El “casólogo» de Valencia, como llaman en la Academia Carabobeña de la Historia al economista Francisco Cariello, mira al boulevard Constitución, también llamado avenida 100 de Valencia, y a la calle Colombia. Por aquí pasaba lo que era la Calle Real de la ciudad, la columna vertebral de un mundo donde ocurrieron muchos sucesos clave para la Venezuela del siglo XIX.
Hoy es un sitio perfecto para hablar de cómo en las ciudades venezolanas la desidia y el progreso se llevan al pasado por delante.
Pero la memoria de la ciudad que fue no ha desaparecido. Quedan restos, o al menos historias, de lo que estuvo aquí y de lo que ocurrió en estos lugares.
El primer edificio civil
En el cruce de la avenida Constitución con la calle Colombia estuvo la Casa Consistorial, un edificio colonial de dos pisos con aleros y unas ocho ventanas. Construida probablemente en 1555, justo tras la fundación de la ciudad, la Casa Consistorial fue la segunda edificación histórica construida en la época colonial, después de la basílica Catedral de Nuestra Señora del Socorro.
Este punto antes se llamó Esquina de Vilariño, Esquina de Principal y Esquina de El Tigre. En la Casa Consistorial funcionó el Cabildo de Valencia, y alguna vez se exhibió el escudo del rey Fernando VII, así como varios murales del pintor Pedro Castillo, abuelo de Arturo Michelena.
La Casa Consistorial estuvo en pie hasta 1926, cuando fue demolida por orden del presidente de Carabobo, Ramón H. Ramos, esposo de Berta González de Uslar, prima de Arturo Uslar Pietri. En su lugar se construyó el Palacio Municipal de Valencia, un edificio de arquitectura neoclásica que rompió con el estilo español que imperaba desde el inicio de la colonia, y ostentaba una cúpula en su esquina.
Allí el afamado escritor valenciano José Rafael Pocaterra aprovechó el discurso que fue invitado a pronunciar en la celebración de los cuatrocientos años de la ciudad para lanzar una crítica al dictador Marcos Pérez Jiménez, presente en el salón de sesiones del Palacio. Fue el último viaje de Pocaterra a Venezuela; poco después murió en Montreal.
Para Cariello el Palacio Municipal no tuvo una verdadera importancia histórica. “Es el que más recuerdan los valencianos por estar más cerca de estos tiempos, pero no es el más importante. Claro, era mucho más bello. La Casa Consistorial fue como gran parte de la arquitectura colonial: sencilla, mas no fea. La gente confunde eso”.
El Palacio Municipal de Valencia perduraría desde 1927 hasta el 16 de agosto de 1977, cuando fue demolido dentro del plan de construir un gran centro civil como el de Caracas, con torres de más de treinta pisos que ocuparían toda una manzana. “La maqueta fue exhibida en muchos lugares, pero hubo conflictos entre los historiadores que decían que el diseño, al ser modernista, desentonaba con el casco histórico y que, por el contrario, debían hacer una réplica. Pero los arquitectos decían que eso sería un falso histórico. Al final no se hizo nada”.
Lo que se hizo fue un estacionamiento, como muchos de los que se construyeron en la zona. Luego, en el siglo XXI, se levantó allí la sede de la Policía Municipal de Valencia, quitándole prestancia a la plaza con todo ese movimiento de reos y agentes entrando y saliendo de los calabozos. “Preferiría mil veces el estacionamiento que esa estación policial”.
Lo más parecido a lo que fue el Palacio Municipal es el edificio Márquez, en la esquina que forman las calles Independencia y Constitución. Ahí el ingeniero y creador del Palacio Municipal construyó su residencia, con un estilo casi igual al del edificio demolido, por lo que se puede decir que son estructuras hermanas.
Actualmente el edificio Márquez es sede de una venta de lencería y frente a él hay una pared que exhibe una pintura del viejo Palacio Municipal. Solo así las nuevas generaciones pueden recordar este viejo edificio.
El cine de la indecencia
También en la calle Colombia, pero en el cruce con la avenida Farriar, estuvo el terreno que perteneció a una ilustre familia del centro, los Marrero-Wadskier, cuando eso era la Calle de la Fama y la Esquina El Mundial. Ahí se construyó en 1922 el Cine Mundial, con aforo para 1.100 personas, segundo cine de la ciudad detrás del Rívoli.
