Cuando Jhuanna Pino aprendió a nadar lo hizo gracias a Hernán Mendoza. Tenía 5 años y fue el inicio de una carrera deportiva de competición que duró hasta sus 17. Mendoza le enseñó a Jhuanna técnica y disciplina, y se convirtió por casi siete años en su entrenador y su mentor en el Centro Italo Venezolano de Guayana. En natación, como en cualquier otro deporte, la relación entre un entrenador y su alumno es física y constante. Jhuanna entrenaba de martes a sábado y describe su relación con Mendoza como una que, en ciertos momentos, fue más cercana que la que ella tuvo con su padre. Pero a los 11 años, empezó a sentir que la relación cambió.
Fue el día en que Mendoza la besó en la boca, cuenta Jhuanna. En su mente, eso no significaba otra cosa que una aproximación romántica. Forcejeó y se escapó. Se escondió en el baño y le contó a su mamá apenas la vio. “El beso significó un quiebre. Pero antes de eso me había tocado los genitales bajo el agua, durante semanas. Yo forcejeaba mientras nadaba porque no me sentía cómoda, pero no entendía realmente lo que estaba ocurriendo”, cuenta Jhuanna por teléfono desde Miami. “El beso fue determinante para entender que nada de lo que estaba ocurriendo era normal”.
Jhuanna, que ahora tiene 27 años, describe a Mendoza como un entrenador ejemplar, respetado y querido por alumnos y representantes por igual.
“Cuando empecé a trabajar con él era todo muy normal, muy agradable. Él creó una confianza realmente grande entre nosotros. Esto garantiza que las niñas no vayan a hablar”.
Pero sí están hablando. Nattasha Gómez, de 27 años, cuenta algo similar desde Bogotá sobre su experiencia con Mendoza, su entrenador en el Colegio Gonzalo Méndez en Puerto Ordaz. Había sido su profesor desde los ocho años, y cuando cumplió 11 o 12, empezó a darle clases nocturnas. “Un día yo estaba nadando y él entró a la piscina para ayudarme a perfeccionar una técnica. Me puso a flotar boca abajo sujetando una tabla. Empezó a recostar su miembro en la zona de los glúteos, poco a poco empezó a meter su mano por mi traje de baño en la zona genital bajo el agua”, cuenta Nattasha, antes de agregar que con su denuncia le interesa lograr que ninguna niña vuelva a pasar por una situación similar con Mendoza. “La cercanía con él me incomodaba desde mucho antes que eso ocurriera. De hecho, ese día, cuando me dijo que se iba a acercar, me sentí mal inmediatamente”.
En ese momento, la primera reacción de Nattasha fue resistirse, patear el agua y salir de la piscina. Cuenta que Mendoza cambió de actitud rápidamente y le preguntó qué ocurría y por qué no volvía a la piscina. “Volví a clase una vez más y me sentí tan mal que no pude volver más. Vivía con mis abuelos y simplemente les dije que ya no quería ir”.
María hoy tiene 27 años y es estudiante de Medicina en Ciudad Bolívar. También cuenta que a los 12 años su relación con Mendoza cambió. Se empezó a escapar de las clases porque le incomodaba su presencia y no sabía cómo hablarlo con su familia. Un día, su mamá la acompañó a una de las clases de natación. En un momento, la hermana menor de María se sumergió en el agua y vio cómo Mendoza tocaba a su hermana bajo el agua y se lo dijo a su mamá en el sitio. Sacaron a María de clases e hicieron la denuncia en el departamento de natación del Club Italo Venezolano de Ciudad Guayana. “Nunca lo botaron. Yo soy accionista de ese club y lo vi ahí por un tiempo más”, cuenta María con una clara indignación: “Él era una persona por encima del agua, y por debajo era otra”.
Lo que pasa en las redes
Hernán Mendoza es uno de los entrenadores de natación en semillero más reconocidos del estado Bolívar. Le ha dado medallas a muchas instituciones en las que ha trabajado, entre ellas el Club de Abogados, los colegios CIMOS y Gonzalo Méndez, la Escuela de Natación Esther Capriles (cerrada desde 2018), el Centro Portugués Venezolano de Guayana, el Polideportivo Venalum y el Club Italo Venezolano. En julio de 2019 su selección quedó campeona para las categorías de 10 a 18 años del Club CIMOS, en el II Estadal de Natación Preinfantil y Asociado que organizó la Asociación de Deportes Acuáticos de Bolívar. Un año antes fue seleccionado como uno de los mejores entrenadores en representación del Centro Portugués de Guayana, por haber sido campeón del primer Festival de Natación preinfantil y asociados. La escuela de natación que lleva su nombre entrena a niños desde los dos meses de edad, desde inicios de los 2000.
