Las ciudades viven y respiran con el arte que llena sus calles, y Madrid no es la excepción. Desde el graffiti de las paredes de Vallecas hasta las esculturas escondidas en Malasaña, sus calles están llenas de pequeñas demostraciones artísticas.
En el espacio público de Madrid, como pasa en toda España, abundan los músicos de plaza. Sea en la Puerta del Sol, subiendo unos metros a la plaza Callao, el Time Square madrileño, o cualquier lugar donde esté la estatua de un viejo rey suele haber algún joven con una guitarra, un teclado o incluso una batería. Y cada vez más puede que tenga acento venezolano.
Justo en la plaza Callao suele estar Isabella Parada, mejor conocida como Belle en las redes sociales, cantando algún tema de Broadway o un sencillo nuevo de Olivia Rodrigo, la artista pop del momento. Tiene ya tres años en Madrid y solo dejó de cantar en las plazas cuando la pandemia la obligó. Pero también ha subido sus composiciones a YouTube:
“Puede ser una plataforma, ya por cantar en la calle me han ofrecido cantar en algunos bares”, cuenta Belle, que además está trabajando en grabar su propia música. Es normal verla rodeada de un público que ya sabe que estará allí de lunes a jueves alrededor de las 6 de la tarde y otros tantos espectadores que se tropiezan con su voz y el pequeño altavoz que la acompaña.
En el metro también hay venezolanos dejándose escuchar. Una de ellas, Analisse, se describe así misma en sus redes como “Cantante venezolana, llena de matices latinos, con aires de blues y soul”. Eso se traduce en la construcción del setlist con el que recorre la línea 6 del metro, seis días a la semana, acompañada de una maleta con su corneta, varios clásicos del pop español, canciones de los 70 e incluso alguna pieza de Yordano, Franco de Vita u otro intérprete de aquella “nueva canción venezolana” de los ochenta. A diferencia de las plazas, en el metro no cuentan los permisos ni los horarios, y alguna vez la policía le ha pedido que abandone el vagón. A pesar de ello, defiende la conexión que se forma entre el público y ella.
Analisse estuvo un tiempo trabajando en un puesto administrativo, pero su pasión por la música la llevó a cantar en las calles. Poco a poco se le han abierto otras puertas: “He podido cantar en varios bolos (conciertos) y en algún evento privado”, comenta ahora que está dedicada al canto a tiempo completo. Su voz es una de las que se escucha en los innumerables videos de los balcones de Madrid durante el encierro del año pasado, sumando música a los aplausos que se volvieron tradicionales por esos días.
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En la conocida Gran Vía, un grupo de personas se para a ver un imitador venezolano de Michael Jackson. Los hits más conocidos del Rey del Pop salen de unas pequeñas bocinas a su lado. Los años de práctica lo han convertido en toda una atracción para quienes pasan cerca. No es raro conseguirse un par de caras repetidas, gente que lo ha observado antes y decide acercarse a su esquina habitual. Tiene sentido: una rutina de Leo es quizás lo más cercano a un concierto en vivo de Jackson que puede conseguirse en la ciudad.
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Belle señala que últimamente hay más inmigrantes cantando en la calle, no solo venezolanos. Argentinos, dominicanos y alguno que otro europeo que llegaron el año pasado, cuando las normas anticovid de Madrid eran más laxas que en otras capitales del continente. A pesar de eso los músicos venezolanos han formado una pequeña comunidad. “Nos apoyamos, aunque siempre hay alguien que no ayuda. Antes teníamos incluso un grupo de Whatsapp, aunque lo dejamos de usar con la pandemia”, cuenta Belle.
Es cierto que no es un ingreso demasiado estable.
Según Belle y Annalisse, un día de trabajo puede generar entre 30 y 150 euros, pero fluctúa mucho por temporada. Los días de lluvia o nieve pueden encerrarlas en casa, a ellas y a su público.
Este año ha habido varios así, más que en otros, y la pausa por la pandemia, sumada a los meses posteriores al encierro, donde las medidas de contención sacaron a los músicos de las plazas, golpeó los ahorros de muchos.
Sin embargo, ellas insisten, igual que otros artistas como Dani Terzo, quien mezcla ritmos caribeños como el bolero con canciones de pop más tradicionales, o las jóvenes violinistas de Duodeno que aunque han conseguido un espacio en varias tarimas importantes de la ciudad y en eventos privados no dejan de llevar sus instrumentos a la Plaza del Sol o a la de Ópera.
Aunque deban adaptar su repertorio, los migrantes venezolanos ya son parte permanente de la música de las calles de Madrid. Y por más complicado que sea adaptarse a una nueva ciudad, el trabajo que hacen los artistas callejeros es una de las muestras más evidentes de cómo los inmigrantes enriquecen los lugares que ahora consideran su hogar.