Era de esperarse que esta elección regional fuera una importante victoria para el chavismo, que tenía todo a su favor para ganar una mayoría de concejos municipales, alcaldías y gobernaciones. Sus esfuerzos para movilizar electores y sus tácticas de coerción sobrepasan cualquier cosa que puedan hacer hoy las maquinarias opositoras. Además, el PSUV controla las juntas regionales del CNE, tiene acceso a amplios fondos públicos —incluso en una economía sancionada y posboom—, maneja los medios del Estado y tiene mucha capacidad para controlar los medios regionales, que son tan vulnerables a los poderes locales.
Entonces, que el PSUV haya ganado 20 de 23 gobernaciones (aunque Barinas y Apure no están claras en este momento) no es ninguna sorpresa. La primera lectura que estamos haciendo muchos es que la división dentro de la oposición y la abstención actuaron a favor del partido gobernante. La región capital tuvo fuerte abstención, algo consistente con la depresión política que sufre, pero en todo el país, y tomando en cuenta que el padrón aún cuenta a cientos de miles de electores que no están en Venezuela, la participación de alrededor de 40 por ciento (no tenemos todavía la cifra final) es alta, considerando la participación histórica en las regionales y la falta de voluntad o de capacidad para votar que se extiende entre todas las lealtades políticas.
Una mirada más atenta nos permite ver que la oposición (o la que dice serlo) ganó al menos 80 de más de 300 alcaldías, y en especial algunos hallazgos clave sobre cómo las cosas están cambiando, y cómo pueden continuar haciéndolo.
Nueva identidad política: seguir viviendo
La mayoría de los venezolanos han estado deseando una vida pacífica y predecible por mucho tiempo, y nada que llegó durante los años de indetenible conflicto y movilización en los que Chávez levantó su reino, entre 1999 y 2009; las olas de protesta entre 2014 y 2017; y el hambre y los apagones de 2018 y 2019. Las identidades políticas (“yo soy chavista y revolucionario”, “yo soy de la oposición”) siguieron determinando el voto durante esos años, pero ahora que el experimento del gobierno interino resultó inconducente y que la esperanza por la restauración democrática desapareció del horizonte, estamos viendo cómo la gente está votando más según aquel viejo anhelo de normalidad, en una sociedad más consciente de los riesgos y costos de emigrar, y más determinada a tratar de sobrevivir en Venezuela.
Poca gente está votando, pero la que vota, vota ya no tanto de acuerdo con una identidad política, sino para favorecer a esos candidatos que parezcan más capaces de proveer normalidad.
La necesidad de poder adquisitivo y de un país funcional es tan fuerte que ayuda a explicar tanto el auge de la popularidad chavista como su colapso. Durante la bonanza petrolera, el chavismo gozó sus mejores días al ofrecer algo de esa normalidad a través del consumo o las obras públicas (muchas de las cuales nunca se terminaron). En contraste, el derrumbe del gasto público —y de los servicios— a partir de 2013 llevó a Maduro a conocer una ira colectiva que Chávez nunca presenció.
Hoy, la muy magra, relativa y profundamente desigual reactivación económica está produciendo una versión en miniatura de esa vida normal a la que aspiran los venezolanos, con bodegones, algunas calles limpias, una pinturita sobre unas paredes y unas aceras, unos postes con luz. Es por esto que gente de la oposición votó por el “protector” Freddy Bernal en el Táchira y por el actual gobernador Rafael Lacava en Carabobo —ambos del PSUV pero promovidos por plataformas “independientes”—, porque los dos lograron que se les asocie con una mínima gerencia, con menos escasez, con orden. Los grandes problemas en Carabobo siguen sin resolverse, pero parece que la popularidad de Lacava en redes sociales y sus obras cosméticas fueron suficientes para que se lo reeligieran, con el doble de los votos que recibió su competidor más cercano, Enzo Scarano.
Dos casos inversos confirman la relevancia que tiene el impacto del sufrimiento por la escasez y el caos. Los zulianos votaron en masa contra Omar Prieto, el gobernador impuesto por Maduro que dejó Maracaibo arder en los saqueos durante el apagón de marzo de 2019. Y en Margarita la gente castigó a Dante Rivas, el “protector” que (al revés que Bernal) fue asociado con el desastre en el racionamiento eléctrico y la escasez de agua y gas para cocinar.
