Caminaba hacia Chacaíto para dirigirme a la Plaza Brión, donde empezaba la serie de manifestaciones para conmemorar el Día Internacional de la Mujer, cuando escuché una voz de hombre comentando algo sobre mis piernas mientras cruzaba la calle. Venía de una patrulla del Sebin.
En la Plaza Brión estaban pegadas 43 lápidas hechas de cartón con los datos de los feminicidios cometidos en Venezuela en lo que va de año, según han sido confirmados por asociaciones civiles, ya que desde 2014, año en el que el feminicidio se tipificó como un delito en la reforma de la Ley Orgánica por el Derecho de las Mujeres a una Vida libre de Violencia, las cifras oficiales no han sido registradas. Alguien susurraba con tristeza que faltaban los cinco nombres que se habían sumado a la lista esa mañana.
Esta fue la bandera principal para las actividades de 8 de marzo en Caracas, que incluían dos convocatorias de calle. “El 8M no es una fiesta, es para luchar por nuestros derechos”, dijo Melanie Agrinzones, coordinadora de Uquira, quienes convocaron la manifestación. “Estamos aquí para reclamar justicia por aquellas que fueron asesinadas, víctimas del machismo y el sistema patriarcal. Para exigirle al Estado las cifras oficiales, que basta ya de maternalismo político: nosotras no somos un objeto político, nosotras estamos aquí para luchar por y para las mujeres”.
Los asistentes, en su mayoría mujeres, se pintaban frases en el cuerpo o se ayudaban a terminar sus pancartas. Además de Uquira, estuvieron presentes la Red de Mujeres de Amnistía Internacional, la Red Naranja, Fundamujer, Hombres por la equidad y la igualdad, Hermanas Naturales, Welab, Aliadas en Cadena, Feminismo INC, el Centro de Estudios de la Mujer, Mujeres Radio, Mujer y Ciudadanía, las Comadres Púrpura y activistas independientes. Más de 50 personas se organizaron junto a las lápidas pegadas sobre el ajedrez del piso, cantando los nombres de cada una de las asesinadas.
“Lamentándolo mucho, todavía es mínima la convocatoria para la cantidad de feminicidios que ocurren en el país”, dijo Evelyn Pinto, politóloga y activista. “Es lamentable que un derecho tan fundamental, el derecho a la vida, se esté violentando en Venezuela, que no hay garantías ni sistema de justicia que nos proteja, hay impunidad para el asesino y todavía la gente sea indolente ante esto”. Afirmó que podrían asistir muchas personas más, pero no se enteran de las actividades. “Es muy importante que todas las organizaciones políticas, ONG, e incluso, movimientos estudiantiles y empresas se sumen a estas convocatorias, porque esto tiene que ver también con el país. Muchas veces la polarización y la agenda política hace que estas cosas queden en segundo plano y resulta que sin mujeres no hay democracia”.
La marcha arrancó puntual hacia Sabana Grande. Al entrar al municipio Libertador, noté una moto de policía a nuestra izquierda. Ya me habían advertido que mi pecho descubierto podía generar que nos detuvieran, así que todas empezamos a preocuparnos. La moto se convirtió en dos, luego en cuatro. Alguien me gritó “pendiente, que se trajeron una femenina”, término que hace referencia a una funcionaria policial mujer, lo que les permite revisarte sin alegar que no quieres que un policía hombre te toque. La marcha, cuyo propósito era hacer un recorrido lento y con paradas, empezó a acelerar el paso, mientras la tensión aumentaba con el número de policías. El momento cumbre de la inseguridad llegó cuando tanto colectivos motorizados como policías empezaron a hacer videos y fotos de nosotros.