El Mundial marcó la historia de la ciudad al ser el primero en proyectar una película sonora. “En esa época el Rivoli y el Mundial necesitaban de una orquesta para amenizar la película. La del Cine Mundial era dirigida, nada más y nada menos que por el padre del gran Aldemaro Romero, Rafael Romero Osío”, destaca Cariello.
Por el Cine Mundial pasaron grandes compañías de teatro, puesto que en sus espacios, uno cubierto y otro techado, había suficiente espacio. A finales de 1927 la Compañía de Teatro francesa La Folie visitó la ciudad para presentar una obra que, en aquel entonces, la Valencia conservadora tildó de “erótica”. Monseñor Francisco Antonio Granadillo exigió la suspensión de la función, a cuatro cuadras de la iglesia, pero la gente que ya tenía entradas y quería asistir fue a la plaza Bolívar a protestar frente a la curia. “Esos insultaron al monseñor y le lanzaron todo tipo de cosas”. El sacerdote sufrió un ataque al corazón por la protesta, pero “no murió en ese instante, sino un mes después, en enero de 1928”.
El Cine Mundial estuvo activo desde 1922 hasta 1962. Cuando lo cerraron, la estructura fue demolida y se construyó un nuevo edificio en el que se estableció el Banco Hipotecario del Centro y luego una tienda llamada La Economía. Hoy funciona allí una tienda que vende ropa de algodón, en un espacio que les es difícil llenar.
Cariello aplaude que en la más reciente remodelación, los arquitectos buscaran rehacer la fachada y transformarla en una réplica moderna de lo que fue el antiguo cine. “Con la desaparición del cine, la esquina dejó de ser una de las más bulliciosas y dejó de ser una de las más activas en las noches, para volverse mucho más tranquila, y bueno, esa tranquilidad se mantiene hasta el día de hoy, porque es una calle con pocos comercios y cosas de interés”.
Cariello opina que ese espacio podría ser un espacio ideal para un museo del cine o algún tipo de vinculación con el área audiovisual.
La casa del baile sangriento
Quizás George R. R. Martin haya leído un capítulo de la historia de Venezuela para armar la afamada escena de la boda roja, para el tercer tomo de su libro Juego de Tronos. Si no fue así es una coincidencia.
Cariello ríe con esta similitud y sentado frente a la Plaza Bolívar relata que el famoso baile sangriento ocurrió en la casa de Miguel Antonio Malpica, alias el suizo Malpica. La casa, cuyo número actual es el 99-11, era una de las más grandes de la zona. Ocupaba todo el lado de una cuadra en la Avenida Constitución, cerca del cruce con la Calle Páez. Entonces se llamaba Calle del Sol, esquina de Pabellón Rojo.
Malpica es descrito por el historiador como un “arduo defensor de la corona española en Valencia”, y llegó a ser alcalde y regidor. Pero el hecho más notorio de esta edificación es el baile que organizó José Tomás Boves en el lugar.
El contexto es este: en 1811 Valencia había sido asediada por el ejército de Boves y la ciudad fue bloqueada desde San Blas, al otro lado del río Cabriales, que atraviesa Valencia de norte a sur. Desde ahí el sanguinario jefe realista condenó al burgo a la inanición, evitando que entrara cualquier tipo de guarnición. Eso llevó a los ciudadanos a capitular. El general Boves aceptó y acudió al frente de la iglesia, en donde se persignó y afirmó que respetaría los derechos de los valencianos. Pero sus intenciones eran otras.
Para celebrar la victoria, Boves organizó una fiesta para celebrar la toma de la ciudad e invitó a los principales vecinos. “Quería hacer un baile inolvidable al que asistieron personalidades públicas, los más destacados, en compañía de sus esposos y así, conocerse y dar un discurso en el que reiteraría su respeto a la vida de los valencianos y sus derechos”.
A la fiesta acudieron trescientos soldados, sesenta oficiales y más de cien civiles. Según las crónicas, Boves ordenó a la orquesta que tocara una de sus canciones favoritas “El Piquirico”, una especie de quirpa a cuyo ritmo obligó a las mujeres a bailar, al ritmo de látigos, mientras degollaban a sus maridos.
