—¡Vamos a la escuela a ver cómo está! —dice José mientras corre en su bicicleta por la solitaria calle principal de su pueblo en Margarita.
Ataviado con su tapabocas, chorreando sudor y escoltado por su mamá, el niño de once años, promovido a sexto grado, se asoma por las rejas que resguardan el plantel público.
—Todo se ve desolado, ¿por qué será?, la mata de limón está grande, ahí nos poníamos nosotros en recreo… yo quiero volver a la escuela.
Pero ya sabemos que este año no volverá. El año escolar 2019-2020 culminó atropellado por la improvisación gubernamental, que quizá podría haber anticipado la inminente llegada del Covid-19 al país y previsto las estrategias para terminarlo sin tanta angustia por parte de maestros, estudiantes y padres.
Ahora que comienza el periodo académico 2020-2021, los maestros de Venezuela vuelven a pedirles a los representantes insumos para limpieza, incluidos coletos y escobas, bombillos y hasta candados y cerraduras. ¿Qué es diferente este año? Primero, que los obreros, ahora llamados personal ambientalista, se niegan a presentarse a trabajar para no perder los empleos «alternos» que tuvieron que buscar para poder sobrevivir. Y segundo, que los docentes no tendrán que ir a los planteles todos los días, por lo menos en este primer lapso, por la cuarentena, lo que también les permitirá sortear sus problemas económicos con otros oficios, desde vender pan y trabajar en la construcción hasta limpiar casas.
—Al inicio de este año escolar, por lo menos en mi liceo, de 40 docentes solo se presentaron cinco —dice María, subdirectora en un liceo adscrito al Ministerio de Educación y adepta al chavismo—. Ya han ido apareciendo y algunos han justificado que tienen enfermedades de riesgo para el Covid 19, por lo que no podrán acudir ni siquiera en la semana de flexibilización. El personal obrero sigue sin asistir y nosotros tenemos que limpiar el salón donde vamos a estar.
Si no existiera la pandemia muchos más docentes habrían abandonado sus cargos sin ninguna otra motivación que su vocación.
El covid se ha convertido en una pantalla para ocultar la realidad que todos conocemos de la educación en Venezuela.
—Si no hubiera pandemia, habría paro —dice la subdirectora de un plantel adscrito a la Gobernación de Nueva Esparta—. En mi casa tenemos que reunir entre el sueldo de mi papá y mi mamá (maestra jubilada) y el mío, para poder comprar una medicina. Tengo 29 años de servicio, una maestría, y una docente joven que trabaja en un colegio privado gana muchísimo más que yo, bien por ella, pero es injusto para mí. ¿Para qué tanto estudio? Mejor me hubiera puesto a vender pescado.
El lunes 5 de octubre, Día Mundial de los Docentes, Fetramagisterio convocó a una jornada de protesta en todo el país exigiendo reivindicaciones para los educadores, con los cuales el gobierno mantiene una deuda acumulada de 280 por ciento de incrementos salariales no cumplidos, con sus respectivas incidencias.
En un comunicado publicado a principios de septiembre, la organización sindical explicó que no es una lucha solo por el salario, sino por toda una serie de beneficios que el patrono acordó y firmó, y que siguen sin cumplirse desde 2018. Les quitaron los servicios de seguros de hospitalización, cirugía y maternidad, y funerarios, y ya no cuentan con el Ipasme. En Sucre, más de 2.500 educadores no se incorporaron a clases para formar parte de las protestas.
Linda es maestra en una escuela básica dependiente del Ministerio, donde es vista como escuálida porque siempre ha participado en las acciones de protesta convocadas por los sindicatos y ha manifestado recurrentemente su malestar por el salario.
—Si hacen un llamado a clases yo me acojo a la pandemia: a mí nadie me puede obligar a asistir —asegura—. Yo tengo factores de salud de riesgo. Ahorita no he querido meter reposo porque solo tengo que asistir cada quince días, pero si un niño no sabe leer yo le mandaré alguna actividad para que sus padres le enseñen. En el año escolar que terminó, en mi salón no todos los representantes tenían teléfono inteligente, cómo hicieron para cumplir con las actividades, no sé. Al final yo le puse los literales [las notas en letras] a los niños para que pasaran de grado basada en el conocimiento que tengo de cada uno, pero a ninguno le puse A, porque yo no estuve presente para comprobar el aprendizaje.