Algunas activistas se acercaron a hablar con la policía para preguntarles el motivo de su presencia. Dijeron que estaban ahí para protegernos y para asegurarse de que la manifestación no se saliera de control, pero que no podíamos seguir avanzando porque estábamos obstruyendo la vía pública y no teníamos permiso para protestar. Desde Chacaíto estaban vigilando que no usáramos consignas partidistas porque creyeron que era una marcha de la oposición. Nos encontrábamos a la altura del Pasaje La Concordia, y las mujeres mediaron para que nos permitieran continuar hasta el final del bulevar, aunque el destino final era la Plaza Venezuela. Dejamos de usar las consignas que hacían referencia al Estado, y la sensación de inseguridad crecía.
Al llegar al final del bulevar, hablaron con la policía para continuar hasta la plaza por las aceras, sin obstruir el paso. Cuando lo logramos, se hizo un minuto de silencio en círculo por las mujeres asesinadas. Al anunciar el fin de la actividad, la policía automáticamente se dispersó.
Luego nos unimos a la convocatoria de En Tinta Violeta y la Articulación Feminista, un conjunto de agrupaciones que decidió unificar voces. Comenzó a las 3 p.m., con más de cien personas presentes. Además de algunos grupos que acompañaban desde Chacaíto, se unieron Faldas-R, la Red Araña Feminista, el colectivo Pan y Rosas, Marea Socialista, el Movimiento de Inquilinxs Pobladorxs, así como representaciones de movimientos indígenas y trans. Solo había dos policías presentes, cuyo único reclamo fue que no podíamos conectar el equipo de sonido frente a la Alcaldía. Mientras gritábamos “las calles son del pueblo, no de la policía”, los funcionarios desconectaron el equipo.
“Yo creo que el movimiento feminista venezolano siempre ha sido un movimiento mediatizado”, dijo Daniella Inojosa, de En Tinta Violeta. “Mediatizado por los partidos, mediatizado por el Estado, mediatizado por la fuerza que siempre está en polarización en Venezuela. Eso nos ha hecho mucho daño, porque nos baja las banderas. Terminan siendo las banderas de la polarización y no las banderas de las mujeres. Nuestra bandera hoy es contra los feminicidios”.
Otras de las demandas eran salarios justos, desfeminización de la crisis (es decir, reducir la especial vulnerabilidad de las venezolanas a la emergencia humanitaria compleja), aborto legal, cumplimiento de la ley y cese de la impunidad, casas de abrigo, cierre del Arco Minero, dejar de pagar la deuda externa para invertir en salud pública para mujeres, vivienda para mujeres desalojadas y que poder contar con el apoyo del Estado si hace falta retirar a las mujeres de su vivienda o trabajo porque están siendo víctimas de abuso. La gente alrededor observaba, y algunos hasta mostraban interés. Mis pechos descubiertos no recibieron ningún comentario, lo que me hacía sentir acompañada y segura: mi cuerpo estaba normalizado, no era algo ajeno, ni siquiera algo rebelde. Era un cuerpo exigiendo derechos, como todos.
Una pancarta reflejaba 53 feminicidios, la cifra actualizada para esa hora: diez más que los que contábamos cuando empezamos la manifestación. “Uno de los mayores problemas es que el gobierno no da cifras oficiales. Sabemos que la cifra es alarmante pero no hay un estudio real de qué está pasando y así no se pueden tomar medidas concretas para solucionarlo”, comentaba Suhey Ochoa, del colectivo Pan y Rosas. “Lo hace intencionalmente para no dar respuesta a la vida de la mujer. Hay que exigirle al Estado, y el movimiento de mujeres tiene que ser muy grande para que eso funcione, tiene que estar en la calle y exigirlo porque no nos lo van a regalar: las mujeres nunca hemos ganado nada regalado, sino que hemos estado en la calle para exigir nuestros derechos”.
Al finalizar la manifestación, la sensación era de satisfacción. Las agrupaciones feministas venezolanas, como también pasa en otros lugares del mundo, habían logrado algo que nadie más ha hecho, silenciar por un momento las ideologías, los partidos y las diferencias para exigir lo mismo: que los derechos humanos de la mitad de la población sean respetados y protegidos.