Luego las esposas fueron violadas y los criollos que quedaban fueron fusilados en la casa de los Urloa, frente a lo que hoy es la Plaza Bolívar. De la fiesta solo sobrevivieron dos hombres, entre ellos el prócer Miguel Peña, quien se presume escapó de la casa disfrazado. “A raíz de ese evento es que parte la idea muy arraigada en Valencia de que te tienen que conocer para tratarte bien. Aquella violación y masacre dejó un precedente de recelo y desconfianza en los valencianos que se transformó en parte de su idiosincracia”, añade Cariello.
Esa misma casa Malpica fue el lugar en el que el general Pablo Morillo fue recibido y curado tras ser herido en la Tercera Batalla de La Puerta. Ahí pernoctó Morillo cuando pasó por Valencia antes de dejar Venezuela en 1820. Morillo fue responsable de la construcción del famoso Puente Morillo sobre el Cabriales, aún en pie, en la calle Colombia con Paseo Cabriales.
También en la casa Malpica, en 1827, Simón Bolívar fue agasajado por José Antonio Paéz, en la que sería la última visita al país del Libertador.
En 1917 la vivienda se transformó en un local comercial. “El primer establecimiento se llamó La Bandera Blanca. Luego estuvieron los famosos almacenes El Pabellón Rojo, icono comercial de Valencia, especializados en artículos de lujo, como el Beco de aquel entonces, activo hasta los 80. Luego vino una cantidad de firmas que no perduran en el tiempo”.
Hoy la casa conserva su fachada pero alberga Mundo Total, que vende calzados, ropa y otros artículos a bajos precios.
La casa donde se quedó Humboldt
Para muchos valencianos el nombre de Fernando Peñalver no suena a prócer, sino al parque más grande de la ciudad. Tampoco la casa de Peñalver, con el número 99-51, es muy conocida, a pesar de que muchos valencianos transitan por ella a diario. En la calle Páez, justo al lado de la casa Malpica, fue la vivienda donde creció este prócer de la independencia quien además de haber sido el primer gobernador de Carabobo, en tiempos de la Primera República, fue diputado al Congreso de Angostura.
“La casa es una joya arquitectónica de la época colonial[, dice Cariello, “una de las primeras casas que se realiza en esa época. Además hay que recordar que Peñalver fue secretario de Bolívar y se mantuvo unido a él incluso en los tiempos de La Cosiata, cuando Venezuela se separó de La Gran Colombia”.
Peñalver habitó en la casa desde 1785 y de ahí en adelante toda su familia. Pero en esa casa también fueron agasajados y hospedados el barón Alexander Von Humboldt y su compañero de expedición, el botánico Aimé Bonpland, en su viaje venezolano de 1799 y 1800.
Con la muerte de Peñalver la casa quedó a cargo de la familia Vera Peñalver. Con los años también se transformó en un espacio comercial. Sufrió importantes remodelaciones en su interior pero conservó su fachada. Hoy es una tienda de ropa íntima.
En la entrada, una vieja placa dice “Aquí vivió Fernando Peñalver”. Para Cariello, esto debería ser un museo.
—¿Sabías que en esta casa vivió Fernando Peñalver? —pregunto a unas extrañas.
—¿Ese no es el del parque?
—Sí, ese mismo —respondo.
-Ah, mira, no sabía. Qué bueno, pero eso debió haber sido hace mucho, porque esto siempre ha sido un negocio.
La casa de Arturo Michelena
Desde que Francisco Cariello se interesó por la historia de las casas de su ciudad, siempre ha considerado que el Estado tiene una deuda histórica con el pintor Arturo Michelena, especialmente en Carabobo. “No es posible que quieran hacer un museo en honor a Mandela, pero a Michelena nada”.
La ciudad donde nació uno de los artistas más célebres de Venezuela carece de un lugar en el que se pueda conocer su legado. Está en la avenida Díaz Moreno, a unos pasos del Capitolio de Carabobo, la casa de infancia de Arturo Michelena. Era la número 98-76, entre las calles Páez y Comercio. Cariello la describe como una “casa más larga que ancha, con un portón y cinco ventanales”.
Allí vivieron el pintor y toda su familia inmediata: primero su abuelo, luego su padre y después él. Todos pintores y con una obra que hizo que Valencia destacara como una ciudad de artistas..
