Cuando se creó en Cumaná la Universidad de Oriente, hace 61 años, esta región era esencialmente rural y una de las más atrasadas del país. La UDO se extendió por Anzoátegui, Bolívar, Monagas, Nueva Esparta y Sucre. Luego de graduar a más de 1 200 000 profesionales, se puede afirmar que la UDO modificó radicalmente el paisaje urbano, social, cultural y económico de la región.
Pero ahora que comienza un nuevo semestre en el núcleo fundador de Cumaná, la incertidumbre sobre el destino mismo de la institución domina el ánimo de los estudiantes, profesores y empleados. A los males ya conocidos por todas las universidades del país —bajos salarios, deserción estudiantil y profesoral, presupuesto insuficiente, inseguridad—, hay que sumar una actividad delictiva inusitada que ha puesto en entredicho la capacidad de la Universidad para funcionar normalmente.
Nadie en la comunidad universitaria estaba preparado para lo que se inició a finales del año pasado y se incrementó a partir de marzo de 2019.
Una alfombra de vidrios rotos
Por supuesto, hubo señales. Por años, tras cada periodo vacacional se descubría un nuevo robo. En la Escuela de Idiomas Modernos entraron en una oficina y se robaron las computadoras; en Matemáticas se llevaron un par de aires acondicionados; de vez en cuando un par de asaltantes entraba a un salón lleno de estudiantes y los atracaban (y al docente), llevándose el dinero y los teléfonos celulares; cada cierto tiempo desvalijaban un vehículo en el estacionamiento del Instituto Oceanográfico. De todo esto discutían profesores y autoridades, sin que se llegara a tomar ninguna medida efectiva.
Pero entre diciembre de 2018 y enero de este año, casi todos los laboratorios fueron “visitados” por el hampa, de manera sistemática. En marzo la situación se agudizó y, como la consabida bola de nieve, no ha hecho más que crecer cada día. Durante las vacaciones de Semana Santa, las distintas dependencias administrativas y docentes comenzaron a ser atacadas sistemáticamente.
El nivel del saqueo es inverosímil. Según cálculos del profesor Jesús Lezama, docente de química con 17 años de labor en la UDO, solo del edificio de Ciencias se han llevado más de 300 computadoras y un número no determinado de refrigeradores, con el agravante de que estos últimos no son de uso doméstico, sino que se utilizaban para guardar muestras biológicas, algunas potencialmente peligrosas para la salud.
Lo mismo ha ocurrido en otras áreas: en el Departamento de Filosofía y Letras forzaron las rejas de las oficinas y los ladrones cargaron con todo lo de valor; igual en el Instituto Oceanográfico, donde fueron desvalijados laboratorios y oficinas.
La actividad de los ladrones no se ha limitado a sustraer lo que consideran valioso —y la lista de esto es muy larga: computadoras y refrigeradores, televisores y proyectores de video, pasamanos de aluminio de las escalinatas de los distintos edificios, mármol de las mesas de laboratorios, cobre de tuberías y aluminio de las ventanas, el cableado eléctrico y tableros, piezas de grifería, tuberías y sanitarios, luminarias, madera de las puertas, hierro de las rejas que deberían proteger las oficinas, instrumentos de laboratorio y piezas mecánicas, motores, cables de fibra óptica. También han destruido lo que no pueden o no quieren llevarse.
Guiados por profesor Lezama recorremos los cinco pisos del Edificio de Ciencias, que es, junto con el Instituto Oceanográfico, el espacio más emblemático del Núcleo de Sucre. Caminamos sobre una alfombra de vidrios rotos, hecha de restos de ventanas, inyectadoras, tubos de ensayos y placas de cultivo.
Nos acompañan seis vigilantes del Núcleo que no paran de hacernos advertencias: no debemos demorarnos mucho porque más tarde “llegan los malandros”. Son las diez de la mañana.
Preguntamos a qué hora suelen presentarse. “A las once, a las doce”, contesta uno de los vigilantes. “Y se van como a las seis de la mañana”, agrega otro. Es decir, tenemos como una hora para hacer el recorrido con cierta seguridad. “Para acá no nos metemos de noche. Como no hay luz. Ellos están armados y lo único que tenemos nosotros para defendernos es esta peinilla”, dice un tercero, mostrando un machete en una funda de tela.
De una escalinata a mano derecha han desaparecido los pasamanos, arrancados a golpes de cincel y mandarria. A la derecha, la oficina de Control de Estudios está bloqueada por una muralla de pupitres amarrados con una cadena. Aunque, nos informan, ya fue saqueada.
“De allí se llevaron más de doce computadoras”, dice nuestro guía.
La Sala de Lectura de Ciencias muestra sus miles de libros en estantes torcidos; las paredes de vidrios azules fueron destruidas por completo, y se robaron los marcos de aluminio; los restos permanecen regados o amontonados y nadie se ha molestado en recogerlos.
