Apenas llegó la pandemia, y con ella el confinamiento, la vida empezó a funcionar más a través de las pantallas. Ese viernes por la noche yo tenía mi cita en el encendido Twitter, la ventana a la “realidad” que eligen muchos venezolanos. Entonces vi un tuit que decía: “El próximo 23 de marzo abro un nuevo grupo de mi Taller de Literatura Autobiográfica, son seis sesiones, dictado vía WhatsApp. Interesados escribir por DM”.
El taller lo ofrecía Ricardo Ramírez Requena, todavía entonces profesor de la Escuela de Letras de la Universidad Central de Venezuela. ¿Un taller literario por WhatsApp?, me pareció rara la cosa. Hay que aceptar que la literatura cambió, me dije. Y empecé a buscar en internet más ofertas de talleres literarios.
Encontré de todo: un tipo en YouTube que ofrecía enseñarte a escribir, pero solo con libros de su autoría; otro que prometía volverte García Márquez en tres sesiones o te devuelve tu dinero; uno que te enviaba por correo un plan de trabajo de varias semanas, pero cobrándote un ojo de la cara. Sí, en las redes, había mucha oferta.
Es difícil precisar si siempre se han abierto tantos talleres literarios, pero a partir de la pandemia es evidente sobre todo el aumento de los virtuales. Una nueva modalidad para una vieja tradición, porque los talleres literarios tienen una fuerte historia entre nosotros.
De hecho recordé aquel fenómeno que el profesor Luis Barrera Linares denominó fiebre del tallerismo literario para referirse a lo que pasó a principios de los ochenta: una renovación de la literatura venezolana a partir de grupos como La Gaveta Ilustrada, Tráfico y Guaire. ¿Será que se está repitiendo esa fiebre en la literatura venezolana?
De la efervescencia de los 70 a la resiliencia de los 2020
Si algún camino resulta espinoso es el de elegir nombres en la literatura, pero es un mal necesario. Para escribir esta nota tuve que centrarme en algunas voces y hablé con varios escritores venezolanos sobre este fenómeno colectivo de la literatura.
El tallerismo literario en Venezuela comenzó con Juan Calzadilla, Domingo Miliani y Antonia Palacios a mediados de los setenta, década de búsqueda y experimentación para la literatura nacional. “Yo creo que Juan fue bastante pionero en esa definición de taller literario porque la traía de su experiencia en Maracaibo y Mérida entre 1974 y 1975”, me dice Antonio López Ortega, miembro de La Gaveta Ilustrada. Con este nombre se fundaba en 1976 el primer taller en la Universidad Simón Bolívar (USB), coordinado por Juan Calzadilla, con la valiosa ayuda de José Santos Urriola, el padre del escritor José Urriola. Del taller surgirían el grupo y la revista literaria del mismo nombre.
Un año antes, “en 1975, convocaron por aviso de prensa nacional un concurso para participar en el Plan de Talleres de Creación Literaria del Centro de Estudios Latinoamericanos (Celarg)”, me cuenta Edda Armas. Ella se ganó un cupo para ser parte del primer taller de creación poética dirigido por Ludovico Silva. “Esa experiencia —continúa— fue esencial en mi formación… aprender a oír a los otros, ser receptivo a la crítica”. El artífice de los talleres del Celarg fue Domingo Miliani, cuya idea le vino de México, y fue el paso a la institucionalización de los talleres. Los talleres del Celarg eran gratuitos, becaban al tallerista, duraban un año y al final debían dar como resultado un libro.
Blanca Strepponi me cuenta desde Argentina que cuando llegó a Venezuela en 1977 tuvo la suerte de participar en un taller literario del Celarg que dictó Oswaldo Trejo. “Mi suerte se mantuvo —sigue Blanca— porque me invitaron a formar parte del taller de Antonia Palacios. Como ella y Oswaldo eran muy amigos, él la ayudó a invitar a ́jóvenes promesas’. Así comenzó todo, el taller se llamó Calicanto, que era el nombre de la casa de Antonia”. Por este taller pasó todo un universo de escritores, muchos despuntarían a finales del siglo XX. De esa atmósfera mítica, cargada de conversas, lecturas, comidas preparadas por la propia Antonia, surgiría el grupo Tráfico —con revista incluida—, que Arráiz Lucca califica como “el esfuerzo más serio de los últimos tiempos por repensar la poesía nuestra”.