En la vivienda, el padre de Arturo, Juan Antonio Michelena, estableció un prestigioso taller para dar clases de pintura al que asistió también el escultor Andrés Pérez Mujica. En esta casa el artista pintó Cupido Dormido, La rosa, Brayan Triana, En tus brazos, Judit y Holofernes y Un rayo de luz.
Cuando la familia Michelena abandonó la casa, pasó a ser una pensión llamada San Ramón, que funcionó muy poco tiempo. Luego se transformó en un antro hasta que en 1957 fue demolida. “No se tomó en cuenta la referencia cultural de la vivienda, ni por ser el lugar donde nació Michelena, ni por haber sido el taller de su padre”.
El terreno tuvo un destino similar al de muchas otras edificaciones históricas: se convirtió en un estacionamiento. “Aquí hubo una moda de estacionamientos y posteriormente edificaron esos conjuntos comerciales horrorosos”.
Hoy en día hay allí un conjunto comercial y solo una placa que dice “En esta casa nació Arturo Michelena”. Pero no hay casa. La plaza pasa desapercibida, y hasta está medio tapada por el portón de un local donde se vende ropa para niños. Algunas veces bajo esta placa reposa basura, un mendigo o un hombre que alquila teléfonos. “Él es el que algunas veces te dice que aquí estuvo la casa de Michelena”, dice con decepción Cariello.
La calle del tiempo perdido
El centro luce mejor cuidado que hace unos años, pero solo en las calles más importantes. A medida que te alejas de la Plaza Bolívar el descuido es evidente. Cariello señala las casas bajando por la misma calle Colombia hasta el Cabriales. “Fueron las más bellas de Valencia y en todas vivieron personajes muy destacados, cuyos apellidos hoy siguen siendo de relevancia nacional”. Pero gran parte de estas casonas acabaron como moteles y prostíbulos, y hoy muchas de ellas están abandonadas o invadidas. “Las invasiones llevan unos quince años”, dice Cariello, “de cuando Chávez empezó ese boom de tomar las casas abandonadas. Son como un cascarón vacío… Es difícil pensar que esta gente se pueda ir de ahí, no porque no se pueda, sino porque pienso que ellos son una especie de voto seguro para el gobernador”.
A medida que se baja por la calle Colombia el tiempo se quiebra. Las casas conservan a medias el vestigio de sus tiempos de gloria y pasan a tener un aire decadente. Es como estar en Cuba, en donde las casas se derrumban con la lluvia. Un joven sentado en una acera, sin franela y con un tatuaje de cannabis en el pecho, me dice: “Mano, por aquí no viene nadie. Yo llevo tres meses aquí viviendo con mi familia y cuando llueve esto se pone feo. Imaginate, nosotros somos once en la casa”.
Esa casa fue en algún momento el Museo de Antropología. Ahora el frente deja al descubierto el bahareque y una enredadera cubre parte del techo. “Es muy triste que nadie se haga cargo de esto”, dice Cariello. “En esta calle vivieron dos de los blancos criollos con títulos nobiliarios. Eran sus segundas casas. Aquí vivió el Conde de Tovar, y ahí el Marqués de Mijares. En esa casa de ahí vivieron los Ecarri, los Del Prette, familiares del Arzobispo de Valencia, y en esa de ahí, los Heemsen y más arriba vivieron dos primeras damas, una de ellas Menca de Leoni”.
La casa de los Heemsen, la número 94-30, a juicio de Cariello, es la joya del centro histórico: ”La más bella”. Es la única casa de eclecticismo francés tardío del siglo XIX. Fue la primera casa en Valencia en tener piscina y es una de las pocas o quizás la única de la zona no invadida, pero sí abandonada”.
Esta casa, que representa el poder económico que tuvo la ciudad, se ubica en la Avenida 5 de julio, antigua calle de El Prado. Ahí enfrente empezó la empresa de la familia, jabones Las Llaves. Luego fue una clínica. Los niños de la calle pasan con sus carruchas llenas de cartón, algunos reparan montos en las esquinas y otros mendigan sin camisa por el lugar. Es la cara más triste y desoladora: el progreso se preocupó de ese lugar y ahora nadie lo hace, por lo que las heridas del centro de Valencia siguen abiertas. Sin sanar e infectadas de olvido.