El 20 de octubre, un tuit de la periodista Laura Helena Castillo, directora de El Bus TV, desató lamentos y debates: “Trabajé 15 años en El Nacional. Desde antes de graduarme de periodista. Extraño siempre su sala de redacción. Hoy una amiga me pidió algunas notas mías y 15 años —y cientos de notas— se disolvieron en 8 entradas de Google después de que volaran el archivo digital. Desaparecí”.
Desaparecieron de la web las notas de Castillo y hasta las columnas de José Ignacio Cabrujas. Desapareció parte de la memoria de los venezolanos.
No es cualquier cosa. Explica María Soledad Hernández, historiadora e investigadora del Instituto de Investigaciones Históricas de la UCAB:
—Los archivos son tan fundamentales como las estadísticas. Un país que no tiene estadísticas ni archivos es un país que está a la deriva porque no sabe el antes ni el durante, no tiene nada con qué comparar. Al invisibilizar los archivos, invisibilizas un país.
Poco después del tuit de Castillo, también desaparecieron de las redes las discusiones sobre esas pérdidas de archivos de la web, cuyos orígenes se remontan a mucho antes de 2020. Empezaron cuando los impresos venezolanos se animaron a seguir la tendencia global de las nuevas tecnologías de la información. El periodista y ciberactivista Luis Carlos Díaz lo recuerda:
—Esto no es nuevo. Ocurre desde los rediseños de los medios digitales. Ya entre el 2006 y el 2009 hubo una pérdida de los archivos anteriores por rediseños de interfaz (lo que está a la vista del usuario) o rediseños del CMS (el sistema que te permite gestionar todos los contenidos). Cuando hicieron esos rediseños, usualmente no se preocuparon por migrar todo el contenido previo, el historial viejo.
Luego, en el 2010, las restricciones a los medios de comunicación y persecuciones a periodistas ajenos a los medios del chavismo dejaron de ser caprichos para convertirse en acciones sistemáticas de la hegemonía comunicacional del Estado. La web fue la vía de escape para los medios impresos, que como en todo escape siguieron el camino con lo que tenían y perdiendo algo en el recorrido.
En 2014 se le abrió la puerta a la censura. Jonathan Gutiérrez, especialista en estudios de opinión pública y comunicación política, y editor de Historias que laten, fue uno de los primeros en advertirlo. Aún recuerda:
—Investigué los casos emblemáticos de cómo medios tradicionales de gran renombre cambiaban de dueños. Eran unos procesos sorpresivos, rápidos, marcados por la opacidad y donde, además, se generaron procesos internos traumáticos: despido de periodistas, cambio de líneas editoriales, salida de una gran cantidad de articulistas de opinión… Y una vez que se concretaba la venta [de los impresos], empezaron a desaparecer artículos o editoriales que eran muy críticos desde un punto de vista político o de políticas públicas, incluso artículos de cultura… Esta etapa de compra-venta de medios fue la etapa máxima del control informativo y mediático.
Con la compra de El Universal, el segundo impreso más antiguo de Venezuela, en julio de 2014, quedó claro que cambiando de dueño no solo se cambia una agenda mediática, sino el presente, el futuro y hasta el pasado. En marzo de 2016 desapareció la sección de archivos de la web de este medio. Desapareció, sobre todo, la historia contemporánea.
No fue el único caso. También Últimas Noticias, el impreso de circulación nacional más popular del país, fue vendido en octubre de 2013. La desintegración de su equipo de investigación ocurrió meses después y no tardó mucho en desaparecer su archivo fotográfico de relevancia nacional.
Como quiera que fuese, Venezuela lo había logrado: su periodismo impreso comenzó a ser digital. Con fallas más que tecnológicas, pero digital. Y de tanto pensar en lo nuevo para los nuevos tiempos, se nos fue olvidando “lo viejo”, lo que fue un hecho y lo que había sido bien hecho.
Ahora aceptamos que borrar el legado sea el legado, y se hace de lado y lado.
La desaparición de materiales en la web que una vez estuvieron disponibles parece una desgracia natural del rediseño, como si la falta de visión comunicacional estratégica fuese irremediable, como si no hubiese expertos en materia digital o, peor aún, como si la ausencia de información fuese un asunto exclusivo de censura.
Las cuentas del pasado
Pocos fueron los impresos que digitalizaron sus notas y fotos previas, y escasos los que, además de digitalizar para sus archivos internos, cargaron estas digitalizaciones en sus portales para que recordáramos con y gracias a ellos. Escasísimos los que tenían su propio archivo físico o digital entendido como lo que es: un espacio con un sistema de catalogación y no un depósito con periódicos y revistas apilados para el personal de limpieza.
Recuerda Andrés Cañizalez, historiador, periodista y director de Medianálisis:
—Visité unas cuarenta sedes de periódicos a principios de este siglo. Estaban haciendo edificios, importaron rotativas y el hilo que los unía es que había plata, pero no para el archivo. Aun en la época en la que hubo recursos, el archivo no se valoraba, era algo bastante secundario, incluso menos que secundario.
En Venezuela no ha habido una cultura de la memoria en los medios en el sentido interno —el archivo es una herramienta para tus periodistas— ni en el sentido externo —el archivo como servicio público, como memoria de la sociedad.
En las estrategias futurísticas se nos olvidó la utilidad de la Hemeroteca Nacional y así dejamos de exigirle que haga lo que debe hacer: cumplir y hacer cumplir lo que le corresponde en la Ley de Archivos Nacionales, en la Ley Orgánica de la Administración Pública, en la Constitución y hasta en la Ley de Comunicación del Poder Popular.
