Mientras espero el transporte, me fijo en el teléfono público vandalizado: el auricular guinda del cable. En esta esquina de Santa Rosa, en Valencia, por la Av. Las Ferias, pasan los buses que van a toda la ciudad, gente apurada pendiente de los amigos de lo ajeno, vendedores ambulantes como arroz; dos policías montan su alcabala de rebusque y el tráfico grita.
Es la ciudad industrial que se niega a perder su dinamismo. Pero es un sábado temprano, y quiero aliviarme un poco de la vida urbana. Estoy de primero en la larga cola de esta parada, donde carros particulares cobran tres dólares el pasaje, para irme al occidente del estado Carabobo, a la región conocida como los Valles Altos. Ahí están los municipios Bejuma, Miranda y Montalbán, a menos de una hora de Valencia. Se llega a ellos subiendo por la carretera La Panamericana, hasta los seiscientos metros sobre el nivel del mar. Sin darme cuenta, las montañas van creciendo hasta llenar el espacio de aire puro y fresco.
Es una zona de valor histórico importante. Por ahí está Chirgua, un pequeño valle productor de papa donde se encuentra la Hacienda Monte Sacro, que fue propiedad de los Bolívar y de Nelson Aldrich Rockefeller, el millonario petrolero. También Bejuma, capital del municipio, fundado en 1843 por un grupo de familias, la mayoría de ascendencia española, entre los que destaca Ezequiel González, que creó las primeras estampillas de Venezuela en 1854 para que se pudiera pagar por el correo: las Bejuma, una rareza filatélica.
Los Valles Altos ha llamado la atención un experimento turístico que está saliendo bien: haciendas y posadas que no solo ofrecen el esperado servicio de hospedaje y encuentro con la naturaleza.
Dos remansos en Aguirre
En 1989, el médico Efraín Hoffmann fundó en Aguirre un centro de sanación enfocado en prácticas que incluían medicina tradicional y complementaria. Con el tiempo, Hacienda La Concepción se convertiría en el proyecto más importante de posada ecoturística de los Valles Altos. A cinco minutos de Bejuma, La Concepción ofrece el “Sistema Hoffmann de sanación holística” en instalaciones que incluyen un Jardín Etnobotánico y una Escuela Agroecológica, y atención psicofísica con prácticas de yoga, meditación o acupuntura.
Los visitantes de La Concepción a veces se quedan a conocer el pueblo, con su pequeño casco central dominado por la capilla y una placita, rodeadas por algunas casas de bahareque. Entre las fincas que rodean Aguirre hay algo más. En 2005 Maritza Restrepo decidió convertir su casa en una posada que fuera también un rincón para el arte, Amarama Posada. “Mi deseo es brindar una paz, ¿sabes? Hay una cantidad de colores que te invitan a estar alegre, a estar feliz…”, cuenta Maritza. Para ella, aliviar “el ruido mental de la ciudad, así como de ciertas emociones que tenemos” es determinante en estos tiempos. Sin duda, la experiencia en Amarama Posada es particular: mucho color, esculturas, pinturas; es como estar en una galería pero en medio del frío de la montaña y el invisible canto de los pájaros. Aquí se pueden ver clases de yoga y, a pocos pasos, iniciar un recorrido de montaña.
Turismo con propósito en La Cumbre
De Aguirre yendo hacia el norte, vía Canoabo, en La Cumbre, un matrimonio de alemanes, Norbert y Gaby, fundaron Posada Ecológica Casa María en 1992. Apostaron primero por el cuidado y la conservación de la flora y la fauna del lugar; luego por una posada ecológica en la que los visitantes no solo fuesen por turismo sino también para descubrir cómo es un espacio natural —de 16 hectáreas— casi sin intervención humana.
El logro más importante, señala Norbert, es el bosque actual que “hace una década era puro gamelote que invadió el espacio deforestado… una difícil tarea de reforestación pero con sudor y entusiasmo lo logramos… ahora el bosque es suficientemente fuerte y sigue su propio camino”.