En Margarita las escuelas y liceos le han dado la libertad a su personal de elaborar su propio horario. Deben asistir al plantel una o dos veces por semana, durante la semana de flexibilización de la cuarentena, es decir, cada 15 días. En esa ocasión podrán asesorar a los padres y representantes que lo deseen; en algunos planteles los docentes que viven en la comunidad aceptaron recibir los cuadernos de los niños que no cuenten con recursos tecnológicos para la educación a distancia, para asignarles las actividades correspondientes a la quincena. También deberán publicar en una cartelera externa la planificación de los siguientes quince días. Ese será el medio de comunicación para los estudiantes (y docentes) que no tengan teléfonos móviles o computadora, o que igual no los puedan usar en esta isla azotada por un racionamiento eléctrico de entre cinco y diez horas diarias o más, con el agravante de que cuando tienes luz es muy probable que no tengas señal telefónica ni Internet, ya que coincide con el racionamiento en los sectores donde se encuentran las antenas de las telefónicas o de las empresas de telecomunicaciones.
Por su parte, los padres enviarán «evidencia fotográfica» de los niños y adolescentes estudiando y haciendo las tareas, tal como se pidió en el periodo anterior. Alberto, por ejemplo, pasó para cuarto año en un liceo de la Gobernación.
—Yo pasé todas mis materias; los profesores me mandaban los trabajos por correo electrónico y yo los respondía por ahí también. Pero este año, no nos han mandado nada. No hemos empezado clases.
La escuela de José sí comenzó. César Malavé, asesor de Fetramagisterio, explica que esta disparidad obedece a la actitud asumida por los directivos y docentes de un determinado plantel, basada en el liderazgo sindical, que en Nueva Esparta se encuentra socavado.
En las primeras dos semanas de clases, en primaria, los estudiantes recibieron los ejercicios de repaso de las materias de lengua y matemáticas, vía WhatsApp. Algunos debieron recurrir a sus vecinos para que les prestaran los cuadernos. La maestra de José también informó por WhatsApp que el programa de Vive Tv, Cada familia una escuela, seguirá estando disponible, aunque las actividades solicitadas allí no son de carácter obligatorio.
La hora de los tutores privados
Las tareas dirigidas y clases particulares siempre han existido en el país, pero después de la suspensión de clases por la cuarentena, tomaron otro cariz. Los maestros o facilitadores se convirtieron en tutores privados que vinieron a llenar los vacíos dejados por un sistema educativo que fue tomado por sorpresa sin herramientas ni recursos para dar clases a distancia, mucho menos para poder evaluar de una manera retroalimentada que permitiera verificar el proceso de enseñanza aprendizaje.
Deben explicarles a los niños y jóvenes el contenido, sobre todo en matemáticas, física y química. Buscar libros y tutoriales en Internet para ayudar a los muchachos a realizar sus actividades. En el caso de un liceo público, los profesores se limitaron a enviarles a los chamos una serie de ejercicios que mandó el Ministerio, sin una guía pedagógica para que los pudieran resolver.
Lo importante para algunos estudiantes era pasar, y estos tutores fueron el apoyo para lograr ese objetivo en muchos casos.
José Marín es profesor de química jubilado. Dice que tras la suspensión de clases tuvo que hacer tutorías, para mejorar sus ingresos.
—Calculaba cuánto tiempo me llevaría realizar el trabajo del alumno y cobraba un dólar por hora. El muchacho tenía un interés por aprobar la materia, mas no por aprender, salvo casos excepcionales. Para no sentir que estaba violando la ética les explicaba la materia, asumiendo que su docente le iba a preguntar de dónde sacó los resultados.
Joelvin Villarreal es estudiante de Ciencias Políticas en la Universidad Rafael Urdaneta, vive en la zona oeste de Maracaibo. A medida que avanzó la cuarentena algunos de sus vecinos recurrieron a él para que apoyara a sus hijos o nietos en las materias de matemática y física. Trabajó con ocho adolescentes tanto de público como de privado.
—Del colegio les enviaban guías de estudio por WhatsApp que consistían en problemas y ejercicios, pero no recibían clases. Yo me ponía a estudiar para poderlos resolver y luego iba a sus casas para explicarles. Después ellos les enviaban las respuestas a los maestros.
Otros se preocuparon un poco más en aprender. Así lo cuenta Mirian Sánchez. Ella es ingeniero mecánico y se dedica a dar tareas dirigidas y clases de física y matemáticas desde hace más de 20 años:
–Algunos profesores de liceos privados le pasaban una lista de ejercicios a los estudiantes, entre 20 y 50 ejercicios dependiendo del docente. El trabajo del estudiante era investigar y resolver, pero muchas veces eso era una labor abrumadora. Lo más común fue que los padres pagaran para que les resolviera las guías y había poco tiempo para explicarles. La mayoría del tiempo mi teléfono colapsaba recibiendo tareas y enviando respuestas; hay que ponerse en el lugar de los profesores con más de treinta alumnos por sección. Muchos padres me contactaron en vacaciones para darles clases de nivelación a sus hijos, porque aprecian que los muchachos no aprendieron, pero no se pudo hacer por la falta de gasolina.