Hay gente pidiendo, y con razón, que la oposición piense en cómo recuperar la confianza de los votantes. Es difícil asumir que lo hará, a juzgar por la calidad de las campañas que acabamos de ver y porque todo indica, tristemente, que los votantes parecen aprobar a líderes carismáticos como Rafael Lacava. Así que en este ambiente la oposición puede que no necesite ser moderna y democrática, sino tan ágil como lo es el chavismo, dentro de sus limitadas posibilidades.
Pero, ¿qué significa hoy “oposición”?
En este instante, lo que parece es que la oposición ganó en tres estados. En Nueva Esparta, Morel Rodríguez regresa como gobernador, pero con otra alianza, que involucra partidos relacionados con la “Operación Alacrán” y con Fuerza Vecinal, el partido que quebró la unidad en Miranda y facilitó la victoria de Héctor Rodríguez. Lo mismo sucede en Cojedes, ganado por otro exgobernador, José Alberto Galíndez. En Zulia, Manuel Rosales gana por tercera vez, luego de que el régimen le permitiera volver del exilio y liderar un partido determinado a seguir negociando y participando en todas las elecciones: Un Nuevo Tiempo. Los tres vienen del otro partido del G4 que siempre apoyó a UNT en esa agenda: Acción Democrática.
La etiqueta de “oposición” necesita una nueva definición. ¿Qué es la oposición? ¿Un grupo político que no juega en las actuales condiciones, que no participa en absoluto? ¿O la oposición es todo lo que no sea PSUV?
¿Qué significa hoy “oponerse” al régimen, cuando tienes a gente como el pastor Javier Bertucci, que critica al Gobierno pero todos sabemos que trabaja para él?
No hay una sola respuesta para esta pregunta, aunque la opinión pública (como se advierte en las redes sociales y en los votos) ya está decidiendo al respecto y cancelando, por ejemplo, a gente relacionada con la MUD.
¿Por fin viene la “tercera vía”?
Hace unos años, Henri Falcón trató de crear una tercera vía. Fue derrotado en la fraudulenta elección presidencial de 2018 y volvió a serlo ayer, cuando intentaba volver a gobernar Lara, donde era muy popular.
Hoy, a quien hay que mirar es a Fuerza Vecinal. David Uzcátegui consiguió unos 300.000 votos para gobernador en Miranda. FV ayudó a candidatos a ganar en Nueva Esparta, los que respaldaba Morel Rodríguez para los dos municipios más ricos: Mariño y Maneiro. Fuerza Vecinal también retuvo las alcaldías de Baruta, Chacao y El Hatillo, en el este de Caracas, así como la de Lechería, en Anzoátegui. Todas estas alcaldías son enclaves de prosperidad, estrellas de esa constelación de burbujas económicas de la Pax Bodegonica, para usar el brillante término de Guillermo Aveledo Coll.
Hoy, es fácil imaginar a Fuerza Vecinal uniendo fuerzas con AD y Un Nuevo Tiempo para formar la tercera vía que podemos concebir en Venezuela en las actuales circunstancias. Algo no ideológico, no tribal, pragmático, enfocado no en el vago y abstracto anhelo de la restauración democrática que se desvanece con el fin de la historia del gobierno interino, sino en actuar en cada elección aunque las condiciones sean injustas —con el mantra de “hay que retomar la política”—, y hacer campaña sobre la esperanza de recuperación económica y normalización. Exactamente lo que el chavismo (o parte de él) quiere también.
No nos sorprendería ver, más adelante, que gente del chavismo se sume a esa coalición para congregar los intereses de votantes, financistas y actores con influencia, hacia un nuevo horizonte que no sería ni el proyecto marxista del estado comunal ni el sueño opositor de la restauración democrática.
¿Y qué pasará con PJ y VP?
Primero Justicia y Voluntad Popular fueron los partidos más involucrados en las protestas y en el Gobierno interino. Han sido intensamente perseguidos, con miembros empujados al exilio y la prisión, con los símbolos de partido ahora en control de antiguos militantes que los traicionaron, como Luis Parra y José Brito. Están cargando el peso del tema Monómeros y el tema Citgo, y del fracaso del Gobierno interino.
