El diario La Esfera del 5 de octubre de 1941, abre así su artículo sobre el caso de José Manuel Pachini, mejor recordado como “María” Pachini: “Un caso asaz curioso, peregrino y novedoso, quizá el primero que se conoce en el país es el que fue descubierto ayer (…) una mujer que, haciéndose de pasar por hombre, tuviera la osadía de pretender a un ente de su mismo sexo y contraer nupcias con todas las de la ley”.
Cuenta el reportaje que Pachini (o Paquini, según La Esfera) se había asumido como hombre a los 13 años y vivido como uno por casi tres décadas. Fue colector de autobús, electricista, barbero y enfermero, entre otros oficios. En 1940, siendo albañil, se casó con Bárbara Valenzuela, de 17 años.
El legendario periodista y cronista Oscar Yanes dedica unas páginas de su libro Los años inolvidables al caso de “la esposa que no es esposa del hombre que no es hombre”. Comienza su relato con Bárbara Valenzuela poniendo una denuncia en una jefatura de policía en La Vega: “Una semana antes de ir Bárbara a la Jefatura llegó el albañil completamente rascado. Pachini no se podía tener en pie y su mujer lo acostó en la cama y comenzó a quitarle la ropa. Cuando le abrió la camisa le vio unas tiras de trapo fuertemente atadas en la espalda. Pensó que eran unas vendas, pero pegó el grito al cielo cuando descubrió que debajo de esos trapos habían senos de mujer”.
Pachini, dice Yanes, daba excusas de modestia y pudor para que Bárbara no lo viera sin ropa, y a la hora de consumar el acto usaba una especie de consolador. La policía lo detuvo y el escándalo, aupado por una amplia cobertura de la prensa de la época, generó la fascinación y el morbo de los venezolanos, con lo que José Manuel Pachini se convirtió en una especie de Leonard Zelig criollo.
“En el tranvía, en el autobús, en las puertas de los cines, en los parques y donde quieran que se reúnan personas, el tema central de comentario lo constituye el caso de la mujer-hombre,” comenta un artículo de opinión del momento. Las escasas referencias que pueden encontrarse dejan entrever un poco el tono de curiosidad, burla y rechazo de la época.
Las voces más conservadoras no escatimaron sus quejas por la atención dada a un caso que no hacía más que “instruir mentes enfermas y degeneradas (…) en algo que es un vicio tan horrible que debería ser extirpado por completo, si quiere hacer alarde de un pueblo civilizado y adelantado”. Sin hacer mención directa sobre el caso, un editorial de la revista SIC, fechado en noviembre de 1941, tilda de irresponsable a la prensa por su cobertura.
Hasta Andrés Eloy Blanco y Miguel Otero Silva bromearon sobre este relato en su obra de teatro humorística Venezuela güele a oro, donde uno de los personajes compra el anillo de compromiso de “oro machihembrado” de Pachini. Andrés Eloy Blanco también escribiría para El Morrocoy Azul una entrevista imaginaria a una mujer que describe como una “Pachini al revés”. Incluso hay un merengue de Los Antaños del Stadium titulado “María Pachini”.
Los juristas, cuenta Yanes, determinaron que el matrimonio con Bárbara Valenzuela no podía ser anulado ya que era “inexistente”. También relata el periodista que a Pachini se le descubrieron relaciones con otras mujeres en los estados del interior y hasta se le vinculó con sesiones de espiritismo, algo que no menciona el reportaje de La Esfera.
Lo que sí cuenta es la concurrencia en la Plaza Bolívar el día del juicio: “A las 11 de la mañana la Pachini, con traje masculino, pues se niega rotundamente a cambiar de vestido, fue llevada a los tribunales y se le tomó declaración judicial. Una inmensa multitud se aglomeró a las puertas de la vieja Gobernación y todos pudimos contemplar el rictus de tristeza que sombreaba el rostro de la pobre mujer. Nadie osó la menor rechifla para ella”.
La sociedad capitalina, cuando tuvo enfrente a este hombre que había sido objeto de atención, polémica y mofa, al menos enmudeció.
La fascinación por José Manuel Pachini no duró mucho. El Mundial de Beisbol Amateur en La Habana —donde saldrían triunfantes los Héroes del 41— desplazó la atención de los periódicos y el público hasta que el caso cayó en el olvido. Nadie está seguro qué fue de Pachini o de Valenzuela. Como las morocotas de Gómez y los submarinos nazis en Paraguaná, Paquini o Pachini pasó a ser una excentricidad de la época solo recordada por algunos caraqueños viejos.
Ha cambiado mucho el mundo desde 1941. La comunidad LGBTI ha ganado espacios y cada vez más sitios reconocen sus derechos, incluyendo América Latina. Las personas trans —como se puede entender actualmente la identidad de Pachini— también han ganado reconocimiento y atención, aunque siguen siendo el grupo más vulnerable y estigmatizado de esa comunidad.
Pero en Venezuela parece que no pasa el tiempo si uno atiende a los escasos servicios de salud para personas LGBTI, al morbo y el silencio de muchos medios de comunicación al cubrir estos temas, y los grupos conservadores que invalidan a las personas trans al tildar su identidad como antinatural, degenerada, o una moda pasajera.
La verdad es que personas como José Manuel Pachini han existido en diversas épocas y lugares de la historia humana, muchas veces viviendo al margen de la sociedad o pasando toda su vida con el miedo de que su secreto sea expuesto a la luz. Lejos de ver a Pachini como una curiosidad de antaño, quizá hay que verlo como una especie de mártir de la incomprensión de su sociedad, alguien cuyo mero acto de ser fue verdaderamente revolucionario. En pocas palabras, un hombre valiente y adelantado a su tiempo.