En Twitter han circulado en las últimas semanas 13 testimonios de personas que se identifican como víctimas de Mendoza. Se han involucrado voces que no son de las víctimas y han aparecido etiquetas sensacionalistas y un cierto clima de linchamiento público contra Mendoza, pero más allá de este ruido, ahí están las historias y sus patrones: un lazo de confianza con las alumnas y los familiares, una relación larga de entrenamiento, el inicio de acercamientos incómodos alrededor de los 10 a 12 años de edad, contactos físicos inapropiados durante los ejercicios que incluía restregarles los genitales en el cuerpo a las niñas, obligarlas a agarrarle el miembro por encima del traje de baño durante los ejercicios de respiración, intentos de penetración con los dedos y besos en la boca.
Ninguna de las organizaciones mencionadas respondió nuestras preguntas hechas por mail y por Facebook acerca de su relación actual de Mendoza, ni aportó su versión sobre las denuncias realizadas por alumnas y representantes. Tampoco quisieron pronunciarse sobre los protocolos de prevención o las medidas de acompañamiento para quienes denuncien abuso sexual de parte de un trabajador o un contratado.
Solamente un directivo de una de esas organizaciones aceptó hablar con Cinco8, con la condición de que se ocultara tanto su identidad como la de la organización para la que trabaja, que según él carece de un protocolo interno para manejar denuncias como estas. Dice que no pueden tomar posición sin una investigación conclusiva de la Fiscalía y que su postura es imparcial, pero también que Mendoza es una persona de reputación intachable y que las denuncias están todas hechas desde fuera del país y con cuentas de bots en las redes sociales (aunque admite que esto no lo ha investigado propiamente). Esta persona compartió un mensaje que Mendoza ha estado copiando a sus contactos de WhatsApp, en el cual el entrenador asegura que las denuncias no solo son falsas sino que según el Cicpc son parte de una extorsión a cargo de una banda que contactó a la hija de Mendoza en Europa para pedirle dinero, y que también habría estado acosando a varios profesores de la UCAB Guayana por denuncias similares.
El profesor Mendoza, por su parte, tampoco quiso conceder una entrevista vía telefónica.
Lo que pasa con las denuncias
En 2005 Jhuanna Pino y Yulimar Tagliaferro, de 12 y 9 años respectivamente, denunciaron junto a sus padres la conducta inapropiada de Mendoza a la junta directiva del Centro Italo Venezolano de Ciudad Guayana. Mendoza renunció a su cargo, bajo la amenaza de los padres de ser denunciado ante las autoridades.
En 2011 Keyly, ahora de 19 años y estudiante de Ingeniería, y su madre acudieron al Cuerpo de Investigaciones Científicas Penales y Criminalísticas en Ciudad Guayana, y denunciaron a Mendoza por abuso sexual durante los entrenamientos en el club del Colegio de Abogados. “Insistimos por meses, pero nunca logramos nada. La sensación era que como no me había violado, no importaba que me hubiera violentado”, cuenta Keyly vía telefónica. En sus manos tiene el documento de la denuncia K-11-0071-06826 del 8 de noviembre de 2011, la petición de experticia completa y su examen psicológico. Keyly cuenta que cuando ella tenía 11 años, Mendoza empezó a apretarla y a frotar su miembro contra su espalda y zona genital. La mantenía al lado suyo durante las clases y no dejaba que se uniera al entrenamiento de sus otros compañeros. Keyly recuerda que Mendoza también le tocó los genitales, pero nunca debajo del traje de baño. “Pero sí lo intentaba, yo apretaba las piernas y forcejeaba lo que podía”.
Mendoza no solo era su entrenador, era vecino y amigo de la familia. En ese entonces, Keyly respondió las preguntas de su madre calmadamente, pero no sabía que el proceso de la denuncia sería largo y decepcionante: “Como mi cuñado lo conocía de toda la vida, cuando se enteró, lo golpeó. Mendoza pidió una orden de restricción en su contra. Por nuestro lado, yo hablé con decenas de funcionarios, psicólogos y hasta un ginecólogo. Conté lo que había ocurrido, con tan solo 11 años, una y otra vez. Al final decidimos dejarlo así”.
La legislación que debería proteger a las menores de edad de los actos que describen estas jóvenes no es tan estricta o severa como pensaríamos. Este tipo de contactos están contemplados en la Ley Orgánica Sobre el Derecho de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia, como son los actos lascivos. La ley establece que quien se aproveche de una relación de autoridad para constreñir a una niña, niño o adolescente a un contacto sexual no deseado será sancionado con una pena de dos a seis años de prisión. El caso de los besos, por otra parte, es más complicado aún, pues el criterio que manejan las cortes venezolanas es que para que la conducta (el beso) sea considerada un acto lascivo, tiene que tener “significación sexual”, y esto no es fácil de comprobar. La prescripción del delito de actos lascivos se empieza a contar luego de que la víctima haya cumplido los 18 años, y dependiendo de la sentencia aplicable, la acción para hacer la acusación podría prescribir entre los tres y los siete años.