Este panorama muestra vínculos entre el tallerismo literario y la comprensión de una nueva forma de hacer literatura que se ensayaría en los ochenta en Venezuela. Al respecto, Carlos Sandoval me dice: “ese recordatorio sobre la artesanía de la palabra, la estructura y la direccionalidad de las propuestas poéticas, dramáticas o en prosa se lo debemos a los talleres literarios. Una tarea que ha dejado como saldo varias carreras autorales y cientos o millares de piezas en los últimos cuarenta años”.
Las búsquedas actuales
Reconozco que sabía poco del tallerismo y sus logros, pero encontrar lo que no se buscaba es lo bueno de estar buscando. Ahora necesitaba contactar a todos los que ofrecieran talleres en internet. Hice una lista de escritores venezolanos que daban talleres virtuales, dentro y fuera del país, sobre todo desde 2020. Algunos, como Jorge Gómez Jiménez y Gabriela Rosas, en Letralia, ya lo hacían desde hace tiempo.
Rescato primero algo que me dijo Carmen Verde Arocha por teléfono: “la literatura venezolana funciona por parcelas”. Y no era una queja, me describía una realidad. Verde dictó talleres literarios de poesía unos años y también fue tallerista de Rafael Arráiz Lucca en Monte Ávila en los noventa. “De allí nació el último grupo literario venezolano, sin manifiesto ni programa, llamado Eclepsidra —dice—, y la editorial que hoy lleva ese mismo nombre”. En una hora de conversación —generosamente— me dio nombres de escritores que dictan talleres y me facilitó contactos.
La fiebre de talleres virtuales en Venezuela no parece ser la excepción en el panorama pandémico mundial, pero aquí predominan las iniciativas individuales. Es decir, escritores que arman su taller y lo venden en las redes sociales.
Ya no son instituciones como el Celarg, Monte Ávila, el Conac, Fundarte, Icrea, las escuelas de Letras de la UCV, la ULA y LUZ, entre otras más.
El profesor Barrera Linares, me dice: “Sí existe un nuevo sarampión talleroso, solo que ahora el origen tiene otras aristas: una, la migración; otra, la pandemia, y una tercera, la situación económica (dentro o fuera del país)”. Lo considera una forma positiva de “cultivar destrezas para quien aspira a escribir”, pero agrega que hay que ser cautos: “pareciera haber más coordinadores que talleristas: talleres, tallercitos, tallercillos, tallerazos, tallerejos, tallerines… No todo lo que brilla es oro: seguramente hay talleres virtuales organizados… pero igual habrá otros algo improvisados, a veces sacados de la manga”.
Con este planteamiento coincide en parte Sandoval: “Con el desarrollo de las plataformas de comunicación informáticas y de las redes sociales, los talleres literarios se expanden (¿se masifican?) con libérrima democracia”, me dice el profesor. Lo cual también confirman los talleristas con los que conversé.
La razón principal que me llevó a dar talleres a principios de 2020 fue económica, me dice claro y raspao Ricardo Ramírez Requena. “Yo no tuve experiencias cursando talleres, es más trataba de no hacerlos… el tiempo me enseñó que estaba equivocado… Yo mismo he tomado talleres en los últimos tres años y ha sido una experiencia fructífera”.
En el caso de Ricardo, hace diez años que conoce el oficio de tallerista-instructor. Ahora tiene varios grupos y “más de cien personas han pasado por mis talleres”, me dice. Muchos de los textos producidos, todos de tipo autobiográfico, se publican en Prodavinci, Letralia o La Vida de Nos, por ejemplo. “El año que viene se publicará un libro con textos hechos en los talleres, es un proyecto que me emociona mucho”.
Desde Venezuela, como Ricardo, son muchos los han ofrecido talleres literarios, virtuales y presenciales. Es el caso de Edda Armas, Jacqueline Goldberg, Miguel Marcotrigiano, Coromoto Renaud, Héctor Torres, Beatriz Alicia García, Álvaro D´Marco, Laura Antillano, Carlos Sandoval, Alejandro Sebastiani Verlezza, y sí, son muchos los que no alcanzo a nombrar aquí.
Beatriz Alicia García, quien tiene treinta años coordinando talleres literarios, también fue tallerista-alumna en el Celarg: “Desde que comenzó la pandemia doy talleres virtuales. He dado de poesía, de cuento, de crónica y narrativa no ficcional”. Sobre sus talleres me dice que “el fin siempre es que los participantes puedan afinar sus herramientas de escritura, a través de la lectura de grandes voces de la literatura venezolana y universal y de ejercicios de escritura”. Pero son talleres que el alumno debe pagar, porque “también hay una razón económica”.