Su lema es “turismo con propósito”. Este alude, más que a un negocio, a una forma de vida que responde a un llamado interior al cual respondieron con fervor. En Posada Ecológica Casa María se tiene la sensación de estar inmerso en la vida natural absoluta: diversos sonidos de animales, algunos reconocibles como el del gallo y otros más extraños como de aves salvajes que infunden misterio; la variedad de árboles, algunos cedros gigantes como edificios, a los cuales se sube para convertirlos en mirador natural; jardines botánicos tan coloridos que si no te acercas bien parecen una pintura impresionista. Hay piscinas, comedor, salón para charlas, pero además Norbert creó un atractivo único en la región: la Bugparadise Lodge, una casa “estrictamente ecológica” que funciona con paneles solares a la que se llega en carritos rústicos.
Una hacienda en Bejuma
Así, encima de Canoabo, a las cuatro de la tarde la espesa neblina me impide ver el rostro de la persona a quien le doy el apretón de manos de despedida. Vuelvo a Bejuma, un pueblo con aires de ciudad, todavía limpio en sus calles y aceras y con mucho movimiento de personas, para llegar a Hacienda La Calceta, a diez minutos del pueblo. Fue el hogar de unos alemanes, convertido luego en posada, pero sin éxito sostenido hasta que en 2012 una bejumera, Patricia Rafaschieri, asume la administración de la hacienda para iniciar un proyecto turístico con propósito social. Es la Casa Abrigo Hogar de Muchas Manos, de la que ella es creadora aquí en Bejuma, y donde apoya a más de sesenta niñas en situación de riesgo.
Al llegar a la hacienda, el camino de grandes chaguaramos bordea una loma dominada por una casa de tejas y corredores llenos de hamacas. Ahí están las habitaciones y el restaurante, que ofrece el único sushi bar de la región y cocina de comida criolla “como hecha en casa”.
La hacienda ofrece full day, campamentos, recorridos por la montaña y senderismo a pozos de agua cristalina que surten la piscina semiolímpica que está frente a una churuata. Patricia ha hecho un “difícil trabajo de recuperación de los espacios, pero ha valido la pena”, dice.
Huir de la ciudad, crear un santuario
Al extremo norte de Bejuma, en la cima de una montaña donde termina La Calceta, se pueden ver los pueblos en los valles; apartados por la sierra de la costa venezolana. El auge de las posadas estimuló proyectos más pequeños, casi familiares.
Carlos Barrios y su esposa dejaron la ciudad de Valencia para instalarse en Canoabo y fundar Posada Spa la Cima del Cielo. Con gran esfuerzo todavía hoy hacen de meseros y anfitriones, a la vez. Es una historia de constancia. “La fui haciendo, mientras supuestamente el Gobierno iba a darme un crédito”, cuenta Carlos. “¡Qué va! Terminé la posada y el crédito nunca apareció… pero de verdad que uno cuenta es con uno mismo, sí se puede…”.
No menos curiosa es la historia del regalo que un arquitecto colombiano hizo a su amada por los veinte años de matrimonio, una casa de campo a diez minutos al sur de Bejuma. La pareja terminó separándose, pero la casa queda, y hoy es Sierra Verde Posada Spa.
El panorama aquí es el de gente que sigue creyendo en el valor que tiene recibir y hospedar calurosamente a los visitantes, o la oportunidad de mostrar a los pobladores la belleza desconocida de su propio lugar y, tal vez, plantearse el desafío de contribuir con el desarrollo social y económico de una región a la que su geografía ha apartado del desarrollo urbano moderno. Estos emprendimientos atraen visitantes, venden productos locales y son una importante fuente de empleo en las comunidades vecinas. Sin petróleo, sin grandes inversiones de infraestructura fuera de las carreteras que existen desde mucho tiempo, y con dos aliados: la naturaleza y la tenacidad de los venezolanos.