Son las siete de la noche de un viernes en el Módulo de Auxilio Vial de Altamira, junto a la autopista Francisco Fajardo que atraviesa Caracas. A pesar de que llevan 12 horas en el terreno, los paramédicos de la Brigada de Restablecimiento Vial y Atención de Emergencias no están cansados. Aparentemente, ya no sienten fatiga. Están acostumbrados a no dormir durante las 24 horas de guardia, o saben cómo descansar mediante un sueño tan ligero que les permite abrir los ojos antes de que toquen la puerta para avisar que ha habido un accidente.
Esta brigada, mejor conocida como los Ángeles de la Autopista, se creó para ofrecer servicio prehospitalario en los 220 km de autopista de la Gran Caracas. Sin embargo, atiende emergencias de todo tipo en toda la zona metropolitana: accidentes vehiculares, partos, intentos de suicidio, violencia, rescates en ríos, perros heridos, desastres naturales y apoyo a los hospitales. “Hemos ampliado el rango de acción debido a las carencias que puedan tener otras organizaciones”, dice Wilbani León, director de monitoreo de transporte y atención de emergencia de la brigada.
Wilbani fue uno de los fundadores de los Ángeles de la Autopista en 2013. El objetivo era coordinar un servicio que salvara vidas en un país con una de las mayores tasas de mortalidad en accidentes de tránsito. Es una persona sosegada, serísima, que siempre encuentra el momento y el tono adecuado para hacer un chiste. Tiene dos hijas, una de cuatro años y otra de nueve meses, cuyo nacimiento atendió él mismo en una ambulancia; además de ser paramédico técnico en emergencia médica y especialista en manejo defensivo, tiene el récord de haber atendido más partos que ningún otro miembro del equipo. Aparte de su última hija, Wilbani ha traído al mundo a 33 bebés durante traslados complicados.
Hoy en día, y pesar de que les pega de lleno el colapso del sistema de salud público, han logrado superar el tiempo de respuesta con respecto al nivel internacional. “El tiempo promedio de respuesta a nivel global es de 10 minutos; el nuestro está entre 3 y 5 minutos. Esto se debe a un despliegue efectivo de los módulos de atención y a que hemos ofrecido un buen entrenamiento a los paramédicos motorizados”, afirma Wilbani.
El equipo de Paramédicos de las Vías Rápidas está compuesto de 110 personas que cubren la Gran Caracas. Grupos de 25 paramédicos cubren cada guardia de 24 horas. Médicos como Yasenka Maita, especialista en medicina de emergencia y desastres, deben hacer tres guardias semanales y estar disponibles por teléfono las 24 horas, los siete días de la semana, en caso de que algún paramédico técnico necesite aplicar un medicamento. Casi todos tienen familia y dos trabajos.
Ganan sueldo mínimo y deben lidiar con la escasez de insumos, la criminalidad, la falta de iluminación en las vías.
María Gabriela González, paramédico de emergencia que lleva cinco años en la brigada, explica que la creatividad ha sido fundamental: “Podemos hacer un aspirador con una jeringa; a falta de laringoscopio podemos usar una máscara de laringe; y así mil cosas más. El servicio prehospitalario de emergencia permite esa clase de soluciones improvisadas, pero en el hospital se complica la situación si esos insumos no están disponibles”. Tratan de no perder el optimismo y de no quejarse. “Nuestro trabajo es resolver. La experiencia nos ha enseñado a mantener la calma, el respeto y el foco en situaciones de emergencia”, dice la doctora Maita, con una sonrisa imborrable.
Que nadie quede desamparado
La segunda mitad de la guardia empieza con una cena que les donó un restaurante, de hamburguesas, refresco, café y galletas. Nadie habla del trabajo o del país, prefieren reír, hablar de la playa y las fiestas de la juventud. No tienen un ritual para las guardias, pero sí una superstición: nunca decir que la noche está tranquila.
A las 2:26 am, la PNB notifica un accidente de moto con un lesionado en la avenida Teherán de Montalbán. En paralelo, los bomberos informan de un choque triple en la autopista Francisco Fajardo, a la altura del Jardín Botánico. Carlos Flores, supervisor de paramédicos, es el primero en levantarse y en informar el estatus. Los paramédicos del módulo de Altamira aceptan atender al motorizado derrapado, después de verificar en el sitio que el módulo de La Pirámide tiene bajo control el choque de la Fajardo está bajo el control. A las 2:42 am están en Montalbán.