¿Qué les espera? Pueden tratar ahora de liderar al exilio, esos millones de venezolanos de distintos orígenes socioeconómicos que en algunos casos muy ruidosos tienden a radicalizarse hacia la derecha, y que desde afuera no pueden votar en Venezuela. Leopoldo López, Julio Borges y Carlos Vecchio (y quién sabe si también Juan Guaidó y Freddy Guevara) pueden tratar de competir con María Corina Machado y Antonio Ledezma por una suerte de guía espiritual de esos venezolanos enfurecidos que piensan que haber votado ayer fue un acto de traición. Tal vez VP es el embrión, desde Madrid, Miami y Washington, de una versión venezolana de las organizaciones del exilio cubano.
El tiempo lo dirá. Pero es muy difícil imaginar una fuerza política venezolana hecha de gente que no está en Venezuela y que se conectará por las redes sociales. Entre tanto, algunos líderes de oposición se considerarán ganadores incluso con estos resultados de las regionales.
Henrique Capriles usará esta elección para relanzar su plan de un retorno a la política por parte de la oposición y de reintentar un referendo contra Maduro, que él ve como una plataforma ideal para apuntalarse como líder de la oposición, otra vez.
Manuel Rosales —de regreso en la gobernación del Zulia— puede catapultarse a los altos mandos de la oposición, no porque tenga muchos seguidores allí, sino porque se ha abierto un vacío que alguien tendrá que llenar. Otros que apostaron a esa tercera vía entre los dos extremos saldrán de aquí con más influencia, que pueden ejercer desde sus ámbitos locales.
¿Cómo describir el nuevo paisaje político de Venezuela?
Lo que estamos viendo es una era de cohabitación, siempre bajo las reglas que imponga la hegemonía chavista. Un nuevo mapa político que parte del hecho de que la estrategia de “cese de la usurpación” de 2019 fue derrotada, y donde el PSUV es casi el centro de un sistema político de partido único.
Ese “casi” es un punto ciego a explorar. ¿Por qué el chavismo todavía corteja a los votantes en elecciones regionales, si está trabajando en el estado comunal y, con él, en la posibilidad de acabar con las gobernaciones y las alcaldías? ¿Por qué los “protectores”, como Bernal en Táchira y Dante Rivas en Nueva Esparta, necesitaban competir por la Gobernación si ya disfrutaban del poder aunque no fueron electos para ejercerlo?
Será que el chavismo no tiene control de todo. No todavía. Hay grietas en el sistema, ante las cuales gente como Capriles dice que todavía se pueden reagrupar fuerzas y lanzar una ofensiva electoral con una oposición reformada. ¿Pero es eso siquiera posible?
El chavismo necesitaba que la oposición ganara en algunos sitios, así como Capriles necesitaba algunas victorias para llevar a la oposición adonde quiere. Claro que al régimen le encantaría que la oposición simplemente desapareciera, pero en este momento le conviene que se crea que puede venir un renacer opositor —según unos resultados que el chavismo quiere que todo el mundo vea que está respetando—, porque de eso depende que se alivien las sanciones en el futuro próximo, durante la muy probable reapertura de la mesa de negociación en México.
Los resultados de las elecciones regionales, ante la mirada de los observadores internacionales, bastan para esas agendas respectivas. En todo caso, algo influirán en un reacomodo de nombres dentro del régimen y la oposición. Pero sobre todo son importantes en el proceso de normalización, en especial con los países europeos, ante los cuales Rusia ha estado cabildeando por una distensión de las relaciones con Maduro. Haber logrado que la oposición participara en los comicios y que ganara en algunos sitios, significa para el liderazgo chavista que su legitimidad ante el exterior se fortalece, ya que pueden decir que son un régimen donde la oposición todavía puede llegar a alcaldías y gobernaciones. Eso es precisamente lo que muchos estados europeos quieren ver antes de considerar relajar o levantar sanciones.
Y en cualquier caso, como Diosdado Cabello ha dicho recientemente en varios escenarios y varios tonos, cuánta cancha pueden tener los gobernadores que fueron electos ayer, si el régimen sigue controlando los recursos.
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