Héctor Torres, el cronista de la urbe, dictó talleres en la Librería Lugar Común durante casi tres años. “Actualmente apoyo un proyecto de Uniendo Voluntades, en San Blas, en Petare, donde doy fundamentos de narrativa a jóvenes artistas del sector”, me cuenta. Los talleres funcionan, concluye, “pero el talento y la constancia la ponen los participantes”.
Un asunto glocal
La idea de una glocalización del tallerismo venezolano de hoy, surgió mientras conversaba con Ricardo Ramírez Requena. Ahora, me dijo, “la venezolanidad trasciende las fronteras y se interconecta a través de estas propuestas formativas”.
Así tenemos a Gisela Kozak, Fedosy Santaella o José Urriola desde México; a Michelle Roche Rodríguez, Eduardo Sánchez Rugeles, Rodrigo Blanco Calderón o Antonio López Ortega desde España; Betina Barrios o Eleonora Requena en Argentina; Luis Yslas en Perú, y va creciendo la lista.
La oferta incluye talleres de narrativa, poesía y ensayo, principalmente; todos son pagos y los costos van de cuarenta dólares, por cuatro sesiones, a más de cien, por seis o más sesiones. Así va variando la oferta.
Desde España, Antonio López Ortega, quién ha dictado talleres literarios por más de treinta años, me dice: “Yo le debo mi vocación literaria también a haberme formado en talleres. A partir de los talleres literarios, en Venezuela y en otros países, muchos autores se han formado; yo creo que en las últimas décadas es el método más extendido para la formación de escritores. Yo creo que sí están aportando algo que no sé muy bien cómo definir, y es que la literatura venezolana hoy es multifocal, es transterritorial. Yo creo que la literatura venezolana se está haciendo más cosmopolita”.
También desde España, Eduardo Sánchez Rugeles recuerda que dictó talleres de narrativa en Bogotá y Caracas, pero ahora dicta talleres y cursos virtuales sobre clásicos de la literatura venezolana, más bien algo como clubes de lectura. Le pregunto cómo ve la relación del auge del tallerismo con la literatura venezolana. Me contesta que no piensa que haya un auge del tallerismo venezolano, como sí lo hubo en los setenta: “yo creo que es un fenómeno de la revolución tecnológica y digital. Simplemente estamos en una ola que nos permite ofrecer estos talleres de esta manera”.
Busqué impresiones aquí en América Latina y logré conversar con la poeta Eleonora Requena, quien vive en Buenos Aires. Ella ha dictado talleres por más de quince años y virtuales solo desde la pandemia. Pero no los idealiza.
“Ahí se pone a prueba la vanidad y el ego. El taller es una oportunidad que puede ser única y memorable, o banal e intrascendente”, dice Eleonora Requena.
Tampoco cree que haya un auge sino “una tradición de talleres literarios consolidada en el país”, y que sí han contribuido a la formación de escritores en las últimas décadas en Venezuela.
Contacto en Perú a Luis Yslas que tiene un concepto de taller literario particular, basado en lecturas y discusiones. Me cuenta que sus alumnos “no deben entregar ningún material escrito, de modo que mi manera de valorar sus impresiones de lectura es a través de la conversa que surge en las sesiones”. Para Yslas, lo importante es lo “ganado en alcance, pluralidad y difusión, pues un tallerista puede llegar a muchas personas en distintas partes del mundo vía online, en la comodidad de su casa, lo cual era una excepción antes de la pandemia”.
Primera vez que hablo sobre literatura con tantos venezolanos regados en el mundo. Ahora desde México son José Urriola y Fedosy Santaella los que me cuentan sus impresiones. “Yo no prometo, de entrada, que voy a convertir a nadie en escritor, ni tampoco pretendo que escriban como yo”, es lo primero que me dice Fedosy acerca de lo que plantea al dar talleres. En cuanto a lo que puedan aportar estos a la literatura venezolana, me dice que “hay que continuar en el país, aunque nos hayamos ido, tanto como se pueda. No otorgo mi espacio, no me rindo”.
Por su parte, Urriola me cuenta que son más de mil los alumnos que ha tenido como tallerista, en Venezuela, desde España hasta México. Sobre el papel de los escritores que dan talleres, cree que son “gente que cuida, cultiva y enaltece las artes relacionadas con la palabra. Es una forma de resistencia. Son espacios de resistencia”. Pero además José Urriola cree que sí tienen una resonancia importante: “nos pone a todos a leer, escribir, compartir, arriesgar. Eso es bueno, está dando frutos. Confío plenamente en ello, no tengo la menor duda. Y dará otros frutos mañana”.