El motorizado, Jesús, tiene la cara fracturada y es trasladado por los paramédicos al Domingo Luciani. Una vez en las puertas del hospital lo ingresan sin problema. Pero ahí espera un hombre con una herida en la cabeza y la mirada perdida, cubierto de sangre hasta los pies. Se acerca a los paramédicos y les explica que la PNB lo dejó allí después de que fuera arrollado, pero no lo han admitido. Los paramédicos le chequean la respuesta ocular y motora y le limpian la herida. “Nuestro trabajo es acompañar a las víctimas hasta que las aceptan en un centro de atención hospitalario. No podemos dejar a un paciente desamparado”, dice la doctora Maita. “A veces tenemos un paciente en la ambulancia, y debemos llevarlo a tres o seis centros de atención antes que lo acepten. Esto hace que descuidemos la autopista y que tengamos un vehículo inhabilitado por más tiempo del necesario. Deberíamos tener prioridad, pero no la tenemos, actuamos como unos ciudadanos más”.
A las 5:36 am notifican un volcamiento con tres lesionados, frente a uno de los complejos de la Misión Vivienda en Maripérez. A las 5:42 am, alrededor del accidente, un grupo de mujeres acompaña al dueño de uno de los vehículos: “Vimos que los milicianos pasaron y les quitaron las baterías y los cauchos a los carros. Bajamos para que no los siguieran robando”. Luego llegaron los bomberos para llevarse a los heridos, pero no avisaron a la brigada para que remolcaran los vehículos de la vía. A pesar de que los oficiales de la PNB las intentaron apartar de la zona del accidente, el grupo se negó a dejar el área hasta que todos se hubieran ido. “En esta zona hemos visto todo lo malo, pero qué dolor ver que nadie ayuda en un accidente”, dice una de ellas después de asegurarle a los paramédicos que les traería café si tuviera.
Los paramédicos describen una relación cordial con otros cuerpos de protección y seguridad civil, salvo contadas excepciones. “La atención prehospitalaria es un servicio de alto riesgo, para víctimas y paramédicos por igual”, explica la doctora. Maita.
“Intentamos no entrar en ciertas zonas porque nos pueden disparar si nos confunden con la policía debido a los uniformes y a la falta de rotulado de la ambulancia”.
Wilbani confiesa que, a pesar de sus estrictas medidas de seguridad, las lesiones de paramédicos son comunes. Se despiertan por una emergencia y salen de noche a 130 km por hora en autopistas oscuras y mal asfaltadas. Usan las linternas de sus cascos para iluminar la vía lo más posible. Desde el nacimiento de la brigada han muerto dos funcionarios en arrollamientos, camino a atender accidentes: Robert Miquilena en 2014 y Juan Carlos Gómez en 2015. “Fueron duelos importantes para todos. Somos familia, estamos acá porque queremos”, dice Wilbani.
Adictos a ayudar
Los miembros del equipo de Paramédicos de Vías Rápidas tienen perfiles caleidoscópicos. Wilbani los describe como un equipo multidisciplinario de altísimo rendimiento y nivel. Algunos se han formado en rescate militar, otros se especializan en manejo defensivo, emergencia de conflicto y desastre, y otros han ejercido como bomberos, personal de protección civil o escoltas. Ángel Pinto, un pasante de 18 años que empezó su formación a los 15, viene de una familia de tradición militar. “No me convencía trabajar para una institución en declive. Yo estaba muy claro que quería ayudar a la gente. Así que me hice paramédico”.
La brigada ha prestado 6.399 servicios en lo que va de año. Todos sienten orgullo por las personas que han podido ayudar, y no temen hablar acerca de las enseñanzas duras del trabajo. “Me encuentro a gente en la calle que me saluda como si fueran familia. Me cuentan que los ayudé en algún momento. Yo no recuerdo las caras de casi nadie, pero las historias sí”, dice María Gabriela.
La brigada cuenta con solo una ambulancia activa, de cinco que deberían tener, más siete motos y una grúa de rescate y restablecimiento vial. El Ministerio de Transporte les proporciona la nómina, cauchos, aceite y gasolina, y el resto de los fondos son recolectados por los mismos funcionarios y los voluntarios a través de la red de donantes que han establecido desde el 2016. Entre sus principales patrocinantes se encuentran Publisuministros e Hiperfrenos, quienes les arreglan los frenos sin costo alguno y para el mismo día. “Hay veces que se acercan personas a las que hemos ayudado con desayuno para 40 funcionarios. Recibimos tantas donaciones de insumos, que nos podemos dar el lujo de canalizarlos a otros centros de atención”.
Hoy, los Ángeles de la Autopista cumplen seis años salvando vidas. “Nuestro trabajo ha cambiado muchísimo con los años: antes podíamos atender hasta 19 accidentes al día, ahora en una noche ocupada atendemos máximo 10 accidentes entre los dos módulos. Se ha ido mucha gente y se nota en las calles”, dice Wilbani.
Y María Gabriela, quien lleva ya cinco años en la brigada, dice que en los últimos cinco años ha crecido la cantidad de partos que atienden. “Lo que sí se mantiene es la vocación”, dice Carlos González, padre soltero de 30 años con experiencia como rescatista de aviación. “Nos gusta la adrenalina, pero principalmente somos adictos es a ayudar”.