que el esfuerzo para investigar en Ciencias Marinas es titánico:
—El último proyecto a gran escala que hicimos fue con NatGeo Society. Trabajar de manera independiente o junto a las universidades es muy complicado. No hay actualización de equipos ni laboratorios y esto implica que la investigación científica en general se ha desmantelado. Recuerdo que antes de tener el financiamiento, alquilé un autobús con mis propios ingresos y nos fuimos a muestrear con un grupo de tesistas interesados en la investigación. Necesitaba verlos motivados para creer en seguir educando por el país.
La importancia de la educación
Como siempre se dice en los asuntos ambientales, además de la labor científica, es fundamental concientizar y educar sobre la defensa de los ecosistemas costeros para preservarlos. La Fundación Avista trabaja en educación ecológica planificando charlas con comunidades, paseos turísticos y actividades recreativas. También se ocupan de mantener un centro de acopio de reciclaje en la casa real Don Bosco de Puerto la Cruz.
Gaizkale Garay, su directora, afirma que con resiliencia y esperanza en las nuevas generaciones, el cambio hacia un futuro mejor es posible:
—Hay que seguir luchando para recuperar y parar el desastre ecológico, y aquí estamos dándonos la mano, aunque tengamos pocos recursos, aunque sea difícil, lo hacemos para seguir escuchando las gaviotas y sentir el agua cristalina.
La Fundación Avista trabaja desde hace unos cinco años en investigación y monitoreo de tortugas marinas en el Parque Nacional Mochima y de avifauna marinocostera.
—Hay especies amenazadas —dice Garay—, otras en peligro y otras que se mantienen aceptables. En general la fauna se encuentra amenazada porque no somos responsables con nuestros desechos, háblese de aguas servidas, basura, de presencia humana, de desarrollo inmobiliario, de mala gestión, del abandono de instituciones.
Nuestras costas están muy golpeadas por la actividad humana por la negligencia y la ambición de empresas públicas y privadas que han visto en ellas un simple recurso, que les luce ilimitado, para obtener grandes ganancias a corto plazo, o un espacio sin dolientes, depósito de desechos y de gestiones irresponsables.
Pero aún hay grupos de científicos, investigadores, activistas y voluntarios locales con una firme convicción de rescatarlas, comprometidos con la causa global de la protección del medio ambiente y de la fauna en peligro de extinción. Personas que encuentran en el vuelo de los flamencos, en el ruido de las olas, en las pisadas de los cangrejos que avanzan hacia el mar, fuerzas para luchar cada día por la investigación marina en Venezuela.