La primera vez que lo noté fue en junio del 2018, justo antes de tocar en Íntima, el nuevo espacio de Suka. Teníamos que subir a tarima a las 9:00 de la noche y a las 8:45 solo había como ocho personas esperándonos; un evidente fracaso para un show que tanto la banda como el local habían promocionado bastante. Con esas perspectivas, había que tomárselo con soda. Nos montaríamos a las 9:30 con la gente que estuviese ahí y tocaríamos el set completo. Con baja asistencia baja tu paga, pero también la presión.
Entre las 8:45 y las 9:15, llegaron unas 30 personas en goteo constante. Podías escucharlo desde los camerinos, un creciente zumbido de voces y risas, el soundtrack clásico de la vida nocturna. Los minutos cambiaron su ritmo habitual a un paso de tortuga y se me disparó lo que los expertos llaman performance anxiety. El relax zen se convirtió en tensa calma.
—Marico, vamos a la calle un momento —le dije, sediento de aire fresco, a Carlitos, nuestro guitarrista y manager.
No imaginábamos lo que íbamos a ver: un océano de chamos rumbeando, literal, con sus pintas y en manadas, vaping, riendo y coqueteando entre ellos. Carlitos y yo éramos los únicos mayores de 30 años.
No soy de salir de noche, mi versión de rumba nocturna tiene mucho más de Dungeons & Dragons que de reguetón, y dado que nuestros toques previos habían sido de día, yo seguía con la impresión de que la Caracas nocturna era lo que se dice: una tierra imposible de crimen, sombras y silencio.
Pero la realidad desmentía el infundio. ¿No debería ese muchachero estar ya en casa, a salvo de la fauna crepuscular?
Pues al parecer no. Los chamos son los dueños de la noche. Y la usan.
Nocturno underground
—La noche caraqueña no está muerta —me dice Carlitos el sábado 20 de julio, mientras esperamos para tocar en el Moulin Rouge, un fósil de la bohemia de Sabana Grande que aún resiste.
Y si alguien lo sabe, es este pana: Carlos Ramírez. Ha estado en nuestra escena musical desde el 2011, cuando decidió alejarse de su trabajo “de gente” como ingeniero, para entregarse a su pasión. Aficionado, promotor y músico, Carlitos ha interpretado alguno o todos de esos roles en locales icónicos de nuestra capital, la mayoría ya cerrados, como Discovery Bar, Backstage Café, Doors, La Beat y Moulin Rouge.
—Salir de noche hoy tiene sus riesgos —dice—, pero la gente necesita hacer arte y salir a bailar. Por supuesto, las cantidades han cambiado mucho; hace cuatro años tenías a 300 personas en una noche del Moulin. Hoy 150 es una buena asistencia.
El público que esperaba ese sábado por nosotros no era tan grande y estaba compuesto principalmente por leales y amigos. Al salir a la avenida Solano desde el que acostumbraba ser uno de los lugares más populares de la ciudad, había gente buscando rumba, y los locales salseros resonaban con timbales y piano, pero digamos que si llegabas a medianoche, todavía podías conseguir en dónde estacionar.
—Eso está relacionado con la plata y la zona —me explica Carlitos—. Primero, estamos lejos de la quincena; el mejor momento para un toque es inmediatamente después de que la gente recibió su pago. Segundo, estamos entre Sabana Grande y Plaza Venezuela, que tienen fama de ponerse feos en la madrugada. Incluso con ganas de vacilar, la gente respeta eso. Claro, todavía salen, pero se van a la casa temprano y las zonas consideradas «seguras» tienen más gente que los locales más hacia el centro de Caracas.
Es por eso que Suka, en el este de la ciudad, tiende a llenarse. Es uno de los locales más famosos en un centro comercial de por sí popular: el San Ignacio, entre Chacao y el Country Club, lleno de una esquina a otra con lugares para que bebas y bailes. Pese a los muchos incidentes que han ocurrido, sobre todo en el estacionamiento, se lo ve como el menos peligroso de los lugares nocturnos de Caracas.
Hay otras cosas que han cambiado, según Carlitos.
—Si alguien que se fue de Venezuela regresa hoy y sale de noche, lo primero que va a ver es un poco de bandas tributo. Los grandes artistas, los famosos, ya no vienen, y la gente sale buscando la música que le gusta. Tú puedes tener dos toques, uno al lado del otro, y el que toca canciones originales tiene un público más reducido que la banda tributo. Incluso hay tributos a bandas venezolanas, las que construyeron carrera y emigraron, y esto es independiente de géneros y estilos. Hay tributos a Chino y Nacho, por ejemplo.
—Alguien que se fue hace cinco años no reconocería hoy ninguno de los nombres, o locales, de Caracas —coincide Ana Luisa Ces.
