A Andrés Pérez toda su vida le ha perseguido el mote de “maricón”. Desde siempre supo que era gay, pero a los 13 empezó a exteriorizarlo y en la vestimenta encontró una forma de expresión y de libertad.
Caminar por Guarenas, en el estado Miranda, era para él mucho más difícil que para otros. Su entorno no entendía que un chamo de 14 años, hoy de 27, llevara una cartera colgada de su hombro y un estilo que causaba desconcierto. No parecía una mujer pero tampoco del todo un hombre, aunque su fisonomía corpulenta y su barba pudieran hacer creer lo contrario a algunas personas.
Andrés siempre percibió los géneros de forma diferente. Le aburre la idea de la mujer siempre vestida como mujer y del hombre cuyo aspecto nunca da paso a la delicadeza. Hoy define su estilo como genderless, es decir, sin género. Cuando le preguntan qué es eso, él responde que es “bailar entre los géneros, fluir y ser libre de vestir como cada quien quiere, sin miedo a los estereotipos”.
Esa sensación de ser visto como un fenómeno marcó gran parte de su vida, en especial, su adolescencia. En su hogar, donde salvo él todas son mujeres, el tema de su sexualidad nunca fue importante. Pero cuando debía ir al liceo la historia cambiaba.
Aquello de ir uniformado con pantalón de gabardina azul y una chemise azul clara no le simpatizaba. “Era un uniforme, pero la forma en la que me gustaba, no era igual al de los hombres. Percibía ese uniforme como una práctica militar y eso me hacía ruido”. Ese deseo constante de libertad le trajo problemas, porque él quería estilizar el pantalón, que se viera distinto; con la bota de otra forma, y que sus zapatos tuvieran un estilo diverso al de los otros hombres”.
No pasó mucho tiempo hasta que aquella conducta desencadenó violencia en su entorno. “Hombres y mujeres me agarraban a golpes. Una vez en el patio del recreo, como no teníamos dinero para comprar los zapatos escolares me puse unos Keds blancos, los que parecen de enfermera, y por eso me golpearon y me rompieron el uniforme. Luego fui con un jean y una franela blanca y por eso me golpearon también. Entonces el problema era conmigo”.
Dicha situación, repetida una y otra vez, lo llevó a cursar cuarto y quinto año en un parasistema donde a sus compañeros, entre esos un carnicero y una señora evangélica, poco les importaba la cartera que se llevara o el tipo de accesorio que portara. Veían solamente a una persona. Esto no quiere decir que lo entendieran, solo lo respetaban.
Ahora, cada vez que puede, en su trabajo como estilista intenta incluir la vestimenta genderless, y con esto romper la barrera de colores, siluetas y texturas que se asocian con lo masculino y lo femenino.
“Soy un hombre que hasta ahora está bien con su género y sexo”, dice Andrés, “pero no me sentía representado en las figuras masculinas. Siempre me he sentido más inclinado hacia la ropa femenina, pero ahora veo la ropa como ropa y ya, no es que pienso que esta silueta es femenina porque si no, sigo segmentando”.
Trascender las concepciones
Para la estilista y directora de arte venezolana Daniela Benaím, radicada en Londres desde 2018, la moda genderless consiste en romper la concepción de lo masculino y lo femenino. “Va más allá de vestir a un hombre de mujer o una mujer vestida de hombre”. Especifica que es derribar la frontera entre los géneros, todas las concepciones sobre la masculinidad y feminidad en el vestuario.
Para Daniela una vestimenta jamás puede verse solo desde lo estético, sino que siempre hay un significado y un mensaje. Las concepciones de lo femenino y masculino son “bastante modernas y cien por ciento culturales”, y que la genderless fashion tiene una connotación política, social y cultural dentro del cambio que está ocurriendo en el mundo, pero también como producto de una historia, que viene de los dandies como Oscar Wilde en el siglo XIX, las feministas de los sesenta usando ropa asociada a lo masculino, y artistas como Jimmy Hendrix, David Bowie y Prince experimentando con la concepción del género tanto en el escenario como en las tapas de sus álbumes. Luego llegaron diseñadores como Jean Paul Gaultier o Yamamoto. Y otros diseñadores venezolanos, como Daniela, que trabajan fuera de los géneros. Uno de ellos es Jorge Koubbe.
Daniela resalta que ir genderless no significa hacer desaparecer las siluetas del cuerpo ni dejar a un lado la sensualidad, “porque un hombre que use prendas que se consideran de mujer no tiene que abandonar la sensualidad masculina y una mujer puede usar prendas que se consideran de hombre y seguir siendo tan sexy o hasta más. Tiene mucho que ver con no limitarnos a lo que la sociedad ha dicho”.
Daniela opina que Venezuela aún se encuentra en pañales en este tema, aunque ve algunos avances y cree con convicción que para crear cambios se necesitan hechos que generen impacto para mover las bases. La vestuarista, cuyos trabajos han aparecido en revistas de moda como Vogue, recuerda que un cambio importante para la moda genderless es que ahora es mucho más mainstream y hay aceptación de todas las identidades de género. “Ha habido una ruptura de estigmas y eso ha abierto la posibilidad de que las marcas más fast fashion comiencen a experimentar”.
Benaím cree que la escasez en Venezuela va a abrir espacio para otros estilos, porque la gente tendrá que experimentar para resolver problemas.
Ya le pasó a ella con una marca venezolana que prefiere no mencionar, a la que solo le llegó mercancía etiquetada para hombres. Ella les aconsejó entonces hacer una fusión en los géneros y aunque no era lo ideal e incomodaba a la empresa, decidieron tomar el riesgo. “A veces hay que crear con lo que tenemos, va de la mano con la crisis”.