Fuimos aceptando la desmemoria y, ahora, de vez en cuando recordamos eso que María Soledad Hernández sí tiene presente cada día:
—La memoria histórica es patrimonio de los ciudadanos. La prensa es el antecedente inmediato para pasar a la posteridad, porque es una fuente de información que tiene un grado de confiabilidad importante. Si no la registras o no sabes dónde está registrada, no existe, por lo menos históricamente.
El costo del presente
—Yo creo que tenemos un problema de fondo que se lo adjudico a una probable falta de perspectiva histórica ―reflexiona Cañizalez— , de entender que cada periódico que se hace, que cada edición de una página web, es un legado como parte de la construcción de una memoria. Para mí estamos atrapados en un tema cultural. Esto es un tema que retrata cómo somos. No asumimos que nosotros como ciudadanos tenemos que estar involucrados en la resolución de las cosas con sentido de autocrítica. Estamos en un momento donde la gente constata la pérdida y asume que eso ya se perdió.
El problema también es delegar culpas y responsabilidades para excusarnos.
Uno de los encargados de la web de El Nacional, al ser consultado sobre la desaparición de las notas de Castillo, dijo: “Ha habido accidentes como en todas partes, pero Google te trae los artículos que buscas y si no te los trae, puede ser por bloqueos de internet en tu casa”. Agregó que en ese periódico son “víctimas de bloqueos diarios”. Y sobre la discusión por el tuit de Castillo añadió: “es totalmente falso. Esas quejas yo no se las he oído a ninguno de mis amigos periodistas. Todo está disponible”.
Como el técnico de El Nacional, todos delegamos cuando decimos que “es importante preservar la memoria”, porque algo en la frase suena a que es otro quien debe encargarse, preferiblemente el Estado, los dueños, gerentes y directores de medios, los directores de hemerotecas, los programadores, las firmas periodísticas consagradas y los mecenas generosos. Pero no nos incluimos como lectores que somos, no lo decimos en primera persona.
Incluirse no es hacer un respaldo, aprender a trampear el URL, hincharnos de resiliencia o celebrar plagios en páginas chimbas. Incluirse es, por ejemplo, lo que sugiere Hernández:
—Lo primero es sensibilizar, porque no es un tema que está en el tapete. Es empezar a hablar de esto, abrumar en las redes y saber que a lo largo de la historia, estos procesos se han podido reconstruir no in situ ni en el momento, sino diseñando estrategias para retornar a un camino paso por paso y con planificación, porque si pensamos en que queremos poner todo en la mesa, a lo mejor no vamos a lograr ningún objetivo.
Entonces vendrían las discusiones sobre cómo revertir estas pérdidas y cuáles serían los criterios prioritarios para devolver los contenidos a la web, así como plantear políticas de respaldo y catalogación. Modelos hay y están en el país: los archivos digitales de las universidades, los centros de investigación y las fundaciones. Más adelante, podrían trazarse proyectos de leyes y normativas que protejan los contenidos de desapariciones arbitrarias o negligentes hasta en medios privados.
Toca hacerlo, seamos francos: mientras la actual tendencia global debate el periodismo sostenible, nosotros no sabemos cómo sostener lo que hemos hecho de periodismo.
Lo que cuesta el futuro
Vamos a ponernos serios. Como dice Luis Carlos:
—Un país serio tiene archivo. Un medio serio tiene archivo.
El periodismo venezolano, hablo del que se hace con decencia, tiene buenos criterios editoriales, narrativos, de renovación e innovación, y se ha vuelto un ejemplo de resistencia para Latinoamérica, así que hay que exigirnos más para que mañana siga existiendo. De otro modo, todo lo que ahora sucede quedará como periodismo de campamento por falta de respaldo.
—Te lo planteo desde el punto de vista del negocio: el ciudadano pierde historia y el medio pierde miles de páginas web, porque cada noticia es una página web que se puede posicionar en buscadores y ganar visitas. Si viven de los clicks, están perdiendo y desperdiciando su principal capital que es el contenido. El material antiguo es valioso ―sugiere Luis Carlos.
Lo que se perdió no solo son los links de notas y fotos de los que incomodan al gobierno, o ese link que buscamos para dar soporte al currículo o a una colección de chismes y mediocridades que, cómo no, también enriquecen la historia nacional. También perdimos crítica literaria, reseñas de espectáculos, reflexiones gastronómicas, cuentos faranduleros, perfiles de la venezolanidad y las reiteradas denuncias de comunidades distantes que no tienen agua desde hace años.
El pronóstico no es bueno:
—En Venezuela probablemente va a haber vacío de una década, entre que se perdieron los archivos digitales o no se establecieron de manera correcta en la web. Estamos en una situación de orfandad que es muy preocupante ―advierte Cañizalez—. Esto será miseria histórica, cultural y espiritual. Ya tenemos demasiadas miserias.
A ver si así nos importa: estamos perdiendo lo más necesario para que Venezuela se mire a sí misma más allá del petróleo y del chavismo, y se permita entender su existencia. Dirían los abogados: se está perdiendo la trazabilidad de los hechos, tan importante como para elaborar un informe por posibles crímenes de lesa humanidad, por ejemplo. Si los contenidos de la web siguen desapareciendo, cómo será posible la trazabilidad de la migración forzada dentro de quince años o de la gestión de la pandemia en Venezuela, que generó la mayor cantidad de médicos muertos en el continente.
Lo que se está perdiendo no es solo la libertad de expresión de los periodistas, que siempre contribuye al equilibrio informativo y a la pluralidad democrática. Se está perdiendo el acceso fluido a la información y nuestra libertad intelectual para recordar, reelaborar, comprender, celebrar y criticar cuando nos venga en gana. Se está perdiendo esa libertad que enseña a ser libres o por lo menos recordar que fue posible y debe seguirlo siendo.