Por la consulta del cirujano plástico Carlos Delgado, en Valencia, han pasado muchas mujeres, de distintas edades y proveniencias. A estas mujeres les ha cambiado el tamaño de los senos, de los glúteos, y a sus cinturas y abdómenes les ha dado una apariencia escultural.
Es martes por la mañana y Delgado está listo para hacer una cirugía. Se trata de un mommy makeover, una intervención cuyo objetivo es devolverle a una mujer que ha sido mamá la figura que tenía antes de dar a luz. En este caso la paciente ha sido madre tres veces y su abdomen está distendido, por lo que necesita una dermolipectomía, con la cual le quitan el tejido graso y colgante, dándole una apariencia firme y plana. Además van a levantarle los glúteos, transfiriendo grasa a la zona en cuestión, y ponerle implantes en los senos. En el quirófano todos llevan equipos de bioseguridad, tapabocas, guantes y una braga que cubre todo el cuerpo en color rojo, casi parecen personajes de la serie de Netflix La Casa de Papel.
Quitar grasa, colocarla en glúteos, poner implantes, inyectar botox… todo esto es parte de un proceso rutinario. Sin embargo, la operación de esta paciente ronda entre los 5.000 y 15.000 dólares, según datos de la la Sociedad Venezolana de Cirugía Plástica Reconstructiva Estética y Maxilofacial (Svcprem).
Aun cuando el colapso económico ha generado en la sociedad venezolana un cambio de prioridades, aún hay pacientes que siguen recurriendo a los servicios de cirugía plástica, ahora ligados a las condiciones de flexibilización y una práctica médica segura para generar todas las condiciones posibles, explica Edgar Martínez, presidente de Svcprem. Delgado ha visto una merma desde 2015, pero su flujo de pacientes es estable.
“Operaditas y culoncitas”
Marcela Molina es cirujana plástica y reconstructiva. Tiene su consulta en Caracas. Ejerce la subespecialización desde 2009 y recuerda que desde que se graduó hasta el 2012 en Venezuela podía llegar a ver más de 20 pacientes por día. «Yo operaba todos los días uno o dos pacientes». Molina, a diferencia de Martínez y Delgado, comenzó a ver la merma en 2013, aunque recalca que el 2015 fue el año en el que más se hizo evidente la crisis. «Había días en los que no pasaba consulta. Era terrible».
Molina explica que a diferencia de otros países, en Venezuela cualquiera podía hacerse una cirugía plástica. «Aquí la que limpia ahorraba y se hacía un aumento mamario. No quiero sonar como discriminativa, solo que aquellas que menos ganaban podían hacer lo mismo que una empresaria».
Venezuela también tenía una particularidad y era que en los servicios públicos se hacían cirugías plásticas. En este caso la mujer compraba sus implantes y acudía a un hospital, si no podía pagar en clínicas privadas algo más de confort y prestigio.
Hoy un par de prótesis mamarias cuesta entre $800 y $1.000, y puede llegar hasta $1.500.
Niloy Leal entra en esa población con posibilidades económicas para pagar una cirugía de esta magnitud, en su caso más que una, porque se ha hecho una liposucción y una rinoplastia.
Leal se graduó hace poco de periodismo en la Universidad Central de Venezuela y se dedica a la producción de videos musicales, aunque admite que no está enfocada en eso, sino más bien en sacar su línea de ropa y vender maquillaje. «Hago un poquito de todo».
Siempre al verse en el espejo se calificaba como una «niña linda», pero su cuerpo no la terminaba de convencer. «No estaba feliz con mi cuerpo, no me gustaba. Quería ser flaca y adelgazar me costaba mucho, fui a mil nutricionistas e hice millones de dietas locas que me hacían rebajar, pero el rebote era peor, entonces entendí que la mejor dieta no recaía en quitarse comida, si no en saber comer».
Pero la grasa en su tronco debía desaparecer sí o sí. Por eso, hace un año Niloy acudió a un cirujano plástico para que en una liposucción se la quitaran toda: «Se me dio la oportunidad y fue la mejor decisión del mundo. Eso me subió la autoestima. No es que me odiara, pero al ver que todo me quedaba bien, mi autoestima subió, no solo cambié por fuera, sino por dentro, porque antes estaba súper apagadita».
Niloy prefiere mantener en secreto los costos de sus cirugías. «Creo que eso es algo demasiado personal. No es fácil hacérselas, son muy costosas, pero aquí en Venezuela todas las mujeres tienen las tetas operadas. La venezolana siempre ha sido muy coqueta y hace lo imposible para verse bonita. Somos operaditas, cinturita pequeña y culoncitas».
Por los momentos no se haría otra operación, por ahora prefiere recurrir al Botox y a un relleno de labios. «¿Sabes? Cositas faciales». Admite que para ella la belleza es adictiva porque siempre quieres la mejor versión de ti. «A mí me parece bien».