El rechazo de todos los días
Manuel Colón nunca negó su atracción por aquello fuera de lo común. Su forma de vestir no es particularmente extravagante, pero la gente constantemente se lo señala. “Antes me decían diferente porque siempre usaba suéteres. Ahora soy diferente porque uso faldas y blusas. ¿Qué tan distinto puede ser? También uso franelas. ¿Qué tiene de malo que lo combine con una falda?”.
Claro que su opinión no es la misma que la de la sociedad con la que debe lidiar este joven anzoatiguense. Manuel vive el acoso popular diariamente. “Este es mi día a día. La gente va y me graba, me toma fotos y no es solo la gente común, la Guardia Nacional y la Policía también lo hacen. Como que les da placer”.
Aquello no lo doblega, de hecho lo hace querer mostrar que es fuerte y que sus preferencias son inamovibles. Aunque por un tiempo dudó. Especialmente en la adolescencia, cuando veía programas en compañía de su madre como Project Runway y American Next Top Model. Ahí fue descubriendo su pasión por la moda, pero no lo metía en su vida por miedo a que no le gustara a su familia.
La vestimenta generó conflictos en su hogar y aunque siempre tuvo claro quién era y qué quería, su temor era cómo hacer para que eso que él era no interfiriera con la vida de los demás. Esto le trajo dos peleas que lo marcaron. La primera fue el día que le tocaba irse a Caracas. Su prima ya se había ido y la señora que les alquilaba el apartamento en la capital venezolana era muy tradicional. “Me decían que debíamos evitar cualquier tipo de conflicto y aquel día yo tenía las uñas pintadas. Eso fue la pelea del siglo. Toda mi familia se metió. Ellos decían que nos iban a botar por mis piazo e’uñas y que no querían hacerme responsable de aquello. Al final nunca hubo problema con la señora, de hecho hasta en tacones me vio, pero aquel golpe fue profundo”.
Otro episodio también lo marcó: su madre lo encontró pintándose las uñas y le preguntó que por qué lo hacía. En la mente de su mamá, él se vestía de esa forma para llevarle la contraria, lo cual era falso. “Me comenzó a insultar, a criticar mi apariencia como siempre: feo, flaco, pelo malo, y me arreché y le dije que ella estaba gorda y que no me gustaba y yo no se lo decía. Ella lloró y me dijo que no entendía porque la hacía sufrir y yo le dije lo mismo”.
El tiempo ha servido para hacerla entender que en esa vestimenta Manuel encuentra felicidad. Ya muy lejos está de la confusión que aquella mujer sentía cuando su hijo se maquillaba para hacer cosplay de personajes de anime.
Manuel se define como un hombre queer homosexual, de hecho, no le gusta que lo traten de mujer. Sus prendas de vestir no vienen de tiendas por departamento, sino del closet de su tía o de tiendas de segunda mano, donde consigue casi todo a menos de cinco dólares. “La gente cree que las personas como uno se visten extravagantes y conseguimos todo en tiendas de marca. Es falso. Nosotros tenemos que inventar para vestirnos como queremos. Además que con esta crisis aquí no hay ni Gucci, ni Balenciaga, ni Alexander McQueen”.
En referencia a la vestimenta genderless, cree que en Venezuela hay avances pero muchos atrasos. “Yo no podría caminar por estas calles si antes no hubiera habido personas que lo hicieron. Hay gente en este país que hasta ha sufrido golpes, yo no. Desde mi experiencia veo más visibilización, y no es una tendencia, sino una identidad. Gente que con un físico determinado y cierta influencia que porta el genderless es ensalzada como inclusiva, cuando es algo falso, lo hacen por moda. Mientras que si viene un gordito con mucho pelo y usa un crop top le cae todo el mundo encima. Hay que cambiar la mentalidad de este país”.
“Me parece heavy que muchos ignoren todo lo que ha pasado para poder llegar a neutralizar el género en la ropa y que uno como individuo no se sienta mal, ni mucho menos como una especie de fenómeno”, dice Andrés. Hace dos años dejó Venezuela y se asentó en Bogotá. Ahora siente mucha más libertad para expresar su identidad.
“La mentalidad del venezolano es la crítica y la burla. Llevar la identidad con una crisis tan grande es muy difícil, porque te toca conformarte con lo que puedes, por eso admiro a la gente que sigue allá”.
Aún recuerda un episodio cerca de la estación del Metro de Caracas en Petare. “Mi novio y yo llevábamos unos pedidos de nuestra tienda online y luego de ahí íbamos a una fiesta. Estábamos vestidos tipo vintage, con fedora y collares. En el trayecto nos rodearon seis hombres. Nos querían quitar las bolsas. Nos decían maricones y se burlaban de la vestimenta, y mi novio se molestó y nos intentamos defender. Entiendo que éramos muy llamativos para el lugar, pero sacamos fuerza y nos salvamos, aunque después uno queda con mucho trauma”.
Para Andrés siempre fue duro pensar que para ir a Petare necesitabas un dress code y para ir a Altamira otro. Nada de eso combinaba con él, porque sus necesidades de vestimenta son zapatos altos con plataforma, carteras de mujer, ropa oversized, zarcillos, maquillaje y particularmente un vestido de lentejuelas —suelto y que no le marca la cintura— que lo mata. Le gusta combinarlo con unos zapatos de goma y su barba poblada para crear un look que deje knock out a la heteronormatividad. No tiene miedo en ponerse los guantes y luchar por lo que para él también es parte de una de las verdades de la vida: asumir libremente la identidad.