Lo que pasa con las víctimas
Hace dos años, Keyly pensó retomar las clases de natación, un deporte que amaba pero que había tenido que abandonar. Fue al Polideportivo, y su mamá preguntó si Mendoza por casualidad trabajaba en la institución. Le dijeron que sí y Keyly decidió no inscribirse otra vez.
Vale (nombre falso, ella prefiere proteger su identidad), hoy de 26 años, recordó su experiencia con Mendoza solo cuando vio otra denuncia de abuso sexual. Desde el año pasado acude a terapia, donde ha estudiado la posibilidad de haber reprimido un evento de abuso durante su infancia. Al ver las denuncias en redes sociales, volvió a sentir la angustia que le producía estar cerca de Mendoza. Al principio ni siquiera recordaba su nombre, pero reconoció ciertos elementos similares en los testimonios de otras: “Para mí siempre fue el profesor que me apretaba mucho”, dice Vale. En ese entonces tenía siete años, y recordó cómo Mendoza la apretaba contra su cuerpo y la tocaba durante los ejercicios de respiración: “Recuerdo haber intentado abrir los ojos y ver mis piernitas y muchas burbujas, era desesperante. Pero a esa edad no entendía realmente qué pasaba. Además, debajo del agua los sentidos están limitados: sin poder respirar, sin poder ver, solo sintiendo cosas y de vez en cuando intentando abrir los ojos para saber qué estaba pasando”.
Vale recuerda claramente los forcejeos, la desesperación y la angustia que le causaban sus clases de natación junto a Mendoza. También recordó las conversaciones del vestuario, en el que otras niñas preguntaban si era normal que su entrenador las abrazara tanto y tan fuerte. María Corina (quien también usa un nombre falso porque desea proteger su identidad), por ejemplo, nunca vio clases con Mendoza porque a ella y a su familia le parecían extrañas sus actitudes con los niños: “Veía cómo sentaba a las niñas en sus piernas y hablaba con un lenguaje raro. Intentaba que lo viéramos como un niño más”.
La situación de Vale es, de hecho, bastante común. Abel Saraiba, el coordinador adjunto de Centros Comunitarios de Aprendizaje, Cecodap, una organización venezolana que trabaja en la promoción y defensa de los derechos humanos de la niñez y adolescencia con especial énfasis en la construcción de una convivencia sin violencia, explica que estas situaciones son complicadas de asimilar: “Ocurren muchas cosas cuando un niño es víctima de algún tipo de violencia. Muchos de estos eventos no ocurren de la mano de un extraño, sino de alguien que se vale de una relación de confianza. Aunado al hecho de que puede ser muy complicado para el niño poner en palabras lo que siente y lo que experimenta, se genera confusión, y preocupación por las consecuencias de hablar y reportar el abuso. Si esto es difícil de procesar para un adulto, es mucho más complejo para un niño”.
Saraiba también explica que el trauma tiene una estructura circular. El evento traumático es reprimido pero más adelante, por ejemplo con el primer encuentro con la sexualidad, hay un resurgir de estos recuerdos.
Una palabra tienen en común los testimonios de todas las entrevistadas para esta crónica: “Vergüenza”.
Sin embargo, el trauma no es lo que moldea los testimonios de estas mujeres, sino la búsqueda por trascender las heridas. En gran parte de sus denuncias hablan de la tristeza que han sentido leyendo las denuncias de sus compañeras y de la importancia de evitar que esto vuelva a ocurrir. María, por ejemplo, recuerda un profundo sentimiento de culpa por no haber podido expresarle a su mamá la situación que vivía con Mendoza. Nattasha Gómez se siente físicamente debilitada cada vez que pasa cerca del colegio Gonzalo Méndez.
Keyly se siente fuerte, y solo lamenta haberse separado de una disciplina deportiva que quería cultivar. Jhuanna Pino dice que se mantiene fuerte, libre, abierta, sin heridas o miedos; y es precisamente eso lo que la lleva a hablar: “Me sentí apoyada por mi familia, que me parece que lo manejaron de la mejor forma posible. Me sentí protegida, cuidada. Me ayudaron a entender la situación y ahora no me da miedo hablar de lo que ocurrió. Ahora nos toca a nosotras hacer nuestra parte”.