«¿En serio esto está ocurriendo?», se preguntaba Sofía, de 11 años. Estaba indignada.
La electricidad acababa de irse en el teatro Bellas Artes de Maracaibo, donde ella y sus compañeros se disponían esa tarde a participar en su acto de graduación de sexto grado. En la segunda ciudad de Venezuela la gente trata de vivir como puede con el déficit de energía que hay desde marzo. Pero este corte de luz no estaba previsto.
El teatro no tiene planta eléctrica y solo pauta eventos en las horas con luz, siguiendo el cronograma de racionamiento de 12 horas diarias que se aplica en la región desde hace meses. Pero este 22 de julio en que Sofía y sus compañeros esperaban celebrar su graduación junto con sus parientes y profesores, lo que en realidad sucedía era otro apagón nacional, que duraría más de 24 horas y afectaría a 20 estados del país.
“Todo el año sin luz y hoy que nos vamos a graduar también se va”, decía Sofía.
Ella tenía solo dos años cuando Hugo Chávez anunció en 2009 que, debido a la sequía que había en el embalse de la Central Hidroeléctrica Simón Bolívar, allá al otro lado del país, Venezuela estaba en crisis eléctrica y debía aplicar un racionamiento eléctrico de hasta 12 horas sin luz. Y aunque el líder de la autodenominada Revolución Bolivariana prometió un año después que para el 2011 Venezuela tendría “el mejor sistema eléctrico del continente”, los apagones se repitieron en 2013, 2017, 2018 y 2019.
Sofía pertenece a una generación que aún no llega a la adolescencia y ha tenido que crecer en medio de cortes eléctricos como si fuese algo normal.
Este año las clases se alteraron, como se alteró todo en Maracaibo. Miles de niños en el Zulia tuvieron que ver clases sin luz o en “horarios especiales”, pasando de horarios de salida de 1:00 de la tarde a 10:00 de la mañana, con lo que el plan de estudio se vio afectado significativamente. Por ejemplo, algunos temas del currículo fueron recortados u omitidos por los profesores para darle prioridad a las actividades escolares.
Ha habido maestras que sacan a sus alumnos a ver clases en áreas verdes, como parques o canchas deportivas, para combatir las quejas de sus niños con respecto a los zancudos o el calor que hace en las aulas. Es Maracaibo, pues, una ciudad donde las temperaturas pueden superar los 38 grados centígrados. “Tengo una colega a la que le decían Simón Rodríguez porque dictaba clases al aire libre como en los tiempos de Simón Bolívar”, cuenta Daniela, una docente del Colegio Santa Isabel.
Cuando arrancaron los apagones en marzo, algunos chamos se lo tomaron como una diversión y hasta jugaban a las escondidas en las cuadras cercanas a sus casas junto a sus vecinos. Pero con el pasar de las semanas empezaron a sentir aburrimiento y estrés. “Mi hijo ya no se molesta ni se pone a llorar, pero el otro día me dijo que para su cumpleaños quería una planta eléctrica. Me rompió el corazón”, dice Jessica, madre de un niño de 7 años.
Josefina tiene una nieta de dos años que vive en un sector de Maracaibo donde el cronograma de racionamiento no se cumple y, en vez de recibir electricidad 12 horas al día, tienen en promedio solo ocho o nueve. Como consecuencia, su nieta se fastidia porque no puede ver televisión ni jugar con el teléfono de su papá. “Siempre me pide que me la lleve a mi casa porque se aburre mucho en la de ella. Si fuera por mí, que no me den luz, pero que mi hijo y mi nieta tengan las 24 horas del día, porque sé que sufren mucho cuando se les va”.
El 25 de julio pasado, Omar Prieto, el gobernador impuesto por el chavismo en el Zulia, anunció que tras resolverse las fallas que originaron el último apagón nacional, la región volvía al cronograma de 12 horas con luz al día. Los niños del estado, que habían soportado un año escolar difícil, tendrán que aguantar también unas vacaciones sin internet ni televisión cuando quieran, con centros comerciales que trabajan a media máquina por la crisis eléctrica, con cines que no tienen plantas eléctricas para prender los aires acondicionados cuando no hay luz y una hiperinflación que afecta el bolsillo de sus padres hasta un punto en el que apenas pueden garantizarles los tres platos de comida al día (algunos ni siquiera eso). Lo peor: ni en clases ni en vacaciones pueden contar con que tendrán al menos un ventilador para defenderse del calor del Zulia.
Los mayores no podemos verlos sin pensar que nunca ha sido tan duro ser niño en Maracaibo.
Esta pieza se publicó originalmente en Caracas Chronicles