Vuelta a la patria y a sus cirujanos
Delgado, Molina y Martínez son parte de los 586 cirujanos plásticos en Venezuela según la Svcprem. Hace 20 años Venezuela era un destino fijo para hacerse cirugías plásticas, y era el tercer país que más llevaba a cabo procedimientos de este tipo. Así seguía siendo en la última década, puesto que Molina y Delgado han atendido pacientes extranjeros: se les ofrecía un paquete con un hospedaje especial para la recuperación postoperatoria, pero ambos coinciden en que del extranjero vienen mayormente venezolanas que han ahorrado con sus trabajos y confían en el trabajo de los cirujanos locales. «Aprovechan, vienen a visitar familiares y hacen diligencias», puntualiza Molina.
En Venezuela es difícil saber cuántas cirugías plásticas se practican al año, en vista que el Ministerio de Salud no ha emitido los anuarios correspondientes para conocer esos datos. Muchos cirujanos temen revelar cuántos pacientes atienden normalmente y cuántas cirugías practican en un año o un mes. Martínez estima que cada cirujano puede realizar unas 10 operaciones por mes, por lo que anualmente se llevarían a cabo un estimado de 70.320 cirugías plásticas, con la mamoplastia en el primer lugar, seguida por la lipoescultura de alta definición y por procedimientos faciales como la rinoplastia.
Molina precisa que antes de la pandemia podía llegar a los 30 pacientes por mes y ahora redujo los días de consulta por el covid-19, por lo que puede llegar a ver entre 8 y 16 pacientes por mes, los cuales pagan $40 por la consulta.
La divina Marjorie
Delgado coincide en la variedad de los perfiles, pero la mayoría de sus clientes son amas de casa, con maridos de poder adquisitivo, y también está la figura de la mujer independiente con una carrera exitosa. Sin embargo, hay otro perfil muy común: mujeres que ejercen la prostitución, que ahorrran o tienen a algún cliente que las patrocina. “La mayoría de mis pacientes son jóvenes o de mediana edad. También hay un pequeño porcentaje de mujeres de la tercera edad, pero ellas buscan primordialmente retoques faciales. Sin embargo, hay un grupo importante de cirujanos que manejan una cartera de pacientes que se mueven en ese mundo”.
Una de esas es Marjorie, de 30 años. Cuando le preguntan que cómo está, ella siempre responde «divina». Sonrisa perfecta, senos operados, glúteos abultados, cintura de avispa y un abdomen marcado.
Sus primeras dos operaciones se las hizo hace dos años, sus senos y la esterilización. En ese entonces un cliente italiano pagó la cuenta, que no era exorbitante. Sus dientes fueron hechos gracias a su trabajo diario y recientemente se iba a realizar una liposucción con el cirujano plástico Alejandro Álvarez, pero el médico falleció por covid-19. La cuenta de esta operación la pagaría un nuevo cliente, un valenciano dueño de centros comerciales y estaciones de gasolina en la región.
Marjorie ha tenido la fortuna de tener patrocinadores. Muchas personas de poder requieren sus servicios y su historia es la de muchas otras.
En las consultas médicas se ha vuelto cada vez más común la visita de pacientes vinculados a la esfera gobernante.
Delgado no dice quiénes son, por ética profesional. “Es inevitable. Si eres un buen cirujano vas a tener personas reconocidas, cantantes, artistas, empresarios. No es algo anormal, siempre ha sido así. He atendido a personajes relacionados a la alta esfera política de ambos lados, pero son más frecuentes los que pertenecen al gobierno. Hay una gran variedad, pueden ser personas de rangos medios, pueden ser hijas de ministros o hasta funcionarios”. Molina precisa que muchas veces se percata luego de un tiempo que sus pacientes están vinculados al gobierno. «No son de la élite del gobierno, no ha llegado a mi consulta alguien con tanto poder».
Jesús Rincón, de 22 años y comunicador social, trabaja en una agencia de publicidad en Caracas. Sin embargo, su salario no rinde para cubrir su rinoplastia, que costó 4.000 dólares hace tres meses. Sus padres, ambos funcionarios, pagaron la cirugía. Años atrás, Jesús ya había pasado por una cirugía otoplástica, porque no estaba conforme con la apariencia de sus orejas, pero el precio no lo recuerda.
Según Molina el precio de la primera cirugía es bastante aceptable, aunque detalla que mientras más experto sea el cirujano, más costosa será. «Alguien recién graduado puede cobrarte mucho menos».
“Al dejar de existir alternativas como los créditos, todas las cirugías pasaron a pagarse de contado. No significa que se opere menos, sino que la crisis excluyó a un estrato”, analiza Carlos Delgado. Por ahora, este profesional opera de tres a cuatro pacientes semanales, una cifra por encima de la que Martínez mencionó. Además, en consulta, recibe entre quince y veinte cada semana. No necesariamente todas estos pacientes quieren pasar por quirófano; la sola curiosidad los lleva a pagar el precio de la consulta, el cual se reserva.
A Venezuela siguen llegando prótesis mamarias de distintas marcas como Motiva, Polytech o Aryon. El presidente de la Sociedad Venezolana de Cirugía Plástica detalla que ha bajado mucho la venta de implantes, pero que todavía se consiguen. “Hay menos operaciones, pero por la escasez de implantes no hay que preocuparse”.