Adriana Martínez es licenciada en educación e ingeniera agrónomo. Es docente de física y biología en un colegio privado y ofrece tutorías particulares.
—Después de la suspensión de clases fue difícil poder adaptar la parte curricular de materias prácticas, porque hay que explicarles. Hemos buscado las herramientas en Internet, hemos usado videos. Para este año escolar nos han dado cursos y talleres para que podamos dar las clases a distancia. Pero no contábamos con que el problema de la electricidad se iba a agravar —dice Adriana—. No ha sido fácil en mi caso que tengo 56 años, ha sido una experiencia cuesta arriba pero enriquecedora. Y han sido los mismos estudiantes los que me han hecho sugerencias sobre las mejores plataformas para las clases. El WhatsApp fue la gran herramienta porque requiere menos banda de Internet. Pero ahora vamos a usar Google Suite para que carguen los trabajos, cuando haya Internet, claro está. Por eso vamos a ser más flexibles con los tiempos de entrega.
Adriana tuvo la experiencia de que muchos jóvenes que solían ser indisciplinados en el aula entregaron primero los trabajos porque manejan mucho la tecnología.
—Eso nos está enseñando que hay que reconsiderar esa prohibición de los teléfonos celulares en clases. La pregunta que también hay que hacerse es cómo va a ser la escuela cuando termine la pandemia. No podemos llegar igual que antes, dando clases solo con un marcador y un pizarrón, porque los muchachos nos los van a exigir. Este país tiene que seguir usando la tecnología —afirma.
Adriana considera que los públicos podrían haber trabajado mejor por el hecho de que muchos de los estudiantes recibieron la computadora Canaima y los docentes también han sido dotados con tabletas. Por lo menos en Nueva Esparta, no se cuenta con estos recursos ni se los considera para las clases a distancia, porque fueron concebidos para clases presenciales con un facilitador, y sin una conexión a Internet terminan siendo inoperantes.
Tras la suspensión de clases presenciales, en la escuela de José la maestra fotografió su cuaderno de planificación y los niños debían copiar las clases en su cuaderno desde el teléfono; a algunos padres se le hizo difícil entender la letra de la profe, y en lo sucesivo envió fotos de libros con los temas programados. Los niños debían copiar y hacer las actividades del libro. Por lo tanto los padres y representantes fueron los facilitadores de los niños. La profesora María dice al respecto que «la familia fue muy importante. No hubiera sido posible de otra forma».
Rodolfo González, profesor jubilado y antiguo coordinador de actividades extraescolares como las Olimpíadas Científicas, considera que el gobierno está aplicando el sistema andragógico (educación para adultos) en la educación básica y diversificada, donde no funciona, porque a diferencia de los niños y adolescentes el adulto ya tiene su formación social, tiene disciplina, sabe lo que quiere.
—En la escuela el alumno va a interactuar con los amigos, va a aprender conocimientos pero también a aprender a defenderse. El ambiente escolar es necesario. A falta de eso el hogar va a adquirir más relevancia. Los docentes —dice—, hubieran preferido que aún con pandemia les hubieran mandado a los niños a la escuela, porque fuimos formados para dar clases con los niños en el salón y con una rutina, todo lo que afecta esa rutina desestabiliza nuestra forma de trabajo.
Sin embargo, están los otros factores, como que tu sueldo no te alcance para comprar un lapicero y un cuaderno para planificar, ni un par de zapatos y ropa presentable y peor aún no tener para proveer dignamente el hogar. Se trata de un sistema desestabilizado en todos sus pilares y que seguirá así después de la pandemia.
El año escolar 2020 – 2021 empieza como un año atípico y lo más probable es que culmine así, ante la expectativa de la prolongación de la pandemia. Mientras tanto hay un esfuerzo individual de los docentes por cumplir con su misión a pesar de las circunstancias, lo cual no es nada nuevo después de años acostumbrados, lamentablemente, a educar por autogestión.
Como dice la profesora Adriana, ¿cómo será la escuela cuando termine la pandemia? Quizá sea un espacio desolado, como lo observó José, o quizá se reabra con la risa de los niños gracias a muchos héroes que se nieguen a rendirse