Es una comediante con trayectoria, experimentada en tarima, y se te hace difícil no sonreír cuando conversas con ella. Su carisma la ayuda con el público. «La Señora Ana», como la llaman, le replica a Carlitos, pero se refiere a su área.
—Lo que he notado es que Caracas de noche tiene altos y bajos —me dice, tomándonos un café—. Antes tú tenías show en La Quinta Bar (un local nocturno grande en el este de Caracas) y eso se ponía full y era toda la noche. Ahora se llena un solo piso y tienes que hacer tu show temprano, porque la gente se quiere ir temprano. Hay menos voluntad para estar toda la noche fuera.
Ana Luisa alza el índice para advertirme un matiz.
—Dicho eso, hay muchos comediantes, mucha gente presentando cosas y propuestas.
Es lo que menos te esperas: variedad. Muchos de los grandes comediantes locales (como Nanutria, La Nadia y Led Varela) ya no están en Venezuela, pero sus espacios los ocupan otros que ganan seguidores muy rápido, como Ana Luisa o el conocido José Rafael «el profesor» Briceño.
—La escena nocturna se ha transformado y de algún modo ha disminuido —dice Ces—. Pero está lejos de morir.
Más allá de sobrevivir
—La gente quiere ser parte de la transformación de la ciudad. Sólo necesitan una mano amiga.
Ana Cecilia Pereira pertenece a Ciudad Laboratorio, un grupo de activistas empeñados en recuperar la noche de Caracas. Desde marzo han organizado varios festivales en Bello Monte, en esquinas que están en el este de Caracas, ciertamente, pero que se llenan de vida de un modo sorprendente en esos eventos, dado que es una ciudad que se supone vive siempre aterrada.
El 6 de julio, Bello Monte se siente como la ciudad que podría ser. En la tarde fui a un conversatorio sobre la arquitectura europea de la zona. Asistimos 20 personas. Pero conforme el día se convirtió en noche, nuevos locales nocturnos como Java’s Cafe, El Farolito y La Castela florecieron con música y risas, grupos de todo tipo tocaban en vivo para un gentío, había proyecciones de danza o de cine en las paredes de los edificios. Compré una cerveza y me senté en la acera con mis panas, sintiendo que viajaba en el tiempo a esos días del 2008 cuando las cosas no estaban tan mal y la gente se atrevía a salir.
Una ciudad es de su gente, y no del miedo. Este efecto era justo el que buscaba Ciudad Laboratorio.
—Comenzamos un observatorio sobre la Caracas nocturna el año pasado —dice Ana Cecilia con su energía contagiosa—. Eso fue una investigación con un método lo más científico posible, para tener una visión clara de lo que pasa en nuestra ciudad cuando anochece, y para ver cómo podemos mejorar la calidad de vida de los que seguimos acá. Queríamos ser observadores activos.
Esto fue lo que encontraron:
—En la primera etapa de ese observatorio, consideramos la iluminación, el transporte, la seguridad y el flujo natural de personas en 31 espacios públicos. Los primeros tres elementos resultaron ser clave. Si un lugar tenía acceso con transporte público, la asistencia a un evento es alta. La segunda etapa consistía en observar, a las 8:30 pm, los alrededores de estaciones de metro en zonas con vida nocturna: Petare, Chacao, Chacaíto, Bellas Artes y Plaza Sucre. Queríamos medir el flujo de personas, pero también saber quiénes eran esas personas, saber de dónde venían y a dónde iban.
A juzgar por los resultados de esos sondeos, los caraqueños se reúnen en residencias privadas y pasan ahí toda la noche, porque es un contexto en el que se sienten seguros.
—Por eso hicimos ese evento en Colinas de Bello Monte: “Ilumina”. Fue una apuesta para ver si la gente se unía a la reactivación de Caracas, siempre que tuvieran un espacio seguro. Fue un éxito total, más grande de lo que esperábamos.
Una cosa es leerlo y otra es vivirlo. El 27 de julio, Bello Monte tuvo “Nocturneando”, otro festival que convocaba nuestra voluntad para desafiar la culpa del superviviente. Locales con música en vivo, food trucks, galerías de arte con presentaciones y artistas de una escena que es más underground que nunca, porque en los 80 y 90 al menos había una infraestructura artística con grandes promotores celebrando shows. Ahora todo los hacen un grupo de activistas y artistas que no tienen publicidad masiva, pero crean burbujas mágicas dentro de la tragedia.
Una vez leí que «vivir va más allá de sobrevivir», y si eso es cierto en algún lugar, es en la noche de una ciudad que se niega a morir.
Brindo por ti, Caracas.
Esta pieza se publicó originalmente en Caracas Chronicles