Hace poco, muchos venezolanos en las redes sociales se encontraron con un video de una dama emocionada desempacando un juego de Marapolio, una versión del clásico Monopolio donde el cruce está en la locación: Maracaibo, la segunda ciudad más grande de Venezuela. En el video, podemos ver el apreciado recibimiento de un producto claramente bien hecho, con la señora mostrando el orgullo típico del maracucho.
Siendo como soy el maracucho residente de Cinco8, me dieron la tarea de echar un vistazo a este inusual producto, y encontré toda una historia detrás de este simple juego de mesa, con un montón de ingredientes que la verdad es que se acercan a mi corazón zuliano.
No hay Monopolio en el Monopolio
Resulta que el video en las redes sociales ni siquiera tocaba la punta del iceberg en la historia. Para cualquiera viendo el video, incluyéndome, la percepción sugería que este es un producto nuevo salido de la mente nostálgica de algún empresario zuliano.
Pues no.
Marapolio como tal no es nuevo para nada; su creador es Carlos Fung, un residente de la Florida. El juego es producido por su empresa Montesacro Editores y la primera edición salió en 1996, una versión rudimentaria como el mismo Fung admite. Al pasar los años hubo cambios en la manufactura, que usaba materiales importados de distintos países en algún momento dado (Venezuela, Colombia, China), y esta versión hecha en Estados Unidos salió el año pasado. Fue un éxito inmediato: el lote de 500 juegos se vendió en el primer mes de su salida al mercado, tanto en tiendas físicas como por Instagram. Carlos me dice que el video le ha dado un empuje increíble a la demanda, al punto que, por ahora, hay que esperar a que salga el nuevo lote de Marapolios durante marzo para volver a encargar.
Apenas vi lo bien hecho que parecía ser el Marapolio, una de las primeras cosas que pensé es que debe haber algún tipo de límite legal cruzado con Hasbro, la compañía que actualmente ostenta los derechos de comercialización de Monopolio.
Pero Carlos me explicó que, aunque Hasbro es dueña de Monopolio, la patente del juego expiró hace muchos años (la versión original salió al mercado en 1935), lo que significa que cualquiera puede hacer un juego de mesa que tenga la mecánica de comprar y vender propiedades, siempre y cuando el nombre y las características difieran a las de Monopoly. Por eso no hay Avenida Baltic en Marapolio, pero sí Avenida El Milagro.
De hecho, este no es ni siquiera el primer Monopolio venezolano; otra versión, tan “venezolana” que todas las calles eran de Caracas, fue hecha y vendida con éxito en los años 80. Pero disfruté particularmente algo que el educado señor Fung me dijo: él y sus amigos eran entusiastas de los juegos de mesa y un día, jugando el clásico Monopolio entre ellos, uno mencionó lo genial que sería jugarlo con las calles de Maracaibo.
Cónsono con el comportamiento de una mente sana y curiosa, Carlos se dio a la tarea de hacer una versión marabina del Monopolio a mano, y la trajo consigo a la próxima noche de juegos, para el beneplácito de todos sus amigos.
Fue este grupo el que sugirió convertir el Marapolio en un negocio.
Marapolio versus Maracaibo
Esta versión zuliana absoluta tiene similitudes con la Maracaibo real, que no es la ciudad que era hace cinco años, ni mucho menos veinticinco. Una de las cosas que tiene sentido es la secuencia de las calles en el tablero, que siguen una configuración geográfica coherente si la comparamos con la ciudad que intenta recrear. Otra perlita es que las zonas más caras del tablero también se corresponden a la realidad, con el Sector La Lago y La Virginia como los bienes raíces más valiosos.
Los precios están en bolívares, una noción cada vez más nostálgica y anticuada estos días. Los Haticos, por ejemplo, están entre las más baratas: a 80 bolívares, mientras que La Virginia se cotiza a 400. En la vida real, con bolívares no se pueden comprar o alquilar propiedades en Maracaibo, pero sin duda es posible adquirir —por precios relativamente bajos— una casa en La Paragua. Por 20.000 dólares, por ejemplo, una ganga considerando que hace seis años el precio por una propiedad en esa zona clase media podría fácilmente alcanzar los 120.000 dólares. En Marapolio, La Paragua vale 240 bolívares, lo cual está dentro del rango de cualquier jugador astuto.
Me pregunto si en el juego, como en la ciudad real, los jugadores podrán rehusarse a aceptar billetes rotos o rayados. Todo se vende en dólares en Maracaibo, pero nadie acepta un billete que esté ligeramente roto en alguna esquina o con un bigote en la cara de George Washington. De hecho, la gente con dólares “dañados” puede ir al centro y venderlos por debajo de su valor. Si tienes un billete de 50 con alguna imperfección, puedes venderlo por el 75 % de su valor. Después la persona que compra el billete viaja a Colombia y deposita el dinero, haciendo una ganancia nada despreciable. Quizás deberían incluir esto en las reglas de Marapolio.
Otro aspecto que el Marapolio puede incorporar, para acercarse a la realidad, es la escasez de billetes de baja denominación, fenómeno que termina obligando a la gente a comprar cosas que originalmente no quería para lograr el cambio exacto en la caja. Sería como decir, el Banco de Marapolio no tiene efectivo, así que te tocará comprar un hotel en El Varillal cuando sólo querías una casa en Indio Mara.
Marapolio es bastante fiel a la ciudad que representa, aunque tenga ribetes románticos con algunos aspectos culturales que se han deteriorado en el transcurso de esta crisis perpetua que vivimos. Los jugadores locales disfrutarán “Ruta 2” y “Ruta 6”, clásicos medios de transporte citadinos. Corpoelec e Hidrolago (las empresas del Estado encargadas de los suministros de electricidad y agua) también aparecen; estoy seguro de que los jugadores más jocosos maldecirán estas compañías, como lo hacen en la vida real. Las tarjetas están escritas además con acento local, que es un lindo toque: “Ahí teneís” y “pa’ que sepáis” proporcionan bonos o instrucciones como “agarrá pa’ la parada de bus más cerquita, y le pagáis al dueño el doble de alquiler. Si no tiene dueño, la podéis comprar”.
No es una sorpresa que el Marapolio se haya agotado, con tantos maracuchos viviendo en el exterior, añorando una ciudad que ya no existe. Cualquier recuerdo de esa Maracaibo que dejaron atrás le da vida a los expatriados, que se deleitan con las memorias que cargan, y esta original chispa de creatividad maracucha, tan bien hecha y recibida, debería ser un motivo de sonrisa para todos los venezolanos, donde sea que estén.
Lo es para mí, al menos.