Más adelante, otra escalera muestra las señales de los cinceles que desprendieron los pasamanos.
Cada piso nos va entregando una muestra de la destrucción. El taller de micromecánica, un orgullo de la UDO, es un amontonamiento de piezas inservibles; las aulas y laboratorios de física y química, inhabilitados para la docencia y la investigación. En algunas dependencias hay libros quemados en el suelo o sobre los escritorios. “Los utilizan para alumbrarse”, nos dice el profesor.
La ferretería del barrio
“La universidad se convirtió en la ferretería de los barrios cercanos”, nos dicen. “Si alguien necesita algo, viene aquí a buscarlo. Por lo que uno escucha en la calle, hay gente que paga por cosas específicas. Se le dice a alguien lo que debe buscar y dónde encontrarlo, y luego se paga por ello.”
“Yo creo que esto comenzó como un asunto político”, apunta otra persona. “Una especie de castigo, cuando la rectora, la doctora Milena Bravo, manifestó públicamente su apoyo a Juan Guaidó. Luego los ladrones entendieron que no se tomarían medidas ni represalias, que cualquiera podía entrar y llevarse lo que quisiera y no pasaría nada.”
Esta percepción es compartida por muchos miembros de la comunidad universitaria; sobre todo por la reiterada indiferencia con la que las autoridades policiales, tanto de la Policía del Estado Sucre, como de la Policía Municipal, responden a las solicitudes de protección y resguardo que han hecho las autoridades universitarias y los mismos vigilantes del Núcleo, quienes rutinariamente llaman a los diferentes cuerpos policiales cada vez que detectan una incursión del hampa.
Guillermo García, quien fuera Director de Cultura de la UDO antes de su jubilación, y que también nos acompaña durante el recorrido, nos cuenta que durante los meses de julio y agosto varios profesores, empleados y jubilados, encabezados por las autoridades universitarias, iniciaron una campaña de difusión en distintos barrios y urbanizaciones de Cumaná sobre lo que sucedía en el Núcleo, con charlas y presentaciones musicales. Varias de estas actividades fueron hostigadas por la fuerza pública (y en una de ellas por militantes del PSUV) y el acto final, con representantes de diez comunidades cumanesas, fue suspendido por agentes de la policía municipal, siguiendo “órdenes superiores”, a pesar de contar con los permisos correspondientes.
“Las autoridades gubernamentales no se hicieron eco de las denuncias; ni las formuladas ante la policía ni las presentadas ante la fiscalía. Simplemente se hicieron la vista gorda”, afirma Guillermo García. “Cuando uno ve lo que está pasando en el núcleo de Sucre, el nivel de destrucción al que se ha llegado, tú tienes que pensar que hubo alguien que permitió ese proceso, y eso está anclado en una responsabilidad política, sin duda alguna. A alguien, desde posiciones políticas, le convenía que la universidad entrara en un proceso de caos para pescar en río revuelto, pero para que ese proceso se concrete, tienes que permiten que otros protagonistas intervengan, y lo que comenzó a intervenir fue el hampa organizada, y la delincuencia encontró el espacio preciso para operar con impunidad y llegar a estos extremos”.
Los cinco pisos del Edificio de Ciencias parecen el escenario de una película post apocalíptica.
Es difícil creer que hasta hace pocas semanas en estas instalaciones se dictaban clases, se llevaban adelante experimentos e investigaciones y se guardaba la memoria de la actividad científica de la Universidad de Oriente.
Todo eso ha desaparecido. El Núcleo de Sucre de la Universidad de Oriente parece que tuviera varios años abandonado.
Peor para todos
¿Puede la UDO superar este momento y volver a ser una fuente de saber y progreso para la región? Al menos en el área científica, el profesor Lezama expresa sus dudas. Considera que algunos tesistas podrán culminar sus proyectos, pero no garantiza la continuidad de los estudios de física, química y biología, dada la magnitud del daño ocasionado. “Tal vez sobrevivan las carreras humanísticas, pero es muy difícil que las científicas puedan continuar, al menos en un futuro inmediato.”
¿Qué hacer? Noris Jordán, Decana del Núcleo de Sucre, Jesús Martínez, Vicerrector Académico, no respondieron ninguna de las llamadas o mensajes de texto que intentamos hacerles llegar.
La destrucción del Núcleo de Sucre de la Universidad de Oriente tendrá un alto costo social para la región, ya de por sí sometida a la pobreza provocada por la hiperinflación y a la creciente violencia delincuencial y policial. El tejido social que brindan la educación y la formación de recursos humanos comienza a rasgarse de una manera acelerada, lo que solo puede conducir a más pobreza, más violencia y peores condiciones de vida.